Introducción
Considero de gran relevancia teórica y práctica la elaboración de una filosofía de
la religión latinoamericana que asuma el análisis crítico de las problemáticas más
urgentes de nuestra propia situacionalidad histórica. Entiendo que tales «emergentes
contextuales» de carácter configurador, en tanto que condiciones condicionantes no
determinantes, permiten elaborar una amplia gama de categorías filosóficas capaces
de contribuir a la comprensión y a la transformación de las problemáticas propias
de nuestra región, en lo que se refiere de manera especial a aquellas que requieren
poner de manifiesto la mutua implicación entre los factores religiosos y los principios
ético-políticos.
Asimismo, entiendo que la filosofía, como ejercicio práxico comprometido, debe en
primer lugar tomar a su cargo, por «concernimiento» ético-epistémico, su propia situacionalidad
histórico-contextual para, desde ahí, y como lugar privilegiado de enunciación, elaborar
un discurso crítico que favorezca procesos efectivos de transformación de las realidades
históricas periféricas (latinoamericanas y mundiales). En ello, la filosofía de la
religión ocupa un lugar preferencial. Sin embargo, advierto, como lo hacen la mayoría
de los investigadores expertos en el área, que el campo de la filosofía de la religión
latinoamericana ha producido solo recientemente algunos desarrollos significativos.
Es decir, si bien es notorio que en nuestros países ha habido y hay muy meritorios
filósofos de la religión, esto no equivale a decir que haya existido un desarrollo
prolífico de la disciplina, si por ello se entiende el desarrollo de una discursividad
filosófica abocada a la relación entre el ser humano y lo Santo que toma a su cargo,
críticamente, la propia situacionalidad contextual y los problemas que de ella emergen.
Por ello, puedo afirmar que el campo de la filosofía de la religión latinoamericana
exhibe un escaso desarrollo sistemático precedente.
Sin embargo, esta disciplina se presenta a las nuevas generaciones de pensadores y
pensadoras como un suelo fértil para comenzar a producir conocimientos inéditos y
culturalmente significativos que logren relacionar, con pertinencia histórico-política,
las cuestiones atinentes a la religión desde categorías filosóficas universalmente
situadas. En la actualidad, se evidencia un creciente interés en la investigación
filosófica por la cuestión religiosa y, sobre todo, por la configuración situacional
de sus planteamientos (particularmente, en lo atinente a los aspectos ético-políticos).
Así, este estudio tiene la intención de contribuir al desarrollo de este complejo
campo temático desde una perspectiva contemporánea que, a la vez, retome los mejores
hallazgos de la tradición filosófica latinoamericana.
Considero que la atención emergente que actualmente recibe este campo de estudio es
palpable en la presente situación socio-política de América Latina. Advierto una significativa
actualidad de la relación entre política y religión, sobre todo en la discursividad
trans-moderna de los movimientos sociales y políticos de nuestra región. Por tal motivo,
resulta relevante explicitar un discurso filosófico que exponga de manera específica
la relación co-implicante entre los factores ético-políticos y los religiosos, ya
que tal mixtura es un elemento constituyente de las construcciones semánticas, simbólicas
y discursivas de nuestra cultura en el presente histórico. En definitiva, y como mencioné
previamente, estimo que es una tarea indelegable de la filosofía latinoamericana actual
llevar adelante un estudio crítico de la relación entre la racionalidad simbólico-mítica
y la praxis económico-política.
Se presenta en este artículo un breve estudio filosófico dedicado al análisis del
contexto discursivo en el que se inscribió e inscribe la formulación arqueológica
de Enrique Dussel:1 la filosofía de la religión expuesta en su obra filosófica temprana. Ésta se enmarca
en el desarrollo histórico y conceptual de la disciplina en nuestro continente y,
de modo más directo, en el entramado discursivo propio del marco categorial de la
filosofía «analéctica» de la liberación.2 Persiguiendo el mencionado objetivo principal, este trabajo se estructura del siguiente
modo: en el primer apartado, se presenta un análisis secuenciado históricamente de
los principales «nudos filosóficos» puestos de relieve en el devenir histórico de
la disciplina en nuestra región y, posteriormente, se realiza un bosquejo general
de las líneas de investigación predominantes en la actualidad. En el segundo apartado
se presentan, indicativamente, las notas esenciales de la formulación arqueológica
de Enrique Dussel, tomando como referencia principal los análisis que otros destacados
investigadores han realizado sobre su propuesta. En el tercer apartado se muestra
la pertenencia discursiva de la arqueológica dusseliana en el marco categorial de
la filosofía de la religión de la liberación, demostrando que tal formulación debe
ser comprendida en un contexto discursivo específico que la enmarca, limita y orienta.
Finalmente, se presentan algunas reflexiones conclusivas.
La filosofía de la religión en América Latina: Antecedentes y actualidad
Para ganar en precisión y sistematicidad durante esta exposición sobre la situación
actual de la filosofía de la religión en Latinoamérica, estructuraré este apartado
con base en dos descripciones que considero fundamentales: primero, propondré una
breve reflexión histórica sobre el derrotero de la filosofía de la religión «en» Latinoamérica y «latinoamericana» a partir del comienzo del siglo XXI y hasta su
final y un bosquejo general de la situación actual de la filosofía de la religión
en Latinoamérica y en latinoamericana, a partir del comienzo del siglo XXI.
