Introducción
En el presente trabajo, se considera la siguiente tesis: en la lectura del libro X
de las Confesiones (capítulos 1-23),1 Heidegger define el tránsito de la fenomenología a la hermenéutica. En este paso,
en el que se despliegan las tensiones entre «objetivo» y «subjetivo» y la imposibilidad
de una elección unilateral de uno u otro, se pone de manifiesto la importancia de
la noción del «no-camino» (die Umbeg), uno de los modos de estar en relación con el mundo.
La argumentación en favor de la tesis tiene dos momentos: por un lado, presentamos
el desmonte que efectúa Heidegger de la bibliografía más representativa de la época,
en lengua alemana, dedicada a la comprensión de las obras y a la significación histórica
de san Agustín; de este análisis hacemos un seguimiento literal, porque prepara y
delimita la lectura propiamente dicha de san Agustín y los modos de su realización.
Por otro lado, presentamos la experiencia de lectura de Heidegger y sus claves.
Si bien la mencionada lectura conlleva instancias de apropiación (tal como presentamos
más adelante), en nuestro artículo nos detenemos en los intersticios que va dejando
Heidegger cuando cita a san Agustín e introduce -entre paréntesis- un comentario o
una glosa, o cuando el propio Heidegger realiza una síntesis ante el frecuente recurso
estilístico de la amplificación.
Heidegger plantea su lectura como deslinde (Heidegger, 1995: 159), respecto de la particular concepción histórica y doctrinal de Ernst Troeltsch, Adolf
von Harnack y Wilhelm Dilthey; todas ellas concuerdan en la alta valoración del papel
asignado a san Agustín. Coinciden en que en él descansa la teología medieval y en
que su recepción se dio como agustinismo o platonismo cristiano, es decir, como el
entramado de interpretaciones de que fue objeto la obra de san Agustín a lo largo
de la Edad Media, hasta el siglo XIII y, desde ahí, en intensa discusión con el aristotelismo,
como una determinada concepción de la gracia. Estos autores comparten, aunque en distinto
grado, el intento de objetivar el pensamiento de san Agustín, lo que trajo como consecuencia
impedir o, al menos, dificultar lecturas renovadas.
En el segundo punto, el mencionado seguimiento de los distintos pasos de la lectura
implica distinguir tres instancias: a) avanzar con el procedimiento de «la ejecución
del acceso» (Zugangsvollzug); b) «el sentido de acceso» (Zugangssinn); c) «el saber gozoso» (Gaudium de veritate).
Este artículo pretende, entonces, seguir el rastro de una lectura de san Agustín original
y profunda, ordenada por una intuición en la que el propio Heidegger anticipa aspectos
de la metodología de Ser
y Tiempo.
Los momentos previos de la interpretación: el triple deslinde de Heidegger
El texto de Ernst Troeltsch estudia a san Agustín desde el punto de vista de la filosofía
de la cultura. “El problema de la cultura pasó a convertirse en el gran problema de
los pensadores cristianos”, cita Heidegger a Troeltsch (1995: 160); para Heidegger,
«el problema de la cultura» (das Kulturproblem) significa el modo en que el cristianismo asume los bienes de la cultura en el contexto
de la noción de salvación.
El carácter acuciante del problema radica en que la respuesta implica la forma en
la que el cristiano, individualmente, y la cristiandad, como paradigma, resuelven
su relación con el mundo, dado que la propia noción de trascendencia había abierto
una grieta en el corazón mismo del paganismo, pues éste, en el marco de sus grandes
corrientes filosóficas, enfatiza la mutua dependencia entre cosmos-Bien con Platón,
cosmos-Primer Motor con Aristóteles y cosmos-Uno con Plotino.
Heidegger alerta que la trascendencia teórica tuvo como correlato la declinación del
valor de la experiencia (Flamarique, 2013: 116-117). La filosofía de la cultura será para el cristianismo, al menos a partir de san
Agustín, el intento permanente de reconciliarse con el mundo como arquitectura del
saber y como fuente de sabiduría.
Heidegger descalifica la interpretación de Troeltsch, pues este último entiende el
problema de la cultura, en primer término, como orientación en la formación educativa
y luego como expresión de una dogmática teológica; en efecto, este modo de comprensión
no deja espacio para la interpretación fáctica, que es del interés de Heidegger; por
ello, señala que su exposición tiene el defecto de la generalización (Heidegger, 1995: 162).
El segundo texto que revisa Heidegger es el de Adolf von Harnack: a su juicio, este
autor tiene mayor familiaridad con los textos de san Agustín que Troeltsch y su modo
de enfrentar el tema es más conciso: desde la historia de los dogmas.
Es evidente que el enfoque es más atractivo para el empeño de Heidegger, pues von
Harnack percibe que lo más característico de san Agustín no consistió en configurar
un nuevo sistema dogmático, sino en renovar la religiosidad mediante la piedad, es
decir, puso la religiosidad en el centro de la comunidad y el cultivo de los corazones
como don y tarea.
La noción de renovación de un sistema dogmático mediante la gracia concita el interés
de Heidegger, en cuanto conlleva la tensión entre tarea del teólogo y existencia en
la gracia, cuyo cometido es renovar la comprensión del mundo en el propio corazón
y en la comunidad que lo vive (Caputo, 1999: 284).
La lectura de Heidegger se interesa en este paso, en cuanto lo interpreta en los términos
de una religiosidad que busca vivir el dogma en el sujeto, pues en él se expresa el
impulso hacia la plenitud de la auto-comprensión (Camilleri, 2008: 242).
En la visión de W. Dilthey, el cristianismo implica una notable novedad: la vida anímica
se concentra en sí misma. ¿En qué consiste la vida nueva que trae el cristianismo?
La ciencia antigua se había mantenido en los límites del mundo externo, pero ahora
la vida anímica se convierte en problema (Stanley, 2010: 71-73).
Para Heidegger, la consecuencia central es que la revelación de Dios en Cristo (realidad
histórica) sale de la trascendencia de claro cuño platónico e ingresa de lleno en
la experiencia (Heidegger, 1995: 164). Éste, para Dilthey, es el origen de la conciencia histórica.
Para el mismo autor, lo más significativo del aporte de san Agustín es que opuso la
realidad de la experiencia interior al escepticismo. Pero este aporte queda, en buena
medida, invalidado por el giro hacia la metafísica (en sentido clásico, que para Heidegger
significa «platónico»): «las verdades eternas» son las ideas en la conciencia absoluta
de Dios.
