El ensayo presentado por Ricardo Gibu estriba, por una parte, en el estudio del problema
del resentimiento como lo concibe Max Scheler en su obra El resentimiento en la moral, destacando el acercamiento a Nietzsche en relación con la crítica de la moral moderna
y la falsificación de la tabla de valores, pero también su rechazo a la acusación
que hace al cristianismo y, particularmente, al amor cristiano, de ser una sublimación
del resentimiento de los esclavos. Por otra parte, Gibu emprende una crítica a la
propia interpretación ofrecida por Scheler sobre el amor cristiano, así como la disposición
del resentimiento a raíz de tal juicio. De acuerdo con Gibu, Scheler ubica el fundamento
primordial del amor cristiano dentro de un contexto meramente vital, hecho que podría
comprometer la efectiva resolución del resentimiento. De ahí que recurra a un interlocutor
(Guardini), cuyas reflexiones dirigen nuevamente el problema hacia la esfera teológica
e invitan a su resolución a través de la idea de perdón.
No podemos negar que la disertación presentada por Gibu aporta elementos interesantes
no sólo para la comprensión del resentimiento desde un punto de vista teologal, sino
también como punto de contacto entre las propuestas de Max Scheler y Romano Guardini,
que saca a relucir el estudio de la relación (quizás hasta ahora olvidada) entre ambos
pensadores.1 Sin embargo, consideramos que la invocación a Guardini para solucionar el problema
del resentimiento dentro de la propuesta scheleriana no es decisiva para ello. De
hecho, una lectura más extensa de la obra de Max Scheler revela que, a pesar de haber
sido tratado in extenso en su manuscrito de 1912, este tema reaparece como alusión a otros conceptos desarrollados
con amplitud en la Ética, Esencia y formas de la simpatía, Arrepentimiento y nuevo nacimiento y Ordo amoris. Lo anterior se debe -en opinión de sus críticos- a que la apasionada intensidad
con la cual escribía Scheler le llevó a saltar de un tema a otro provocando la apariencia
-tal vez sólo en la superficie- de una debilidad de la estructura sistemática de su
pensamiento (Pintor-Ramos, 1997: 16-17). Creemos que esta es la razón por la cual nuestro colega estima conveniente la introducción
de una lectura alterna; no obstante y, tal como veremos a continuación, al pensar
el resentimiento como una protesta frente al amor de Dios, cuya raíz reside en el
trastorno del orden eterno de la consciencia humana así como su efectiva aprehensión
y su realización en la vida, Scheler logra unir muy bien el fenómeno psíquico con
el religioso y el pensamiento filosófico con el teológico, mismos que, lejos de excluir,
el filósofo relaciona íntimamente, con la idea de que únicamente esa unión puede otorgarnos
una explicación integral de la realidad humana.
El amor cristiano
Hacia la última parte de su estudio, Gibu decide examinar una de las nociones del
amor cristiano expuestas por Scheler en el tercer capítulo El resentimiento en la moral. Allí, el fenomenólogo sostiene que Nietzsche ha errado al afirmar que las bases
de la ética cristiana descansan sobre el suelo del resentimiento y que tal equivocación
se debe a que no ha logrado comprender la esencia del amor cristiano, confundiéndolo
con el sucedáneo moderno de éste: la filantropía universal. Scheler estima que la
fuente del error de Nietzsche yace en la problemática en torno al amor que se da en
la filosofía griega (eros) y su rotunda transformación en la concepción cristiana del amor (ágape). Sin embargo, tal modificación no deviene en una inversión valorativa a la manera
del resentimiento -tal y como lo concibe Nietzsche-, sino una inversión en el propio
orden de amar. Frente al movimiento ascendente del eros, el amor cristiano entendido como "una intención espiritual sobrenatural que rompe
y deshace todas las leyes de la vida impulsiva natural, por ejemplo, el odio a los
enemigos, la venganza y la exigencia de la compensación, y que quiere colocar al hombre
en un estado vital enteramente nuevo" (Scheler, 1994: 83), se muestra en el hecho
de que lo noble se rebaja y desciende hasta lo innoble, siendo precisamente en este
rebajamiento, en este perderse a sí mismo en que la criatura se hace igual a Dios.
