En mayo de 2008, la dra. Carmen Silva -una de las pocas especialistas en el pensamiento
de Hume en México-, reseñó brevemente para la revista Dianoia el libro El sentimiento como racionalidad: la filosofía de la creencia en David Hume, de Juan Andrés Mercado (2002). En esa ocasión, la dra. Silva hacía la siguiente afirmación: “coincido con el autor
en que es muy pobre la bibliografía en castellano sobre este tema específico y fundamental
de la filosofía de Hume; me atrevería a decir que no sólo sobre el tema en particular,
sino también sobre la filosofía humeana en general, encontramos poca bibliografía
en nuestro idioma” (2008: p. 234). Desde entonces, la situación no ha cambiado mucho.
Por eso se agradece ahora al Dr. Alejandro Ordieres por su monografía La acción y el juicio moral en David Hume, la cual representa un significativo esfuerzo sobre la investigación humeana en nuestro
idioma. Y es que, al ser Hume un pensador no muy conocido, tanto las fuentes como
la literatura secundaria son de difícil acceso. Muy meritorio, pues, el esfuerzo de
Ordieres por comprender el pensamiento moral del filósofo escocés.
La obra ofrece, a mi parecer, dos aspectos muy significativos: por un lado, brinda
una visión general del proyecto filosófico de Hume, incluyendo una lograda exposición
de su famosa teoría del conocimiento, y, por el otro, presenta específicamente su
visión de la moral. El primer aspecto ayuda, según el autor, a quitar ciertos prejuicios
que siguen enquistados en la transmisión del pensamiento del filósofo escocés, entre
ellos aquel de que es un escéptico destructor del principio de causalidad. Esta comprensión
del pensamiento de Hume puede justificarse en sus mismos escritos, pues a decir del
autor “Hume fue a menudo negligente en su escritura y muestra indiferencia hacia sus
propias palabras y formulaciones utilizando el lenguaje de manera descuidada, sin
tecnicismos y recurriendo a términos equívocos” (p. 190). Por ello, Ordieres se puso
como meta en su investigación ir más allá de la formulación para intentar sistematizar
en un todo coherente las principales afirmaciones de Hume. Al principio de su obra,
expresa su propósito: “ofrecer una interpretación coherente y unitaria de la propuesta
humeana en torno al conocimiento, las pasiones y la moral…” (p. 17).
Aunque la investigación versa sobre la moral, no es posible aislarla del contexto
total de acción que Hume se había propuesto. Tal contexto es la ciencia de la naturaleza
humana. Hume se percata, como lo haría más tarde Kant, que tanto la filosofía como
las ciencias no alcanzan un mínimo grado de certeza, ya que son objeto de discusiones
y debates sin fin. Para Hume, tan lamentable situación descansa en el hecho de que
tanto los filósofos y los científicos como el hombre de la calle desconocen en qué
consiste la naturaleza humana. De ahí que el proyecto filosófico de Hume se centre
en la investigación y clarificación de la naturaleza humana. En palabras de nuestro
autor: “El filósofo escocés buscaba lo mismo que tantos otros filósofos de su época:
encontrar una base cierta y segura para la construcción y la fundamentación de las
ciencias humanas que habían perdido su carta de ciudadanía ante la llegada de las
nuevas ciencias «exactas»” (p. 27). Ahora bien, tal naturaleza se expresa primeramente,
según Hume, en el conocimiento humano. Si se quiere saber cuál es la naturaleza humana,
es necesario saber cómo se conoce, cómo conoce el ser humano en general. Para hacer
esto, se han empleado y pueden emplearse muchos métodos, Hume sin embargo considera
que sólo hay un método que recientemente se ha mostrado como el adecuado: el método
científico creado por Bacon y aplicado por Newton. Al aplicar el método científico
a la filosofía, Hume acepta que la experiencia será el único factor de verificación
de la realidad.
