Erasmo y su pasión por las letras
Erasmo nació en Rotterdam durante el año 1466. Fue hijo ilegítimo de un sacerdote
y su empleada doméstica. No obstante, según Halkin, logró ser considerado “uno de
los tres gigantes de la historia espiritual de su generación, con Martín Lutero y
san Ignacio” (2012: 10). Desde pequeño, fue formado con los Hermanos de la Vida Común,
una congregación nacida a finales del siglo XIV, caracterizada por el gusto de la
libertad y del estudio, ambas cualidades testimoniadas en forma clara y evidente por
Erasmo durante toda su vida.
Es claro que la independencia de espíritu de Erasmo no encajaba con la vida de un
monje tradicional; no se contentó con las formas establecidas de lo que era la espiritualidad
y trató de varias formas denunciar, muchas veces por medio de su arte literario, lo
que él consideraba incongruencias. Es muy probable que haya vivido avergonzado por
su nacimiento fuera de la regla monástica de su padre, pero sería muy osado sugerir
que su trabajo es un esfuerzo por compensar el pecado paterno. De hecho, no hay indicios
de que así sea, a menos que se desee forzar la explicación de su legado con parámetros
psicoanalíticos.
Es significativo que su aprecio por las letras, su interés en promover el desarrollo
de la vida espiritual de las personas y su refinado arte didáctico por medio de sus
textos le haya ganado el título de “príncipe de los humanistas” (Halkin, 2012: 13) o el más elaborado de “maestro y príncipe de los humanistas cristianos” (Rodríguez, 2013: 13). Es posible que se le conozca más en el ámbito del humanismo que del cristianismo,
y aunque Erasmo se mantuvo firme en su militancia a la Iglesia Católica, sus escritos
pueden ser aprovechables para cualquiera que no comparta ese credo. A pesar de todo,
“Erasmo sigue siendo más célebre que conocido” (Halkin, 2012: 9).
Antes de que aconteciera la reforma de la Iglesia y la intervención de Lutero, con
quien está de acuerdo en muchas cosas, Erasmo ya había señalado algunos de los errores
de los individuos que conformaban la Iglesia en su tiempo. De hecho, el pensador de
Rotterdam ya había sugerido una serie de cambios en la manera de entender la religión.
A su vez, a los teólogos les recomendó continuamente el amor a las letras para lograr
realizar una exégesis idónea de las escrituras.
De Erasmo debe señalarse la libertad y el ánimo inquebrantable por cumplir lo que
consideró que era su misión. Sobre la motivación que le invitaba a escribir sus obras
afirmó categóricamente: “Mi único propósito en la publicación de todos mis libros
ha sido siempre hacer algo útil con mi trabajo. Y caso de no conseguirlo, por lo menos
no dañar a nadie” (2013: 181). Ese propósito se mantuvo a pesar de recibir propuestas
significativas para mejorar su condición económica y su confort. Una de tales ocasiones
fue cuando se le ofreció un obispado en Sicilia; la expresión de Erasmo, contenida
en una de sus cartas relativas al tema, muestra su afán de independencia: “No cambiaría
mi libertad por el más espléndido de los obispados” (1958: 357). De hecho, uno de
los señalamientos más claros de Erasmo, respecto a la libertad de expresión, es que
ésta puede disminuir cuando se forma parte de instituciones educativas o religiosas
que tienden a ser autoritarias.
Entre las características centrales de la erudición de Erasmo se encuentra su interés
por ir a las fuentes clásicas. Es, en ese sentido, un innovador en el enfoque; no
cae en el romance de lo novedoso o en la idea pueril de que lo antiguo debe despreciarse
sino que, contrariamente, invita a la consideración de la sabiduría clásica y promueve
su adaptación a los contextos de su tiempo. Es por esto que, según Halkin, puede considerarse
al autor de los Adagios como un “revolucionario del pensamiento, precisamente en el hecho de que vuelve a
las fuentes” (2012: 14). El acercamiento a las letras en Erasmo está sostenido en
la idea de que “la historia y la sabiduría antigua pueden servir de modelo y ejemplo
al hombre moderno” (Rodríguez, 2013: 13). Precisamente, regresar a la sabiduría previa constituye, claramente, uno de los
motores de este texto, a saber: coadyuvar a que el pensamiento de Erasmo, hoy considerado
antiguo, sea urgentemente resignificado en todas sus posibilidades actuales.
Erasmo tenía agrado en la interlocución con pensadores que le eran contemporáneos
y son memorables sus correspondencias con Roger Servais, Pierre Gilles, Jaques Batt
o Tomás Moro; no obstante, mucho de su interés residía en el «diálogo» con autores
que escribieron varios siglos antes que él, en cuyos textos encontró siempre resonancias
y motivación. Uno de sus autores de cabecera fue Luciano de Samosata. A pesar de seguirlos
y de tomar algunos de sus enfoques, no fue un seguidor sumiso. De tal menara, “ama
a los autores antiguos, los conoce, los cultiva: no les presta un valor absoluto.
Se adhirió a su escuela para no confundirse con ellos, sino para definirse en relación
a ellos” (Halkin, 2012: 174).
Es evidente que, a pesar de lo implacable de su pluma para señalar abiertamente los
errores de obispos y autoridades clericales, Erasmo mantuvo una profunda religiosidad;
sin embargo, si bien “la doctrina de la filosofía de Cristo inspira la obra entera
de Erasmo, la domina y, en cierta medida, la determina” (Halkin, 2012: 174), esto no sugiere que sus letras sean dirigidas en forma exclusiva a los cristianos
o que su acuosidad sólo refresque la sed de los que conforman su comunidad teísta.
El honesto y ávido buscador contemporáneo puede también recurrir a la profundidad
del filólogo holandés para encontrar respuestas. En su momento, Erasmo reconoció,
por ejemplo, que a pesar de que los judíos no aceptan la enseñanza de Cristo, según
lo refiere él mismo (2013: 216), el libro de los profetas y los salmos escritos en
su lengua tienen un esencial e innegable significado para los cristianos. Hasta cierto
punto, puede reconocerse en esta actitud un primer esbozo de ecumenismo.
Entre las pasiones de Erasmo no se encontraba el dinero, al cual consideró un generador
del tipo de ansiedad que es la causa de todos los males sociales. A tal ansiedad renunció
durante su vida y fue hasta sus últimos años que, tras el éxito de sus obras, logró
cierta solvencia económica. Asimismo, es claro el rechazo permanente que tuvo hacia
la guerra y no se encuentra ningún rasgo que la proponga en el contenido de sus obras.