En principio, presentaré las etapas históricas que constituyen, más significativamente,
los antecedentes del tratamiento filosófico de la religión en América Latina, refiriéndome,
específicamente, a las contribuciones del siglo XX. Para ello, tendré en cuenta, especialmente,
la esquematización de las etapas, las corrientes y los principales autores que conforman
el corpus teórico más relevante de esta disciplina. En este sentido, y siguiendo a Scannone,
cabe distinguir los siguientes períodos o etapas históricas constituyentes, a saber:
El primer período, de los «fundadores de la filosofía latinoamericana», se caracteriza
por un «espiritualismo antipositivista» ya que, aunque sus representantes “no se dedicaron
específicamente a la filosofía de la religión (…), le proporcionaron sólidas bases
espiritualistas” (Scannone, 2013: 1). Durante este período, los autores más relevantes y sus ideas centrales fueron:
José Vasconcelos (1882-1959), quien expuso un «monismo estético» como modo de elevación
del ser humano hacia lo divino a partir de un “a priori estético” (Vasconcelos, 1952-1959); Raimundo de Farías Brito (1862-1917), a partir de una “importante inquietud
religiosa” (Scannone, 2011: 582) sostuvo una posición filosófica cercana al panteísmo; José Enrique Rodó (1871-1917),
por su parte, consideró la cultura clásica y el «humanismo cristiano» como fuentes
de su «arielismo iberoamericanista» (Rodó, 2005); Carlos Vaz Ferreira (1872-1959) defendió la enseñanza de «aspiración religiosa»
de la filosofía, sin otorgarle, no obstante, una dirección confesional determinada;
Alberto Rougès (1880-1945, se caracterizó por su meditación sobre el ser y sobre la
eternidad a partir de un diálogo crítico tanto con San Agustín como con Henri Bergson
(Rougès, 1943); Antonio Caso (1883-1946), filósofo cristiano mexicano, presentó una comprensión
de la existencia a partir del desinterés y la caridad; Víctor A. Belaúnde (1883-1928),
a su vez, se dirigió “hacia la fe por la filosofía” (con una importante influencia
agustiniana); Jackson de Figueiredo (1891-1928); y, finalmente, Coriolano Alberini
(1886-1960), quien reconoció el “impulso vital humano hacia lo incondicionado” (Scannone, 2011: 582); entre otros.
Scannone define la segunda etapa como la de los «forjadores» porque considera a estos
filósofos los protagonistas de la normalización de los estudios filosóficos superiores
en América Latina (impulsada por Francisco Romero, hacia 1930). El proceso de normalización
se caracterizó por la formulación de una «metafísica religiosa» y de una «filosofía
de la religión explícita». A continuación, me referiré a los exponentes más significativos
de esta “filosofía de la religión «no onto-teo-lógica» a partir de la metafísica del
ser” (Scannone, 2013: 3). En primer lugar, Miguel Ángel Virasoro (1900-1967) presentó una «fenomenología
dialéctica» y una «filosofía de la existencia» basadas en la «intuición metafísica»
del ser y serse (Virasoro, 1965), planteando tres dimensiones de la trascendencia: la «abisal», la «colateral» y
la «cenital». En todo caso, y según los fines de este artículo, es importante subrayar
que el autor indicó, a través de la «figura» de la trascendencia, un «más allá» no
conceptualizable que excede la razón y la conciencia humanas. De este modo, superó
la onto-teo-logía al postular que la Divinidad trasciende el ser. Así, la «intuición
metafísica» es la intuición de un «más allá» inefable que rebasa la conciencia con
su «presencia ausente» (Virasoro, 1965: 150). Un segundo exponente relevante de la «metafísica religiosa» fue Ángel Vassallo
(1902-1972), quien pensó una «trascendencia en la inmanencia» a partir de la «experiencia
metafísica» como presencia del infinito «en» lo finito, postulando una comprensión
«trans-objetual» de la trascendencia; es decir: no onto-teo-lógica (Vassallo, 1950).
Otra corriente, también representativa de esta etapa, es la que Scannone caracteriza
como una filosofía de la religión explícita (Scannone, 2011: 583). Vicente Fatone (1903-1962) desarrolló, en América Latina, uno de los primeros planteos
explícitos de filosofía de la religión (García Bazán, 1980). Según este autor, la religión se funda en un «sentimiento de absoluta independencia»
de Dios respecto de todo lo otro. Por eso es que a partir del conocimiento místico,
como conocimiento trans-objetivo de presencia, comunicación y silencio, se puede «decir
todo» renunciando a «decir nada» (Fatone, 1955). Sobre esta corriente de pensamiento, explica Scannone: “en Virasoro y Vassallo,
su comprensión de Dios ha superado toda ontoteología (…) en el primero, no sólo es
transóntica, sino también transontológica (como lo va a ser luego en Lévinas, Dussel
y Marion)” (Scannone, 2011: 583). Otros dos referentes importantes de esta generación son Luis Farré (1902-1997)
(Farré, 1969) e Ismael Quiles (1906-1993). Quiles, con fuerte influencia de san Agustín,
propuso, a partir de su «filosofía insistencial» (Quiles, 1958; 1980) una concepción de la persona humana que “insiste en sí”, como «interinsistencia» (en relación con los otros) y como «insistencia» enraizada en Dios («sistencia absoluta»)3. Por su parte, Víctor Massuh (1924-2008) se abocó al análisis del rito (Massuh, 1965) y, como estudioso del nihilismo nietzcheano contemporáneo, propuso superar las «agonías
de la razón» a partir de una «experiencia extrema» de recogimiento en libertad creadora
(Massuh, 1975) (opuesta a todo tipo de fanatismo ideológico o religioso).4 Ambas líneas de pensamiento, tanto la metafísica religiosa como la filosofía de la
religión explícita, convergieron desde “un punto de vista superior más abarcativo”
(Scannone, 2013: 6) en Henrique de Lima Vaz (1921-2002) (Vaz, 1968; 1986; 1988; 1991; 1992; 2000).