Para Dilthey, la búsqueda de Agustín se centra en hallar un fundamento por el cual
el alma permanezca idéntica a sí misma y así sostenga y explique sus transformaciones;
Heidegger rechaza completamente la afirmación que de aquí deriva Dilthey: esto no
se logró hasta Kant y Schleiermacher.
La crítica a W. Dilthey conlleva plantear el problema de la objetividad histórica
como condición de posibilidad de la conciencia histórica pues se trata, precisamente,
de su formación. Aunque interpretándola a contraluz, la lectura de Dilthey ha resultado
decisiva para Heidegger.
La pregunta acerca de cuál de las tres concepciones históricas de aproximación a san
Agustín -cultural, dogmática o científica- sea la correcta desnaturaliza el planteo
de la objetividad histórica. En efecto, no es posible inferir interpretativamente
la concepción usual y acrítica de verdadero y falso en la historia (Heidegger, 1995: 165). Ello implica tanto desechar el relativismo que surge de la simple comparación de
las distintas visiones y del escepticismo que se encuentra en su planteo. Dicho escepticismo
se haría también presente en la decisión de declarar igualmente válidas las tres aproximaciones.
Se comprende así que el ordenamiento cronológico de los hechos acontecidos en el pasado
no implica necesariamente la comprensión historiográfica de ellos: ¿cuál es la medida
de los conocimientos heredados? La consecuencia inmediata de esta pregunta requiere
fundamentar la objetividad histórica en la comprensión del despliegue de la conciencia
histórica (Escudero, 2008: 52).
La decisión de Heidegger de no entregar las nociones de experiencia y conocimientos
históricos a la mensura del conocimiento heredado le obliga a plantear su apropiación
genuina; ello implica la apertura del “sentido de la ejecución de la experiencia histórica
operante” (Heidegger, 1995: 166).
Procedimiento que desmonta las lecturas de Troeltsch, von Harnack y
Dilthey
Debemos preguntarnos sobre el alcance del término «ejecución» [der Vollzug], en el texto, según la acepción que se emplea para las obras musicales. Heidegger
retoma este término, que proviene de la herencia fenomenológica de Husserl,2 en quien representa el carácter realizativo de cada acto de conciencia (Heidegger, 1995: 274-297).
El primer paso de la fenomenología como hermenéutica consiste en considerar primero
«el sentido del acceso» (Zugangssinn) y luego «la base motivacional para el enfoque y la ejecución del acceso» (Motivbasis für Zugangsansatz und Zugangsvollzug).
Si bien las «direcciones del acceso» (Zugangsrichtungen) son diversas (ética, religiosidad, fundamentación teórica), concuerdan en el sentido
de ese acceso, es decir, la lectura de san Agustín se realiza desde los tres puntos
de vista, cada uno de los cuales ordena su interpretación en un marco diverso.
La captación de las estructuras del ser es el objeto de la aplicación del modelo de
lectura de Heidegger; la condición de posibilidad de alcanzar este objetivo radica
en la capacidad de distinguir las categorías conceptuales que constituyen las diversas
interpretaciones culturales y experienciales.
«La ejecución del acceso» (Zugangsvollzug) consiste en echar raíces en la vida; «ejecución» (derVollzug ), en efecto, es el punto de partida de la comprensión; ello implica que la realidad
es resultado de aquella efectuación y que tiene un claro sentido semántico, es decir,
un volver a la co-pertenencia originaria del lenguaje y del ser, en el horizonte del
interrogar la vida.
Se termina de definir aquí el hiato con la metafísica tradicional u objetiva: ésta
descansa en la seguridad de poder descubrir lo constitutivo de la realidad mediante
el lenguaje. Por el contrario, en el sentido que Heidegger plantea «ejecución» (derVollzug) el obrar está sostenido en la semántica que el proceso implica. Esto significa,
por un lado, que, en el caso de san Agustín, el acceso a la vida fáctica es textual
y, por otro, que la puesta en marcha o ejecución del proceso consiste en interpretaciones
que organizan un horizonte de sentido, pues no otra cosa implica establecer la vida
fáctica en sí.
Para Heidegger, entonces, al ubicar Troeltsch a Agustín en el centro de la evolución
cultural de la Antigüedad, su figura queda objetivada en la fijación de la ética cristiana;
en este punto queda establecido su significado universal, en cuanto a la persona y
en cuanto a sus obras y, a partir de allí, todo el marco interpretativo (Stanley, 2010: 77).
Se confronta así que lo esencial está dado por el marco filosófico-cultural: lo máximamente
abarcador y, por ende, lo más diluido y escurridizo al intento de interpretación;
la universalidad, que caracteriza el intento de Troeltsch, es un modo de coacción
para la comprensión de la vida histórica genuina.
La opción historiográfica objetivante aspira a contener un determinado logro filosófico
en estructuras necesariamente abstractas, que se colocan por encima de la consideración
del trabajo mediante el cual se alcanzó aquel logro. El cierre de Heidegger es contundente:
estudios de esta naturaleza encubren “una aguada reelaboración de bibliografía secundaria”
(Heidegger, 1995: 167).
Alcanzar la vitalidad de las concepciones filosóficas implica encontrarse con formas
previas de la experiencia del pensamiento, las que suelen pasar desapercibidas en
los grandes textos. Se delimita así el campo donde no es posible la facticidad; se
alerta sobre el riesgo permanente de que las estructuras teóricas tergiversen la experiencia,
en la profundidad que ésta tenga. Por ello, la correlación entre vida fáctica, lenguaje
y ser como esfera de copertenencia es un recurso para poner a salvo la relación subyacente
entre la vida como se vive y lo que permanece como experiencia en el sujeto (Campbell, 2012: 23 ss.).
La convicción de Troeltsch, la que se encuentra oculta tras sus frases y su vocabulario,
busca rendir un servicio a la vida religiosa de su tiempo, al ofrecer una orientación
general a través del seguimiento sobre cómo se han fijado lo que llamamos «valores
culturales».
Luego, san Agustín como reformador, entendiendo el término como la fijación del camino
que toman las definiciones dogmáticas (von Harnack). Aquí la dirección del acceso
es más acotada y, por lo tanto, permite una visión de san Agustín más finamente calibrada,
en tanto podemos seguir sus pasos, su herencia intelectual, como Doctor de la gracia.
