Mi mentor y guía fundamental ha sido la Gramática del Asentimiento de John Henry Newman. La leí en mi tercer año de filosofía (por lo menos las partes
analíticas) alrededor de unas cinco veces y encontré solución para mis problemas.
No estaba del todo satisfecho con la filosofía que se me estaba enseñando, y encontré
la presentación de Newman como algo que cuadraba con la manera en la que yo conocía
las cosas. Fue desde ese núcleo que fui hacia diferentes autores.
Es bien conocido por los estudiosos de la obra de Lonergan que éste reconoció la Gramática del Asentimiento (GA) de Newman como su influencia fundamental y su guía filosófica. En este trabajo,
analizo dicha influencia en la principal obra filosófica de Lonergan: Insight:
Estudio sobre la comprensión humana. La influencia principal de la GA es lo que Newman llamó «sentido ilativo».2 Aunque, como trataré de mostrar, Lonergan recoge con mucho detalle el sentido ilativo
en los capítulos centrales del Insight dedicados al análisis del papel del juicio en el conocimiento,3 lo curioso es que este concepto no aparece en el Insight, ni tampoco el nombre de Newman. Mi propósito no es únicamente histórico, sino que,
como considero vigente la propuesta de Lonergan, trato de mostrar la pertinencia de
la propuesta de Newman.
Una breve indicación del libro Insight
Bernard Lonergan (1904-1984), canadiense, jesuita,4 sobre todo fue un profesor de teología dogmática que hizo notables colaboraciones
a la filosofía y a la economía. Es en torno a estos tres ejes disciplinares que gira
su producción bibliográfica. Sus dos libros más importantes son el Insight, publicado en 1957, y Method in Theology (MT), publicado en 1971.
Es muy difícil hacer una presentación, aunque sea somera, del libro Insight, sin traicionar el espíritu pedagógico de la obra, que pretende guiar al lector a
un aprendizaje real y no meramente nocional, de algo que le parece a Lonergan ser
el centro de cualquier postura filosófica. Hay un núcleo de problemas que están entretejidos
de modo esencial y, aunque solemos separarlos, son el corazón del misterio. Da lo
mismo por dónde se empiece, siempre que se recorra todo el camino: “Al construir un
barco o una filosofía, se tiene que recorrer todo el camino; un esfuerzo que por principio
es incompleto equivale a un fracaso” (Lonergan, 1999: 15). Entre los problemas del conocimiento y los problemas de la realidad, entre epistemología
y metafísica, hay una estrecha interpenetración. Insight quiere llevar a ese núcleo esencial, pero propone comenzar por algo anterior a la
metafísica (filosofía antigua), y a la epistemología (filosofía moderna). En la introducción,
se señala que el libro responde a dos preguntas que dan lugar a las dos grandes partes:
“La primera parte se refiere a la pregunta: ¿Qué sucede cuando estamos conociendo?
La segunda parte, pasa a la pregunta: ¿Qué es lo que se conoce cuando eso sucede?”
(Lonergan, 1999: 25). Lonergan propone, por motivos pedagógicos, que el lector se pregunte primero qué
es lo que hace cuando conoce, y que después responda a las grandes preguntas sobre
el fundamento del conocimiento y el universo del ser que se conoce cuando uno conoce.
Lonergan encontró un cierto conceptualismo en la formación filosófica que recibió
de sus profesores suarecianos, a quienes no obstante se refiere elogiosamente por
su preparación y responsabilidad. Muchos de quienes hemos vivido esto y hemos clamado
por un sistema conceptual sólido, que resista a la más extravagante duda de cualquier
escéptico, una y otra vez nos hemos topado con nuevas sutilezas que derrumban lo que
se creía seguro. El fundamento no es ningún sistema conceptual. Ni siquiera la lógica
misma. Del Insight y de la GA, podemos decir con Pierre Hadot (2006) que se tratan de textos que son una suerte de ejercicios espirituales. Tal vez no
sobre el examen de todos los fundamentos. Pero sí sobre uno de ellos, que es muy importante
respecto a otros: el auto examen del sujeto cognoscente. Insight da prioridad pedagógica a la explicitación de las capacidades que tenemos como sujetos
y al reconocimiento de sus criterios normativos. Lonergan señala que fue Newman quien
le hizo darse cuenta de la prioridad de lo existencial.5
Lonergan llamó en Insight «método empírico generalizado» y «método trascendental», en MT, a un esquema de operaciones intencionales que se pretende que existen y son ejercidas
por todo ser humano y, por tanto, están presentes en todas las culturas y en todas
las disciplinas cognoscitivas. Emplea la palabra «trascendental», por una parte, con
cierto sentido kantiano: tales operaciones son condición de posibilidad necesaria
y universal del conocimiento; son a priori, pero no como un contenido cognoscitivo que de algún modo ya estuviera con anterioridad
a la experiencia, sino en el sentido, ya presente en Aristóteles y santo Tomás, de
que en su funcionamiento se orientan siempre hacia un objeto, o mejor dicho a un objetivo.