Otro movimiento de auténtica notoriedad en el siglo XX latinoamericano fue el denominado
«neo-escolástico» -cuya influencia fue significativa hasta el Concilio Vaticano II-.
Contó, entre sus mayores representantes, con figuras como Leonel Franca (1893-1948),
Octavio N. Derisi (1907-2002), Agustín Basave Fernández del Valle (1923-2006) y Alberto
Caturelli (1927-2016). Estos filósofos abordaron la cuestión religiosa a través de
una «teología filosófica» siguiendo la tradición agustiniana y, fundamentalmente,
la tomista (Scannone, 2011: 584). Mella considera que este movimiento, más que una «filosofía cristiana», representa
un conjunto de filósofos cristianos que reflexionaron filosóficamente a partir de
su cosmovisión religiosa, destacándose entre ellos: Alberto Caturelli, Agustín Basave
Fernández del Valle y José Rubén Sanabria (Mella, 2014: 193-194). Según Mella, la filosofía neo-escolástica tuvo, en América Latina, tres etapas
(Mella, 2014: p193-194): la primera, de «formación y organización» del movimiento neo-escolástico (1911-1940), se caracterizó por la intención de los
grupos neo-escolásticos de «ganar espacio público» para la fe católica en un contexto
donde primaba el pensamiento positivista y el laicismo krausista; la segunda, de «expansión
y diálogo» (1941-1960)5, se caracterizó por un mayor estudio de las fuentes de la escolástica, por la profundización
del diálogo con la filosofía contemporánea y por una importante proyección de su filosofía
en el medio universitario.6 En la tercera etapa, de «disolución y concentración» (1961-1986), se considera de
fundamental relevancia el aporte del argentino Octavio Nicolás Derisi.
Aproximadamente desde 1970, la filosofía de la religión en Latinoamérica comienza
a producirse a partir del marco categorial de la «filosofía de la liberación»,7 estableciéndose lo que denomino una filosofía de la religión propiamente latinoamericana. Este momento también podría caracterizarse como el de la filosofía de la religión
en la filosofía de la liberación.8 Sobre todo en la «corriente analéctica» de la filosofía de la liberación (me refiero principalmente a Enrique Dussel y a
Juan Carlos Scannone) se hace explícita la formulación sistemática de una filosofía
de la religión «latinoamericana»:
No es de extrañar que en la filosofía de la liberación haya aportaciones importantes
para una Filosofía de la religión, pues aquélla replantea de manera nueva todos los grandes temas del filosofar (incluidos los de Dios y la religión) desde su punto
de partida y su lugar hermenéutico propios, a saber, respectivamente, la interpelación
ético-histórica de los pobres latinoamericanos (aún al filósofo como tal) y la opción (también teórica) por su liberación integral, que les responde responsablemente
(Scannone, 2011: 586).
La cuestión de la filosofía de la religión «en» la filosofía de la liberación pone de manifiesto, como muchos otros elementos, los
diversos puntos de vista que convergieron en el heterogéneo movimiento filosófico.
Con respecto a sus variantes internas, podría hablarse de una corriente caracterizada
por un énfasis de tipo «ético-cultural» y de otra corriente que, en mayor o en menor
grado, estaría orientada por el marxismo.9 Esta diferenciación se configura, básicamente, por el instrumental categorial que
cada una emplea: mientras que la «ético-cultural» utiliza una mediación de tipo hermenéutica
(de los símbolos contenidos en la «sabiduría popular»), la corriente orientada por el marxismo utiliza una mediación analítica de tipo
económico-política. Dentro de la corriente «ético-cultural» se destacan los desarrollos
teóricos de Rodolfo Kusch (1922-1979), de Carlos Cullen (1943-) y de Juan Carlos Scannone
(1931-).10 En cuanto a la corriente “orientada por el marxismo”, su máximo exponente es Enrique
Dussel (1934-)11 junto a Franz J. Hinkelammert (1931-). Otro autor indispensable dentro de la filosofía
de la religión en la filosofía de la liberación, y por fuera de las dos corrientes antes mencionadas
dada su fuerte impronta zubiriana, es Ignacio Ellacuría.12
En cuanto a la situación actual de las investigaciones referidas al tema del presente
artículo, se puede constatar que en las últimas dos décadas del siglo XX se comenzaron
a formular algunas propuestas novedosas, como se evidencia, por ejemplo, en Filosofía de la religión (Marquínez Argote, 1981), Al encuentro de Dios. Filosofía de la religión (Vélez Correa, 1991) o en el artículo “Filosofia della religione” (Brito, 1992: 17-40), entre otros. Como síntesis del desarrollo conceptual de la
filosofía de la religión en Latinoamérica durante el siglo XX, explica Scannone:
En sus exponentes más conspicuos, la filosofía de la religión latinoamericana del
siglo XX no ha caído en las objetivaciones del pensamiento representativo al pensar
a Dios o lo sagrado, sino que -mediante distintos caminos, como son la poesía, el
símbolo, la negación y la analogía- trasciende «más allá o más acá» de lo objetual
y lo óntico, y aun de lo ontológico. Para ello encuentra, con relativa frecuencia,
fuentes inspiradoras tanto en la cultura cristiana ambiente, como en religiones orientales
-por ejemplo, de la India-, sin omitir las aborígenes y la religiosidad popular latinoamericana,
de modo que en no pocas ocasiones procede en forma intercultural (Scannone, 2013: 21).