La pasión de Erasmo fue escribir, de tal modo que se entregó a sus letras, mucho más
que a su ejercicio docente en el aula. En ese sentido, “su vocación verdadera es una
vocación de hombre de estudios que se entrega a sus investigaciones, a sus publicaciones
futuras” (Halkin, 2012: 27). Además, intercambió comunicación con varios de sus colegas, de tal modo que se
conocen más de tres mil cartas, las cuales son evidencia de lo que afirmó en una de
ellas: “La pasión de escribir crece escribiendo” (1958: 104). Su maestría epistolar
la ofreció en la obra Del arte de escribir una carta, en la cual manifiesta el poder de este tipo de comunicación.
Entre sus escritos también pueden encontrarse los Coloquios, cuya intención era expositiva y didáctica; tales compendios lograron ser “uno de
los más grandes éxitos de librería del siglo XVI” (Halkin, 2012: 109). Sobresalen también los Adagios, título genérico que une los textos llamados “Colección” y “Millares”, los cuales
fueron enriquecidos desde el año 1500 hasta 1536 y completaron 4151 adagios con comentarios
históricos y filológicos. Según Fantazzi el compendio es considerado “una despensa
repleta de la sabiduría de la Antigüedad, enriquecida y engalanada por los comentarios
eruditos de Erasmo” (2008: 11).
A pesar de su gran producción, propia de un compromiso sostenido y disciplinado, Erasmo
mantenía una visión autocrítica de sí mismo; en una de sus cartas manifiesta lo siguiente:
“Hace mucho tiempo que prometo grandes cosas y que me retraso por mi pereza, por alguna
suerte contraria o por la enfermedad” (1958: 320). Asimismo, la exigencia sobre sí
también se convertía en benevolencia cuando enfrentaba las críticas que sus obras
recibían; en el prólogo de su Elogio de la Locura le comenta a Tomás Moro: “La gente puede juzgarme como quiera. Pero, si mi amor propio
no me engaña, mi elogio de la estulticia no ha sido tan fatuo” (2013: 38- 39). A la
vez, Erasmo sabía que la obra referida ofendería a algunos de los lectores, sobre
todo a los eclesiásticos, por lo que sentencia de forma contundente: “Quien se ofende
por haber sido herido está poniendo de manifiesto su conciencia de culpable o al menos
sus temores” (2013: 39).
No obstante el compromiso de Erasmo con su oficio de escritor y denunciante, existe
también la visión contraria en relación a su entrega social. En la opinión de Perez
el filósofo de Rotterdam no tuvo un compromiso a la altura de Vives o de Moro; de
tal modo, el autor referido considera que la postura de Erasmo era ambigua, en función
de que “quiere preservar a toda costa su libertad y por eso se niega a comprometerse
a fondo en cualquier causa” (2015: 12). Sin embargo, la lucha de Erasmo estaba puesta
en sus escritos, sabía que su obra le requería bastantes años y que no podía poner
en riesgo el tiempo necesario para realizarla.
El hombre que odiaba la guerra supo generar una confrontación constante por medio
de su arma más preciada: su pluma; esta herramienta, en sus manos, pudo ser útil en
virtud de su pasión por las letras, condición ineludible que condiciona el valor de
lo escrito. De tal modo, no cabe duda de que Erasmo puede ser referido como “el último
de los grandes escritores latinos” (Halkin, 2012: 116).
La intención de elogiar a la locura
La más famosa de las obras de Erasmo tiene el nombre griego de Morías Encomion, o Encomio de la moría. A su vez, el texto en latín lleva por título Stultitiae Laus, el cual ha sido traducido como Elogio
de la Locura. El término «moría» puede ser también entendido como necedad, tontería, insensatez,
estulticia o locura. Erasmo no alude a la locura que es propia de un estado mental
trastornado o que viene acompañada de una alteración psíquica grave, a lo cual le
convendría más la expresión latina insania, la cual se asocia a falta de cordura e incapacidad fisiológica para lograrla; por
el contrario, la locura en la que se centra Erasmo está vinculada a la insensatez.
El Elogio es una obra con alto contenido satírico en la que el autor refleja el cúmulo de experiencias
que ha tenido como producto de sus viajes, relaciones y estudios. Podría decirse,
junto con Moya que tal libro “constituye una recapitulación de cuanto el autor había
leído y asimilado en el curso de, aproximadamente, cuarenta años” (2008: 219). Hasta
cierto punto es una especie de espejo de la sociedad en la que vivió, un texto que
mantiene su vigencia en la actualidad por sus coincidencias con nuestra época. La
Locura es, en este libro, un personaje central, protagonista y guía en el periplo
reflexivo al que invita el texto. El mundo es representado como un teatro en el que
las personas actúan y son a la vez espectadores de las actuaciones de los demás. Se
cuestiona la veracidad de los discursos, la gentileza de las relaciones, la profundidad
de las devociones, la intelectualidad de los religiosos, la congruencia de los maridos
y esposas, la moral de los dirigentes y reyes, la valía de los libros y las obras
intelectuales, el contenido del arte popular y varios tópicos más.
Incluso aquellos que están fuera del círculo de Erasmo, principalmente los generadores
de guerras y encuentros belicosos, son referidos por la Locura en sus señalamientos;
de tal modo, “no pudiendo detener a los responsables de la violencia, los alcanza
con la única arma que le queda, la ironía” (Halkin, 2012: 133). En ese sentido, conviene recuperar y repensar el texto erasmiano en la vertiginosa
situación del mundo contemporáneo, tan golpeado por la violencia y los enfrentamientos
sociales. La intención de sus páginas es evidentemente didáctica y representa una
profunda y accesible crítica social. Por ello, coincido con Rodríguez cuando afirma
que “rescatarlo y hacerlo nuestro es una tarea urgente” (2013: 10).
Erasmo es sobradamente capaz de distinguir entre las formas y el fondo; es por ello
que “condena los abusos, no las instituciones; el formalismo, no la piedad; las devociones
mecánicas, no los sacramentos y la liturgia” (Halkin, 2012: 151). Cuando Martín Dorp, humanista y teólogo que ocupó el cargo de rector de la Universidad
de Lovaina, alude a diversas críticas propiciadas por la obra erasmiana, el autor
de la Stultitiae Laus manifestó que su intención no había sido contrarrestar al cristianismo ni acusar
directamente a alguien en particular. Por ello asegura: “No querría haber escrito
nada, incluso en broma, que pudiera ofender en ningún sentido la piedad cristiana”
(Erasmo, 2013: 207); no obstante, sabe distinguir entre ofender y causar molestia, porque ubica que
provocar una molestia en el lector puede conducirlo a la reparación de su error. De
tal modo, no es complejo que quien se sienta identificado experimente una molestia
que podría llevar a cierta actitud consciente.