Pero también son trascendentales en el sentido escolástico, en el que se aludía a
las nociones «singularísimas», como el «ser» o la «unidad», que están más allá de
las determinaciones categoriales y que, más que llamarles «universales», deberíamos
llamarles «universalísimas», pues penetran y subyacen a todo contenido conceptual.6
Tales operaciones se ejercen de modo implícito en el ejercicio del proceso cognoscitivo
de todos los seres humanos. El método empírico generalizado busca hacer explícito
lo que todo mundo ya siempre ha conocido, por haberlo ejercido. Lonergan no pretende
tener ninguna originalidad en su descubrimiento. Las operaciones ya han sido advertidas
por grandes maestros del método empírico generalizado, entre los que sin duda debemos
mencionar a Newman. Lonergan se atribuye el mérito de poner en una sola perspectiva
lo que otros fueron tematizando. Las operaciones de este esquema tienen dos propiedades:
son intencionales, ya que el sujeto se percata de algo, y son conscientes, ya que
el sujeto se percata de sí mismo al realizarlas. Se pueden agrupar en cuatro niveles
de consciencia o de intencionalidad, que son: 1) el nivel de experimentar: ver, oír, oler, tocar, gustar; 2) comprender: preguntar,
imaginar, inteligir, concebir, formular; 3) juzgar si lo comprendido es correcto o no: deliberar, ordenar y ponderar la evidencia,
juzgar; 4) planear y decidir sobre planes de acción. En el Insight, se explicitan los tres primeros niveles de consciencia por ser los que están involucrados
en el conocimiento, de modo que si conocer es experimentar, entender y juzgar, conocer
el conocimiento será duplicar la estructura, es decir experimentar (1’) lo que uno hace cuando experimenta, entiende y juzga. Este paso es la experiencia
interna, la consciencia, y ya lo ha ejercido todo mundo, aunque no es tan sencillo
explicitar en qué consiste; para ello hay que dar los pasos más difíciles, comprender
(2’) la experiencia de uno al experimentar-entender-juzgar, y (3’) juzgar si lo comprendido en (2’) es correcto o no. La explicitación de estas operaciones, de su estructura, debe
ayudar sobre todo a poner de manifiesto con claridad los criterios normativos inmanentes,
llamados por Lonergan «preceptos trascendentales», que guían a cada nivel de consciencia,
a saber: «Sé atento», «Sé inteligente», «Sé razonable», «Sé responsable».
Un segundo énfasis en la pedagogía del método empírico generalizado es reconocer que
somos conscientes de diversas maneras. El flujo de nuestra consciencia se orienta
hacia distintos intereses o fines (patterns of experience). El primero de ellos es el biológico, dominado por el interés de sobrevivir, evitar
el peligro, buscar el alimento, fortalecer la propia vitalidad. Tenemos el patrón
práctico o de sentido común, en el que nos ocupamos de solventar de la mejor manera
los asuntos de la vida diaria. Está el dramático, en el que nuestra preocupación es
el reconocimiento y aceptación de otros. Están los patrones de la gratuidad, que son
poco frecuentes, pero muy importantes por su intensidad: el estético, el intelectual
y el religioso. Es el patrón intelectual de experiencia, animado por el deseo puro
de conocer, el protagonista central del Insight: Todos los patrones son parte de la riqueza de la vida humana y cada uno tiene su
propio criterio normativo, pero la propuesta de Lonergan es que la teoría debe hacerse
con la prioridad y los criterios del patrón intelectual; la filosofía debe confinarse
a éste y ser fiel a sus exigencias normativas y, por ello, tiene que advertir la mezcla
e interferencia de los criterios de un patrón en otro, que generan confusiones en
el sujeto polimórfico. Uno de los principales conflictos se da entre el patrón biológico,
que por su exigencia normativa de sobrevivir, opera con la noción de que lo real es
lo que «está-ya-ahí-ahora-afuera-realmente». Este criterio va a chocar con el criterio
del patrón intelectual de experiencia, para el cual las cosas reales no son los bultos
que están ahí afuera, sino lo que es unidad-identidad-totalidad. Del patrón intelectual
se desprenderá el criterio de que para llegar a conocer lo realmente real debemos
aprender inteligentemente los datos de la experiencia y afirmarlos razonablemente.
Lonergan señala desde la “Introducción” que algo crucial en la autoapropiación de
la propia estructura dinámica cognoscitiva es descubrir que hay dos realismos: uno
que opera en el sujeto de modo espontáneo y, por eso, se le puede llamar «ingenuo»,
muy cercano al materialismo; y otro, que pasa por el idealismo, pues descubre la centralidad
de la consciencia empírica, inteligente y razonable, pero va más allá, y su descubrimiento
pleno produce una extrañeza desconcertante (startling strangeness), una conversión del horizonte de lo real, pues ya no se trata ahora de echar un
buen vistazo a lo que está ahí afuera, sino de ser fiel a la búsqueda de la verdad.
El “incansable dinamismo veritativo” (Sánchez Leyva, 2013: 490) de Newman, así como el cambio que experimentó san Agustín al descubrir que «real»
no significa ser un «cuerpo», son ejemplos privilegiados de dicha conversión intelectual.