Sin embargo, es cierto aquello que indica Vicente Durán Casas cuando afirma: “la vastísima
reflexión teológica y pastoral, que ha enriquecido y fecundado las religiosidades
latinoamericanas en los últimos años, contrasta con la poca acogida que ha tenido
la reflexión filosófica sobre el fenómeno religioso en América Latina” (Durán Casas, 2003: 11). En la misma dirección, asevera más drásticamente Solari: “la filosofía de la religión
en la América de habla hispana no ha pasado de intentos fragmentarios, por lo general
carentes de sistemacidad, precisión y exhaustividad” (Solari, 2005: 127).13
De todos modos, también se puede constatar que en la primera década del siglo XXI
hubo un notorio despertar de la disciplina en América Latina. Se evidencia con claridad
que, en los primeros años del siglo XXI, hay un creciente interés tanto por el estudio
del pensamiento latinoamericano, en general, como por el de la filosofía de la religión
latinoamericana. Algunas de las obras más destacadas que se refieren holísticamente
al desarrollo antecedente y contemporáneo del pensamiento latinoamericano poseen una
intencionalidad denodadamente complexiva, logrando mostrar de manera suficiente el
vasto antecedente histórico de la filosofía latinoamericana, la profundidad de sus
planteamientos, la notable diversidad de corrientes y de temáticas y, sobre todo,
el alto grado de diferenciación teórica dentro del mismo.14 Además, como indica Scannone, se puede advertir la significativa presencia de un
conjunto relevante de obras de reciente publicación, especialmente de fines del siglo
XX y de comienzos del reciente siglo XXI, dedicadas, en su totalidad o en parte, a
la filosofía de la religión latinoamericana.15
En definitiva, se podría afirmar que en la actualidad existen tres líneas de investigación
predominantes en el campo de la filosofía de la religión en América Latina; las tres
están siendo desarrolladas por un conjunto heterogéneo de investigadores jóvenes;
pero, a la vez, han sido y son inspiradas por autores de gran envergadura y trayectoria.
En primer lugar, hay una corriente que continúa y amplía el camino iniciado por la
filosofía «analéctica» de la liberación, una filosofía de la religión propiamente latinoamericana, con Juan Carlos Scannone como el autor más destacado (Scannone, 2005a). En segundo lugar, se advierte la presencia de otra corriente que intenta entablar
un diálogo directo con la filosofía analítica, encabezada por la obra de Luis Villoro
(Villoro, 2006). En tercer lugar, hay una corriente fenomenológica de la religión, como fenomenología
de la excedencia o de la sobreabundancia, liderada magistralmente por Roberto Walton
(Walton, 2008; 2010; 2015). En conclusión, Scannone afirma que:
La filosofía de la religión en la América Latina del siglo XX y comienzos del XXI,
estuvo y está en continuo diálogo más o menos asuntivo y crítico con las principales
corrientes de la filosofía occidental del siglo XX, especialmente con la fenomenología
y la hermenéutica, la filosofía analítica del lenguaje, el marxismo y el tomismo.
Sin embargo, no deja de tener su idiosincracia, tanto en lo que respecta a planteos
originados en nuestro subcontinente -como son los de la FL-, como también en general.
Según mi opinión, frecuentemente se sitúa entre tres elementos en tensión que la enriquecen,
a saber: 1) la experiencia religiosa -inclusive mística-, 2) el pensamiento especulativo -no pocas veces hondamente metafísico, no ontoteológico-, y 3) la preocupación práctica, tanto estética como ética, y aún política, por el humanismo
y la justicia, aunque no siempre todos esos elementos estén presentes, y su acentuación
cambie según los autores (Scannone, 2013: 21).
La arqueológica de E. Dussel: Antifetichismo y trascendencia
En este apartado, se presentan de modo meramente indicativo las notas esenciales de
la propuesta arqueológica de E. Dussel, tomando en consideración crítica los análisis
que otros reconocidos investigadores han realizado de la misma. En general, la propuesta
arqueológica16 que formula Enrique Dussel en su obra filosófica temprana17 puede ser entendida como una filosofía de la religión o «mítica». La misma tematiza,
centralmente, la cuestión de la «fetichización ontológica» de los sistemas históricos.18 Su núcleo discursivo negativo se apoya en una “crítica de la religión”, en tanto
ésta puede operar como el “dispositivo sacralizante” más profundo de los sistemas
de dominación. Por ello, la mítica auténtica, es decir, la relación religiosa que
legitima praxis económico-políticas de liberación debe ser, en primer lugar y crítico-negativamente,
atea del fundamento ontológico de los sistemas vigentes: antifetichista.
El fetichismo es entendido por Dussel como el proceso de sacralización o de divinización
del sistema vigente, por el que el «manto de lo divino» consagra lo dado como un Todo
irrevocable. En tal fenómeno, la «religión-del-sistema» se posiciona como el “último horizonte de consagración” (Dussel, 2012c: 977). Si se «absolutiza» lo relativo (el sistema histórico, contingente y mutable) se
mistifica el orden de cosas dado, generando, en términos representativos (ideológicos), el
encubrimiento y la justificación del fundamento del sistema opresor. A su vez, promociona
una reproducción pretendidamente infinita de la funcionalidad social, o sea, cristaliza
las funciones que cada singular «debe» ocupar «en» la Totalidad del sistema considerándolas como eternas y necesarias. Ante ello, la
arqueológica postula un «doble ateísmo»: negativamente, es crítica (atea) del fundamento
del sistema y del encubrimiento ideológico que el fenómeno de fetichización legitima
al «mistificar» las relaciones de dominación internas. Descree de las estructuras ontológicas fijadas,
que sirven de fundamento inconmovible para llevar adelante procesos de dominación
y, positivamente, ejerce un «ateísmo por afirmación» a través de una «lógica de la
alteridad». Así, el ateísmo adquiere un «sentido positivo», es decir, implica la negación de la injusticia pero por una «vía afirmativa»: la
afirmación del Otro «como otro» (siempre exterior; «resto escatológico de alteridad»). El «Otro» indica, de esta
manera, dos modalidades de la exterioridad alterativa: por un lado, el «Otro antropológico» (la «víctima» singular y el pueblo, sujetos de la economía y de la política) y, en
distinto nivel pero sólo accesible en la responsabilidad por el primero, el «Otro
absolutamente absoluto» (exterioridad infinita nunca del todo representable; tiempo mesiánico de justicia
y paz). Desde este marco interpretativo, la «re-ligión» se presenta esencialmente como la “exposición responsable por el Otro ante el Otro absolutamente absoluto” (Dussel, 2012c: 924).19 Por ello, el «culto» se constituye, en cuanto tal, en el servicio económico-político justo; modalidad
eminente de la justicia en la responsabilidad por el Otro sufriente: “la economía
tiene una definición cultual. Dar de comer al hambriento es revolución y liturgia”
(Dussel, 2012c: 992).