Scheler no encuentra aquí ningún tipo de resentimiento a causa de esta inversión,
así que continúa comparando otras dos formas radicalmente distintas en que la vida
más perfecta desciende hacia la imperfecta y le ayuda. Gibu centra su crítica justamente
en la primera de ellas, la cristiana, definida como "un espontáneo desbordamiento
de las fuerzas, que va acompañado de beatitud y reposo íntimo" (1994: 92).2 Nuestro colega teme que, en este modo de entrega amorosa, Scheler esté subsumiendo
los actos del espíritu y sus leyes a un valor meramente biológico. Esta sospecha parte
de la designación de "un poderoso sentimiento de la seguridad, firmeza, íntima salud
e invencible plenitud de la propia existencia y vida" (1994: 90) como punto de partida
y fuerza motriz del amor, hecho que, paradójicamente, le haría coincidir con Nietzsche.
No obstante, Gibu pasó por alto los señalamientos sobre el vitalismo, efectuados por
Scheler en la quinta parte de su Ética, particularmente las investigaciones de los filósofos Guyau y Fouilleé, cuyas tesis
no se limitaban a sostener que la vida es un ámbito propio e irreductible, sino que
disponían a la vida como el fundamento último de la realidad, del que proceden todos
los demás niveles ontológicos (Scheler, 2001: 384). La respuesta del fenomenólogo establece que si la vida fuera la raíz de nuestro
espíritu, entonces esta "vida" había de ser algo completamente distinto de aquella
otra "vida" a la que accedemos en la experiencia espontánea y en la reflexión teórica,
ya que ese acceso estaría siempre mediado por las categorías que, por hipótesis, deben
hacerse comprensibles por la vida. De suerte que no sólo la vida sería incognoscible
para el espíritu, sino que tampoco podría valorarse a través del percibir sentimental
y el preferir, el amar y el odiar, pues ese saber no pasaría de ser un derivado de
instintos y necesidades vitales: "Y un espíritu de esa naturaleza no podría preferir
la vida a la muerte, ni sacrificarla por algo superior" (Scheler, 2001: 383).
En consecuencia, el sentimiento de seguridad del cristiano establecido por Scheler
refiere, tal y como lo aclara más adelante en el texto, mediante una nota al pie,
en primer lugar, "a la seguridad de un mundo esencialmente superior a la vida y a
sus posibles sinos" (1994: 93). En la misma nota aclaratoria, el muniqués nos explica
que, en vista de que Nietzsche no reconoce la independencia de los puros actos del
espíritu y sus leyes, así como sus objetos y las relaciones reales de los valores
y actos vitales entre sí, decide limitar de propósito sus consideraciones hacia aquellos
valores superiores de la vida: "Nos contentaremos con mostrar que sus afirmaciones
son erróneas, incluso suponiendo, con él, que el máximum de vida es el valor supremo"
(1994: 93). Por lo tanto, Scheler en modo alguno podría concordar con Nietzsche -como
lo suponía Gibu- pues, si bien Scheler se sintió atraído por las filosofías vitalistas
desarrolladas en su época al punto de reconocer la especificidad irreductible de los
valores vitales, su filosofía no puede ser considerada como vitalista e, incluso,
dedicó muchas páginas a la exposición y critica de las ideas biológicas de autores
como Bergson, Spencer y aún del propio Nietzsche (2001, 385-406).
La propuesta de Guardini
Partiendo del supuesto -ahora bien, falso- de que Scheler define una forma de amor
cristiano a partir de la plenitud vital del hombre fuera del ámbito divino, el expositor
cuestiona si el resentimiento se encuentra también pensado dentro de estos límites.
En el último capítulo del ensayo sobre el resentimiento, Scheler decide analizar profundamente
la filantropía universal y, con ello, las bases de la moralidad moderna, demostrando
que es este movimiento y no el cristianismo el que posee su raíz en el resentimiento,
mentado aquí como una "protesta": "un "contraimpulso" (odio, envidia, sed de venganza,
etc.), contra las minorías dominantes en posesión de valores positivos" (1994: 149).
La intervención de Guardini tiene lugar cuando Gibu rastrea algunas de las formas
descritas por Scheler en las que la filantropía procede del resentimiento, destacando
aquella que concebiría al resentimiento como un fenómeno afectivo vinculado a un deseo
irrealizado y que posee como fondo al círculo próximo de comunidad en que la persona
ha nacido:
La experiencia muestra, con extraordinaria frecuencia, que los niños que se han esforzado
en vano por lograr el cariño de sus padres o que se han sentido "extraños" (por cualquier
razón) en su casa, o que han sufrido repulsas en sus anhelos de cariño, manifiestan
pronto, como protesta íntima, un gran entusiasmo por la "humanidad". Este indeterminado
y confuso entusiasmo es consecuencia del odio reprimido a la familia, al contorno
próximo (1994: 151-152).