En la pedagogía del Insight importa mucho comprender lo que es comprender -ocho largos capítulos, de los veinte
del Insight, se destinan a tal fin- pues, por la influencia del patrón biológico, aunque entendamos
correctamente, solemos pensar que entender es tener una especie de foto de lo que
«está afuera». Sin embargo, entender no es conocer. Una teoría brillante, inteligente,
no necesariamente es verdadera. Por eso siguen los capítulos nueve y diez, dedicados
a que el lector trate de entender lo que hace cuando juzga si algo ya comprendido
de hecho, lo es en efecto, o no; qué es lo que sucede en nosotros cuando asentimos
a una proposición, cómo podemos saber si es verdad o no, si nunca podremos salirnos
fuera de nosotros mismos a echar un buen vistazo a lo que está allá afuera: es aquí
donde va a brillar como un faro lo que Lonergan leyó tan cuidadosamente de su mentor
y guía.
Con todo, no basta con entender lo que es juzgar. Hay que juzgar si es verdad que
uno conoce al experimentar, comprender y juzgar y a ello se dedican los capítulos
centrales del Insight, que son el once, el doce y el trece, en los que se pide al lector que juzgue si
en efecto conocer es aprender de manera inteligente los datos de la experiencia y
afirmar razonablemente lo que uno ha entendido. Se trata de que el lector descubra
en él mismo el sentido ilativo, la capacidad que existe en todo ser humano, y no sólo
en el científico, o en el ilustrado, de llegar a la verdad, de aprender algo no de
modo probable, o nocionalmente, sino de modo real, incondicionalmente.
La presencia inombrada del sentido ilativo de Newman
El capítulo diez investiga el fundamento inmediato del juicio y lo encuentra en la
aprehensión del incondicionado virtual, una idea que fue precedida en mi pensamiento
por cierta familiaridad con el sentido ilativo de Newman. Es diferente del realismo
ingenuo y de la opinión empirista, la cual considera a la verificación como un asunto
de atender a los datos, y no como una tarea de encontrar los datos que encajen con
una hipótesis. Y difiere, además, por supuesto, de la vieja noción de que juzgar es
un asunto de comparar conceptos y descubrir que uno implica al otro (Lonergan, 1974: 273).7
Los lonerganeanos estudiosos de la relación entre Lonergan y Newman han hecho magníficos
trabajos reconstructivos de cómo llegó Lonergan a su noción del juicio a través de
la GA.8 Lo extraño es que en el libro Insight no aparece el nombre de Newman. Es muy llamativo que entre los seis nombres que menciona
en la “Introducción”, como hilos conductores de las piezas que el Insight pretende ensamblar en una sola perspectiva, no aparezca Newman.9 Lonergan dijo en una entrevista posterior que lo omitió porque debía de explicar
qué dijo Newman y no quería hacer eso. Por ello algunos trabajos pioneros como el
de George S. Worgul (1977) se ocuparon de mostrar el grado en el que se da esta influencia. Worgul nota muy
agudamente que, desde el inicio del Insight, hay una velada pero muy fuerte referencia a la GA.10 En la “Introducción”, Lonergan describe su trabajo como: «ensayo en ayuda de la autoapropiación»
(«essay in
aid of self- appropriation»). El contexto en el que usa la expresión en la “Introducción” es para justificar que
haya decidido comenzar con los ejemplos de intelecciones de la física y la matemática,
por su ventaja psicológica de que en ellos uno entiende claramente cuando ha entendido.
Explica cómo en el tema de la verdad el problema es más bien psicológico, y no tanto
lógico, pues en la aprehensión de la verdad se involucra la totalidad de la persona:
“He venido insistiendo en la seriedad de los motivos que me condujeron a comenzar
este ensayo en ayuda de la autoapropiación por un examen de la física matemática”
(Lonergan, 1999: 25).
En las notas editoriales a la versión del Insight en las Collected
Works, Fred Crowe señala que el subtítulo del escrito que fue mecanografiado para enviarse
a la editorial, rezaba: «Un ensayo para coadyuvar a la apropiación personal de nuestra
propia autoconsciencia racional» («An Essay in Aid of Personal Appropriation of One’s Own
Rational Self-Consciousness»), pero que fue cambiado en el proceso de publicación hasta llegar al subtítulo actual
(Lonergan, 1992: 775), que hace pensar en el Ensayo sobre el entendimiento humano (An Essay
Concerning Human Understanding) de John Locke. Pero, aunque el Essay de Locke está muy presente en Newman, lo está con importantes diferencias filosóficas,
el título de la GA guarda un parecido con el de Locke, sobre todo en lo que toca al carácter retórico
del mismo,11 de modo que tenemos tres Essays relacionados, aunque en el de Lonergan finalmente acabara apareciendo la expresión
«A Study».
En el epílogo, Lonergan vuelve a usar en dos ocasiones la misma expresión («An essay…»). En la primera, hablando de que el Insight se ha tratado de mantener en un plano estrictamente filosófico, dice que el último
capítulo sobre el problema del mal pide que el punto de vista alcanzado en Insight se abra a un punto de vista superior, teológico, al cual el propio libro puede contribuir.
Es interesante que la cita mencione la posible contribución a la apologética, lo cual
lo acerca a la GA que pretende mostrar la razonabilidad de la fe religiosa:12
Hemos venido preguntando si nuestro ensayo para coadyuvar a la
apropiación personal de nuestra propia autoconsciencia racional puede poseer alguna significación para la teología, y hemos mencionado cierto número
de contribuciones potenciales, aunque remotas, a la apologética y al método de la
teología (Lonergan, 1999: 849, énfasis mío).