Continúa, a pesar de ello, en el contexto que Heidegger ha especificado como objetivante.
La convicción de von Harnack (Stanley, 2010: 6-7), teólogo luterano que marcó el tránsito del siglo XIX al XX con la idea de que el
Evangelio se había desnaturalizado con la helenización operada por los teólogos del
s. II, muestra la distancia que existe entre lo que Heidegger llama teología eclesial
(la actual a su momento) y la orientación de la teología cristiano-protestante.
Por último, despacha a Dilthey en dos líneas, que tienen la misma dirección de lo
dicho para von Harnack, pero hacia el desarrollo de las ciencias del espíritu: “Lo
mismo vale para Dilthey” (Heidegger, 1995: 166).
Si bien las perspectivas analizadas carecen, para Heidegger, de un valor positivo
en el avance de la investigación, en tanto que una reflexión histórico-objetivante
no posibilita la comprensión efectiva y directa de lo estudiado, por el contrario
sí permite, como envés de la misma trama, comprender que aquella investigación no
puede estar desgajada de la vida.
Todas las dificultades de este intento quedan claramente expuestas en la superficie,
pues el método fenomenológico mismo se resquebraja, si en su operar no emerge y se
hace evidente la vida. Esta limitación de los procesos de objetivación no implica
la solución simple de recorrer las posibilidades de un punto de vista subjetivo.
Una oposición de esta naturaleza como hipótesis de trabajo carece de sentido, pues
«objetivación» y «punto de vista subjetivo» caminan una junto a la otra alejándose
al mismo tiempo del objeto.
Desde el título de la obra, Agustín y el Neoplatonismo, tenemos clara su veta histórico-objetiva: la recepción de conceptos y términos del
neoplatonismo, es decir: la materia y el medio que san Agustín fundió, en sus vertientes
tanto filosófica cuanto teológica. Ésta resulta la trama visible de aquellos procesos
en los cuales echa raíces el mundo que aún hoy vivimos o, en palabras de Heidegger,
“el problema general” (Heidegger, 1995: 167).
Pero, si sólo ésta fuese la perspectiva, la que, en definitiva, observamos en los
estudios anteriores, quedaríamos en los límites del problema tal como se planteaba
en la década de los ’20 y de los ’30 del siglo pasado, deudora -a su vez- de los estudios
histórico-dogmáticos de teólogos liberales del siglo XIX de la talla de Albrecht Ritschl,
es decir, la relación entre Grecia y el cristianismo.
Aun aceptando que el cristianismo no se heleniza con san Agustín, sino que el Hiponense
respira una atmósfera que había comenzado este proceso desde el s. II, el Neoplatonismo
ofrecía las herramientas necesarias para una exposición de los contenidos de la fe.
Éste es el punto para Heidegger, pues la lectura de estos procesos desde una perspectiva
histórico-objetiva o de reconstrucción vivencial (la vivencia como medio de conocimiento
psicológico) conllevan la imposibilidad de comprender la «vida fáctica»; aplicado
este giro a san Agustín, la fe ocupa el lugar central y debe ser presentada en términos
de experiencia, es decir, en la fe misma y no en un puro sistema racional de referencias
(Heidegger, 1995: 171-172).
Los momentos de la interpretación: la lectura de Conf. X, 1-23.
La interpretación tiene como punto de partida la lectura en clave hermenéutica del
pasaje de Retractationes dedicado a Confessiones. Luego, lo que Heidegger considera la introducción al Libro X (capítulos primero
a séptimo), es decir, los sentidos del confesar (confiteri) ante Dios y ante los hombres. Los capítulos octavo al decimonoveno se ocupan del
tema central de la memoria (quién soy para mí en los jalones de mis recuerdos y olvidos).
Las consideraciones sobre la vida feliz [vita beata], a lo largo de los capítulos vigésimo a vigesimotercero, y su vínculo con el gozo
de la verdad [Gaudium de veritate].
Las Retractationes3 implican para san Agustín una revisión o relectura que salve la unidad doctrinaria
a lo largo de las distintas etapas de su vida intelectual: “corrijo mis errores” (Retr. 1). Este aspecto, que podría formar parte de la historia de los dogmas, en la vertiente
objetivante señalada por Heidegger, no entra en el ámbito de la vida pues, puesta
en contexto, se refiere al conjunto de sus escritos.
El examen se detiene en el parágrafo siguiente, en el que san Agustín dará dos notas
susceptibles del análisis existencial que Heidegger considera conveniente para el
prólogo: por un lado, la cita del texto bíblico de Proverbios X, 19 (“En el mucho
hablar no faltará el pecado”) y, por otro, la turbación profunda (Retr. 1) que el Hiponense experimenta ante sus escritos; y esto en un doble sentido: ante
sus propios errores, que lo llevan a ocuparse de estas recensiones, y por los escritos
que circulan a su nombre, pero que no han salido de su pluma, que, entonces, no forman
parte de su entramado vital.
De los pasajes de Retractationes dedicados a Confessiones cita (Heidegger, 1995: 175):
Los trece libros de mis Confesiones alaban a Dios, justo y bueno, tanto por mis obras
malas como por las buenas, y mueven hacia él el espíritu y el corazón humanos. Al
menos en cuanto a mí, eso hicieron en mí cuando las escribí, y continúan haciéndolo
cuando se leen. Qué piensan otros de ellas, allá ellos; sin embargo, sé que a muchos
hermanos les han gustado mucho y continúan gustándoles. Tratan de mí desde el libro
primero hasta el décimo; los tres restantes tratan de las Sagradas Escrituras, desde
aquello “En principio Dios creó el cielo y la tierra”, hasta el descanso sabático
(Gen. 21, 2).4
Heidegger no traduce a Agustín, pero introduce glosas que nos orientan en la dirección
de su interpretación. “Los trece libros de mis Confesiones, tanto por mis obras malas como por las buenas [en mi ser, en mi vivir, en mi haber
sido malas y buenas], alaban a Dios justo y bueno…” (Heidegger, 1995: 175-176).5
Veamos, entonces, cuál es la dirección de la comprensión, sus medios y los términos
de la ejecución de la comprensión. El comentario o la exposición [das Referat] no es un nuevo texto que se sobreponga al anterior en términos de más completo,
sino que implica el rodeo (die Umweg), es decir, el «no-camino», en el que el avanzar queda entorpecido y el único movimiento
posible es profundizar; así entendemos la afirmación de Heidegger, según la cual no
hay oposición entre objetivo-subjetivo como validación de procesos: no simple descripción
orientada al objeto ni tampoco efusión de sentimientos. Esto nos da la dirección de
la comprensión.