A consideración de Gibu, Scheler ha identificado una vía capaz de atacar la raíz del
resentimiento desde una dimensión teologal, pero falla al no profundizarla. Siguiendo
esta línea de reflexión, Guardini entra al diálogo y dimensiona la tesis scheleriana
de la sublevación que experimenta el infante cuando es irrealizada su aspiración originaria
a amar y ser amado por sus padres hacia un carácter infinito que tiene a Dios como
fin:
En lo más profundo del corazón humano dormita junto a la nostalgia de la fuente eterna,
origen de todo lo creado, y que es la única que contiene la plenitud absoluta, la
rebelión contra el mismo Dios, el pecado, en su forma elemental que espera la ocasión
propicia para actuar. Pero [...] se oculta dirigiéndose contra un hombre de Dios:
el profeta, el apóstol, el santo, el profundamente piadoso. Un hombre así es realmente
una provocación. Hay algo en nosotros que no soporta la vida de un santo, que se rebela
contra ella, buscando como pretexto las imperfecciones propias de todo ser humano.
Sus pecados, por ejemplo: ¡éste no puede ser santo! O sus debilidades, aumentadas
malévolamente por una mirada oblicua de los que le rechazan. O sus rarezas: ¡no hay
nada más irritante que las excentricidades de los santos! En una palabra, el pretexto
se basa en el hecho de que el santo es un hombre finito (Guardini, 1954: 86-87).
Según Guardini, el problema del resentido radica en que, al no hallar consuelo al
estado de abandono en el que se encuentra, lo concibe como ajeno a este mundo y rechaza
la posibilidad de cualquier espectro de esperanza o redención, hecho que conlleva
a una misantropía y a un desprecio por el mundo en general. Algo similar ocurre, a
propósito, con el resentido cristiano que describe Nietzsche en la Genealogía de la moral, el cual, al concebir el mundo como fuente de toda maldad, huye hacia la trascendencia,
eliminando del mundo terrenal toda posibilidad de redención (2005: I, §15: 63-67). En ambos casos, como observa puntualmente el filósofo italiano, existe una contraposición
de lo sobrenatural a lo natural cuando es precisamente allí, en la unión hipostática
entre la dimensión divina y la dimensión humana en Cristo, donde el resentido encuentra
su salvación. Al respecto, Guardini escribe lo siguiente:
El amor de Dios encuentra su manifestación auténtica en el acontecimiento de la encarnación.
Dios abandona la reserva de su reino, viene a nosotros, se hace uno de los nuestros
y asume para sí la comunidad de nuestra vida y de nuestro destino. Así que está con
nosotros, de nuestro lado. Éste es su amor, el cual crea una cercanía que el hombre
nunca habría podido imaginarse (Guardini, 2009: 47).
En efecto, la experiencia del abandono visto desde la encarnación nos abre el misterio
del ser de Dios como amor: "Jesús abandonado, que es el Verbo (y por tanto la revelación
de Dios), hecho carne, nos revela que el ser de Dios es Amor, en cuanto que él, "perdiendo"
precisamente la unión con el Padre que lo hace Dios, es el mismo, Dios, Amor" (Coda, 1993: 275). Esta experiencia cristiana originaria, la cual es "revelada" al hombre mediante
un acto de fe necesario (la gracia), resulta ser la clave que le permite al resentido
la profunda "aceptación" de la presencia de Dios y, subsiguientemente, el establecimiento
de un diálogo que le llevará a la redención. Ahora bien, pese a que la idea de la
redención incluye el perdón y la justificación, esto no equivale a un total destierro
del mal en el mundo: más bien, se contempla como el acto que propicia la posibilidad
siempre abierta de un comienzo inmaculado y puro; la esperanza de retornar hacia el
Padre sin tener por ello que huir de este mundo, sino a través de la intensificación
de la relación del hombre con Dios y de Dios con el hombre en la persona de Cristo:
"Sólo podemos dar el paso hacia Dios, porque Él ha dado el primero hacia nosotros.
El que Él haya descendido nos eleva. Él mismo, el que ha venido, es "el Camino, la
Verdad y la Vida"" (Guardini, 2009: 47).