La segunda alusión, la encontramos en un contexto diferente. Lonergan presenta sus
estudios sobre el verbum en Tomás de Aquino, como algo que está en estrecha relación con el Insight y señala que incluso podrían haber sido presentados en un solo libro.13
Por eso, mis investigaciones detalladas sobre el pensamiento del Aquinate acerca de
la gratia operans y del verbum han continuado en el presente ensayo para coadyuvar a una apropiación personal de
nuestra propia autoconsciencia racional. Sin duda, habría sido mejor si hubiese podido satisfacer en una sola obra a quienes
buscan citas abundantes de santo Tomás y a quienes desean un sistema de pensamiento
elaborado de manera independiente. Pero quizá me excusen quienes tienen suficiente
energía para leer tanto mis estudios históricos como el presente libro, pues pienso
que estarán de acuerdo en que cualquiera de estas tareas es de por sí bastante difícil
y compleja (Lonergan, 1999: 854-855, énfasis mío).
En el Verbum (1997), se distingue el acto de intelección (insight),14 del acto de concebir, lo cual alude a la doctrina aristotélica de los dos entendimientos.
Para llegar a tal posición, Aristóteles y Santo Tomás debieron haber practicado el
método empírico generalizado que en el Verbum es llamado «psicología introspectiva»; pero, como el control de los significados
es ejercido desde la metafísica, dice Lonergan que ambos practicaron un método que
no tematizaron.
Otro hallazgo del Verbum consiste en su distinción entre «comprender» y «juzgar», el segundo nivel de operaciones
conscientes del tercero. Hay dos sentidos de «intelligere» en Santo Tomás, y el reflexivo no es una mera comparación de conceptos, como muchos
manuales señalaban, sino algo muy cercano a lo que enseñó Newman: “En el presente
capítulo la pretensión será que el intelligere del cual el juicio procede es un acto de entender reflexivo y crítico, no muy diferente
del sentido ilativo de Newman” (Lonergan, 1997: 60).15 Permítaseme sugerir que, sin la GA, Lonergan no hubiera llegado a este capital descubrimiento hermenéutico.
La noción de «juicio» en el Insight
El capítulo nueve del Insight se llama “La noción del juicio”. Es el capítulo más breve. En él se expone que experimentar,
entender y juzgar forman una estructura. No se puede entender sin datos de experiencia
y sin preguntas, del mismo modo que no se puede juzgar lo que no se ha entendido.
Cada uno de estos niveles aporta algo propio: la experiencia nos proporciona los datos
del conocimiento; los conceptos son la inteligibilidad de los datos, las relaciones
que se aprehenden entre los datos; pero es en el juicio donde hay un incremento total
en el conocimiento, pues sin el juicio tendríamos ideas, posibilidades, pero no aprehensión
de lo real.
En el juicio estamos en el tercer nivel de operaciones conscientes. Así como pasamos
del primero al segundo nivel preguntando «¿Qué?», «¿Por qué?», «¿Cómo?», «¿Quién?»,
pasamos al tercer nivel preguntando si eso que ya entendimos de verdad es así. Se
procede, entonces, a ordenar y ponderar la evidencia, la operación más prolija de
este tercer nivel. En algunos casos, se llega a juzgar si en efecto lo que se había
comprendido es así o no.
Una idea del capítulo nueve muy cercana a Newman, es que el juicio es un compromiso
personal. Yo no soy responsable de los datos de experiencia, pues son dados. Es verdad
que puedo tratar de poner atención a ellos, pero no son propiamente mi responsabilidad.
Tampoco lo soy respecto de las preguntas que surgen, ni mucho menos respecto de las
intelecciones. La primera de cinco características de la descripción que se hace del
insight, es que, de llegar, llega de repente e inesperadamente y sabemos, penosamente, que
muchas veces más bien no llega. Tampoco soy responsable de la manera de conceptualizar
lo que entendí, pues eso es parte de mi lenguaje, mi formación, mi herencia cultural.
Pero de afirmar que algo es así, sí que soy responsable, pues perfectamente podría
haber dicho: la verdad es que no sé, no tengo evidencia suficiente para afirmar eso
y, sin embargo, nos dice Lonergan, citando a La Rochefoucauld: “Todo mundo se queja
de su memoria, pero nadie de su juicio”. Escuchemos a Newman:
Por tanto, en lo que se refiere a raciocinios concretos, nos vemos en gran parte forzados
a volver a aquella situación de la que la lógica prometía sacarnos. Hemos de juzgar
por nosotros mismos, según nuestras propias luces y nuestros principios. Nuestro criterio
de la verdad es, no tanto la manipulación de proposiciones, cuanto el carácter intelectual y moral de la persona que las mantiene y el efecto último y silencioso que sus argumentos o conclusiones ejercen sobre nuestra
mente (Newman, 2010: 250, énfasis mío).
Otro punto en el que se advierte la influencia de Newman es sobre cierto aspecto paradójico
del juicio, en tanto que cada juicio alude, necesariamente, a un contexto de juicios.
Afirmar que escribo este texto en mi cubículo, está relacionado con los juicios de
que existe algo que llamamos cubículo, el que afirma que presionar teclas es escribir,
el que señala que existen las computadoras, etcétera. El juicio como incremento total
se basa en nuestro conocimiento habitual, que no se va a hacer explícito en el momento
de juzgar sobre algo específico; al contrario, si quisiéramos explicitarlo, nos sería
imposible poder precisar el detalle.