Al investigar la teoría del conocimiento humeana, Ordieres señala claramente la limitación
de Hume al apropiarse acríticamente el esquema de las ideas de Locke. Pero lo que
hace que Hume se convierta en aquel que ha pasado a la posteridad por osar despertar
a Kant de su plácido sueño dogmático, lo que hace que Hume sea considerado (con razón
o sin ella) el destructor del principio metafísico de causalidad, haciendo posible
y frecuente el agnosticismo frente a las cuestiones religiosas (recuérdese que su
crítica a los milagros sigue siendo prácticamente insuperable), es su doctrina sobre
las relaciones de ideas y las cuestiones de hecho y la respectiva herramienta cognoscitiva:
la razón demostrativa para las relaciones de ideas y el sentimiento para las cuestiones
de hecho (la relación científica causa-efecto, la moral, la estética, la política,
la economía, son sólo algunos ejemplos de cuestiones de hecho, donde la razón no puede
tener la última instancia, sino sólo el sentimiento). Ordieres explicita los diferentes
usos de la razón en Hume, señalando que el uso demostrativo-deductivo de la razón,
que los racionalistas han exclusivizado, no es el único posible, puesto que Hume entiende
el sentimiento como un concepto que unifica la capacidad volitiva con la capacidad
intelectiva. Para Hume, pues, puede haber una razón no racionalista, ya que la razón
inductiva o causal es la función originaria y más importante de la razón; es una razón
en sentido naturalista.
La razón inductiva o causal es fundamental para entender el libro. Ordieres afirma
que “comprender el concepto de causalidad de Hume es comprender el cambio del concepto
que Hume opera en la racionalidad” (2013: 46). Aquí me permito expresar una limitación
del trabajo, pues nuestro autor reproduce adecuadamente la comprensión humeana de
la causalidad, pero considero que debió plantear la famosa distinción entre causalidad
física y metafísica. Aunque la caracterización del sentimiento me convence en muchos
aspectos, sigo manteniendo que la defensa de la causalidad que hace Ordieres se refiere
sólo a la causalidad física, pero que Hume sí sería un destructor de la causalidad
metafísica. La causalidad metafísica es válida en cualquier orden, sea material o
espiritual, mientras que la causalidad física sólo es aplicable a lo físico; la causalidad
metafísica establece un vínculo entre causa y efecto, el cual puede ser necesario
o libre, mientras que la causalidad física establece que la causa necesariamente produce
su efecto. La causalidad metafísica aplica en el nivel ontológico, pues todo efecto
tiene una causa, independientemente de si se conoce o no. La causalidad física opera
en el nivel lógico o epistemológico, pues permite determinar la causa por el efecto
o el efecto por la causa. La causalidad que Hume afirma es la que se establece en
nuestra mente cuando a partir de la experiencia descubrimos que hay cosas que se siguen
unas a otras con mayor probabilidad y a las que aplicamos el sentimiento de creencia
para poder establecer entre ellas la conexión necesaria de causa y efecto.
No obstante que la relación causa-efecto está en nuestra mente, Hume no busca en ningún
momento abrir la puerta al relativismo o subjetivismo, sino que se inclina, según
Ordieres, a “un realismo mitigado avalado por el sentido común” (2013: 62). En resumen:
“esta tendencia a confiar completamente en la constancia del mundo material nos lleva
a asegurar una relación causal real de la cual no poseemos en realidad experiencia
alguna. Esta confianza es fruto de la costumbre” (2013: 63).
En relación con la moral, una aportación original de Ordieres es la necesidad de distinguir
entre sentimiento moral, acción moral y juicio moral. Esta distinción le permite comprender
bien la afirmación fundamental de que “el conocimiento de las cuestiones de hecho
y, por lo tanto, de toda acción moral, entendida como acción libre, es decir, humana,
es fruto de una acción conjunta en la que razón y pasión interactúan de manera constante
e inseparable” (2013: 15).