El pensador de Rotterdam se inquietaba ante la actitud defensiva de algunos lectores
quienes, lejanamente de promover su propio cambio al sentirse aludidos, señalaron
la osadía erasmiana y le incluyeron entre las personas no gratas. Incluso, muchos
de los seguidores de Erasmo resultaron igualmente señalados y tristemente olvidados.
Esto explica la petición que realiza Erasmo a Dorp: “Sólo pido que alguien quiera
entender lo que he escrito, alguien honesto y abierto, que esté dispuesto a comprender
sin prejuicios que le lleven a una falsa interpretación” (2013: 207).
El anhelo referido no obtuvo una respuesta satisfactoria. El Elogio de la Locura fue una obra vista “como una provocación y un escándalo para los hombres de su tiempo”
(Rodríguez, 2013: 21). Es evidente que, a pesar de las disculpas de Erasmo, el libro no contiene un conjunto
de alabanzas a las autoridades clericales, sino que es “un ataque frontal basado en
la ironía, en la risa, la crítica y el sarcasmo a la sociedad y a la Iglesia de su
época” (Rodríguez, 2013: 21). Obviamente, la crítica fue a los religiosos y no a la religión, a los miembros
de la Iglesia y no a la Iglesia como tal, a los cristianos pero no a Cristo. A final
de cuentas, la esencia de un libro es propiciar un cambio en el lector, no permitirle
mantener una actitud irreflexiva ante los temas más fundamentales de la existencia.
En ese tenor, la obra de Erasmo cumple con su cometido, a pesar de acarrear para el
autor una serie de persecuciones molestas y ruines, las cuales duraron hasta el final
de su vida.
Al igual que Eckhart, criticado por los mismos dominicos de su época, o en resonancia
con el señalamiento que sufrió Spinoza por algunos miembros de la comunidad judía
en su tiempo, a Erasmo, en medio de ambos, le correspondió, históricamente, soportar
el yugo de la coerción eclesiástica; tal como advierten De Paz, Padrón y Salas (2008), entre los principales antierasmistas puede mencionarse a Sancho Carranza, de la
Universidad de Alcalá, y Diego López de Zúñiga, quien arremetió violentamente contra
la traducción del Nuevo Testamento realizada por Erasmo. Persiste hasta hoy sin ser
explicable, al menos con razones que no sean viscerales, el hecho de que Erasmo no
haya sido incluido entre los doctores y maestros de la Iglesia; de cualquier manera,
considerando la vastedad y calidad de su obra, puede concluirse que no es algo que
su legado necesite.
Erasmo no consideró importante la fama que le atrajo el libro que nos ocupa. En su
reveladora respuesta a Dorp manifiesta: “Quiero ser franco y decirte que casi me arrepiento
de haber escrito la Moría. Ese librito me ha dado fama, o si lo prefieres cierto renombre. Pero yo no suelo
mezclar la gloria con el odio, y bien sabe el cielo que lo que el pueblo llama fama
no es otra cosa que una palabra vana y un legado pagano” (Erasmo, 2013: 181). Cabe decir que cuando la Moría apareció en 1511, el autor ya era considerado una celebridad. No obstante, la declamación
que la Locura realiza en el libro de Erasmo sí representa su obra más conocida y leída
hasta nuestros días; de tal manera, el personaje de la Locura acertó al decir que
la ficción y las obras que promueven la risa y el espacio lúdico “son las que exaltan
a esa bestia potente e inmensa que es el pueblo” (2013: 75). En todo caso, cuando
la misma Stultia parlante refiere que “tanto el mundo antiguo como el moderno forman un cortejo de
adoradores de la stultitia” (2013: 24), posiblemente olvidó incluir al que en ese entonces constituía el mundo
futuro y que es hoy lo que conocemos.
Comparado con los 36 años que Erasmo dedicó a sus Adagios o el constante esfuerzo que le representó la edición bilingüe (griego y latín) del
Nuevo Testamento, incluidas las modificaciones y añadiduras que realizó en cada una
de sus cinco ediciones desde 1516 hasta 1535, el Elogio de la Locura, escrito en una semana de 1509 mientras Erasmo descansaba en la casa de Tomás Moro,
resulta, lógicamente, una obra de menor rigor. Aun así, puede resultar compleja para
el lector contemporáneo que no esté habituado a las referencias literarias clásicas
y al contexto cultural que constantemente refiere el nacido en Rotterdam. Es evidente
que no puede agotarse la producción de Erasmo, ni el conocimiento de su vasta obra,
con las palabras que pone en la Locura. Por ello, “hacer consistir a todo Erasmo en
la
Moría es lo mismo que hacer consistir una vida laboriosa en la semana de vacaciones que
le bastó para escribir esta obrita de pasatiempo” (Bataillon, 1966: 73). No obstante, el Elogio a la Locura ha sido considerado, según Oelker (2005: 12), como una de las tres obras claves del Renacimiento, junto con la Utopía de Moro y la Abadía de Thélème en el Gargantúa de Rabelais; en cada una de tales se encuentra un pensamiento rebelde y propositivo
mediado de la risa y la ironía.
Finalmente, cabe decir que el Elogio de la Locura constituye una versión sintética de algunos aspectos del pensamiento de Erasmo; tal
como él mismo refiere (2013: 184): “En la Moría expresé las mismas ideas que en el Enchiridion, pero en broma”. Es oportuno mencionar que el movimiento erasmista español encontró
en el Enchiridion el fundamento de su ideología. De tal manera, en la Moría, obra que tiene tantos títulos posibles como las caras que manifiesta la locura,
se encuentra un esbozo de espiritualidad crítica y varios indicios de pensamiento
sobre la vacuidad que sustentan e impulsan el pensamiento filosófico de Erasmo; ambos
elementos están matizados en una visión dual de la locura, que al mismo tiempo posee
la cualidad del cinismo y está dotada de una sutil esencia sublime. Tal caracterización
será detallada en las páginas que continúan.
