Las revistas literarias y de difusión cultural suelen ser marcadas por los sucesos históricos que, asimismo contribuyen a sucitar. Su carácter periódico propicia una cierta toma de distancia. Permite realizar este ejercicio a ojo de águila al vuelo, más cerca de la reflexión que de la mera reacción –lo característico de la nota periodística–. Así, las revistas asumen su compromiso frente a la Historia.
Parecería tarea de las revistas, pues, juzgar los acontecimientos de la Historia. Desde un cierto punto de vista, este no sería el caso de una revista científica. Una publicación de esta naturaleza parecería responder a otra necesidad: la de desmarcarse de la necesidad de juzgar lo singular, como los acontecimientos que constituyen la Historia: la ciencia pretende trascenderla y arribar a juicios universales y válidos sobre fenómenos regulares, previsibles. En una revista científica encontraríamos, así, artículos de carácter objetivo, que postularan verdades universales y atemporales. Discutibles, sí, pero en el ámbito teorético: la búsqueda rigurosa de la verdad en el trabajo del concepto. De aquí quedaría excluida la mera opinión. Mas la opinión es todo lo que parece caber en el juicio sobre lo singular.
En el caso de la filosofía, sin embargo, parece que estamos ante un híbrido. Ella misma busca para sí el carácter epidémico. De hecho, para muchos filósofos, la filosofía es la única digna de denominarse verdaderamente ciencia estricta (Platón, Aristóteles, Agustín, Aquino, Descartes, Spinoza, Leibinz, Hegel, Husserl… En fin… sería absurdo siquiera intentar listarlos a todos). Pero, al mismo tiempo, sabe que nace de la inquietud que habita en la Historia. En el Cielo, no hay filosofía. Ella es un amor por el saber. De modo que la condición originaria de la misma es la ignorancia: una condición del ser terreno, imperfecto, mortal, carente. Está claro que el resto de las ciencia comparten la misma condición que la filosofía. La diferencia entre la filosofía y las ciencias estriba en que éstas no hacen de tal inquietud su tema principal.
Una revista de filosofía, por lo tanto, deberá situarse en el limes que separa a las revistas estrictamente científicas –por utilizar la palabra en el sentido que las disciplinas positivas han sobre-aprovechado– de las revistas de opinión. Una revista de filosofía que, de manera absoluta, sea ajena a lo que ocurre en su mundo sería una revista que ha cruzado ya una línea que quizá no debió cruzar jamás: ha optado por un modo de hacer filosofía que quizá es ajeno a la naturaleza de la misma. Así, su indiferencia resulta una traición o una negación: ha escondido su cabeza en la tierra.
Mas, ¿cómo mantener la tensión en la que vive la filosofía, tensión pendular entre lo histórico-comprometido, y lo universal-eterno? Acaso cualquier intento de respuesta resulte temerario. Pero creemos que habría que atreverse a proponer una hipótesis en la que la filosofía, al estar en cuestión permanente respecto de sí misma, movilizara existencialmente al filósofo y, con él, al menos, a una primer comunidad nuclear.
Los acontecimientos históricos de la segunda mitad del 2017 han sido hechos dignos de mención: eventos naturales que, por sus consecuencias, de inmediato se han inscrito en la historia de los hombres. El 7 y el 19 de septiembre, varios sismos cimbraron México. Pero, una vista rápida al calendario meteorológico del año, nos muestra que algo está pasando en el mundo y que no podemos ser sordos al clamor de la Tierra. México no fue el único país azotado por los acontecimientos naturales: el Caribe casi entero fue devastado por varios huracanes, Irak e Irán sufrieron también algunos terremotos poderosos, el río Barhmaputra se desbordó en la India, cerca de seis millones de personas en Somalia están padeciendo fuertes sequías… y la lista podría engrosarse de manera alarmante.