Pero, además, nuestro conocimiento es dinámico en otro sentido. Es inevitablemente
habitual. Pues no podemos hacer sino un solo juicio a la vez, y un solo juicio no
puede hacer que todo lo que conocemos llegue a la luz plena del conocimiento actual.
Un juicio puede ser muy comprehensivo y atestiguar así la profundidad y amplitud de
nuestras perspectivas. Puede ser muy concreto y revelar así nuestra aprehensión de
matices y detalles. Mas no puede ser a la vez comprehensivo y concreto. Todo lo que
conocemos está de alguna manera en nosotros; está presente y es operativo en nuestro
conocimiento; pero está oculto tras bambalinas, y no se revela sino en la exactitud
con la cual se efectúa cada incremento menor en nuestro conocimiento (Lonergan, 1999: 342).
En su gran mayoría, ese conocimiento habitual está compuesto por creencias, es decir
afirmaciones que aceptamos como verdaderas, perfectamente razonables, pero de las
que no tenemos nosotros, por nosotros mismos, la evidencia de su verdad; pero lejos
de ser éste un obstáculo para el conocimiento, por el contrario, es su condición de
posibilidad.
El incondicionado virtual
En el capítulo diez del Insight, “La comprensión refleja”, se profundiza en la comprensión de las operaciones que
intervienen en el juicio y, además, se advierte que hay diferentes tipos de juicios,
en gran medida porque hay diferentes contextos o campos semánticos. No es lo mismo
la verdad de un juicio matemático que la de un juicio de la física o de uno de sentido
común. Juzgar es afirmar que uno tiene evidencia para decir que algo es así. Sin la
evidencia, estamos adivinando y no querer asentir cuando algo es evidente es una insensatez.
El capítulo diez analiza, pues, cómo se pesa esa evidencia.16
Dijimos que la primera operación para juzgar es preguntarse si es verdad o no lo que
uno entendió. Esto significa preguntar si uno tiene la evidencia para afirmar que
lo comprendido («juicio prospectivo»), es o no algo incondicionado, o solo depende
de que así lo queramos ver. Cuando nos preguntamos si es así o no, procedemos a reflexionar
sobre nuestros datos de experiencia, nuestras preguntas orientadas a entender, nuestros
conceptos y formulaciones. Ordenamos la evidencia y, sobre todo, la ponderamos. Es
decir, nos preguntamos si tenemos todos los datos, si los observamos bien, si son
pertinentes, si son coherentes las ideas que tenemos sobre ellos unas con otras, etcétera.
La pregunta operante es qué condiciones tendría que satisfacer el prospecto de juicio
para poder afirmar que es así, y no tan solo que así se me ocurrió. “Captar que la
evidencia es suficiente para un juicio prospectivo es aprehender el juicio prospectivo
como virtualmente incondicionado” (344).17 Un incondicionado virtual se distingue de uno formal, algo o alguien que de suyo
no tuviera ninguna restricción ni condición en su modo de inteligir, lo que obviamente
no es nuestro caso. Para nosotros, un juicio verdadero es un juicio que si bien tenía
condiciones, se hizo incondicional por el proceso, por la fuerza (virtud) de satisfacer
las condiciones: “Un incondicionado virtual comporta tres elementos, a saber: (1) un condicionado, (2) un nexo entre el condicionado y sus condiciones, y (3) el cumplimiento de las condiciones. Por tanto, un juicio prospectivo será virtualmente
incondicionado, si (1) es el condicionado, (2) sus condiciones son conocidas y (3) las condiciones se cumplen” (344). Todo juicio verdadero es algo absoluto, incondicional.
No es así “para mí”. Es así, y punto. No era incondicional. Fue la comprensión refleja
la que lo transformó de juicio prospectivo y condicionado “al estado de incondicionado
virtual; y la comprensión refleja consuma esta transformación al aprehender las condiciones
del condicionado y su cumplimiento” (344).18
La inferencia deductiva es un ejemplo de este esquema general de la comprensión refleja.
En el modus ponens, decimos: Si A, entonces B; Es así que A; Luego, B. La premisa mayor vincula al condicionado
B con sus condiciones A. La menor, afirma que se cumplieron las condiciones y, por
tanto, que la conclusión es incondicionada. “La función, por tanto, de la forma de
la inferencia deductiva es mostrar una conclusión como virtualmente incondicionada.
El acto de intelección refleja aprehende la estructura y, por coerción racional, se sigue el juicio” (345, énfasis mío). Sin embargo, “la inferencia deductiva no
puede ser el ejemplo básico del juicio, pues presupone que otros juicios son verdaderos”
(345).19 Es sólo una ilustración.
La forma del acto mismo de intelección refleja es mucho más general que la forma de
la inferencia deductiva. Si ha de haber una deducción, el nexo entre el condicionado
y sus condiciones debe ser un juicio y el cumplimiento de las condiciones debe ser
otro juicio. Ahora bien, los juicios son los productos finales del proceso cognoscitivo.
Antes de que el nexo entre el condicionado y las condiciones se presentara en el acto
de juicio, ya existía
en un estado más rudimentario en el proceso cognoscitivo mismo. Antes de que el cumplimiento de las condiciones se hiciera patente en otro acto
de juicio, ya estaba también presente en un estado más rudimentario en el proceso
cognoscitivo. El hecho notable acerca del acto de intelección refleja es que puede
valerse de esos elementos más rudimentarios del proceso cognoscitivo para alcanzar
el incondicionado virtual (Lonergan, 1999: 345, énfasis mío).