La esencia de la locura
Lejos de ser una maldición o una deshonra, la locura que presenta Erasmo se presenta
como la que mueve al mundo. Desde luego, en un terreno distinto al propio de la psicopatología,
la locura que elogia Erasmo es la de los que rebasan aquello que algunos, pero nunca
el vulgo, ha entendido como el sentido común. Es evidente que Erasmo era consciente
que “al espíritu humano le es más connatural y accesible la ficción que la verdad”
(Moya, 2008: 222). Son distinguibles dos tipos de locura en la especificación conductual que describe,
con sobrados ejemplos, el pensador de Rotterdam. Se abordarán enseguida algunos de
los elementos centrales que distinguen esencialmente a esta locura digna de consideración.
1) La locura es necesaria, de acuerdo con la alabanza que ella misma como protagonista
elabora para sí misma en la obra erasmiana, para disfrutar la vida; esto no es asunto
opcional sino que cabe la sentencia de que “sin la insensatez nada hay agradable en
la vida” (Erasmo, 2013: 158). Es por esto que la locura es capaz de afirmar sobre sí misma que es la única que,
a su voluntad, hace reír a los dioses y a los hombres. Cierta locura es un requisito
fundamental para el disfrute. En otras de sus obras, Erasmo alude a Epicuro e incluso
le rinde homenaje “por haber considerado la paz del alma como soberano bien” (Halkin, 2012: 167). De tal modo, la locura es una mediación insustituible para cierto gozo de la vida,
para el disfrute, el placer y la aventura.
2) Cuando este ingrediente de locura es ausente se privilegia la sensatez, la ecuanimidad
y la formalidad, cuestiones, todas ellas, que se manifiestan alejadas del disfrute.
Erasmo alude claramente, en una obvia ironía y posible descripción de sí, a una categoría
de hombres que tratan de escapar del lazo con la locura; concretamente, refiere que
“este tipo de hombres entregados día y noche a la sabiduría son desdichadísimos en
todo, en especial a la hora de engendrar hijos” (2013: 73). Bajo ese tenor se entiende
que “Dios prohibió al hombre comer del árbol de la sabiduría, como si el conocimiento
fuera veneno para la felicidad” (2013: 169).
3) Al no contar con las habilidades sociales que le convertirían en un tipo deseable
o aplaudido, el sabio que describe Erasmo, o el que pretende serlo de acuerdo con
la convención tradicional de sabiduría, se vuelve un tipo que es difícil de frecuentar,
complejo y testarudo para las relaciones humanas. Tanto está fuera de la lógica mundana
quien así persiste que no podrá obtener fama ni gloria. De tal modo, el personaje
de la locura dicta una sentencia tremebunda: “Invita a comer a un sabio y aburrirá
al más pintado con su lúgubre silencio o con sus preguntas quisquillosas. Llévalo
a una fiesta, y te parecerá un camello dando vueltas. Lánzalo a un espectáculo público
y su misma cara desvanecerá la alegría del pueblo” (2013: 73). No precisar de un poco
de locura genera aislamiento y desazón; por el contrario, la locura acerca a las personas
y su insensatez les permite convivir en el mutuo elogio, en la negación de los descontentos,
en la elección de la simpleza y el desprecio por la complejidad.
4) Ante el desprecio de sus cercanos, el que intenta ser sabio termina acompañándose
de una erudición que no es valorada y ante tan nefasta soledad solo queda el autoelogio,
pues, de cualquier manera, “bien se alaba quien no encuentra otro que lo haga” (2013:
44). El aprendiz de sabio, considerado a sí mismo como sabio consumado, no tendrá
otra opción que aislarse de un mundo atestado de locos. Erasmo alude el ejemplo de
Timón de Atenas, quien huyó del mundo y solo se relacionaba con Alcibíades, reconocido
misántropo de su época en el s. IV a. C. Ante un panorama tan desolador, la ausencia
de locura dirige al aislamiento, se debe elegir entre ser un insensato adaptado al
mundo o un tipo capaz de separarse de la locura para “gozar a solas de su propia sabiduría”
(2013: 74).
5) Mientras los deseosos de sabiduría abordan su propia soledad, “la fortuna ama a
los insensatos, a los más arriesgados, a hombres que lo «apuestan todo a una carta».
La sabiduría, en cambio, hace a los hombres tímidos, y esa es la causa de que con
frecuencia los sabios vivan asociados a la pobreza y al hambre, arrinconados, sin
fama, mal vistos” (2013: 154). En los negocios ganará quien sabe lanzarse sin pensar
en los riesgos o detenerse a analizarlo todo, lo mismo acontecerá con los que buscan
convencer o persuadir; las personas no analizan sino que se convencen con la seguridad
del oponente, con el carisma de quien se sabe con suerte aun sin contar con certezas
de ello. Erasmo asocia, en este punto, la locura con la fortuna, con la riqueza e,
incluso, con el aprecio, el bienestar y el confort. Visto así, se entiende que “toda
la vida humana, en fin, no es más que una especie de deporte de la insensatez” (2013:
176). Para practicar tal deporte conviene liberarse de los prejuicios y de las ideas
de lo que debe ser o de lo preestablecido; esto abrirá las puertas a la vivencia de
mayor número de posibilidades y, en ese sentido, favorece la diversidad de experiencias
y la intensidad de la existencia. No obstante todas estas ganancias, “pocos son los
mortales que se dan cuenta de las ventajas que reporta el verse libre de escrúpulos
y estar dispuesto a cualquier aventura” (2013: 78).
6) Otro aspecto esencial de la locura es permitir la ficción, consentirla, difuminarla
e, incluso, favorecerla. Comprender que la vida es una especie de actuación reporta
como dividendo ser favorecido con los mejores roles, probablemente los protagonistas.
Asumirse en una constante actuación implica el reconocimiento de la actuación ajena.
En una sociedad de locos no es el fondo lo que atrae sino las formas. No es la sesuda
conclusión lo que se contagia sino la energía con lo que algo sea dicho, sin importar
si es o no una tontería. Esto es debido a que “la misma ficción y el maquillaje es
lo que atrae la mirada de los espectadores” (2013: 79). Por el contrario, los eruditos
tratan de desenmascarar, mostrar la falsedad y señalar la fallida actuación de los
demás. No se dan cuenta de que con eso no hacen más que seguir, ellos mismos, la actuación
de desenmascaradores. De tal modo, poco importa la razón en una comunidad de insensatos
y estúpidos, pues la razón misma es el instrumento con el que se aniquila el espectáculo;
en ese sentido “si alguien intentara quitar la máscara a los actores mientras están
en escena, y mostrara a los espectadores su verdadero rostro, ¿no estropearía la función,
y se haría por ello acreedor a que lo arrojaran de la sala a pedradas por loco?” (2013:
78-79).
