Franz Rosenzweig es uno de los pensadores judíos contemporáneos más influyentes y
a la vez menos conocidos. En sus escritos ofrece las claves de un "nuevo pensamiento"
que estará presente en las filosofías de autores más conocidos, como M. Buber, E.
Levinas o J. Derrida. La obra que reseñamos contribuye a la difusión de un pensamiento
riguroso y sugerente, que ilumina con sus eternas preguntas a una reflexión filosófica
quizá demasiado empeñada en ganar respuestas definitivas (y por ello limitadas).
Los Escritos sobre la guerra recogen las reflexiones de Rosenzweig sobre las causas y el sentido (la meta) de
la Gran Guerra, de la que fue testigo como enfermero en las trincheras de los Balcanes.
Redactados en 1917, en ellos podemos reconocer la impronta de la filosofía de Hegel,
estudiada y analizada críticamente en su tesis doctoral publicada con el título Hegel y el Estado, obra de la que no contamos todavía con traducción española.
La experiencia de la guerra causó tal impacto en Rosenzweig, que tras ella su pensamiento
dio un giro que le condujo a la elaboración de su obra más importante y conocida:
La estrella de la redención. Políticamente, los textos que componen los Escritos sobre la guerra abarcan desde la Antigüedad hasta Bismarck; filosóficamente, abarcan desde la tesis
sobre Hegel hasta la elaboración de La estrella. Para culminar la difusión y el reconocimiento entre los lectores hispanohablantes
del valor del pensamiento del autor como inspiración de los más importantes pensadores
judíos contemporáneos, sería necesario contar con la traducción, entre otros escritos,
de su obra Hegel y el Estado.
Rosenzweig considera que en la Guerra Mundial se perdieron las esperanzas de convertir
el Estado bismarckiano en un Reich abierto al mundo. El ocaso del pueblo alemán, confirmado
en la Guerra, representó también la crisis del sistema de Hegel; de ahí que en La estrella Rosenzweig lo cuestione y trate de superarlo. La crisis existencial y filosófica
experimentada en 1917 ahonda en la crisis espiritual sufrida en 1913, cuando Rosenzweig
estuvo a punto de convertirse al cristianismo, renunciando a sus raíces judías. Estas
experiencias le llevaron a plantearse qué significa ser judío en Alemania.
El cuestionamiento aparece también reflejado en los escritos que componen El país de los dos ríos. El judaísmo más allá del tiempo y la historia (2014). Se trata de una selección de artículos, reseñas, apuntes y conferencias,
traducida por Iván Ortega Rodríguez y cuya lectura, junto con la que aquí reseñamos,
ayuda a comprender el modo en que se fue gestando el "nuevo pensamiento", vinculando
los estudios de Hegel, la experiencia de la guerra y la pregunta continua de lo que
significa ser judío en la diáspora. Roberto Navarrete y Patxi Lanceros muestran la
relevancia y pertinencia de sus análisis en el estudio que concluye esta obra: "De
Hegel a La estrella: ahora, todavía y siempre".
Lo viejo y lo nuevo
Los escritos que componen la primera parte del libro pueden ser comprendidos a la
luz de una misma clave: la tensión entre lo "viejo" "y" lo "nuevo" (entendiendo el
"y" como la realidad presente). Así, si partimos de lo que Rosenzweig llama el viejo
pensamiento, vemos cómo la filosofía tradicional, representada por Sócrates, es considerada
un pensamiento enfermo, que desatiende a la realidad vivida para ahondar en la realidad
pensada: lo que está más allá de las apariencias. El asombro tradicional paraliza
e incapacita para la vida. En cambio el entendimiento sano, propio del "nuevo pensamiento",
permite vivir, atendiendo al modo en que la realidad se muestra.