El resentimiento como trastorno del
ordo amoris
Scheler concibe el resentimiento como una de las formas más generales de la destrucción
y trastorno del ordo amoris3 que impele a la persona en contra de su propia naturaleza hacia un movimiento de
profundo odio. Scheler describe al menos dos sentidos distintos de ordo amoris, uno normativo y uno descriptivo.4 El primero se refiere a la jerarquía del valor conocida por el hombre, ofrecida como
pauta a su voluntad en los actos de preferir y postergar:
Esta significación es normativa no en el sentido de que la ordenación misma sea un
conjunto de normas. En tal caso, no podría ser establecida sino por alguna voluntad
-humana o divina-, pero no podría ser conocida de manera evidente. Y justamente existe
semejante conocimiento del rango de todos los posibles títulos que para ser amadas
poseen las cosas, según su propio e interno valor (Scheler, 2005: 22).
El segundo, por su parte, alude al orden jerárquico derivado del propio actuar y querer
de los diversos tipos humanos (históricos, individuales y sociales), el cual se encuentra
circunscrito al destino, mundo circundante y sistema de preferencias y valoraciones
denominado como ethos. En palabras de Scheler, este ordo amoris se trata de "la sencilla estructura de los fines más elementales que se propone,
al actuar, el núcleo de una persona, la fórmula moral fundamental según la cual existe
y vive moralmente este sujeto" (Scheler, 2008: 23).
Sin embargo, dicha jerarquía puede ser invertida o dimitida en la medida en que nuestros
actos de amor y nuestras inclinaciones disientan con el orden objetivo. A propósito
del origen del mal moral, Scheler establece que su elección sólo puede deberse a un
engaño estimativo, a una ilusión del preferir nacida de la confusión de los propios
intereses con el contenido del conocimiento objetivo de los valores y que consiste
en tomar algo por valioso, de un modo positivo, porque se da en una tendencia y, a
la inversa, asignarle un sentido negativo porque es dado en una contratendencia. En
consecuencia, tal engaño provoca la sobreestimación de aquellos valores inscritos
en una tendencia positiva; y, por el contrario, en la subestimación de los valores
que también son sentidos, pero para los cuales la persona se sabe incapaz. Este derrocamiento
del orden universal de una jerarquía absoluta de valores es conocido por Scheler como
trastorno del ordo amoris:
Dondequiera, por tanto, que el hombre, ya aisladamente, ya agrupado, cree haber adquirido
en un bien finito la plenitud y satisfacción absolutamente últimas de su ansia amorosa,
trátase de un delirio, de un estancamiento de su desarrollo espiritual y moral, de
un encadenamiento a causa de un impulso, o mejor, de una transmutación de la función
incitadora del amor y limitativa de su objeto, propio de su impulso, en una función
encadenadora y "refrenadora"" (Scheler, 2008: 51).
Así las cosas, un hombre cuyo ordo amoris se halla trastornado padece una suerte de "ceguera moral" -término desarrollado ampliamente
por von Hildebrand-, es decir, que su afectividad mal orientada le impedirá "ver"
correctamente, pero no con la vista del intelecto, sino del corazón. De suerte que,
cuando una persona experimenta su propia incapacidad para alcanzar ciertos bienes
y valores, o específicamente, una cierta altura moral (querer todo, ser más y valer
más en todo) se crean una serie de sentimientos negativos -como la ira, la insatisfacción
o la impotencia- y, con ello, la tendencia de la conciencia a resolver el inquietante
conflicto entre el querer y el no poder. La represión efectuada sobre estos sentimientos
genera a la postre el rebajamiento de las cualidades valiosas del objeto de la comparación,
además de la ceguera del que se compara con estas cualidades, considerando como positivamente
valioso un contrario cualquiera de dicho bien. El engaño moral estriba, justamente,
en "la mistificación y falseamiento de los valores mismos, bajo cuya existencia y
vigencia los posibles objetos de la comparación poseen un carácter positivo y altamente
valioso" (Scheler, 1994:37-38).