7) La locura pretende, además, no prestar atención a las dificultades de la vida.
Es por ello que un hombre prudente, enraizado en su categoría de mortal, se distingue
por “no querer una sabiduría superior a su condición humana común” (2013: 80); de
tal manera, cualquier pretensión por comprender el mundo, a las personas, la realidad,
la ciencia, la naturaleza o a Dios, es sinónimo de sufrimiento y pesar, por no “estar
dispuestos a hacer la vista gorda” (2013: 80) ante las cosas que aparentemente no
tienen explicación. A la vez, los individuos autocríticos, incapaces de reírse de
sus fallas o de “reírse de sus desaciertos con todos los demás” (2013: 80) caen en
el error de creer que pueden hacer algo para cambiar o ser mejores, cuando en realidad
eso no está en sus manos.
8) Hasta aquí podría pensarse que la locura es solamente cínica y que el mismo Erasmo,
él como individuo particular, al no contar con las cualidades propias de la locura
era, por tanto, un tipo sensato. Lo mismo pasaría con todos los filósofos, los seguidores
congruentes de una religión, o los que estudian para encontrar respuestas, es decir,
los investigadores y científicos. No obstante, Erasmo encuentra que en la actitud
de alejarse de las reacciones comunes, de las costumbres establecidas y de las tradiciones
estipuladas no podría ser simplemente contraria a la Locura, como personaje, puesto
que, entonces, estos mismos habrían escapado de ella. Probablemente el punto más fino
del elogio erasmiano a la Locura sea que demuestra que incluso los que eligen el camino
tortuoso y angosto de la erudición, la independencia o la autenticidad, son también,
precisamente, poseídos por la locura. En este caso, naturalmente, no se trata de la
misma forma de locura, sino de una locura contraria a la que domina a la muchedumbre:
es una locura con un tinte diferente.
9) De tal modo, la actitud de buscar ser diferente a los locos es también muestra
de insensatez. Sin embargo, esta es una insensatez de una categoría peculiar. La mayor
locura se presenta cuando se busca la vida mística, la interioridad que permite un
encuentro con algo mayor. De acuerdo con Rodríguez, es precisamente en este punto
en que “la locura o estulticia puede ser la suprema sabiduría” (2013: 22).
Es en este orden de ideas en el que se presenta el humanismo de Erasmo. El humano
se convierte en un individuo capaz de elegir, no entre la cordura o la locura, sino
por el tipo de locura que le interesa más: la locura cínica propia del disfrute, la
fortuna, la fama, la riqueza, el aplauso y la ficción; o la locura sublime, la que
está implícita en el que elige el saber, la elección independiente y la mística, sin
desanimarse ante la desdicha, el aislamiento, el desprecio o la soledad. Evidentemente,
en ambas circunstancias se cumple lo establecido por la Locura en cuanto que nadie
se ve libre de ella.
Es en este panorama en el que Erasmo introduce lo que él consideró la locura de Cristo.
El método de perfección de tal locura estaría indicado en el Enchiridion o Manual del caballero cristiano, cuya publicación aconteció en 1526. Erasmo llama «filosofía de Cristo» a “una síntesis
de la teología y la espiritualidad, síntesis hecha de conocimiento y de amor, alimentada
por la meditación, la oración y el renunciamiento, coronada por la unión con Dios”
(Halkin, 2012: 145). Comprender a la locura como aquello que permite a un individuo romper con lo establecido
la vuelve, hasta cierto punto, una cualidad digna de elogio. Existe, entonces, un
elogio implícito cuando Erasmo aseguraba que los religiosos y los místicos estaban
poseídos por la locura. Como podría esperarse, las reacciones más intensas en contra
de Erasmo fueron promovidas por algunos miembros de la Iglesia a la que pertenecía.
En su defensa, el pensador de Rotterdam aludió en primera persona: “Quise aconsejar,
no morder; hacer el bien, no insultar; trabajar, pero no contra los intereses de los
hombres” (Erasmo, 2013: 184).
Evidentemente, es digno de consideración que la locura decantada hacia la mística
no sea exclusiva del cristianismo y, desde esa óptica, es posible comprender de un
modo más general la propuesta de Erasmo para no sujetarla y disminuirla al nivel de
un catecismo erudito. Autores como Moya (2008) reducen su exposición a una especie de síntesis del pensamiento erasmiano, sin dilucidar
que los alcances implícitos en su obra son de mayor longitud que el estimado a lo
estrictamente religioso. Para lograr tal distintivo de universalidad, en lo que Erasmo
refiere, es menester que se atienda el carácter crítico de su espiritualidad y las
nociones de vacuidad implícitas en la Stultitiae Laus; cabe advertir que esta percepción de vacuidad a la que se hace alusión, como se
verá más adelante, remite a un estado fecundo y propiciador (bajo ciertas condiciones)
de una mística fructífera, muy alejado del devastador nihilismo que intenta sostenerse
en sí mismo sin alternativa ni locución.
La ironía de criticar la criticidad
La espiritualidad que manifiesta Erasmo en sus obras, principalmente en el Elogio a la Locura¸ está sustentada en un ejercicio de erudición honesto que es consecuente con la crítica
al entorno. La ironía se manifiesta en el hecho de que la criticidad que es criticada
es, precisamente, la herramienta utilizada. Tal es una de las principales fortalezas
de Stultitiae Laus: mantiene una lógica de doble mensaje, en la que la critica que se realiza al ejercicio
racional es, al mismo tiempo, una invitación a ese tipo de labor; el juicio de la
erudición, adjudicándole la categoría de locura, transmite el mensaje de que es justo
tal locura la que debe preferirse a la que evidencian los que se dedican al placer
y la diversión, que son la mayoría.
En sintonía con lo referido, podría entenderse el estilo erasmiano, al menos en esta
obra, como un auténtico ejercicio de intención paradójica,1 la cual incluye el artificio de persuasión a través del cual se invita al oyente
(o lector) a aquello que, a la vez, se solicita no hacer. De tal modo, cuando Erasmo,
en voz de la locura, advierte que “un hombre es tanto más feliz, cuanto más insensato”
(2013: 98), no se está refiriendo a la insensatez propia de la locura cínica, según
se estipuló en el apartado anterior, sino a la insensatez del místico que, en su ejercicio
complejo de descubrimiento, es capaz de encontrar felicidad donde otros no la intuyen.