Rosenzweig vincula el entendimiento enfermo con el modo de pensar de los expertos,
que aíslan una parcela de la realidad para comprenderla en profundidad, pero son incapaces
de atender al conjunto; es decir, son expertos en parcelas de la vida, pero no comprenden
la vida como tal, pues para vivirla se necesita una mirada más integradora, propia
del sano entendimiento. Cuando la política se deja en manos de expertos, se gestiona
el Estado sin tener en cuenta la vida en su conjunto. Es el ciudadano medio el que
puede aportar esta perspectiva, de ahí que el autor defienda el sufragio universal,
frente a un sistema basado en un "parlamento de expertos". Esta forma de distinguir
entre la filosofía tradicional (conocimiento experto) y el "nuevo pensamiento", será
el núcleo de una obra posterior del autor: El libro del sentido común sano y enfermo (poco académica, pero muy sugerente, quedó inicialmente fuera de sus obras completas
por expreso deseo del autor).
La historia se renueva a través de las generaciones, que no se constituyen por su
naturaleza, sino por sus acciones, pero para que una generación adquiera un carácter
propio, tiene que darse la ocasión histórica para ello. Hay que atender al instante
presente para que sea la propia realidad, lo próximo, lo que dé las claves para su
transformación. Hay una sabiduría que permite caminar en la vida cotidiana, pero la
seriedad de determinados instantes pide una sabiduría nueva, que parta de la conciencia
clara de la gravedad de los problemas que acontecen. Esta conciencia es el puente
entre el ser y la acción. Hay que despertar de la comodidad cotidiana para tomar conciencia
de cuándo y cómo hay que transformar la situación.
Si sólo atendemos al futuro, perdemos la perspectiva del presente y corremos el peligro
de traer a destiempo futuros para los que no es tiempo todavía. Las acciones políticas
han de navegar siempre entre lo nuevo y lo viejo. La dificultad estriba en que no
siempre tenemos conceptos para pensar lo nuevo: las situaciones nuevas hacen que un
determinado atuendo conceptual quede en desuso, no nos quepa, para pensar la realidad
presente. Por ejemplo, una Constitución que no cuenta con la posibilidad futura de
la guerra, se basa en conceptos que no podrán revestir la realidad, ayudar a decirla
y comprenderla, en el caso de que llegue la guerra.
Un determinado conflicto, una guerra, trae tales novedades que no tenemos conceptos
suficientes o adecuados para nombrarlas. Cuando las excepciones acontecen regularmente
(como ocurre en situación de guerra), ya no hay que considerarlas una excepción, sino
tratarlas como una regla: son confirmaciones de una nueva regla, no excepciones de
la vieja regla. Las guerras exigen un cambio de percepción de la realidad en este
sentido. ¿Significa esto que debemos elaborar constituciones que contemplen la guerra,
es decir, para tiempos de guerra, o es mejor elaborarlas para tiempos de paz?
Rosenzweig, anticipando la noción de conjunción, que aparecerá en La estrella (el "y" que integra la pluralidad), señala que entre lo nuevo y lo viejo no hay disyunción,
sino conjunción en el presente: "el silencioso y alegre "y" del cumplimiento" (p.
40). Esta categoría (la "y"), nuclear en su pensamiento posterior, no es meramente
un nexo entre dos elementos, sino que contiene ella misma entidad y por ello vincula
la pluralidad (que es entonces triple, no dual). En este caso, de la dualidad viejo-nuevo,
gracias a la conjunción brota la triple realidad: lo viejo "y" lo nuevo; es decir:
pasado-presentefuturo.
Cuando se dice "todo para el pueblo, todo por el pueblo", ¿nos referimos al pueblo
de ayer, que anticipó la revolución; al de hoy, que la inicia; al pueblo futuro, que
vivirá las consecuencias de la revolución? La realidad (presente) es lo que acontece
en el límite entre la experiencia (pasada) "y" la esperanza (futura). Rosenzweig considera
que Alemania se preparó militarmente no tanto para esta guerra presente, sino para
una guerra futura. Defendiendo su existencia, Alemania encontró el sentido de su presencia
en Europa: la esperanza en construir un gran imperio.