Está hablando Newman más que Lonergan, o mejor dicho está hablando Newman con los
términos de Lonergan. En el proceso cognoscitivo, está inscrito en forma rudimentaria
la manera de establecer el nexo entre condicionado y condiciones, y la manera de saber
si se alcanzaron éstas o no. Por eso comienza Lonergan su análisis con los juicios
fácticos concretos: los juicios que el hombre de la calle ejerce desde siempre. El
ejemplo que encontramos no es: «El Reino Unido es una isla», sino el hombre que regresa
del trabajo a su hogar, encuentra las ventanas destrozadas, humo en el ambiente y
charcos en el suelo, y entonces emite el juicio fáctico extremadamente limitado «Algo
pasó». Lonergan muestra cómo hay un nexo entre las presentaciones sensibles al momento
de llegar y las que recuerda al salir, cómo está operando en él la noción de «cosa»
como algo que permanece en el tiempo, pero que, si presenta propiedades diferentes,
es debido a un cambio. Sin embargo, los señalamientos del tipo anterior, son juicios,
dice Lonergan, y “antes, empero, de ser o bien enunciados o bien juicios, existen
como estructuras o procedimientos no analizados, inmanentes y ejercidos en el proceso
cognoscitivo” (347).20 Una gran cantidad de presentaciones, de ideas, de situaciones, quedan integradas
en el juicio: «Algo pasó». El ejemplo nos muestra que “el nexo entre el condicionado
y las condiciones que han de cumplirse es una estructura inmanente y operativa en
el proceso cognoscitivo. No es un juicio. No es un conjunto formulado de conceptos,
como lo es una definición. Es sencillamente una manera de hacer las cosas, un procedimiento
dentro del campo del conocimiento” (346).
Tales juicios fácticos se basan en intelecciones sobre situaciones concretas. «Intelección»
porque, si bien suponen el procedimiento analítico de ordenar y ponderar la evidencia,
hay un momento sintético en el que se aprehende que ya se alcanzó la suficiencia de
la evidencia. Los insights forman conglomerados unos con otros, de tal modo que unos llevan a diversas preguntas
relacionados con otros. De aquí surge una distinción con la que operamos espontáneamente:
hay intelecciones vulnerables e invulnerables.
Las intelecciones son vulnerables cuando todavía quedan más preguntas por hacer sobre
el mismo asunto. Pues las nuevas preguntas conducen a nuevas intelecciones, las cuales
ciertamente complementan la intelección inicial, modifican en mayor o menor grado
su expresión y sus implicaciones, y tal vez lleven a un parecer enteramente nuevo
sobre el asunto. Pero, cuando ya no hay más preguntas, el acto de intelección es invulnerable.
Pues sólo mediante nuevas preguntas es como surgen nuevas intelecciones, que completan,
modifican o revisan el punto de vista y la explicación iniciales (Lonergan, 1999: 349).
Mas no se trata de que ya no haya preguntas ulteriores posibles, sino de que no haya
preguntas ulteriores pertinentes posibles. Lonergan se sitúa en su epistemología entre
la búsqueda de la certeza tipo Descartes, que pediría que ya no haya preguntas ulteriores
posibles, y las diversas formas de escepticismo, que señalarían que siempre habrá
preguntas ulteriores y nunca se llega a un fin. Tampoco se trata de que ya no se me
ocurran preguntas ulteriores a mí, sino que ya no las haya. Por ello, se involucra
la responsabilidad personal en el juicio, lo que podríamos denominar «la razonabilidad»,
la prudencia del justo medio, entre el que, a las primeras de cambio afirma que algo
es así, y el indeciso que, a pesar de tener la evidencia para afirmar algo, se muestra
vacilante. No puedo ahora entrar en mayores detalles epistemológicos, lo que quiero
señalar es que Lonergan está siguiendo a Newman, al afirmar que el procedimiento cognoscitivo
que opera es espontáneo, rudimentario si lo comparamos con la lógica formal; es auto-correctivo
y, lo más importante: en muchas situaciones, llega a un fin. Tal vez sea en esta afirmación
en la que se encuentra la influencia más profunda de Newman sobre Lonergan. Es decir,
que somos capaces de hacer juicios verdaderos, que somos capaces de llegar a lo incondicionado,
a lo absoluto.21
No está de más aclarar que lo absoluto del juicio verdadero no significa que sea exhaustivo,
en el sentido de que uno conociera todo de todo. El juicio, dice Lonergan, es un compromiso
limitado, lo que significa que su validez es solo respecto a lo que se ha preguntado
y se ha comprendido. Por supuesto que no basta con estos juicios fácticos; sin duda,
revisten mucha importancia los juicios científicos, basados en generalizaciones, o
en la búsqueda de leyes universales. Está, también, la complejidad de la verdad de
los juicios matemáticos y de otras formas lógicas de los juicios, como las tautologías,
pero todos ellos tienen como fundamento la estructura dinámica cognoscitiva que se
ejerce en el hombre de la calle, en el «mixe» y en el scholar de Harvard. En el caso de Newman y Lonergan, es fundamental para su retórica que
su lector (es decir, yo) aprenda esta racionalidad, esta coerción, esta fuerza racional
como algo inherente en él (en mí), tan subjetivo como los deseos y los temores, y
que descubra, por tanto, que la objetividad del conocimiento no solo no es algo contrapuesto
a la subjetividad, sino que tiene a ésta, a la consciencia, como su fundamento.
