"La reducción o conversión del mundo a un horizonte
no resta lo más mínimo realidad a aquel; simplemente
lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de
una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida,
que va de pueblo en pueblo, de generación en generación,
de individuo en individuo, apoderándose de la realidad
universal".
Ortega y Gasset
Recorrer la historia del pensamiento filosófico español implica, de suyo, encontrarse
con la diversidad patrimonial de doctrinas, sistemas, modos de vida, que provoca e
instruye al espectador más curioso y atento. La filosofía española conforma no sólo
la complejidad geopolítica, ya de profundas raíces históricas, sociales y culturales,
situadas sobre la plataforma teórica-especulativa y práctica, sino que, además, constituye
la difícil tarea de la vuelta al origen a las primeras intuiciones bajo las figuras
de la religión, la literatura, el arte, la filosofía, etc. Como ejemplo de ellos encontramos
la narración del "socialismo cristiano" de Vilanova, la "lógica simbólica" de Llull,
"el pacifismo" de Vives y la ética que cobra rostro en Suárez y Vitoria, entre muchos
otros, por supuesto, sin dejar de mencionar las contribuciones de la Escuela de Salamanca.
Llegamos así hasta la encarnación del "existencialismo trágico" de Unamuno y el raciovitalismo
de Ortega, seguidos de la sustantividad de Zubiri y la racionalidad poética de Zambrano,
en esta asistencia necesaria y beligerante de la contemporaneidad.
Así, posicionar y presentar a la comunidad, a una generación, el pensamiento español,
desde una corriente de pensamiento o un filósofo, implica hacerlo de modo directo,
sin intersecciones que deformen en algún sentido la originalidad y legalidad de este
patrimonio intelectual desde la apertura sincera y responsable. Prueba de ello es
la figura de Javier San Martín, quien pertenece a una generación y a una tradición
española que integra la convicción del devenir hispánico en sus heterogéneas dimensiones:
la vida, la cultura, la antropología, la sociedad, la historia, la ética, las cuales
se constituyen como ejes directrices de su actividad filosófica. En sus obras, Javier
San Martín nos hace pensar la presencia y la ausencia del tiempo que se ha vuelto
histórico y el tiempo real y concreto de la vida humana, llevado por supuesto de la
confluencia orteguiana en la existencia vital, circunstancial, concreta de los hombres
situados en una cultura, posible de ser descrita e interpretada, haciendo frente al
relativismo, a los avatares circunstanciales y a la fragmentariedad. Hoy por hoy,
Javier San Martín es uno de los máximos exponentes de la fenomenología, desde donde
discute con el relativismo cultural en aras de una filosofía de la cultura.
La fenomenología de Ortega y Gasset, en efecto, es una obra en la que se hallarán las insignias interpretativas del pensamiento
orteguiano de las que, por cierto, somos herederos. El autor de esta magnífica obra
focalizará la lente orteguiana bajo la relación fundante de la filosofía y la fenomenología,
para ingresar en las líneas o perspectivas de investigación que propone. Gracias a
este enfoque, se puede estudiar a Ortega, entonces, desde la filosofía con la fenomenología;
esto es, Ortega desde su formación filosófica fenomenológica, Ortega desde las ideas
de la generación del '98, Ortega desde Alemania, Ortega desde sus textos y análisis
fenomenológicos (Meditaciones del Quijote), Ortega desde la crítica a la fenomenología husserliana, Ortega desde su filosofía
como contribución a la fenomenología, hasta llegar a la estructura que configura un
Ortega desde el reconocimiento de la fenomenología, aunque él mismo no lo haya asumido
bajo ese estatuto. Así que San Martín apuesta por la fenomenología como "clave para
entender el núcleo de su filosofía" (p. 17) presentándonos, de este modo, a un Ortega
filósofo y fenomenólogo, a un Ortega que, pese a la distancia que dijo haber interpuesto
entre el despliegue de la razón vital y el pensamiento fenomenológico, hoy se muestra
que estaba muy lejos de ser así, ya que las últimas investigaciones sobre el pensamiento
de Ortega (a las que se suman los trabajo de Pedro Cerezo y Nelson Orringer), muestran,
por el contrario, lo importante que fue la fenomenología para la configuración de
su proyecto desde un inicio y cómo, debido a una serie de prejuicios y malos entendidos,
el filósofo de la escuela de Madrid creyó superar la fenomenología (pp. 14 y 172).
El estudio de Javier San Martín es un llamado a repensar a Ortega en clave fenomenológica.
Se apuesta, así, como una de las principales tesis de San Martín, por la fenomenología
de este filósofo español, pues, como indica en su obra: "la fenomenología es la filosofía
de Ortega" (p. 13), e incluso afirma que, sin la fenomenología, no se puede comprender
su filosofía.