Naturalmente, este mensaje no es el que está a la superficie, sino que es comprendido
cuando asumimos que el entramado de ideas que propone Erasmo posee la virtud de ofrecer
un mensaje destinado a ser un fruto del análisis del lector. Solo así se entiende
la crítica siguiente de la Locura a uno de los referentes del ejercicio crítico clásico:
“lo que nos dejó Séneca, más que un hombre, es una estatua de mármol, totalmente impávida
y desprovista de cualquier sentimiento humano” (Erasmo, 2013: 81).
Debe quedar claro que la voz parlante es la de la Locura, que en su arte orador ofrece
un mensaje que puede ser descifrado a través de las alternativas implícitas. En tal
dualidad de posibilidades, Erasmo manifiesta posturas que son similares, en su sentido
paradójico, a las de la espiritualidad oriental; en los círculos zen se dice: “Antes
de empezar a practicar, las montañas eran montañas y los ríos eran ríos. Después de
practicar, las montañas dejaron de ser montañas y los ríos dejaron de ser ríos. Ahora
después de practicar algún tiempo, las montañas vuelven a ser montañas y los ríos
vuelven a ser ríos” (Nhat, 2012: 75). Bajo esa óptica, la locura es locura simple cuando no se le entiende; posteriormente
uno opta por la erudición y nota que la capacidad de comprensión tiene límites, por
lo que se admite la locura de tratar de comprenderlo todo; finalmente, esa actitud
ya no es una locura similar a la inicial, sino que se admite y permite sin que la
etiqueta con la que sea nombrada se interponga en la voluntad.
La Locura refiere con claridad que “los mortales que se esfuerzan por alcanzar la
sabiduría son por lo mismo los más alejados de la felicidad. En realidad son doblemente
estúpidos, primero porque ignoran su condición de hombre, y segundo porque quieren
emular a los dioses inmortales y, a ejemplo de los gigantes, hacen la guerra a la
naturaleza, valiéndose de las armas de la ciencia” (Erasmo, 2013: 91). No obstante, podría esbozarse que habría, en este caso, al menos dos tipos de felicidad:
por un lado, la del que no sabe que no sabe y persiste viviendo en la ilusión; por
otro, la del que sabe que no sabe y, aun así, es capaz de identificar cierto gozo
en el límite de su saber, en llegar hasta lo que sus propias capacidades le permiten
ante la implícita fantasía consciente, lo cual es distinto a regocijarse en la ignorancia
y en la creencia absoluta de la ficción imperante.
Por tal motivo, una vez que se ha reconocido que los buscadores de sabiduría son estúpidos,
también se estipula que “nadie puede alcanzar la perfecta sabiduría, la llamada ciudadela
de la felicidad, si la Insensatez no le muestra el camino” (2013: 80). En ese sentido,
la insensatez, como conducta y protagonista, es el camino idóneo para tal felicidad.
Pareciera, en estos dos pasajes, que existe una contradicción, pero eso se diluye
cuando comprendemos los dos tipos de locura que se han expuesto y la intención paradójica
del autor a través del personaje de la Locura. La misma sabiduría a la que debe llegarse,
de la cual Erasmo hace alusión clara en sus textos, permite romper la dualidad y la
dicotomía entre la locura y la sabiduría, permitiendo y asumiendo la unión inalterable
entre ellas, con el punto de convergencia en la distinción de, precisamente, los tibios.
La sabiduría no es una insensatez rotundamente cínica, sino que es propia de quienes
intentan algo distinto. En ello la ironía de la crítica a la criticidad, pues es tal
la que separa un tipo de locura y otra, a saber: la locura de dejar de ser críticos
en un mundo incongruente y la locura de ser críticos ante un mundo en el que las críticas
fundamentadas parecen no importar.
Es claro que la crítica central que Erasmo podía dirigir era a los miembros de su
Iglesia, quienes, a la vez, podrían hacer gala de ambos tipos de locura. Concuerdo
con Rodríguez (2013: 17) cuando afirma que “la experiencia de una Iglesia y de una sociedad alejada del ideal
cristiano hará que Erasmo -de talante pacífico y conciliador- salte a la palestra
para arremeter contra papas, obispos, abades y clérigos que desmienten en su persona
y en su oficio el nombre y el ideal de cristiano”. Existe cierta semejanza entre la
actitud denunciante de Erasmo y lo contenido en algunos textos de la mística budista;
por ejemplo, en el Prajñaparamita,2 los primeros sutras exponen variadas frases que critican y condenan la actitud de
los monjes que se olvidan del bien común y se centran exclusivamente en su propio
bienestar. Era de esperar que las críticas no fueran bienvenidas y que el mensaje
implícito, aunque no expuesto, del texto erasmiano no fuera comprendido. Es por esto
que los teólogos de Lovaina y París no perdonaron la sátira de Erasmo. Aun en tales
condiciones, el pensador de Rotterdam “rehusó separarse de una Iglesia cuyos abusos
denunciaba” (Halkin, 2012: 13).
De acuerdo con Halkin puede pensarse que “no hay en Erasmo más que un humanista cristiano
que aborda géneros literarios diferentes, con un éxito debido a su virtuosidad de
escritor” (2012: 176), pero también puede verse en él a un pensador que esbozó la
propuesta de un cierto vacío necesario para anteceder a la vivencia de una mística
sublime. Esta crítica de las formas y los modos fue extendida por Erasmo hacia las
vivencias de otras religiones. Es clara su crítica a las peregrinaciones cuando pregunta:
“¿Es importante ir en persona a Jerusalén cuando, en lo íntimo de su alma, el peregrino
se queda en Sodoma, en Egipto o en Babilonia?” (1706: V, 38A). También criticó el
orgullo y la vanidad en general cuando, en voz de la Locura, cuestiona: “¿Puede haber
algo tan necio como gustarse y sentir admiración por uno mismo?” (2013: 68). Se observa
que Erasmo promueve la aprobación de la desaprobación, es decir, no sólo el juicio
autocrítico sino el reconocimiento de la pequeñez, de la falacia de lo humano en el
mundo, de la fluidez con la que se friccionan entre sí, destruyéndose, todas las explicaciones
humanas ante lo desconocido.