Así la direccionalidad coordina con los medios: lo que es propiamente discurso o aquello
de lo que se habla, lo que realmente está ahí; se trata del presente de Agustín (deja
atrás su pasado): “Lo que soy en el mismo momento de mis Confesiones” (Heidegger, 1995: 177); la declarada contemporaneidad implica una aproximación y un perfeccionamiento,
que Heidegger lee como conexión entre el signo de la temporalidad agustiniana y el
horizonte del sentido; sin duda, éste es un rastro que nos muestra con claridad el
recorrido de la lectura de Heidegger, pues como dijimos, no traduce, sino que hace
sucesivas compenetraciones del texto: sacar a luz la facticidad de la vida de san
Agustín y mostrar así el «vivir en el mundo».
La ejecución de la comprensión: la alabanza (uno de los sentidos de «confesión») al
Dios justo y bueno en la literalidad del ser dado al mundo y a su comprensión; de
ahí la glosa del giro agustiniano ya citado: “tanto por mis obras malas como por las
buenas [en mi ser, en mi vivir, en mi haber sido malas y buenas], alaban a Dios justo
y bueno” (“et de malis et de bonis meis [in meinem bösen und guten Sein, Leben, Gewesensein]”; las instancias del ser, del vivir, del haber sido malos o buenos recuperan la
identidad y la unidad de la confesión, que se dirige a un Dios de perfección: “justo
y bueno” [iustum et bonum]; nos queda, en el análisis, a contraluz de la vida divina, la pertenencia a la vida
concreta, la profusión de su sentido en el tiempo (Heidegger, 1995: 177).
Aquí queda claro que no hay otra forma de poner atención en el ser humano que no sea
histórica; en efecto, la historia personal no se opone a la perfección de Dios, en
tanto dispone de su libertad; ésta es la vía que abre propiamente a la interpretación.
Esta interpretación -para ser tal- debe constituirse en los términos de una decisión
existencial.
Este acto esencial es el que conduce desde la subjetividad a la ejecución de la comprensión,
pues al ser ejercida contiene y sobrepasa la visión objetivante, que no podía ser
solo dejada de lado sino, en lo fundamental, asumida. Al hacer esto, funda su giro
sobre sí misma y, por ello, la facticidad de la vida de san Agustín no es una tautología
subjetiva (el riesgo permanente del interiorismo y de la interpretación de éste) sino
auto-presencia originaria o unidad de la conciencia en acto (“tanto por mis obras
malas como por las buenas”).
La introducción a la comprensión del Libro X tiene cuatro momentos: a) el encuadre
general del «confesar» (confiteri) y su significado; b) el saber de sí mismo; c) la objetualidad de Dios; d) la esenciadel
alma.
¿Qué sentido tiene confesarse ante Dios, que en su infinita sabiduría todo lo sabe?
En principio, la confesión de Dios, en el sentido que conlleva el genitivo subjetivo,
expresa un detenimiento o pausa e implica que la subjetividad está siempre medida
por la conciencia de sí; en este sentido, subjetividad significa simplemente la aptitud
para abrirse a la posibilidad de captación, como una conciencia que no siempre dispone
de sí; por ello, al ponerse ante Dios, no la niega, sino que la hace patente ante
sí como subjetividad consciente. Se implica, entonces, una objetivación, en tanto
se da en los términos de un hecho que define una determinada intimidad subjetiva-objetiva.
¿Qué significa confesarse ante el prójimo? En principio, un informe, [ein Bericht], sobre el ser ahora, sobre la actualidad de san Agustín, es decir, “dar cuenta de
sí o confesar lo que sabe de sí mismo” (Heidegger, 1995: 178).
La primera fase de la confesión es “Me convertí en un problema para mí mismo” (Conf. IV, 4, 9) [“Quaestio mihi factus sum”] o captación de lo humano; se trata del ir a tientas de la autoconciencia subjetiva,
inadecuada respecto de sí misma y, por ello, percibida como problema o percepción
nítida del despliegue dificultoso propio de la existencia.
En otras palabras, se trata de la intimidad más profunda -hasta aquí- de la subjetividad:
un cierto «modo en que soy», que sobrevuela los contenidos de la experiencia; en este
agudizamiento sobre el mundo de la propia existencia se halla una tendencia originaria
de la vida fáctica (Vélez López, 2014: 37).
Se abre camino así a la “tierra de la dificultad” que Heidegger coordina con “¿Qué
amo, entonces, cuando te amo? (Conf. X: 6, 8) [Quid autem amo, cum te amo?]. Pasamos, entonces, a confrontar al yo en su captación de lo divino. Si bien la
hermenéutica de Heidegger pasa por los contenidos de aquello que vive en Dios y que,
en cuanto tal, es amado por el yo, se detiene breve, pero significativamente, en la
conjunción temporal «cuando» (cum).
En efecto, si la primera persona del presente de indicativo pone en juego la experiencia
de Dios (en el texto latino, san Agustín hace constante referencia a los contenidos
de ver y oír respecto de Dios), le corresponde a la finitud la alabanza: “y sólo desde
ahí, en el «cuando» anuncia el cielo y la tierra la alabanza de Dios, no ciertamente
cuando mi disposición es la de quien está investigando científica y naturalmente”
(Heidegger, 1995: 179).
La alabanza de Dios es justamente lo inverso de buscar inquisitivamente en la naturaleza.
En efecto, el trascender requiere una determinada instancia de no-ser, es decir, el
paso hacia la trascendencia; la limitación de la subjetividad radica en su finitud
de ser.
Sin embargo, no resulta suficiente la limitación para trascender; debe también tener
conciencia de esa limitación: la alabanza de Dios ocupa ese lugar en la interpretación
de Heidegger, en tanto pone a Dios como lo absoluto que se confiesa. En esencia, este
acto de trascender reclama que el yo carezca completamente de aquello que se alaba.
Por ello, la atención de Heidegger se dirige a la unidad que se genera entre ambos
seres: uno finito e intencionalmente encaminado al segundo como su término (pasar
por el mundo físico y prescindir de él) y el otro, el reconocimiento de Aquel que
nos hizo.