La naturaleza está transformándose ante la mirada de nuestra generación. Quienes escribimos, aún recordamos vagamente los confines de las estaciones, cada vez menos regulares. Aún, muchas personas siguen negándolo, como si pudieran tapar al sol con un dedo. Algunas, como Trump, ocupan posiciones de poder. Es evidente que quien tiene que alzar la voz, en este caso, son las ciencias naturales, de la mano de la política como acción comunitaria que nos conduzca a colaborar en la concepción de acciones puntuales inteligentes, individuales y colectivas, que ayuden a postergar, y aún acaso evitar que crezca, el desastre global que a todas luces se avecina. El saber técnico, aquí, tiene mucho qué decir.
La filosofía, quizás, no pueda en estos casos decir demasiado o, al menos, acaso no pueda decirlo de manera directa y provechosa, oportuna y efectiva. Sin embargo, tiene la tarea de encontrar, en el drama de lo humano, los anhelos y las inquietudes espirituales que pueden movilizar a las personas para que sus acciones bienintencionadas no queden en la ayuda banal y vaporosa. La filosofía es hábito y, en esa medida, no pretende ser llamarada de petate, sino un permanente acicate a la inteligencia y la voluntad para que el corazón y la carne de los hombres no quede aturdida por las noticias y, como Teófanes el Recluso, acompañe, con la cardiognosis imperativa, la salida de lo epidérmico y la incursión a lo fundamental.
Los artículos que ofrecemos en este número encuentran ahí su pertinencia. Dialógica presenta una conversación sobre la gobernanza de las ciudades, esas pobres que han quedado tan maltrechas después de las ideológicas y dogmáticas políticas fordianas de desarrollo que han hecho de las ciudades un lugar para los automóviles y no para las personas. ¿Cómo gobernar una ciudad si no es a través de la actividad de cada uno de sus ciudadanos: cómo rescatar a una urbe del encierro en sí misma, si no es a través de prácticas donales y gratuitas, en el seno redes ciudadanas, que posibiliten, más allá del fallido Estado y del gobierno, aquello para lo que son las ciudades: vivir juntos?
Roberto Ochoa intenta desbrozar el camino hacia el perdón y la paz en el contexto de la violencia de la ausencia del rostro, para lo que remite a las señeras ideas de Illich y de Jean Robert, quienes nos ayudan a comprender cómo lo más perverso no está en las injusticias que ocurren en la ciudad, sino en el anonimato al que nos ha empujado el Estado para hacerles frente, arrebatándonos la capacidad de hacer las paces unos con otros.
Cecilia Coronado abona a la discusión discurriendo sobre la noción de justicia en la propuesta de Axel Honneth, quien la piensa en relación con la libertad. Luis Felipe Jiménez, por su parte, ahonda en una perspectiva poco observada en la filosofía política de Maquiavelo, ese agudo filósofo que vio a los Estados nacer. A partir de una comprensión del valor de la noción de “soldado ciudadano” en la obra del filósofo político florentino, enfatiza la corresponsabilidad que el nuevo Estado moderno demandaba, ofreciendo un contrapeso, ahora olvidado, al soberano, quien sólo podría serlo efectivamente toda vez que fuera capaz de convocar y persuadir auténticamente a los ciudadanos. Finalmente, Pedro Pallares hace un recuento histórico en torno de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la influencia que Jacques Maritain pudo haber tenido en sus redactores, con el que cerramos este bloque sobre filosofía política.
A continuación, dos filósofos abordan el problema de las relaciones entre poesía y filosofía: Mauricio López hunde su texto en la doble raíz del lógos griego, al tiempo que Christian Goeritz discute la lectura que hiciera Jacques Ranciére de la Poética y la Política de Aristóteles. Ambos textos recuerdan que la razón no es unívoca, sino análoga, y que sus expresiones variopintas tienen consecuencias no solo en el mundo de los raros pensadores, sino hasta el modo de hacer ciudad y hacer política.