No solo los religiosos que buscan en sus creencias la consolidación de su ejercicio
espiritual están poseídos por la insensatez, sino que también los filósofos, constantes
indagadores de la verdad oculta en la paja de la apariencia, degluten su porción diaria
de estulticia. Erasmo refiere, a través de la Locura, que los filósofos “no saben
nada con certeza, y buena prueba de ello es la interminable contienda entre ellos
sobre cualquier tema” (2013: 125). Por eso la búsqueda filosófica es también una especie
de insensatez, pero que cubre de distinción a quienes la practican; distinción que,
además, no es siempre valorada por el vulgo o la masa de los que abrazan la locura
cínica. Por todos estos motivos, “el hombre que tenía como lema el Nulli concedo: «no cedo ante nadie», nos dio un ejemplo admirable de humanitas” (Rodríguez, 2013: 18).
La mística de la vacuidad en el paso de lo cínico a lo sublime
La crítica realizada por Erasmo a la espiritualidad convencional de su tiempo nos
traslada a un estado de vacío en el que las opciones tradicionales, y las formas de
concretarlas, no son suficientes. De esto se deriva la búsqueda de otros modos de
proceder para vivenciar la espiritualidad; tal búsqueda está salpicada de insensatez,
pero, tal como se ha advertido, esta es una insensatez que está en conexión con una
locura sublime en cuanto que admite el dolor, la soledad y el aislamiento a cambio
de una felicidad interior que no puede compararse al aplauso, la fama o la riqueza.
El término de “nihilista” podría parecer lejano a Erasmo y no existe intención en
estas líneas de catalogarlo como tal; lo que se busca es mostrar que en el proceso
hacia una búsqueda individual de las propias respuestas espirituales, camino que él
mismo recorrió en compañía de los clásicos, existe un estado de vacuidad necesario
y, por tanto, parcialmente nihilista. El miedo al vacío y a su inseparable sensación
de desconexión constituye, probablemente, el principal obstáculo para encaminarse
a una búsqueda más allá de las formas convencionales, populares o consensuadas. Tampoco
se trata de ser antipáticos a la razón, sino de persuadirse de que la razón misma
es el preámbulo de un estado espiritual que no es posible sin el paso o el trascurso
que ella permite. Implica el reconocimiento del límite de las propias fuerzas, pero
este reconocimiento es factible únicamente tras el uso de la razón, no a través de
exentarse de su medio. La diferencia entre el fanatismo y la mística es que el primero
de ello excluye desde el principio el ejercicio racional y, con distinción de lo segundo,
no posibilita la momentánea experiencia de saberse sin respuestas.
La Locura en su elogio, refiere que “la religión cristiana tiene cierto parentesco
con la insensatez, sin que tenga nada que ver con la sabiduría” (2013: 170). Es claro
que Erasmo realiza, en este pasaje, un elogio al cristianismo, suponiéndole capaz
de superar el estado racional y asumiéndole con la fuerza de alcanzar una Sabiduría
superior a la humanamente posible. Naturalmente, que tal acontecimiento suceda en
la vivencia particular de cada cristiano es una cuestión que debe ser sometida a análisis.
No solo en la obra de Erasmo, sino en su vida misma se observa que el estudio es parte
de la oración y una forma de consagración a lo absoluto, es decir, aquello que, aun
buscándose, nunca se posee por completo. Por tal motivo solía reiterar que la verdadera
teología se construye a partir de una exégesis filológica, lo cual requiere del dominio
de la antigua literatura profana. Sólo los que tengan cierto conocimiento literario
de este tipo serían capaces de entender a Erasmo. En su carta a Dorp mencionó: “Doy
más crédito a la opinión de teólogos sabios y eruditos que lejos de acusarme de severo
hasta alaban mi sinceridad y el tacto con que he tratado un tema tan vidrioso sin
sobrepasarme, divirtiéndome sin malicia en algo tan resbaladizo” (2013: 198). Irónicamente,
el valor de la insensatez sublime se evidencia en la búsqueda realizada a través de
las letras. En ese sentido, el entusiasmo hacia el conocimiento y el padecimiento
de su indagación es por sí mismo un ejercicio místico.
Erasmo era consciente de que la auténtica vivencia espiritual requiere de un ejercicio
integral de la persona, el cual debe incluir también el pensamiento racional hasta
el punto en que éste sea posible. Por tal motivo aceptó que “parte de nuestro conocimiento
estriba en aceptar que hay algunas cosas que no podemos conocer, y otras muchas en
que la incertidumbre es más provechosa que la misma certeza” (2013: 2000). Así, en
su afán de unir tal convicción con la creencia que le fue inculcada en el grupo al
que estuvo vinculado desde su nacimiento, “echando mano de la Biblia trata de probar
que el cristianismo -y la bienaventuranza- no son más que locura sublime” (Rodríguez, 2013: 25).
Cuando refiere a la insensatez mística, Erasmo es claro al referir que no se trata
de una cuestión cuya extensión abarque unos pocos días, sino que es de toda la vida;
concretamente, “es esa parte de necedad que no desaparece por el cambio de la vida,
sino que se perfecciona. Así pues, los que han podido saborearla de antemano, y han
sido muy pocos, experimentan algo que se parece mucho a la locura” (2013: 176). Asimismo,
los que viven momentos de despido de la razón, luego que la razón misma no les ha
sido suficiente, han entendido un elemento post-racional, que debe pasar por lo racional
para elevarse más allá de la razón. Una vez que se llega a tal estado, “solo saben
que fueron felicísimos durante este éxtasis. Se lamentan de haber vuelto a la razón,
ya que nada desean más que vivir perpetuamente esta clase de locura” (2013: 177).
En tales casos nos referimos, entonces, al tipo de locura que se anhela constantemente,
que no se trata solamente de un despido del mundo tras haberlo habitado, ni de un
despido de la razón tras haberla utilizado, sino que es el desenlace momentáneo en
el que todo es vivido de manera conjunta en armonía mediante la unión de los extremos
y la negación de la dualidad, a saber: una separación que une, una distancia que acerca
y una elevación que implica haber profundizado. Esta posibilidad, no obstante ser
posible para todos, no es explorada ni deseada por la mayoría, lo cual es clara muestra
de insensatez. Esto se debe a que “el espíritu del hombre está hecho de tal manera
que capta mejor la apariencia que la realidad” (2013: 109).
Para Erasmo no había más ciencia que la teología. Naturalmente, no consideró suficiente
la búsqueda voluntariosa, sino que asumió la conciencia del límite de tal búsqueda.