Heidegger sigue el recorrido de san Agustín de lo exterior a lo interior, en la formulación
de la pregunta «¿Qué debe inquirir?» Pero más aún en la respuesta que da con la cita
de Agustín («lo mejor es interior»): “¡Preguntar siempre un «cómo»! Bajo un «cómo»”
(Heidegger, 1995: 180, n. 11).6
Si la pregunta está siempre, aunque cada vez de una manera distinta, bajo un «cómo»
y si la realidad es todo lo que no es un yo, esto significa que aquello que no es
un yo no radica tanto en una determinada vivencia de lo otro, sino -más profundamente-
en la diferenciación reflexiva que elabora la subjetividad en su finitud.
Por ello, el correlato entre la superioridad de lo que es interior y el preguntar
en el cómo («bajo» [unter] = lo que subyace al preguntar mismo de la pregunta, lo que no se reconoce como tal
en lo que denominamos, en el párrafo anterior, diferenciación reflexiva) se configura
en la infinitud de su expresión y se confirma en las formas negativas o subyacentes
de lo que se calla en lo que se expresa. La subjetividad pasa a ser, entonces, lo
no limitado, lo que puede ser todas las cosas.
No se trata, claro está, de una lectura de signo aristotélico, cuya atención esté
puesta principalmente en las operaciones cognoscitivas, sino que proporciona la contingencia
de la subjetividad que se explicita en el significado de su expresión.
Como anota Heidegger (1995: 180), no hay un haber sido creado objetivo y luego la nueva dirección de la investigación,
que el autor presenta como «desplazamiento de la pregunta» [die Verschiebung der Frage]: tal desplazamiento se produce bajo la presión de los fenómenos, lo que literalmente
significa para Heidegger: “ya no si Dios es esto o aquello, sino si yo «en ello» =
«con ello» = «viviendo en ello» encuentro a Dios” (Heidegger, 1995: 181).7
¿En qué consiste, para Heidegger, este desplazamiento de la pregunta? En principio,
toma la primera distancia de lo que más arriba ha denominado la tradición griega afincada
en el cristianismo; de ahí el problema de la objetivación también antes mencionado.
Solo referimos lo obvio: encontrar a Dios es saberse viviendo en Él.
Pero tratemos de avanzar en sus consecuencias. En principio, importa comprender el
giro de la cuestión: la concepción agustiniana abandona las distintas experiencias
lúcidamente descriptas y comprendidas en favor de una objetivación que se connota
en la noción de evidente.
En efecto, aquella noción de lo evidente solo puede aplicarse de derecho a lo que
se plantea formalmente como objeto de conocimiento. Heidegger está dando el paso inverso
en su lectura: lo evidente es el vidente en cuanto tal.
Si la auto-evidencia de la subjetividad resulta, en definitiva, su propia evidencia,
entonces, su sentido no es hallable en la reflexión ni en los procesos de conocimiento.
Solo cabe presentarla vivencialmente como tautología no objetivable.
¿Hasta qué punto se puede mentar tal inmediatez? En principio, una tautología no objetivable
no requiere demostración alguna y, por ello, la afirma un juicio inmediato. La tautología
que se pone de manifiesto en estos actos, no es ella misma un juicio, pero -esto es
lo relevante- está conectada a todos los juicios.
Esto pone en marcha el camino de / hacia la memoria. El ponerse de camino [progredi] hacia la memoria debe estar acompañado por la certidumbre de que esta aproximación
está determinada por las relaciones psicológicas que, en cuanto tales, es decir, en
cuanto hábitos de selección y de clasificación, resultan transmitidos por tradición
(Heidegger, 1995: 181).
De ahí la pregunta sintética de Heidegger: “¿cómo abrirse paso y acceder a otra dación
de sentido?” (1995:181) acerca de cómo quebrantar la taxonomía esclerotizada y hallar
otro entendimiento, que sea nuevo (con el sentido aquí elidido de «viviente y verdadero»
por contraposición a la gama de significados del adjetivo «heredado» (überkommen).
Los momentos de la interpretación: el asombro ante la memoria
En la interpretación que sigue de la memoria, Heidegger intenta un primer paso hacia
la superación existencial del orden de las relaciones y del sistema de referencias
objetivo de la psicología. En este punto no nos detendremos fundamentalmente sobre
la síntesis del texto de Confessiones sino, antes bien, en los comentarios que Heidegger suele realizar y colocar entre
paréntesis, luego de una cita o de un análisis.
Lo primero que en el comentario se señala es la falta de continuidad de la exposición
de san Agustín: no hay un todo ordenado linealmente, sino giros y retrocesos, que
buscan ahondar los «enigmas de ejecución» (Vollzugsrätseln) y traer a cuenta contenidos que no habían sido tratados (Heidegger, 1995: 182).
En este sentido, Heidegger coloca entre paréntesis, luego de haber referido la dirección
de san Agustín, lo siguiente: “Lo que Agustín trae a colación como fenómenos concretos
desborda, desde el punto de vista del puro contenido, y atendiendo sobre todo a cómo
explica los fenómenos, en qué nexos y determinaciones fundamentales -como, por ejemplo,
beata vita-, el marco y la estructura del concepto usual” (1995: 182).8
El marco y la estructura del concepto usual [üblichen] quedan desbordados por el texto
de san Agustín; esto es, precisamente, lo que interesa a Heidegger. La noción de vida
feliz constituye el ejemplo referenciado. Intentemos entender el motivo de ello.
La vida en cuanto feliz realiza su propio acto de conciencia y por ello resulta particularmente
activa; la facticidad del yo es radical, pues se pone a sí mismo en el primer plano
del acto de conciencia. En otros términos: el yo se encuentra siendo. Surge así la
vida como verdad absoluta del yo, es decir, la aptitud de la subjetividad para tenerse
a sí misma.
Este nivel, quizá el más hondo, el yo mismo constituido en sí, radica agustinianamente,
en vida feliz, pues la subjetividad está en su propia conciencia y, por ello, es un
hecho (en el sentido latino de factum), es decir, algo que no es pura objetividad, sino fundamentalmente un hacer de su
ser un hecho puro.
Así se presenta san Agustín a Heidegger y por ello desborda la cota de los conceptos
usuales: la continuidad inasible de un momento es más que la explicación conceptual.
