Es indudable la importancia que reviste la reflexión filosófica de los derechos humanos
(DDHH) en la actualidad. Podría parecer obvio que un acercamiento filosófico a la
problemática deba darse por descontado, pero justamente esto constituye un primer
escollo. De ninguna manera esto es así. La mayor parte de las reflexiones sobre esta
problemática se concentra en análisis de tipo político, en el mejor de los casos;
o en derivaciones ideológicas que no han contribuido, a mi juicio, al esclarecimiento
de la esencia y el sentido de los DDHH como fenómeno; ni, por consiguiente, a la identificación
de sus consecuencias y problemáticas. Esta es la razón por la que el artículo de Luis
Niel es de gran relevancia, pertinencia y vigencia filosóficas.
Esta réplica se concentrará, principalmente, en la segunda parte del artículo de Niel,
consagrado precisamente a la posibilidad de pensar los DDHH desde una perspectiva
fenomenológica. Sin embargo, es importante también enfatizar, aunque sea de paso,
que toda la primera parte, es decir el excursus histórico-crítico llevado a cabo por Luis Niel y que abarca desde la génesis misma
del concepto de DDHH, hasta los momentos actuales sobre la cuestión, transitando desde
los antecedentes filosóficos hasta los desarrollos contemporáneos en una apretada
pero completa síntesis histórica, constituye un momento muy necesario y resulta sumamente
iluminador para poder entender una propuesta original que no podría entenderse de
manera completa sin conocer y comprender el andamiaje histórico y genético de la problemática
que nos atañe.
Dicho lo cual, consideramos que las diversas corrientes filosóficas respecto de los
DDHH, se han concentrado casi siempre en enfatizar la existencia de un conjunto de
normas de justicia y valores morales y sociales que se conciben como autoevidentes
y que se edifican a partir de los cimientos de la supuesta naturaleza racional del
ser humano. El desarrollo del iusnaturalismo engendra, a partir de la Modernidad,
una serie de concepciones de distinta cepa y se dispara en distintas direcciones,
dominando el panorama del pensamiento jurídico europeo, pero todas ellas confluyen,
metodológicamente hablando, en una suerte de racionalismo, aunque sea de manera general.
El iusnaturalismo moderno funda en la razón humana al derecho natural, desarrollando
a su vez, en el ámbito que estamos tratando, la teoría acerca de derechos «innatos»
en el ser humano, en que la única fuente del derecho es la ley. Sabemos que la concepción
iusnaturalista ha sido duramente criticada y, en buena medida, superada, aunque, pese
a ello, sigue siendo una posición bastante difundida en la actualidad, aún si lo hace
a través de variantes. Las críticas, que no expondremos aquí, pero que en buena medida
se desprenden de la exposición de Niel, han sido insuficientes, pues, como hemos podido
constatar, el iuspositivismo no ha encontrado tampoco la «cuadratura del círculo»
de los DDHH.
Por tanto, es importante mostrar cómo en nuestra época, como apéndice de la Modernidad,
se vuelve urgente encontrar un fundamento legítimo para los DDHH, pues las visiones
iuspositivistas, sobre todo aquellas que tienden a mantener posiciones negativas o
pesimistas respecto de la posibilidad de fundar una convivencia pacífica y sana entre
seres humanos sosteniendo, en las antípodas, que en última instancia lo que hay en
la naturaleza humana es maldad intrínseca, crueldad y egoísmo, apoyan la concepción
por la cual los DDHH serían la expresión de instancias «no naturales», sino creadas
para precisamente contraponerse al «estado de naturaleza» y, desde luego, al peligro
del dogmatismo que adscribe tal estado de naturaleza a un «origen divino».
Ahora bien, si puede argumentarse, contra el iusnaturalismo en cualquiera de sus modalidades,
que no hay, estrictamente, un saber universal objetivo, no es deseable dirigirse al
extremo opuesto, considerando -como se ha hecho desde buena parte del siglo XX y hasta
nuestros días- que no puede haber ningún tipo de saber universal; es decir, que no
puede haber ningún tipo de suelo duradero que constituya justamente el fundamento
de los derechos de los seres humanos, tal como sostienen pensadores como Norberto
Bobbio, para el cual la posibilidad de un fundamento de los DDHH está completamente
cerrada. Basa esta idea en que es inaceptable concebir cualquier clase de fundamento
objetivo para fenómenos que son esencialmente particulares y, diríamos, incluso, casuísticos.
Pero el hecho de que no pueda sostenerse un fundamento objetivo no quiere decir que
no exista ningún tipo de fundamento. No es muy difícil entender que una postura como
la de Bobbio constituye una amenaza para la existencia misma de los DDHH. De ahí que
la propuesta presentada por Luis Niel en el artículo que precede, revista la mayor
importancia.