En particular, y en un pormenorizado estudio de la postulación arqueológica dusseliana,
Enzo Solari entiende que ésta debe ser claramente enmarcada dentro de la corriente
liberacionista “orientada por el marxismo”, dado que el autor constata en su formulación
una importante influencia de las categorías de Marx. Sobre todo, se refiere a la utilización
de las nociones «religión supraestructural» y «religión infraestructural»20. Estas dos configuraciones históricas de lo religioso indicarían respectivamente
las dos posibilidades fundamentales de la funcionalización práctica de la religión:
mientras que la religión supraestructural se caracteriza funcionalmente por operar
como dispositivo de encubrimiento ideológico de la dominación; la religión infraestructural
legitima la práctica re-ligiosa como responsabilidad por el Otro en la praxis político-económica
de liberación. El autor destaca que para Dussel la religión se define esencialmente
por su concepción y función «infraestructural»; es decir, sostiene que la arqueológica plantea básicamente una contraposición constituyente
entre la «religión fetichista» y la «religión liberadora» (Solari, 2005: 129). Por ello, ante el fetichismo religioso, fuente matriz de todo proceso de fetichización
histórica (erótico, pedagógico, político o económico), se debe practicar un ateísmo
profético radical. Ésta sería una de las principales condiciones de posibilidad, desde la «negatividad» (como negación de la negatividad -«mal histórico»- que produce el ídolo o «dios-del-sistema»), para plantear una práctica religiosa como culto político-económico auténticamente
alterativa. En cuanto a la condición de posibilidad positiva, como ya se ha mencionado,
ésta deberá estar basada en la responsabilidad por el Otro «como otro» y, en ello, al modo de la «huella», como culto al Otro absolutamente absoluto (Otro que el cosmos).21 Por su parte, Pablo Mella comparte en general el análisis que realiza Solari sobre
la postulación arqueológica de Dussel, acentuando también en la influencia de Marx:
“esta tradición marxista estaría interesada por indagar los límites socio-históricos
en los que se desarrolla toda experiencia religiosa” (Mella, 2014: 199).22
Por otra parte, Juan Carlos Scannone interpreta notoriamente mejor el sentido general
de la propuesta de Dussel. El jesuita pone el acento en el núcleo argumental de la
arqueológica: el antifetichismo (Scannone, 2013: 9).23 Con ello, precisa puntillosamente la relación entre la ética (responsabilidad por
el Otro), el antifetichismo (la anti-idolatría como método) y la re-ligión (culto
como servicio económico-político):
La religión (…) (desde el cara-a-cara ético con el otro hombre, a su servicio práxico
liberador, frente a Dios) no solo promueve nuevas estructuras e instituciones de justicia
y liberación, sino que conserva también un potencial crítico escatológico, aun de
esas nuevas estructuras. Pues, en cuanto tales, tienden siempre a totalizarse y, por
ende, a fetichizarse y generar víctimas históricas que, porque lo son, permanecen
exteriores al sistema (…) Por ello ese pensador emplea el método ana(dia)léctico, ya que la eminencia (propia de la analogía) corresponde a dichas exterioridad y
trascendencia éticas y, por su parte, el momento dialéctico, a la negación de la negación,
es decir, de la fetichización como negación de la religión auténtica y su culto liberador”
(Scannone, 2013: 10).
Es importante destacar que Scannone, al acentuar en la utilización del método «ana-dia-léctico»24 está indicando el núcleo discursivo de la posición filosófica de Dussel -en lo que
respecta a su formulación ética completa (y arqueológica en particular)-. A través
de una recomprensión novedosa de la analogía tomista, Dussel construye una concepción
original de la trascendencia arqueológica. En general, el «tránsito rítmico» que el método ana-dia-léctico propone se explicaría del siguiente modo: en el nivel
práctico de la facticidad («en» lo óntico-«comprensión del ser») se pasa «a través»
de él por interpretación existencial hacia un pensar esencial («ontológico-trascendencia
derivada» que fundamenta la praxis) hacia un «más allá» antropológico («trans-ontológico»-«trascendencia originaria»; revelación anterior y posterior al fundamento de la praxis: el “Otro”).25 La trascendencia ética del Otro ya no es solo la de un singular irreducible -como
para Lévinas- sino la epifanía de un pueblo o de una comunidad histórica concreta: “El rostro del Otro es un análogos” (Dussel, 2012a: 356).