Desde el momento que este proceso se transforma en «algo pensado» [cogitatum] que tiene la voluntad de esencializarlo, desaparece para esa subjetividad lo irreductible
del «ser pensante» [cogitans] y queda, como remanente, un pensamiento pensado, objetivado.
“y (los hombres) se olvidan de sí mismos…” […et (homines) relinquunt seipsos] cita Heidegger (1995: 182) a san Agustín, lo que significa que no se admiran de que hablan de ello (las montañas,
el mar, los ríos, los astros), porque de algún modo los habita interiormente; por
esta razón, el lector desprevenido queda desorientado por san Agustín al momento de
realizar una consideración demasiado detallada de la memoria. Por eso, ha dicho antes
el Hiponense -también citado por Heidegger-: “La admiración [stupor] se apodera de mí” (1995: 182).
¿Cómo llegan los objetos no sensibles a la conciencia (ins
Bewußtsein)? (Heidegger, 1995: 184). En esta pregunta no está mentado el proceso en sí, sino su resultado en la
memoria. Por el contrario, al reducir los hechos de conciencia al producto de la materia
se dice, por un lado, que están ligados a procesos fisiológicos, y que, por otro,
son algo diverso de hechos únicamente fisiológicos.
Complementariamente san Agustín se detiene en el correlato de la memoria (o «tener
disponible para»: praesto), es decir, el olvido (oblivio); Heidegger calibra detenidamente la expresión agustiniana: “La memoria por la que
recuerdo, el olvido que recuerdo” (Memoria
qua meminerim, oblivio quam meminerim) (Heidegger, 1995: 188).
Primeramente se siente obligado a defender el modo de expresión, que podría considerarse
un barroquismo: no se trata ni de un juego de palabras ni de sutilezas retóricas;
por el contrario -acota Heidegger- el problema está planteado tan agudamente como
es posible (Heidegger, 1995: 188).
Heidegger considera entonces que praesto est («tener como disponible» ha glosado poco antes) referencia -todavía de manera indiferenciada-
el contenido y la ejecución de la representación (Vergegenwärtigungsvollzug) de memoria y olvido; por ello, el problema se mantiene en reconocer esta co-presencia,
en tanto mantiene en pie la aporía, dado que no pueden convertirse mutuamente y estar
presentes al mismo tiempo: para los que viven el olvido es posible mantenerse sin
representación de ello.
Queda claro que, en esta circunstancia, la pregunta sobre qué es la memoria no es
adecuada, aunque sí tiene un sentido preparatorio; el verdadero problema, el que es
poco factible hallar con este modo de preguntar, tiene que ver con el movimiento de
la memoria, lo que Heidegger intenta determinar como el contenido y como la ejecución
de la representación.
Si la memoria se mueve en la existencia humana, lo que es concretamente, no debe buscarse
en ella misma; su propósito, en efecto, está en su propio existir.
Con la finalidad de desocultar aquellas estructuras, constituye tres niveles de comprensión:
a) el sentido referencial (Bezugssinn), b) su sentido de ejecución (Vollzugssinn), y c) el respecto de qué, la referencia o sentido de contenido (Gehaltssinn). El sentido de ejecución tiene un significado especial pues, a diferencia de la
nóesis husserliana, no pone el acento únicamente en la forma cognoscitiva del acto.
La ejecución (Vollzug) es una expresión que connota cómo se realiza la vida, sin reducirla a los actos
de conocimiento, aunque tampoco excluyéndolos. El sentido de ejecución (Vollzugssinn) tiene una primacía sobre los demás en la medida que determina de qué modo concreto
se realiza la referencia al objeto y cómo éste se hace presente. Los objetos no tienen
un sentido independiente del modo como nos relacionamos o nos comportamos hacia ellos
(De la Maza, 2005: 138).
Heidegger deja abierto el espacio sobre la aporía del olvido (oblivio) con la siguiente cita de san Agustín y dos glosas: “Y entonces (...) estoy seguro
de que recuerdo el mismo olvido [«El tener olvidado»], mediante el cual se oculta
lo que recordamos [«Lo que queremos tener presente»]” (Heidegger, 1995, 189).9
¿Qué se gana con la diversificación de la pregunta? En principio hay así una interconexión
fenomenológica entre «amar»/«buscar» y la representación de los modos subjetivos de
estar ante las cosas, que tiende a hacer comprensible la objetividad en sentido óntico.
Esto sucede por la misma validez de la subjetividad, cada vez que es también considerada
como fenómeno; ello implica que la investigación (el buscar de Heidegger) tiene la
dirección de cada uno de los modos en que aquella subjetividad está dada.
Lo que denominamos vivencia es, en realidad, un conjunto de vivencias en las que se
distingue sucesivamente un antes y un después, pero en la unidad de la corriente.
Es el espacio del mundo vital, tal como lo encontramos en Husserl (el vivir la actitud
vital).
En este propósito de volver relativo todo intento de objetivismo, la subjetividad
se comprende a sí misma como «presencia en sí», como el modo de percibirse ahí. Si
consideramos temporalmente esta relación, hablamos del instante.
Por ello, ¿qué amo? o ¿qué busco? tiene una respuesta inmediata en san Agustín: la
vida feliz. La dirección del buscar se sostiene ahora en una teoría general del acceso
(Heidegger, 1995: 193).
¿A dónde conduce el acceso (der Zugang)? A concretar la pregunta sobre cómo se ha de buscar a Dios; por ello, la pregunta
ha mutado del amar (amare) al buscar (quaerere); «mutar» significa transformarse manteniendo el primer estado, pues el amar está
en el buscar y viceversa, en especial si el objeto es Dios. El centro del discurso
retoma la noción de ejecución (derVollzug).
Este giro implica que Heidegger ha puesto en relación el pasaje ya citado de Conf. (X, 6, 8) con otro del mismo libro, que abre el camino al giro que aludimos; nos
referimos a X, 29: “Cuando te busco, Dios mío, busco la vida feliz. Te busco para
que viva mi alma” (Heidegger, 1995: 192-193).10
En este sentido, Costantino Esposito (2006: 60) señala que buscar a Dios significa
buscar la vida y buscar la vida tiene el significado de una preocupación en torno
a la vida, es decir, aquella inquietud que es la vida misma como angustia.