Respecto al sentimiento, Hume critica las morales racionalistas de su tiempo porque
el bien y el mal se podían saber a priori y deductivamente. Contra esta manera de entender la moral, Ordieres muestra una y
otra vez que “parece incuestionable que la intención de Hume es mostrar a la mente
humana como un sistema donde razón y pasiones cooperan de manera inseparable” (2013:
75). Las pasiones son existencias originales y pueden ser directas o indirectas (dependiendo
de la relación establecida entre sujeto y objeto). La pasión se distingue de la sensación
por “la contigüidad temporal y la dependencia causal del pensamiento que las introduce”
(2013: 81). Los sentimientos morales son, pues, un tipo particular de pasiones indirectas
y no meras pasiones o impresiones directas. Saber, antes de actuar, qué es bueno y
qué es malo, no puede ser dado por la razón deductiva, sino por el sentimiento moral.
Respecto de la acción, Hume parece hacer depender la libertad de la necesidad (2013:
100), recordando la afirmación escolástica de que no hay libertad respecto de los
fines, sino sólo de los medios. “La necesidad no me predetermina de manera absoluta
a realizar tal o cual acción, pero sí me predispone y orienta” (p. 101). Hume distingue
entre «libertad de espontaneidad» (la cual se opone a la violencia) y «libertad de
indiferencia» (que es la negación de la necesidad y de las causas). Hume dice que
esta última es la que entienden normalmente los filósofos y la tiene por imposible,
pues sin necesidad y causalidad no habría libertad ni responsabilidad de la acción,
sino sólo azar. Hume prefiere, pues, la libertad de espontaneidad, ya que ésta no
elimina la causalidad y porque deja espacio a la libre elección de la voluntad. Sólo
si hay necesidad puede darse verdaderamente la responsabilidad (2013: 107). Para Hume,
“la acción de la voluntad, es decir, la producción de una acción libre y consciente
no es fruto ni de una, ni de la otra facultad (pasión-razón), sino una interacción
de ambas” (2013: 147).
Finalmente, el juicio moral es distinto del sentimiento moral por la intersubjetividad
moral (la cual renuncia a las propias inclinaciones). Una de las aportaciones más
originales del libro es: “Así pues, por «juicio moral» intento expresar la existencia
de proposiciones morales interpersonalmente verificables y que su verdad es independiente
de las creencias particulares” (2013: 150). Ordieres capta aquí un cierto riesgo de
contradicción en el pensamiento de Hume, que resuelve con la diferenciación entre
distinción moral práctica (sentimiento moral) y distinción moral teórica (juicio moral).
Lo anterior podría ser resumido de la siguiente manera: sentimiento moral + voluntad
= acción moral + visión desinteresada, intersubjetiva (simpatía) = juicio moral. Simpatía,
para Hume, “es un término técnico para designar el intercambio natural que surge entre
los seres humanos gracias al mecanismo de integración del entendimiento y las pasiones
que Hume propone” (2013: 164).
En relación con la estética, se presentan tres tesis fundamentales: 1) la belleza
depende más de los sentimientos que de las cualidades de los objetos; 2) existen cualidades
que producen estos sentimientos; 3) la belleza o fealdad producen placer o dolor o
implican alguna utilidad.
Ordieres afirma que los procesos cognoscitivos referentes a las cuestiones de hecho,
a la moral y a la estética, presentan una estructura similar, pero están separados;
incluso se sugiere que la consideración estética es anterior a la moral, ya que ayuda
a explicarla. Disiento de esta afirmación. Soy de la opinión que la teoría del conocimiento
es básica y fundamental para la ciencia de la naturaleza humana, y que la moral y
la estética no son más que aplicaciones del único y mismo proceso cognoscitivo. De
aquí se desprende una limitación en la obra: la continua repetición de las mismas
citas de las obras de Hume en cada uno de los capítulos del libro. En todas las aplicaciones
queda demostrado que el sentimiento es una instancia de conocimiento alternativa a
la razón demostrativa que ayuda a encontrar orientación, guía e incluso certeza en
las cuestiones de hecho de la vida humana. La causalidad es una cuestión de hecho,
pero también la moral y la estética son cuestiones de hecho, las cuales, según Hume,
no admiten ser deducidas por la razón demostrativa, sino «sentidas», en la significación
arduamente trabajada por el filósofo escocés.