En términos generales, el método ana-dia-léctico presenta los siguientes momentos (Dussel, 2012a: 356-357): a. el discurso filosófico se dirige dialécticamente desde la cotidianidad óntica hacia
el fundamento ontológico; b. se demuestran epistemáticamente (científicamente) los entes como posibilidades óntico-existenciales,
es decir, la condición fundada de lo óntico en lo ontológico (comprensión del ser estabilizada; fundamento); c. el Otro no se manifiesta meramente como un ente más, sino que se revela como Alguien
irreducible a la comprensión desde el horizonte del mundo o de la Totalidad práctica
vigente (no es demostrable o deducible a partir del fundamento ontológico); d. la revelación del Otro se presenta bajo dos modalidades, ambas configuradas en referencia
al tipo de relación que se establece con la Totalidad práctica de sentido, a saber:
como «negatividad primera», en tanto es imposible comprenderla «positivamente» desde el «horizonte de sentido» del «mundo» y como «afirmación primera» ya que el
horizonte de sentido vigente en la Totalidad puede «contraerse» dando «espacio» para
que ella se revele; e. la revelación del Otro como «negatividad primera» destituye «ético-trans-ontológicamente» (lo descubre como «no-originario») el nivel ontológico y; f. el nivel óntico de la Totalidad ontológica antigua queda juzgado y transformado éticamente
(praxis analéctica: «servicio» como construcción de una nueva Totalidad analógica).
Así, la hospitalidad ante la revelación del Otro como otro implica necesariamente
una instancia atea primera: negar la Totalidad, destituir su identidad y su fundamento
como lo último (des-totalización anti-fetichista; primer movimiento del «ateísmo arqueológico»).
En términos particulares, el método «ana-dia-léctico» funciona como el dispositivo dinamizador que explica el sentido de la trascendencia
arqueológica.
La “filosofía de la religión” o “Arqueológica de la liberación” gira en su totalidad
en torno a la indicación de un ámbito de «trascendencia absoluta» significada de diversas maneras.26 La aludida multiciplicidad de significados de la trascendencia absoluta indica, por
plurisemia e indecibilidad, un ámbito incomprensible y siempre excedente. Sin embargo,
si se toma como mediación analítica la analogía, la «hermenéutica analógica» o la
«analogía hermenéutica» (Scannone, 2005a: 189), se hace posible pensar una «exterioridad absoluta».
En la postulación arqueológica de Dussel, la figura del culto al Absolutamente absoluto
-afirmación meta-física de una trascendencia absoluta y negación absoluta de todo fetichismo- posee un carácter analógico. Ese carácter es el que posibilita la fundación discursiva
de todas las concreciones antropológico-prácticas (erótica, pedagógica, política y
económica). Su carácter analógico, en tanto ocupa una posición de «analogado principal»,
permite predicar sobre un conjunto de experiencias antropológicas concretas, el atributo
de «tracendentes» y «ateas».27 Dicha predicación refiere analógicamente a la «trascendencia absoluta» y al «antifetichismo absoluto» de modo «semejante» (a través de una «equivocidad ordenada» -ni puramente equívoca
ni puramente unívoca-).28 Por ello, tanto la trascendencia absoluta como el antifetichismo absoluto guardan
una relación de «semejanza» -no de sinonimia- con la trascendencia del Otro antropológico
en concreciones prácticas y con los ateísmos históricos parciales, respectivamente.
La arqueológica de Enrique Dussel y la filosofía de la religión de la liberación
Una vez presentadas las grandes líneas que propone la arqueológica, se hace necesario,
sobre todo por los fines que persigue esta presentación, indicar el plexo categorial
referencial que la encuadra en el marco teórico de una filosofía de la religión latinoamericana. El interrogante rector que guía este desarrollo podría formularse del siguiente modo:
¿en qué sentido es posible hablar filosóficamente de la religión a partir de la perspectiva
de una filosofía de la religión de la liberación? En primer lugar, partiendo de los
presupuestos hermenéuticos de la filosofía «analéctica» de la liberación: a. desde la exterioridad, alteridad y trascendencia etico-historicas del Otro, del «pobre»,
pero reinterpretandolas desde America Latina -no solo en forma personal y etica, sino
tambien y fundamentalmente, desde una perspectiva social, historica y politico-económica-;
b. usando la mediacion de las ciencias sociales correspondientes y; c. releyendo todos los grandes temas de la filosofía a partir del horizonte abierto por la “opcion preferencial
por los pobres”:
Ante el punto de partida del filosofar moderno en el «ego cogito» y su voluntad de poder, dicha filosofia [de la liberación]29 lo puso desde el principio en “el oprimido, el marginado, el pobre”, en su alteridad irreductible -aún dialecticamente irreductible-, en su trascendencia o exterioridad al sistema de opresion, y en su novedad historica con respecto a esta. De ahi que no soolo el filosofo como persona sino
que tambien su mismo filosofar deben responder a la interpelacion etico-historica
de los pobres, con una opcion por ellos, por su liberacion humana integral y por la justicia hacia y con ellos
(Scannone, 2009a: 68).
Sin embargo, el desafío radica en este momento en la explicitación del modo mediante
el cual, a partir del mencionado horizonte hermenéutico general, se realiza la pregunta
por la religión y, en ella, por la trascendencia. Desde un abordaje fenomenológico
de la religión,30 se pretende lograr una descripción de los fenómenos religiosos en su significación
e intencionalidad específicas, es decir, en tanto que religiosos. Sin embargo, la
filosofía de la religión latinoamericana sentó las bases para dar un paso más allá,
a saber: preguntarse por el sentido de la religión no solamente desde un aspecto descriptivo
sino, fundamentalmente, normativo (Scannone, 2003: 176). Esto implicó un denodado esfuerzo teórico de la filosofia latinoamericana
de la religión en tanto que, reconociendo la situacionalidad histórica inherente a
toda reflexión filosófica, recomprendió la respuesta responsable ante los rostros
concretos de los otros «desde» un mundo conflictivo e injusto. Requirió, por ejemplo, de Scannone y de Dussel, la
formulación de un discurso situado y comprometido que, por vía fenomenológica y hermenéutica,
intentara indicar un camino de acceso «normativo», y no meramente fenomenológico, al rostro del pobre y a su sabiduría ético-religiosa.