Por último, la sección de Estudios cierra con dos artículos que buscan hablar de lo inasible y de lo inefable; dar palabra en una nueva clave a lo que la filosofía parece haber tratado como uno más entre los demás problemas, siendo el problema de los problemas de la filosofía. Jaime Llorente discute la posibilidad de hablar de Dios desde la filosofía de Michel Henry, criticando así todos los argumentos que quieren «probar» la existencia de Dios, crítica a la que se hacen acreedores por su inhabilidad de distinguir el objeto de su argumento, al que pierden ahí donde lo intentar demostrar, a pesar de la importancia que tiene la proeza que acometen. Carlos Sierra, a su vez, nos propone, en una larga y meditada entrega –que además constituye un manifiesto del realismo real–, un nuevo modo de formular las pruebas sobre Dios, en la misma línea que Llorente.
Las reseñas se cuecen aparte. Naím Garnica nos habla de un libro sobre arte, Suana Ramírez refiere otro sobre las ciencias cognitivas y la filosofía de la mente, al tiempo que Rubén Sánchez escribe sobre la fenomenología de lo extraño, de Waldenfels.
Urge que, en América Latina, subamos el nivel de la discusión y digamos con toda claridad que nunca como ahora urge que los gobiernos inviertan en la investigación y la producción artística y cultural. Precisamente ahora que los gobiernos latinoamericanos, casi al unísono, están provocando un apagón científico, es cuando más hay que enfatizar la importancia de espacios de diálogo como este; de otro modo, lo pagaremos en aún más violencia por parte del Estado y el crimen organizado. En México, por lo pronto, la amenaza es muy clara: más armas, menos diálogo; más publicidad, menos inversión pública; más corrupción, menos oportunidades.
Luego de décadas de un trabajo sostenido de miles de personas y decenas de instituciones en pro de la seriedad en la investigación y la publicación académica, este año, el 40% de las publicaciones científicas del país fueron excluidas de la red SciELO por no mantener las prácticas de rigor, al tiempo que casi dos de cada tres universidades públicas enfrentan una probable bancarrota. Es inexplicable. Aunque el trabajo de los humanistas, científicos y artistas mexicanos supone casi el 10% del PIB, no recibe ni el 1% de la inversión pública. La corrupción y la impunidad de los gobernantes, por otro lado, rayan en el cinismo más descarado. En los días que corren, ciertamente telúricos, supone un gran gozo poder aportar estos tópicos a la conversación.
En estos ocho años de trabajo, hemos buscado mantener viva la tensión que aviva la filosofía, tensión que también la mantiene, precisamente a salvo de la ideología: filosofía y no falsa gnosis, más allá del saber objetivo y pretendidamente neutral de las ciencias y del texto anecdótico de la opinión de periódico. No es sencillo mantenerse en esa fina línea y sabemos que no siempre lo podemos lograr con éxito. La tarea de los editores de una revista como ésta siempre va a caballo entre lo procesual y la curaduría. No obstante, la revista ha crecido y ha mantenido un diálogo abierto.
Tal apertura ha hecho posible que, desde este año, podamos ofrecer nuestra publicación a una audiencia cada vez mayor, al tiempo que le daremos a nuestros lectores, anualmente, un número más. Les anunciamos que, a partir de este año, modificaremos la periodicidad de Open Insight: ahora será publicada cada cuatro meses y no ya semestralmente, como se ha venido publicando hasta ahora. Además, todos los contenidos de Open Insight comenzarán a ser incluidos en Scopus y en el Scielo Citation Index de la Web of Science. Este crecimiento de los lectores de Open Insight, de la mano de la publicación de un número más cada año, nos permitirá ofrecerle a nuestros autores un diálogo aún más vivo sobre los temas que queremos animar desde la palestra editorial.
Diego I. Rosales y Juan Manuel Escamilla
Santiago de Querétaro, México
Enero, 2018