Su propuesta espiritual se dirige al tipo de humildad que es fundamental para lograr
el desconocimiento de sí, la aceptación de la pequeñez y el reconocimiento de la imposibilidad
de acceder a la Verdad, sin que ninguna de estas cuestiones implique dejar de buscarla.
Continuar la búsqueda es una resolución insensata que, al menos, difiere un poco de
la insensatez que invita a renunciar al ejercicio racional y espiritual. Esto no se
reduce a una simple cuestión de autoestima, pues “el amor propio no es más que autolisonja,
y si esto se hace con otro se torna adulación” (2013: 107). De lo que se trata es
de ser capaz de elegir el tipo de insensatez que conviene a la propia vida y, tras
hacerlo, ser lo suficientemente insensato para seguir pensando que ha sido uno solo,
en su independencia, rigor y pureza, quien ha elegido. En otro de sus libros, Erasmo
afirmó que “para rey o para necio se nace” (2008: 147), lo cual no significa que cualquier
reinado permanezca libre de la necedad.
Existen indicios de reducción a la vacuidad cuando Erasmo desacredita el modo usual
de proceder de la Iglesia; esto lleva al vacío momentáneo, al cual no se debe rehuir,
pues tal estado de poco apetito por lo tradicional fructifica en la admisión de un
tipo de fe que confía en una respuesta, motivo o sentido superior a lo cognoscible.
En este proceso, lo que Erasmo propone es similar a lo que posteriormente estableció
Kierkegaard como “estado religioso”, al cual se llega solamente tras recorrer (y superar)
el estado ético y estético. La locura cínica concuerda con el tipo de vivencias que
se experimentan en el estado estético; corresponde al estado religioso cierta similitud
con la locura sublime. Precisamente, el punto intermedio entre ambas es el punto de
la elección por una de las dos, entendiendo que la ética, justamente, está caracterizada
por la capacidad de optar. Para que tal opción sea posible, en un acto en el que las
opciones tienen cierta neutralidad inicial, se requiere de un estado de vacuidad del
cual puede emerger la elección tras ubicar la conexión, preferencia o predilección,
con alguna de las alternativas. Sin embargo, no hay formar de realizar tal ejercicio
ético cuando se ha perdido la claridad del derecho a optar, lo cual es propio de la
vivencia fanática.
Asimismo, existe un vínculo entre Kierkegaard y Erasmo cuando cada uno plantea los
términos de «caballero de la fe» y «caballero cristiano», respectivamente. En similitud
con el danés, Erasmo considera que “ha sido siempre costumbre de los sabios confiar
al papel sus alegrías y tristezas, como amigo fiel en cuyo pecho se puede vaciar toda
la turbulencia del corazón. Se pueden encontrar, en efecto, personas cuya sola intención
al escribir un libro es verter todas sus emociones y así trasmitirlas a la posteridad”
(2013: 182). En lo que respecta al trabajo de Erasmo, su mensaje y su intención, el
presente artículo intenta ser un argumento para evidenciar que tal afirmación corresponde
enteramente a su obra.
Erasmo anheló una vida que los “sensatos” califican de locura; por ello que “concibe
la realidad en función de sus sueños y se distancia críticamente del mundo tal como
ha llegado a ser” (Oelker, 2005: 16). Mantuvo firme su idea sobre el valor de la vida y la conclusión de que algo mayor
que el hombre sostiene el motivo de la existencia. A pesar de mantener el uso de latín
en su vida académica, su última frase la refirió en alemán; de acuerdo con Zweig “Embargado
por el miedo primordial de las criaturas de la creación, sus labios entumecidos balbucean
el «Amo a Dios» de su niñez en el mismo bajo alemán de entonces, pronuncia las primeras
y las últimas palabras de su vida en la misma lengua” (2005: 206). Más allá de la
interpretación de Zweig, respecto al miedo que motiva las últimas palabras de Erasmo,
cabe establecer la posibilidad de que su ingreso a los brazos de la muerte haya sido
antecedido por la conciencia de la inmensidad de una deidad en cuyo regazo solo cabe
atestiguar lo absoluto de su vacuidad.
Conclusión
En Erasmo se encuentra claramente una crítica de un hombre de fe a los miembros de
la institución religiosa que amó. Su obra nos persuade de su capacidad de distinguir
entre el seguimiento ciego y el señalamiento erudito. La responsabilidad que ejercen
las letras en un hombre de letras es proporcional a su ironía y astucia.
A pesar de que su Elogio a la Locura desató terribles críticas en su contra es también una obra que sintetiza gran parte
de sus intenciones literarias. Considerando que la locutora de la exclamación del
texto es el personaje de la Locura, puede señalarse que la intención erasmiana era
elogiar la elección hacia la búsqueda intelectual y la vida mística, a pesar de la
insensatez que ambos caminos representan en el contexto de un mundo extasiado por
el placer y el bienestar personal. Si bien a esto último cabe ubicarlo también en
el parámetro de lo insensato, puede distinguirse que se aludiría a una insensatez
cínica, cuya esencia es diferente a la sublime.
El camino de la distinción entre la locura cínica y la sublime está delimitado por
la experiencia de la vacuidad que sea vivida. Bajo ese tenor, en la obra de Erasmo
existen indicios del punto de vista de la vacuidad que es antecedente ineludible para
el traslado de una locura cínica a una locura sublime y mística. La incomprensión
de esa situación o la nula vivencia del estado de vacuidad que antecede a la mística
es lo que lleva a la desaprobación y al descrédito de la obra erasmiana. Está claro
que el término de nihilismo es inapropiado para etiquetar el pensamiento de Erasmo;
lo que cabe es referir el elemento implícito de la vivencia de la vacuidad, asociada
a la insatisfacción, la duda, la crítica y la separación, que está inmersa como condición
previa al desarrollo de la espiritualidad crítica que propone el filósofo de Rotterdam.
Su espiritualidad encuentra en la criticidad, justamente, su sinergia constante y
su renovación.
La locura ofrece posibilidades: hacia el cinismo e insensatez cotidiana o hacia la
sublime insensatez de la mística. Está claro que Erasmo, junto con Eckhart o Kierkegaard,
ha elegido lo segundo. En las conclusiones del holandés se observan leves esbozos
y afinidades con postulados orientales y, tal como sucede con un bodhisattva, intentó
llevarlas hasta la última consecuencia. Es por todo esto que puede decirse, sin asomo
de duda, tal como hizo Halkin, que “la doctrina de Erasmo es una, como su vida” (2012:
176).