De esta manera, la «contextualización» tanto del pensamiento fenomenológico como hermenéutico en América Latina explicitó
de manera radical una particular relación con la religión, caracterizada por un replanteamiento
crítico de la relación religiosa motivada por la interpelación ético-histórica de
los pobres a partir de su alteridad y trascendencia metafísicas. Esto exige hoy, sin
más, replantear la cuestión religiosa desde la “pasión injusta de las víctimas”:
En esta «edad de la globalización y de la exclusión» (Enrique Dussel) podría ser ideológico
o, religiosamente hablando, idolátrico, ejercer la racionalidad filosófica o el lenguaje
acerca de Dios sin tener en cuenta la pasión de las víctimas, aun en la comprensión
de la racionalidad misma y en la intelección racional de Dios. En las víctimas está
en juego lo humano en cuanto tal, y, por ende, la interpretación de qué significan
la razón y la auténtica trascendencia racional hacia el misterio santo (Scannone, 2004: 184).
Por tanto, esta «reformulación por contextualización» del lenguaje filosófico sobre la trascendencia, impele, sobre todo, a abandonar todo
tipo de praxis totalitaria y todo tipo de pensar totalizante:
El sufrimiento de los inocentes constituye un límite para toda absolutización de la
razón misma -teórica o práctica- o de sus productos. El cuestionamiento ético-histórico
desde las víctimas no sólo pone en jaque cualquier intento de totalización óntica,
teórica, política o religiosa, sino también a la actividad totalizadora misma -a priori- del pensar, hacer y actuar humanos en cuanto tales, pues a la responsabilidad como
respuesta -activa- a posteriori, hace preceder la pasión infundada -de las víctimas-, la libre escucha y acogida
de su interpelación -a veces muda- y la compasión con su dolor, y aun el carácter
infinito de su alteridad y trascendencia éticas, que exceden toda totalización (Scannone, 2004: 187).
Es decir, el punto de partida para una filosofía de la religión latinoamericana (o
en la filosofía de la liberación)31 radica en la apertura ético-epistémica a la alteridad de los Otros como otros, pero
especialmente en cuanto sufrientes (víctimas de un sistema de opresión de cualquier
orden). Es por ello que tanto Scannone como Dussel postulan un filosofar «desde las
víctimas de la injusticia». Ambos autores, en su marco teórico-categorial, asumen,
por influencia de Franz Rosenzweig y de Emmanuel Lévinas, el «nuevo pensamiento» de
raigambre semito-hebrea -como pensamiento judío contemporáneo-, con notas propias muy distintivas. Entre ellas, se podría mencionar la acentuación
de las categorías de alteridad (en contraposición con la de «identidad» de la metafísica
clásica occidental), de creación (en contraposición con la de «necesidad» predominante
en la metafísica occidental clásica), de sensibilidad (en contraposición con la conciencia
«cierta de sí», racional y autotransparente, de la Modernidad eurocéntrica) y de la
novedad histórica imprevisible (en contraposición con la eternidad y con la universalidad
abstracta a priori, dominantes en la tradición occidental hegemónica)32. Por ello, proponen una «racionalidad nueva», en la que la pasión de las víctimas
históricas funciona como principio anti-fetichista y anti-idolátrico ante todo tipo
de ideologización de la razón y de la praxis,33 situándose contra de todo tipo de «sub-sunción por reducción»: de la alteridad a
la identidad, de la novedad al «eterno retorno de lo mismo», de la creación a la necesidad
lógica y de la unicidad singular e irrepetible a la universalidad abstracta (Scannone, 2004: 196).
En función de ello, habría que analizar, entonces, cómo se da el replanteamiento de
la cuestión religiosa a partir del «nuevo pensamiento» -como plexo categorial asumido
por la filosofía de la religión de la liberación-, sobre todo en referencia a la categoría «trascendencia».
Si se entiende, como aquí hago, a la filosofía de la religión como un preguntarse
por el sentido de la religión no solamente desde un aspecto descriptivo (fenomenológico)
sino fundamentalmente normativo y a ello se le suma que debe ser «desde América Latina»
y «desde la pasión injusta de las víctimas» como lugares hermenéuticos, habría que
formular, sin más rodeos, que la trascendencia, como todo aquello que excede la conciencia
y el mundo representacional de lo Mismo, es intrínsecamente constitutiva de la ética
y de la política.34 La relación entre filosofía y trascendencia es, desde siempre, co-implicante, ya
que al filosofar le es propia la función metá (lo más allá que-).