La palabra es esencial para despertar conciencias. En este sentido, la palabra más
importante es la "existencia" (Dasein), el "ser ahí". En la Gran Guerra, Alemania luchó por legitimar su pasado, preservar
su presente y por darse un lugar, una existencia (ser ahí), en el mundo futuro. El
pueblo sacrifica su ser cuando ve peligrar su existencia, si ya no hay amenaza, el
Estado sólo puede mantener el sacrificio del pueblo recurriendo a la violencia. En
la Gran Guerra se prohibió hablar de otras metas que no fuesen la defensa, para mantener
al pueblo en la lucha.
La dialéctica de Hegel nos permite explicar el transcurso de la historia, pero no
juzgarla o evitarla, pues identifica el ser de las cosas con su meta (con lo que deberían
ser). Las naciones intentan salvar su ser en las guerras situando su existencia en
la meta. Las guerras defensivas se acaban justificando por la mera existencia de potencias
distintas a nosotros mismos ¿En qué medida es entonces evitable la guerra?
Lo esencial para la existencia de un pueblo no es el territorio (no lo será para el
judaísmo, en los análisis que de él hace en La estrella), sino la unidad política (el Estado). En la Gran Guerra, el pueblo lucha como unidad
política, no como ejército. Se dice que la guerra es la continuación de la política,
pero no hay que identificarlas: la política es más que la guerra, por lo que puede
controlarla. La meta del realismo político es la guerra; la del idealismo político,
la política. Los Estados deciden si entrar o no en la guerra y en ese sentido, hay
políticas (y constituciones) destinadas a la guerra y políticas que se mantienen como
política.
¿Cuál es el fundamento (la razón) y la finalidad (meta) de la guerra? La razón de
la guerra define la esencia de la guerra; la meta de la guerra define la esencia de
la política propia de un Estado. ¿Cuál debe ser la meta de la guerra? Rosenzweig comprende
que ésta no debería ser debilitar al enemigo, sino fortalecerse uno mismo. La estrategia
para debilitar al enemigo puede servir hoy, pero no mañana, si se convierte en aliado,
por ejemplo. Lo que sí se mantendría siempre es la tarea de fortalecerse uno mismo
frente a cualquier enemigo.
Pero en 1917, el enfrentamiento interno que sufre Alemania entre los partidos de izquierda
y de derecha, le debilitan respecto del enemigo externo (Inglaterra). Ambos partidos
se enfrentan en lo que se refiere a la meta de la guerra, es decir, la concepción
de la política. Proponen dos modos de imperialismo: colonial (anexionismo) o continental
(centroeuropeísmo). Ambos imperialismos podrían ir de la mano, según Rosenzweig, pero
todavía no. Comprende que el fundamento histórico de la nacionalidad se encuentra
más en la religiosidad que en las luchas internas y externas de un pueblo. La dificultad
radica en dibujar conscientemente los contornos de la identidad del pueblo a partir
de su vida religiosa.
La tierra y el mar
La segunda parte de la obra, titulada Globus, se puede comprender a partir de las imágenes de la tierra y el mar (lo seco y lo
húmedo). Rosenzweig señala que la historia universal comienza en el momento en que
el hombre se refiere a la tierra mediante pronombres posesivos: esto es "mío", esto
es "tuyo". De esta forma nace la primera frontera edificada en la tierra, la historia
universal se escribe a partir del continuo desplazamiento de esta frontera. El final
de la historia llegará cuando el nosotros sea ilimitado: abarque a todos, sin distinguir
lo nuestro y lo vuestro. Hay en esta aspiración una tendencia a la universalidad,
deudora del pensamiento de Hegel, que será abandonada en La estrella (la alusión al "todos" que engloba al nosotros y al vosotros adquiere un sentido
nuevo en esta obra).
En "Ecumene", primera parte del Globus, se analiza el desplazamiento de la frontera en la tierra; en "Thalatta", segunda
parte, se analiza cómo el acceso al mar desde la tierra ha sido también una forma
de distinguir entre lo mío y lo tuyo. A pesar de hablar de la Gran Guerra en términos
de Guerra Mundial, Rosenzweig señala que en ella no intervienen todos los países,
por lo que el nombre no le viene dado por la extensión del campo de batalla, sino
por las dimensiones de la meta de la guerra: conquistar el mundo, crear un imperio
mundial carente de fronteras. Globus intenta mostrar cuáles son las causas de esta Gran Guerra.