En el resentimiento, el odio reposa en la desilusión de la realización o no realización
de un valor que intencionalmente (aunque no por esto en forma de un acto de expectación)
se llevaba ya en el espíritu. De acuerdo con el filósofo, toda persona es capaz de
reconocer los valores y apreciarlos en todo momento como positivos y elevados, de
ahí que el resentido sienta una suerte de "mágica" atracción hacia aquellas manifestaciones
de una vida positiva; sin embargo, la anulación del deseo inicial del bien que resulta
inalcanzable para aliviar la insatisfacción y el dolor unido a ella, provoca que los
valores se hallen como "recubiertos" por los valores ilusorios, a través de los cuales
lucen débilmente, "se transparentan", por decirlo así. Este deliberado "desvío de
los ojos" como le llama Scheler no siempre es posible, siendo ineficaz a la larga,
pues los valores auténticos finalmente se imponen desatando en el resentido, quien
los descubre con disgusto tras su imagen falseada del mundo, un impulso de odio irresistible
hacia su portador, siendo para nuestro autor "el más hondo e irreconciliable que existe"
(Scheler, 1994: 66) porque se dirige contra la existencia y el ser mismo del prójimo,
no contra cualidades y acciones transitorias.
Pero, tal como el fenomenólogo lo afirmara: "también el hombre resentido amó primariamente
las cosas que ahora halla en estado de odiar, las cuales irradian secundariamente
ahora tan sólo el odio de su no posesión o de su impotencia para lograrlas" (Scheler, 2008: 69). Amor y odio no poseen para el muniqués una raíz independiente, pese a que se muestren
como comportamientos emocionalmente opuestos. De hecho, va más allá al afirmar que
"todo acto de odio se halla fundado en un acto de amor sin el cual carecería aquél
de sentido" (2008: 66). Por consiguiente, así como el amor es justamente nuestra más profunda esencia,
que nos remite al valor prioritario y, por ende, a establecer relaciones armónicas
con nuestro entorno, el odio es el acto contrario:
El odio es por consiguiente y en todas partes la rebelión de nuestro corazón y espíritu
contra la vulneración del ordo amoris, lo mismo tratándose de una débil excitación
al odio en nuestro corazón individual que tratándose de violentas revoluciones de
odio como fenómeno de masa, extendido sobre la tierra y dirigido contra las capas
directoras (Scheler, 2005: 70).
La autoridad del arrepentimiento para la salvación y la posibilidad del perdón
¿Es posible la reivindicación para un alma intoxicada por el resentimiento? Max Scheler
señala en Arrepentimiento y nuevo nacimiento que en las honduras de nuestra conciencia moral yace un pronunciamiento que se comporta
de manera judicial, penetrando en el pasado de nuestra vida y ejerciendo una efectiva
intervención quirúrgica en ella. El arrepentimiento es entendido por Scheler como
el acto a través del cual el individuo se sitúa frente a su vida pasada, cuya indignidad
le impulsa a reconocer la falta cometida, la deliberada realización del mal, para
luego levantarse por encima de ella con la esperanza de un nuevo comienzo:
El arrepentimiento mata el nervio vital de la culpa, a través de la cual ella influye.
Expulsa motivo y acción -la acción con su raíz- del centro vital de la persona, y
con ello posibilita el libre y espontáneo comienzo, el inicio virginal, de una nueva
sucesión vital, que ahora puede surgir del centro de la personalidad, no atada ya
por más tiempo (Scheler, 2007: 21).
Sin embargo, para el resentido, arrepentirse no es nada sencillo. Primero, porque
se vuelve ciego para lo bueno; y, en segundo lugar, por tornar el amor en odio. Esto
sumado al insistente impulso de venganza en contra del yo, no permite que a su corazón
se ofrezca la imagen ideal de un yo mejor al que aspirar, propio del acto del arrepentimiento,
dado que termina odiando toda superioridad al contemplarla como una ofensa, lo que
le lleva a ejercer sobre ella incluso un igualamiento a la baja, es decir, una suerte
de rebajamiento traducido en la exaltación de la igualdad radical de todos los hombres
al punto de eliminar o trivializar sus diferencias cualitativas, y también morales.
Debemos concordar con Gibu en el hecho de que Scheler no pretendía exponer en su interpretación
algo específicamente cristiano, sino solamente describir el resentimiento como unidad
de vivencia y acción a través del método fenomenológico. Sin embargo, él siempre consideró
que este y otros problemas adquirían su pleno sentido únicamente cuando eran vividos
como insertados en un contexto metafísico-religioso del mundo y especialmente a la
luz del cristianismo.5 De hecho, excluir la Revelación del problema es, según Scheler, "obra del "resentimiento"
que quiere convertir la cognoscibilidad humana universal en la medida de lo verdadero
y existente" (1994: 197).