En el cruce de textos que mencionamos, Heidegger recobra el significado de la vida
feliz (beata vita) a partir de la experiencia del gozo (gaudium); se pone de manifiesto aquí un cambio profundo en la elucidación de lo que significa
experimentar: no alcanzar un conocimiento, sino una identificación en el núcleo del
sujeto en quien se da la experiencia. Así explica Heidegger la condición de expertus, de persona experimentada, que reclama para sí san Agustín (Conf. X, 30), en tanto disfruta de su yo.
Si la vita beata se reconoce en el regocijo del que percibe tal experiencia, entonces, se transforma
en el camino de la alegría [“in
der Weise der Freude”] y el modo en el que existe: “El deleite es el fin de la preocupación” (“delectatio finis curae”) (Heidegger, 1995: 196). Por ello, el estado de tristeza actual no es impedimento para cesar la actualidad
de la alegría, pues la vida feliz [vita beata] no se circunscribe al feliz [beatus], sino que también incluye al desgraciado [miser] en cuanto es el tono en el que existe el existente.
Heidegger se preocupa en dejar claro que no se refiere a estados de ánimo en el sentido
psicológico de la expresión. En efecto, si la felicidad es algo que está disponible
(verfügbar), como el ambiente propio del Dasein y como lo que constituye significativamente su mundo, ésta le es accesible (erreichbar) (Heidegger, 1995: 196).
Ésta es la formalidad de la felicidad; lo que importa, sin embargo, es cómo se la
apropia cada uno, pues en ese momento es real para cada uno. En este sentido, el estado
de ánimo implica que el encuentro con la vida feliz no se limita necesariamente a
ella, sino que se explica como toma de conciencia de ella.
El horizonte de la consideración se transforma en estos términos: si la felicidad
es accesible en cuanto constituye su mundo como un giro sobre sí mismo, entonces,
y de modo enfático, aquella es tautológica y heterológica (el yo sale al encuentro
de algo que no se reduce a él).
El correlato feliz/desgraciado (beatus/miser) significa, en el presente contexto, que el Dasein conserva sus límites al referirse a estas vivencias reflexivamente, en tanto que
objetivarlas resulta, en un sentido concreto, desposeerlas de su carácter originario
de vivencia.
La relación de copertenencia previa a la objetivación es necesariamente imprecisa,
porque es la posición del Dasein ante la totalidad del ser; es evidente que imprecisión no tiene aquí un sentido peyorativo
o descalificador, sino que expresa la posición primigenia del Dasein frente al todo como todo. Para que se pudiera sostener un sentido descalificador
de imprecisión se requeriría que lo puesto en consideración fuese claramente determinado
en su entidad.
La vivencia originaria de quien sale al encuentro de la verdad se expresa en términos
de alegría: allí donde la vida ha salido a nuestro encuentro, justamente allí experimentamos
su verdad. En estas experiencias, en las que no queremos ser engañados, se produce
el encuentro con la verdad.
Si se acepta que un modo de hablar es un modo de pensar, entonces, esta alegría nunca
llega a un modo de «no ser», en el sentido de «no ser ya». La verdad que encuentra
la vida feliz es la propia conciencia de sí y de Dios -“la vida de la vida” (VI, 10)-.
Por ello, el recurso de la alegría le otorga al itinerario un dinamismo que no es
de rígida unidad, sino de una corriente que vuelve al Otro y lo descubre como manantial.
Éste parece el sentido más intenso de la lectura para Heidegger: la memoria coloca
al hombre frente a su propia existencia, haciendo un infinito del horizonte de posibilidad.
Se vincula así la memoria, que rescata la existencia de su propio fluir y que implica
la idea de un tiempo originario, con la felicidad que goza de la verdad y de la propia
verdad. La presentación que san Agustín hace de memoria y de gozo y la personalísima lectura de Heidegger abren una nueva forma de entender
el tiempo (Dias, 2011: 71).
Sin embargo, hay una fragilidad intrínseca de la vida y de la memoria: la verdad puede
caducar o tomar una dirección descendente, (in der Abfallsrichtung) (Heidegger, 1995: 199-201; Dahlstrom, 2010: 268). La alegría está acechada entre el ruido interior de la agitación y el alboroto,
pero el tenue eco que se conserva en la memoria mantiene el reclamo de su existencia
en relación a la verdad.
¿A qué se debe que la auténtica verdad no sea considerada sino odiada, si ésta está
ahí naturalmente dada? La cita poco anterior de san Agustín dice: “Hay todavía un
poco de luz [modicum lumen] en los hombres” (Conf. X, 23, 33) y luego la indicación sobre «un poco de luz»: tiene fundamentalmente un
sentido de ejecución (Vollzugssinn) que se aplica a la experiencia fáctica, es decir, la dirección propia del experimentar
(en el sentido que esto adquiere en la representación de usar o considerar). Éste
es el hilo conductor de su analítica de la facticidad, que, como tal, lo aleja de
la consideración metafísica de la luz, pues se aplica al seguimiento de la vida en
movimiento.
Todo fenómeno vital reside en un cierto impulso que lo delimita; tal delimitación
comprende ese movimiento hacia la realidad que llamamos percepción. Implica un cierto
estado de indigencia en comprender lo que es como tal; éste es el principio y el límite
de la experiencia, que no pertenece propiamente a la esfera de la conciencia, en cuanto
vivencia.
En razón de ello, el giro «mundo propio» (Selbstweltlich) (Heidegger, 1995: 219) es un modo de plantear la experiencia a partir de la actividad que implica la propia
experiencia, antes que del contenido de conocimiento que pudiera expresar (Fischer,
2007: 338).
Consideramos que así se concentra el paso de la fenomenología a la hermenéutica, pues
la pregunta sobre quién sobrelleva estos procesos posibilita el acceso al análisis
de la experiencia vivida.
En la subjetividad como «ipseidad» echa raíces el dónde de la pregunta por el ser.
El sentido de ejecución, al que nos referimos más arriba, se completa y acrecienta
en la sugerencia de Heidegger sobre el sentido de la luz: hilo temático de una filosofía
de la vida inaccesible a la metodología fenomenológica, con el sentido que ésta tiene
en Husserl, porque la habita el problema del sujeto.
En efecto, no se trata de fijar y, consecuentemente, de describir términos que expresan
lo que Heidegger llama objetivar, sino de determinar qué se da en la facticidad del
tiempo; lo que se da no es otra cosa que un momento (caracterizado, por consiguiente,
por la parcialidad y la precariedad), factible de ser reconstruido de manera retrospectiva
al interior de su devenir perpetuo (la totalidad de aquel momento).