La autoafirmación del sujeto cognoscente
El capítulo once del Insight le propone al lector que ejerza un juicio del cual puede estar absolutamente cierto.
Es el juicio con sabor cartesiano que afirma yo soy un sujeto cognoscente. Es un juicio
privilegiado, en el sentido de que en muchos juicios yo no dispongo de los datos relevantes.
Pero, en el juicio que dice que soy un sujeto cognoscente, el elemento clave son los
datos de consciencia, por los que no solo experimento el rojo o lo frío, sino que
experimento que soy una realidad consciente de manera empírica, inteligente y racional.
El primer paso del método empírico generalizado explícito, ya todo mundo lo ha dado.
La experiencia, sin embargo, no es conocimiento. Para afirmar que soy un sujeto cognoscente
tengo que entender lo que es experimentar, entender y juzgar. Tengo que entender que,
además, soy una unidad.
Lonergan ha dedicado diez capítulos, casi cuatrocientas páginas, a que el lector trate
de entender los rasgos fundamentales de lo que es entender (capítulos uno al ocho)
y juzgar (capítulos nueve y diez). Pero ahora el asunto es juzgar si es verdad que
soy un sujeto cognoscente, deliberar si puedo realmente afirmar que de ese juicio
he satisfecho las condiciones, y si tengo o no una intelección invulnerable sobre
el hecho de que soy un sujeto cognoscente. Por supuesto, me doy cuenta de que ignoro
muchos detalles de cómo se da la consciencia, cómo es que soy una unidad compleja
que incluye propiedades físicas, químicas, celulares, psíquicas, intencionales, culturales.
Pero no puedo afirmar que no soy una unidad sin contradecirme. No puedo afirmar que
no tengo experiencia sin contradecirme. Es verdad que también de la comprensión ignoro
cantidad de cosas, pero no puedo decir que no soy inteligente, ni racional sin caer
en una contradicción «performativa» -perdón por el anglicismo- una contradicción entre
lo que se afirma y lo que hace posible la realización de la afirmación.
Con todo y el sabor cartesiano que pueda tener este capítulo once, sería completamente
equivocado leerlo así. Lonergan jamás ha pretendido buscar una proposición que le
sirva de fundamento para su sistema. No está intentando responder la pregunta de si
en verdad conocemos. El punto de partida ha sido el lector, tal como de hecho ya es,
un sujeto cognoscente. La primera pregunta fue: «¿Qué es lo que tú, lector, haces
cuando conoces?» La autoafirmación del sujeto cognoscente del capítulo once trata
de mostrar al lector con un ejemplo real lo que el capítulo diez trataba de mostrar
con el ejemplo ficticio del hombre que llega de trabajar para encontrar su casa desarreglada.
El procedimiento se podría también ilustrar tipo Moore, diciendo: «Aquí está mi brazo
derecho», o con otros juicios más complejos. Pero en la autoafirmación del sujeto
cognoscente, los datos pertinentes me son perfectamente accesibles. Es un ejemplo
privilegiado porque además muestra cómo este proceso dinámico está operando y por
ello caería en una contradicción si lo quisiera negar.
Con todo, si bien la consciencia racional puede criticar el logro de la ciencia, no
puede criticarse a sí misma. El espíritu crítico puede sopesar todo lo demás en la
balanza, con la sola condición de no criticarse a sí mismo. Es una espontaneidad autoasertiva,
que exige una razón suficiente para todo lo demás, pero no ofrece justificación de
su exigencia. Surge, al modo de los hechos, para generar un conocimiento de los hechos,
para impulsar el proceso cognoscitivo de las estructuras condicionadas del ejercicio
de la inteligencia a la afirmación sin reservas del incondicionado. […] Eso no es
todo, pues yo estoy involucrado en ello, empeñado, comprometido. La disyuntiva entre
la racionalidad y la irracionalidad es una alternativa abstracta, mas no una opción
concreta. La racionalidad es mi propia dignidad, y estoy tan estrechamente apegado
a ella que exigiría la mejor de las razones para abandonarla. Es más, estoy tan identificado
con mi racionalidad que, cuando infrinjo sus normas superiores, me veo obligado o
bien a arrepentirme de mi desmesura o bien a racionalizarla (Lonergan, 1999: 399-400).