Así, Scheler también se abre al plano teológico cuando admite como verdad metafísica
la necesidad de la redención en el mundo del hombre y del propio mundo: "El hombre
no puede llegar a su salvación, a no ser por "redención". Sólo el hecho de la redención
radica de un modo teológicamente positivo en un acto voluntario libre de Dios (2007: 184). Por lo tanto, el arrepentimiento, en cuanto vía de solución ante el resentimiento,
solamente es posible a través de la redención: "desde el punto de vista puramente
formal, [el arrepentimiento] es una forma de autosalvación del alma; el único camino
para recobrar sus fuerzas perdidas. Y desde el punto de vista religioso, lo es todavía
mucho más: es el acto natural que Dios otorgó al alma para retornar a Él cuando ella
de Él se alejó" (2007: 16). El arrepentimiento, otorga al hombre la posibilidad de
restablecer su ordo amoris trastornado, reparando de a poco la plena capacidad de amor hacia Dios al mismo tiempo
que promueve -una vez que se suprime la barrera y el alejamiento de Dios puestas por
la culpa- la reconciliación y la reunificación del centro de las cosas: "el arrepentimiento
es la poderosa energía en aquel maravilloso proceso que el Evangelio llama acogida
de un "corazón nuevo", "nuevo nacimiento" de un hombre nuevo a partir del "viejo Adán""
(2007: 46).
Reflexión final
El examen que hemos hecho de la obra de Max Scheler, puede desembocar, al menos, en
dos preguntas que consideramos dignas de tomarse en cuenta: 1) ¿Es posible superar
el resentimiento? 2) ¿Es admisible la idea de la paz en todos los niveles de la sociedad?
La primera pregunta es muy difícil, mas ha de responderse en definitiva con un "sí".
Las dos disertaciones aquí mostradas convergen en la idea de que la única solución
viable al problema del resentimiento se halla en la idea de la redención, del llamado
en el que Dios nos interpela a volver a Él, otorgándole al hombre la posibilidad arrepentirse
y culminar así el círculo que inicia con el resentimiento y que termina en el perdón,
acto mediante el cual el ofensor al bien se libera de estar encadenado eternamente
a su pasado mientras que el ofendido destruye a su vez el resentimiento que intoxicaba
su ser.
En relación con la segunda pregunta, nuestra postura es escéptica pero optimista.
A propósito, Max Scheler, estableció en La idea de la paz perpetua y el pacifismo, conferencia pronunciada en Berlín en 1927 que, si bien la idea de la paz ha sido
una constante en todos los pueblos del mundo y a lo largo de toda la historia, tristemente
no ha traído prácticamente nada, ni siquiera los atisbos indudables y reconocibles
de su realización. Con todo, Scheler no niega que "la paz perpetua es absolutamente
posible en la Historia de la humanidad" (2000: 139) pero sí "que en un tiempo no demasiado lejano, aun cuando se produzca una activación
máxima de todas las fuerzas morales pueda alcanzarse la paz perpetua" (2000: 161). El problema radical aquí está en cómo la humanidad ha concebido el término "paz",
la cual no debe ser entendida -a su parecer- como una absoluta ausencia de conflictos,
sino como un marco donde se pueda vivir, trabajar, progresar, discrepar y crecer como
individuos y como sociedad.
Lo anterior también quedó plasmado en El resentimiento en la moral:
Exigencias como las de paz mundial, supresión de la lucha social de clases por el
poder político, son totalmente ajenas a su predicación [la de Jesús] religioso-moral.
La "paz en la tierra" que Él predica es una última tranquilidad beata, que debe iluminar, como desde arriba, toda esa lucha y contienda, a través de cuyas formas históricas
cambiantes se desarrollan la vida y las sociedades humanas; de modo que los fines
por los cuales se lucha no sean nunca considerados como últimos y definitivos, sino
que haya siempre en el fondo de las personas un lugar sagrado donde reinen la paz,
el amor y el perdón, en medio de la lucha y la contienda. Pero esto no quiere decir
que deban cesar esas luchas y morir los impulsos que llevan a ellas. [...] Lo valioso
no es, pues, la anulación o la moderación de los impulsos vengativos, de los instintos
ambiciosos de dominio y de mando, sino el libre sacrificio de estos impulsos e instintos,
que son reconocidos como necesarios en todo ser vivo normal, y de las acciones y expresiones
correspondientes. Y dicho sacrificio ha de hacerse en aras del acto más valioso del
"perdón" y del "sufrimiento" (Scheler, 1944: 127-128).
Lograr esta paz constructiva nos puede llevar mucho tiempo; preservarla, toda la vida.