La tierra es una aunque se tracen en ella fronteras políticas. En la época de Alejandro
se quería dominar la costa. Para ello no necesitaban conquistar pueblos, sino sólo
asegurar a través de ellos una vía de acceso a la costa. Grecia extendió su imperio
a través del mar, pero la historia de Europa se transformó cuando César decidió conquistar
las Galias: era la primera vez que se intentaba conquistar una tierra, no una costa.
Comienza la historia universal, más allá de la historia mediterránea. La tensión entre
el Atlántico y el Mediterráneo, París y Roma, el Rey y el emperador, marcó la Edad
Media, junto con la disputa entre Roma y la Meca por el Mediterráneo. El Islam se
hizo con el poder del mar y la cristiandad dirigió su mirada al océano (al Nuevo Mundo).
Carlos V fue el primero en intentar crear, en alianza con la Iglesia (y enfrentado
al Islam), un imperio europeo. En el siglo XVIII, la expansión colonial comenzó a
ser la meta de la gran política, dejando atrás el anhelo de crear un imperio europeo.
El territorio marino se convirtió en el objetivo del poder político. El Estado, separado
de la Iglesia, ya no aspiraba a dominar el mundo, sino a tener un lugar en el mundo:
tener una posición relevante en él. La economía pasó a ser la potencia interior que
sostenía la relevancia exterior, de ahí que empezara a determinar las decisiones políticas:
nace así la "economía política".
En el siglo XIX, surge en Alemania la idea de nacionalidad como cuestión política.
La revolución democrática introdujo la idea de pueblo en la noción de Estado, hasta
que terminaron identificándose. Este nacionalismo se alimenta del universalismo propio
de la democracia. La identificación entre el Estado y el pueblo transformó el concepto
de nación, dotando a los Estados de un "alma propia". Las fronteras del Estado ya
no dependían tanto del poder y las guerras, sino de la realización histórica y natural
del alma del Estado.
Inglaterra aspiraba a un imperio mundial compuesto por una federación de Estados;
Alemania, a un imperio formado por una familia de pueblos. A ellos se unió el imperio
ruso, sin una idea de Estado consolidada (pero que se adivinaba en su tradición literaria).
Los tres imperios luchaban, no tanto por su existencia, sino por sus límites: los
tres querían llenar el mundo. Junto a estas luchas, Rosenzweig señala la importancia
de la presencia del Islam en Europa: "un elemento cuyas posibilidades resultan todavía
oscuras" (173). La relación con el Islam era clave, pues el Canal de Suez (centro
espiritual éste), era la frontera entre Centroeuropa y el oriente europeo. Aun así,
el autor reconoce que las luchas todavía responden a la idea de imperio; aún no se
han dado las luchas más importantes, las que se dan por la idea de mundo.
África, dominada de norte a sur por el imperio británico, se reveló como el eje central
de la tierra, rodeado por los dos nuevos océanos y el viejo mar. Las tres costas de
África son el núcleo entre el pasado y el presente del mundo. La guerra mundial era
una guerra por el mundo, por África: la parte más vieja y más nueva de la tierra,
uniendo así también las claves del análisis en las dos partes de esta obra. África
representa la unión de la espacialidad del Globus y de la temporalidad de los escritos de la primera parte, que tienden puentes entre
lo nuevo y lo viejo.
La disputa por el continente africano da nombre a la guerra de la que Rosenzweig es
testigo: una guerra mundial, pues todos quieren dominar África y con ello tomar las
riendas del eje que vincula el mundo. Rosenzweig ve en esta tensión el anuncio de
una nueva guerra, que sucederá a la presente: "la humanidad no está todavía en casa.
Europa no es aún el alma del mundo" (204). El mundo estará completo y carecerá de
fronteras cuando todos sus miembros constituyan un solo cuerpo.