Si la fenomenología descansa en que «fenómeno» es «aquello que simplemente se da»,
entonces, este darse se cumple necesariamente en un contexto determinado por el sentido,
es decir, por la confluencia de tendencias y motivaciones.
Se impone la pregunta sobre el sentido: ¿qué organiza o estructura el mundo en que
vivimos? Esta pregunta se desliza sobre dos cuestiones que resultan inescindibles
de ella: a)¿Cuál es el sentido de «origen»? y b)¿Cuál es el origen del sentido? Esta
segunda es la que resulta definitiva en la interpretación que nos ocupa (Villevieille, 2013: 90; Rodríguez, 1997: 28).
La importancia (die Bedeutsamkeit) (Heidegger, 1995: 219) del conjunto de la pregunta radica en que el núcleo de articulación de lo que
se da en el mundo es la vida, según la semántica helénica de vida (zoé). En este sentido concreto, la fenomenología de cuño husserliano va camino a la hermenéutica
de la facticidad o manifestación de la experiencia desde la que se forma un concepto
(León, 2009: 3-4).
Ancla aquí la radicalidad de la dimensión semántica, pues ésta delimita el contexto
de la experiencia originaria. Así como no expresamos lo que es el ser, sino lo que
pensamos de él, queda claro que la facticidad requiere de un lenguaje que represente
de manera creativa y lo más vivencialmente posible los conceptos intuidos en la experiencia.
Esta relación debemos comprenderla siempre de manera provisional, al ser susceptible
de permanente profundización.
Conclusión
En Agustín y el Neoplatonismo , Heidegger se ocupa de desmontar las interpretaciones que, desde distintos puntos
de vista, objetivizan, es decir, abandonan a la irrealidad del desconocimiento su
tema de estudio. Ello no implica retomar una senda subjetivizante, pues sería tan
improductiva como la primera; en efecto, en ambos casos, queda oculta la trama de
la vida efectivamente vivida. Este es el sentido de llevar adelante la crítica a los
autores estudiados y poner en evidencia que, en esos términos, la vida queda fuera
del conocimiento histórico.
Para alcanzar efectivamente este objetivo, el primer paso consiste en considerar «el
sentido del acceso» (Zugangssinn), que abre la discusión de las tres concepciones presentadas en la primera parte
del texto.
En efecto, queda claro que, desde la perspectiva de Heidegger, la historia del pensamiento
presentada a partir de síntesis paradigmáticas no resulta representativa del acontecer
histórico; así, por ejemplo, Agustín y el problema de la cultura cristiana (E. Troeltsch); Agustín
y el descubrimiento de la piedad en el Mundo Antiguo (A. von Harnack) y, por último, Agustín y el fundamento de la realidad absoluta de la experiencia interior (W. Dilthey). Todas ellas expresan un planteo metodológico inadecuado, porque implican
una completa incomprensión de lo que significa «objetividad histórica» (la distinción
verdadero-falso tiene un lugar relativo en la comprensión de la historia).
Por ello, el joven Heidegger se aboca a la captación de las estructuras del ser como
vida fáctica: éste es el objeto de la aplicación del modelo de lectura de Heidegger.
En este sentido, la posibilidad de alcanzar este objetivo radica en la capacidad de
distinguir las categorías conceptuales que constituyen las diversas interpretaciones
culturales y experienciales.
Realizada esta primera precisión, plantea la ejecución del acceso (Zugangsvollzug), que consiste en echar raíces en la vida; la ejecución (Vollzug), en efecto, es el punto de partida de la comprensión; ello implica que la realidad
es resultado de aquella efectuación y que ésta tiene un claro sentido semántico.
Es aquí donde se define la distancia con la metafísica tradicional, pues ésta descansa
en la seguridad de poder descubrir lo constitutivo de la realidad mediante el lenguaje.
Por el contrario, en el sentido que Heidegger plantea la ejecución (der Vollzug), la operación está sostenida en la semántica que el proceso implica. Esto significa,
por un lado, que, en el caso que nos ocupa de san Agustín, el acceso a la vida fáctica
es textual y, por otro, que la puesta en marcha o ejecución del proceso consiste en
interpretaciones que organizan un horizonte de sentido.
Esta dirección tiene dos pasos esenciales: por un lado, el comentario (Das Referat), que no es propiamente un texto más completo en cuanto al sentido, sino un restablecer
para sí la comprensión del texto. Por otro, las glosas o paréntesis en los que Heidegger
reescribe en clave propia el sentido del latín de san Agustín (recordemos que lo declaró
intraducible a causa de su perfección).
Este modo de comentario no implica avanzar en la clarificación del verdadero sentido
sino, por el contrario, un cierto detenerse en el «no-camino» (die Umweg), donde avanzar queda entorpecido. En consecuencia, el único movimiento posible es
profundizar; así entendemos la afirmación de Heidegger de que no hay oposición entre
objetivo-subjetivo como validación de procesos: no simple descripción orientada al
objeto, ni tampoco efusión de sentimientos. Así percibimos también la dirección de
la comprensión.
El tema y el método fueron tratados simultáneamente por el joven Heidegger; el método
queda definido por la vida fáctica. Por ello, una y otra vez surgen los intentos por
responder la misma pregunta: ¿cómo es posible aprehender el fenómeno de la vida sin
hacer uso de las herramientas intelectuales objetivantes de la tradición griega asumida
y transformada por el cristianismo?
Podemos concentrar los distintos accesos que dimos como respuesta, en el presente
trabajo, en estos términos: si el ser de los entes, considerada esta expresión en
sede fenomenológica, es alcanzable como fenómeno, significa que éste se muestra en
su «cómo», al que se accede por vía hermenéutica. Hemos señalado antes que la tarea
de interpretar no es especificar algo en tanto comprendido, sino abrir máximamente
las posibilidades de comprender.
Nuestro aporte consiste en haber señalado que, en la lectura que Heidegger hace de
san Agustín, comienza a mostrarse el camino de la hermenéutica en cuanto permanente
ejercicio de auto-interpretación del estado de cosas, al que se accede en la lectura
de aquel «cómo».
Aquí encontramos claramente subyacentes las intuiciones fundamentales de las estructuras
del Dasein y, con nitidez, desde el punto de vista del método, la fenomenología que transita
hacia la hermenéutica en el ejercicio del «no camino» [die Umweg], uno de los modos de estar en relación con el mundo.