El canadiense está señalando que mi subjetividad, con su inteligencia y racionalidad,
es algo dado para mí. Permítaseme ahora hacer una larga cita de la GA, que es de mis favoritas y que encuentro muy cercana al texto lonerganeano anteriormente
citado:
Si no puedo presuponer que yo existo, y que existo de una manera determinada, esto
es, con una constitución mental determinada, no puedo especular sobre nada y valdría
más que abandonara toda especulación. Tal como soy, esto es todo lo que soy. Éste
es mi punto de vista esencial, y he de presuponerlo. De lo contrario, pensar no es
más que un vano pasatiempo que no vale la pena. No hay un término medio entre usar
mis facultades tal como son y arrojarme sobre el mundo exterior según el impulso ciego
del momento, como la espuma sobre la cresta de las olas, para olvidarme simplemente
de que existo. O soy lo que soy, o no soy nada. No puedo pensar, reflexionar o juzgar
sin suponer el punto que querría precisamente probar. Mis ideas son siempre presuposiciones,
y me muevo siempre en un círculo cerrado. No puedo evitar ser suficiente para mí mismo,
porque no puedo hacer de mí otra cosa, y cambiarme sería destruirme a mí mismo. Si
yo no hago uso de mí mismo, no tengo otro yo para hacer uso de él. Mi único objetivo
es averiguar qué es lo que soy, para poder usar de ello. Para probar el valor y la
autoridad de cualquiera de mis funciones, me basta con poder decir que me es connatural.
Lo que he de averiguar son las leyes a las que vivo sujeto. La primera lección elemental
de mis deberes es la resignación a las leyes de mi naturaleza, sean las que sean.
Mi mayor desobediencia es la de impacientarme por lo que soy y entregarme a una aspiración
ambiciosa por lo que no puedo ser, acariciar la desconfianza acerca de mis propias
facultades y querer cambiar leyes que son idénticas a mí mismo (Newman, 2010: 283-284).
Lonergan consideró la autoafirmación del sujeto cognoscente como un juicio fáctico
concreto, y de ahí trató de mostrar que negar que uno mismo es un sujeto cognoscente
implica una contradicción performativa. El análisis de dicha contradicción muestra
“los procedimientos naturales, inevitables y espontáneos que constituyen la posibilidad
del conocimiento” (1999: 400), pero ello no se ha hecho a través de alguna forma de
demostración del conocimiento, “sino
pragmáticamente comprometiéndonos en el proceso” (1999: 400, énfasis mío). Y no hay en última instancia “un fundamento más profundo
que ese compromiso pragmático” (1999: 400). No podemos, ni sería deseable buscar alcanzar
una certeza absoluta tipo Descartes. La búsqueda del fundamento cognoscitivo implica
un círculo vicioso, pues tal búsqueda supone el ejercicio del conocimiento, “y el
fundamento por alcanzar no tendrá mejor garantía o más firmeza que la indagación ejercida
para alcanzarlo” (1999: 400).
Así como yo podría no existir, así como yo podría ser diferente de quien soy, así
también mi conocimiento podría no existir y podría ser diferente de como es. El fundamento
último de nuestro conocimiento no es una necesidad sino un hecho contingente, y el
hecho no queda establecido antes de comprometernos en el conocimiento, sino de manera
simultánea con este compromiso (Lonergan, 1999: 400).
El parecido de este texto con el párrafo que anteriormente cité de la GA me parece asombroso. El talante es profundamente existencial, y tal vez hoy suene
mejor que «existencial» el adjetivo «pragmático»; en efecto, es un compromiso pragmático.
De hecho, soy éste; de hecho, soy racional y, de hecho, me interesa conocer.22 Lo que encontró Lonergan en la GA no fue una doctrina filosófica, sino “algo que cuadraba con la manera en la que yo
conocía las cosas” (Lonergan, 2004: 388).23 Una fundamentación absoluta del conocimiento no es un asunto humano, no hay fundamento
“más profundo que ese compromiso pragmático”.24 No se trata de excluir el error de modo absoluto,25 sino que se trata de permitir el proceso correctivo del autoaprendizaje al que nos
lleva el deseo puro de conocer.26
Por eso es verdad lo mencionado por Aristóteles de que no hay un modo categórico de
refutar a un escéptico. El escéptico, dice Lonergan, “no está involucrado en un conflicto
con una necesidad absoluta. Podría no existir; podría no ser un sujeto cognoscente.
La contradicción surge cuando utiliza el proceso cognoscitivo para negarlo” (1999:
400).
Conclusión
Suelo decir en varios escritos y en muchos foros que el gran problema cultural de
nuestra época, es que vivimos en una cultura altamente diferenciada y mínimamente
integrada y que tenemos una necesidad de integración, o de mediación, entre los distintos
saberes, incluyendo el del sentido común, especialmente en el campo cognoscitivo,
ético y político. La GA nos muestra que no hay una radical oposición entre el sentido común y el mundo de
la teoría. No es verdad que solo exista el conocimiento en el campo científico. La
creencia, lejos de ser algo irracional, es la que permite la colaboración entre los
seres humanos. Por importantes que sean nuestras teorías generales, la prioridad la
tiene el conocimiento de lo concreto, y la aprehensión real en la que el sujeto cognoscente
queda explícitamente implicado. Newman fue algo así como un Descartes,27 en el sentido que es un autor que busca ir a explicitar los fundamentos, pero con
sentido común. El peso de su indagación no estuvo en descartar el error y encontrar
la certeza, sino en nuestra capacidad «natural» de conocer la verdad.
Bernard Lonergan fue transformado por el encuentro con Newman. John Henry Newman fue
transformado por la lectura atenta de la tradición cristiana. Leer cuatro o cinco
veces parece ser la única manera correcta de leer. Toda verdadera lectura nos permite
ir más allá del encuentro con un tema, al encuentro con alguien, pero sobre todo al
encuentro con nosotros mismos, con el misterio insondable que habita en nosotros y
en el que habitamos.