Hay, pues, que analizar y asumir el paradójico alojamiento de 1929 en la aceptación y el abandono simultáneo de la fenomenología en la filosofía de Ortega (p. 154). Pero, especialmente,
hay que indagar la línea correlativa y primaria que establece entre ambas pues, en
el momento mismo en que abandona la fenomenología, al conocerla ya, la estaba aceptando
como vía filosófica de sentido para percatarse, entre otros casos, de la coexistencia
del yo con el mundo, en el hecho radical de lo que nos es dado: la vida como "activación
en el mundo" (¿Qué es filosofía?, 1999). Nos ocupa de las cosas, salvándonos en ellas,
desde un saber comprometido que, como Ortega nos alecciona, nos asista frente a un
mundo contemporáneo-generacional, habitado y habituado por la búsqueda y sed del conocimiento,
de nuevos saberes abarcados por una racionalidad no tipificada, sino por una racionalidad,
que en la búsqueda de la verdad como lo hizo Ortega desde "la complejidad del Quijote",
desde la figura del bosque, no aguarde el sacrificio del carácter inmediato de la vida, y de la filosofía como
un quehacer vital-fenomenológico. De ahí que el hombre antes de posicionarse en relación
con las cosas y pensarlas, conocerlas, descubrirlas en su ser, antes que esto, las
descubre en su vida teniendo que hacer algo con ellas. La vida implica necesariamente el encuentro con un mundo, el descubrimiento de la
vida ya en el mundo (p. 122).
Es un hecho que Javier San Martín expone de fondo el valor y la fecundidad primigenia
de repensar desde una tradición, desde una generación, desde un estado de la cuestión;
la función y el compromiso sincero del filósofo y el valor que adquieren sus actos
reflexivos y ver a qué accede con ellos en el mundo, desde una perspectiva que es,
quizá ante todo, "nuestra forma de contar con el mundo".
San Martín se sitúa en el marco de la filosofía española centrándose puntualmente
en uno de sus máximos exponentes del siglo XX: Ortega y Gasset, filósofo y fenomenólogo,
y sostiene que "la interpretación de Ortega como fenomenólogo, sin anular otras perspectivas,
me parece ser la que mejor permite ver la estructura de la obra orteguiana" (p. 15).
En opinión del autor "la inserción de Ortega en el movimiento fenomenológico es la
mejor forma de contar filosóficamente con él en España" (p. 190). Una España efectiva-histórica
en la búsqueda y encuentro de las huellas de aquella peregrina tras el exilio, que
se salvaguarda en ese apego al cultivo inmediato y espontáneo de la vida.
A más de un siglo de que las Meditaciones del Quijote hayan visto la luz y de los distintos senderos que ha recorrido la filosofía de Ortega
y su interpretación y recepción, La fenomenología de Ortega y Gasset, nos convoca a repensar la filosofía de este autor. Ello supone hacer una revisión
completa de su obra; implica corregir los puntos de vista asumidos sobre el pensar
orteguiano, pero al mismo tiempo implica también, repensar la historia de la filosofía
en España, en especial en el siglo XX. Cierto es que a Ortega se le debe la introducción
de la fenomenología en su país, en un momento clave del pensar fenomenológico; pero,
del mismo modo, a él se le debe la recepción de una idea de fenomenología desviada
de sus intenciones originarias, desvío que tuvo un gran impacto en España y en México
como consecuencia de la idea que de ésta recibieron y asumieron sus discípulos y colegas
más allegados: Rodríguez-Huéscar, Zubiri, Julián Marías, María Zambrano y José Gaos,
entre otros.
La introducción de la idea de un Ortega que ha sabido comprender la fenomenología
y llevarla a su obra en la génesis y despliegue de la razón vital, nos obliga, por
tanto, a hacer una revisión de la manera en la que sus discípulos también se alejaron
del pensar fenomenológico. Si Ortega, aun en contra de sus propias ideas y valoración
de su filosofía, está en la línea correcta de un pensar fenomenológico que atiende
al llamado a las cosas mismas como búsqueda de sinceridad en nuestro trato con las
cosas (pp. 76 y 79), que piensa la filosofía a través de la vida como realidad radical
(pp. 159 y 163), entonces, ¿por qué no pensar que a través de la recepción de la filosofía
de Ortega, hay en algunos de sus discípulos, no sólo errores de interpretación, sino
una correcta aplicación del método fenomenológico? Pensar esta posibilidad es una
de las líneas que abre Javier San Martín con su libro. Más allá de las ideas contenidas
en esta obra fundamental está latente, o anunciado, el horizonte de nuevas líneas
de investigación que se abren y las cuales es preciso y necesario explorar.