Actualidad de los análisis
El análisis llevado a cabo por Rosenzweig de las causas y de la esencia de la guerra
sigue en la primera parte de esta obra una perspectiva temporal; en la segunda, una
perspectiva espacial. El estudio que concluye la obra, escrito por R. Navarrete (quien
también es el traductor) y P. Lanceros, complementa la obra desde una dimensión también
temporal, pero en el marco del pensamiento del propio autor. El estudio se titula
"De Hegel a La estrella: ahora, todavía, siempre" y en él se tiende un puente entre la lectura de los escritos
políticos y la dimensión política de La estrella.
La filosofía de Hegel se encarnó, según Rosenzweig, en el proyecto del imperio nacional
alemán de Bismarck, cuyo objetivo era realizar el Espíritu del Mundo. Esta aspiración
condujo tanto a Alemania como al sistema de Hegel a la crisis que inspiró la elaboración
de La estrella. En ella encontramos un pensamiento aguijoneado por la muerte, que intenta conducir
de la muerte a la vida.
Según los autores del estudio, Rosenzweig identificó como causa de la Primera Guerra
Mundial lo que también terminó siendo la meta de la Segunda. La estrechez de la idea
de Estado nacional se tradujo en meta: crear una unidad estatal supranacional. La
idea hegeliana de Estado precede y orienta la guerra en ambos casos. El final de la
historia se concebía como la reconciliación del Espíritu con el mal, pero la realidad
no confirmó ni cumplió esta idea. El universalismo se utilizó para justificar el egoísmo
del Estado y la catástrofe, como algo necesario para el cumplimiento de la Historia.
Rosenzweig no vivió la Segunda Guerra Mundial, pero su pensamiento ofrece claves para
abordarla, para comprender sus causas. ¿Ayudará también a revisar y repensar o reformular
la situación mundial actual? Rosenzweig quiso señalar en La estrella un camino para evitar la absolutización de la Historia y de los Estados. Son consideraciones
intempestivas, en el sentido de que no están orientadas a pensar un tiempo concreto,
sino cualquier tiempo. Son consideraciones oportunas, siempre que queramos atender
a ellas: poseen un cariz atemporal que las vuelve eternas, aplicables a cualquier
contexto.
Los autores del estudio que concluye la obra comprenden que Globus contiene una filosofía de la mundialización en clave política e histórica, que será
abandonada tras la Gran Guerra. En La estrella no se busca la reconciliación hegeliana universalista, sino la redención, en la que
las partes no son silenciadas ni superadas por el todo. En este sentido, el judaísmo
tampoco será superado por el cristianismo, sino que permanecerá como elemento metapolítico,
metahistórico, que hace imposible el universalismo que conduce al imperialismo. El
judaísmo es para Rosenzweig "la resistencia a una historia que encubre facturas imperialistas
y las cobra en ficciones universalistas" (221).
El diálogo con éste y el resto de escritos nos ilumina en la reflexión sobre la situación
política actual. La tierra es el espacio que habitamos, pero que todavía no es la
casa de todos. La lucha por el mundo, causa y meta de las grandes guerras, sigue vigente
hoy. Leer a Rosenzweig nos deja inquietos, pues descubrimos que nuestras políticas
no se han desprendido de este objetivo. Esto explica la continua sensación y situación
de guerra, más o menos explícita, que vivimos. ¿Podrán desprenderse nuestras políticas
de este objetivo: la lucha por el mundo?
Toda la obra de Rosenzweig nos pone en alerta frente al universalismo de nuestras
metas políticas (la aspiración a la unidad del todo). El "nuevo pensamiento" defiende
el carácter irreductible de las partes, expresadas en la pluralidad de realidades
y de fenómenos, que el imperialismo intenta cancelar. Esta filosofía puede ser considerada
un antídoto contra el peligro de aceptar universalismos que en el fondo esconden formas
de tiranía. Lo será en la medida en que no sólo lo leamos, sino que seamos capaces
de dialogar con sus escritos y plantear desde su mirada, las preguntas oportunas en
cada momento. ¿Seremos capaces?