Con Dussel, ese «más allá que...» se traduce en un «más allá que el mundo»; es decir,
en un ámbito exterior a la «Totalidad ontológica de sentido». En América Latina, el
«más allá que...», la función metá del filosofar, indicó la experiencia de la «irrupción de los pobres» como «la» experiencia originaria de lo trascendente. Tal «irrupción de trascendencia» exige,
por su provocación, la praxis ética, política y económica de liberación. Sobre la
irrupción de los pobres como modelo de trascendencia, explica Scannone: “se trata
de una «nueva» experiencia de trascendencia tanto «ética» -pues interpela a la responsabilidad
y la solidaridad- como «política», en cuanto el compromiso ético impulsa a luchar
por el bien común y la liberación de estructuras injustas, preferencialmente, de las
«víctimas» históricas” (Scannone, 2012a: 118). Es decir, esta filosofía de la religión de la liberación tiene que ver sólo parcialmente
con un discurso o una praxis «religiosa» (según se usa en el sentido usual del término),
ya que, fundamentalmente, está concernida por la experiencia de lo religioso pero
en tanto que respuesta responsable -político-económica- ante el sufrimiento del Otro
(que revela, por su exterioridad meta-física, señas o signos de trascendencia a lo
meramente dado). De esta manera, se presenta como explicitación del marco categorial
de la filosofía de la religión de la liberación una recomprensión radical de la trascendencia en tanto que ésta adquiere, sobre todo,
un sentido «horizontal» (trascendencia no-ontoteológica en la inmanencia, es decir,
un «mesianismo materialista» que entiende la «trascendencia horizontal» -ética y política-
como signo de la «trascendencia mesiánica» -lo Otro que lo hasta ahora dado: utopía
escatológica-).35
Palabras finales
Al comienzo de este trabajo, se presentó un breve recorrido histórico del desarrollo
de la filosofía de la religión en América Latina, indicando a grandes rasgos los principales
temas filosóficos y los autores más significativos de la disciplina practicada en
nuestra región durante el siglo XX y comienzos del XXI. Con ello, quedó evidenciado
que, especialmente en la «filosofía argentina de la religión», se cuenta con valiosos antecedentes para el tema aquí abordado, no solo de una filosofía
de religión en general, sino, más particularmente, una filosofía de la religión «transontológica» que concibe la experiencia humana de lo trascendente a partir de la excedencia y
de la trans-objetualidad (es decir, superadora de las posiciones metafísicas clásicas
de carácter onto-teo-lógico). Por tanto, se puede advertir cómo se ha ido elaborando
un cierto contexto discursivo específico que fue preparando el camino para la formulación
de una filosofía de la religión «en» la filosofía de la liberación (marco en el que Enrique Dussel desarrolla su obra).
En segundo lugar, se han presentado las notas esenciales de la filosofía de la religión
dusseliana, la «arqueológica de la liberación», marcando los puntos centrales de su
formulación, en especial los siguientes: la moralidad originaria del mal radica en
la «totalización totalitaria»; es decir, en el proceso de fetichización de los sistemas
históricos. El fetichismo se basa, esencialmente, en la mistificación o en la consagración
del orden vigente como un Todo eterno e inmutable. La religión de la dominación puede
servir como dispositivo de legitimación último del orden dado; pero a su vez la religión,
desde la «filosofía de la mítica liberadora», puede legitimar discursivamente praxis económico-políticas de transformación. Existen,
entonces, prácticas cúlticas propias de la «religión supraestructural» (adorar al ídolo del sistema; morir en sacrificio por él) y de la «religión infraestructural» (responsabilidad ética, económico-política, por la vida del pobre, de la viuda, del
huérfano y del extranjero). El primer momento, crítico-negativo, de la crítica de
la religión («religión infraestructural» o profética) se ejerce como ateísmo del fundamento
ontológico de los sistemas vigentes, o sea: como antifetichismo. El segundo momento,
crítico-afirmativo, como hospitalidad ante la trascendencia del Santo (el Otro singular
y comunitario, como separados; el Otro absolutamente absoluto, más allá que la historia
humana como Totalidad). En definitiva, la re-ligión en la arqueológica se presenta esencialmente como la ex-posición res-ponsable por el Otro ante el Otro absolutamente absoluto y el culto como el servicio económico-político justo; modalidad eminente de la justicia en la
responsabilidad por el Otro sufriente; la ana-dia-léctica es el dispositivo metodológico que utiliza Dussel para referirse a la «trascendencia
absoluta», evitando caer en una excesiva equivocidad o en la pura univocidad; dicho
recurso metodológico es una contribución propia y original de la corriente analéctica de la filosofía de la religión latinoamericana (o de la liberación).
Finalmente, en la tercera sección, se ha intentado enlazar la primera parte del trabajo
con la segunda, mostrando analíticamente la pertenencia discursiva de la arqueológica
dusseliana a la filosofía de la religión de la liberación. En ello, fueron remarcados
algunos elementos centrales, tales como: la exterioridad, la alteridad y la trascendencia
etico-historicas del Otro contextualizadas desde America Latina como lugar hermenéutico
fundante; una renovada y creativa comprensión de la trascendencia, no solo en la intersubjetividad
etica, sino tambien y fundamentalmente, desde un análisis histórico, social y politico-económico;
el diálogo permanente con las ciencias sociales; la elección del pobre y del pueblo,
de las víctimas históricas singular y comunitariamente comprendidas, como el sujeto
de una perspectiva argumental que relocaliza la totalidad de los grandes temas de
la filosofia a partir del horizonte que emerge de la “opcion preferencial por los
pobres”; la pregunta por el sentido de la religión, no solamente desde un aspecto
descriptivo sino, sobre todo, normativo y contextualizado; la centralidad de las categorías
de alteridad (en contraposición con la de “identidad”), de creación (en contraposición
con la de necesidad), de sensibilidad (en contraposición con la conciencia cierta
de sí, racional y autotransparente del ego cogito) y de la novedad histórica imprevisible (en contraposición con la eternidad y con
la universalidad abstracta a priori); la relación constitutiva entre la cuestión de la trascendencia y los planteamientos
éticos, políticos y económicos; un pensamiento esencialmente anti-idolátrico, anti-fetichista
y anti-totalitario; una recomprensión radical de la trascendencia en un sentido horizontal
(trascendencia horizontal -ética y política- como signo de la trascendencia mesiánica:
Utopía escatológica).