Se trata de constituir la posibilidad de encontrar ese fundamento, es decir, no renunciar
a la idea de establecer principios válidos universalmente, pero no con base en una
objetividad pretendidamente autoevidente, sino más bien en valores sustanciales que
constituirían, así, otro tipo de objetividad. Es cierto que en la actualidad no podemos, siguiendo esta línea argumentativa, apelar
a ideologías unitarias con carácter omniexplicativo; pero eso no debe significar,
repetimos, la renuncia a toda búsqueda de un fundamento que funcionaría como una suerte
de común denominador; una koiné, independientemente de las diferencias culturales, religiosas, políticas, ideológicas,
etc.
Como han hecho notar también otros teóricos, en nuestra época y en nuestro ámbito
latinoamericano, asistimos a una exigencia, cada vez más generalizada, de llevar a
concreción los DDHH, pero con el problema, que insinuamos al principio de este escrito,
de no colocar la problemática en el tapete filosófico, como correspondería, sino directamente
en el plano político, lo que empobrece una concepción «fuerte» de los DDHH y que,
además, favorece la aparición de esa amenaza representada por el espectro del nihilismo
y la ausencia de cualquier posibilidad de pensar en valores objetivos y universales.
Por ello, es importante tratar de encontrar un fundamento de los DDHH, basados, sí,
en la naturaleza humana, pero no considerando a ésta como algo cerrado y dado por
supuesto, sino en el sentido de un a priori que permita el reconocimiento de una igualdad ontológica entre seres humanos, al
mismo tiempo que reconoce sus diferencias y la importancia de respetar la diversidad
y conjurar así las distintas formas de fundamentalismos religiosos, falsos nacionalismos,
la difusión de un relativismo individualista y una casi ausencia de respeto por el
derecho internacional.
De tal suerte, la pregunta fundamental con la que Luis Niel abre la segunda parte
de su escrito, a saber, qué tenga que decir la fenomenología para aportar a una fundamentación
de los derechos humanos, se vuelve significativa como hipótesis de trabajo para explorar,
diría yo, una nueva posibilidad de fundamentación de los derechos básicos de los seres
humanos, una fundamentación que resuelva, precisamente, ese aparente dilema insuperable
entre la objetividad cerrada del iusnaturalismo y las derivaciones relativistas del
iuspositivismo.
Así, pese a la complejidad de la pregunta, la respuesta que da Niel es que la fenomenología
puede aportar mucho a la discusión; aunque creemos que no solamente puede hacerlo
en un plano descriptivo, como parece considerar el autor, sino de una manera aún más
cabal. Estamos de acuerdo en que el problema del derecho está casi ausente de la tradición
fenomenológica, como dice Luis Niel; sin embargo, eso no significa que no esté en
el horizonte de las preocupaciones fenomenológicas. Para muestra, basten los ejemplos
originarios de Adolf Reinach y de Edith Stein,1 como paradigmas preclaros de una preocupación temprana por aplicar el método y la
perspectiva fenomenológicas al ámbito jurídico y político; pero, además, hay también
desarrollos posteriores, de corte fenomenológico que inciden sobre una reflexión acerca
del campo del Derecho y sus temáticas, aunque, es verdad, no explícitamente sobre
los DDHH. Pero, justamente, la propuesta de Niel tiende a cubrir ese hueco.
Central, me parece, es la distinción inicial que, en el plano de una antropología
filosófica, por otro lado indispensable ella misma como fundamento para una teoría
de los DDHH, establece Luis Niel entre «dimensión moral» y «dimensión empática». A
las lúcidas consideraciones del autor, yo agregaría que esta dimensión empática se
revela, sí, per negatio, pero precisamente revela esa dimensión de reconocimiento de «lo humano» dentro de
la denigración, la aniquilación, etcétera; por ejemplo, cuando alguien trata cruelmente
a otra persona, aunque, efectivamente, desde un punto de vista ético, moral, religioso,
sea condenable y, en el lenguaje coloquial, ello se exprese diciendo que ese alguien
está tratando al otro «peor que a un animal» o «como cosa», no hay nada más falso
en ello; lamentablemente, abandonando la actitud natural, podemos percatarnos que
lo está tratando «humanamente»; claro, en sentido negativo, en actitud, diríamos con
Aristóteles, de elegir lo que sería «naturalmente» inelegible o inaceptable. El victimario,
o torturador, sabe y siente que el Otro frente a él es humano y, precisamente por
ello, a nivel empático, sabe también cómo infligirle dolor y cómo hacerle daño, por
ejemplo, mediante un trato impropio.
Por otro lado, el desarrollo llevado a cabo por Luis Niel en cuanto a la perspectiva
genética sobre los derechos básicos, es de notable importancia. Toda la argumentación
desplegada habla por sí sola y aquí, simplemente, intentaremos aportar algunos conceptos
fenomenológicos que se insertan en el hilo argumentativo tejido con sutileza y conocimiento
del proceder fenomenológico, aquí aplicado al sentido mismo de los DDHH y su esencia,
ésta obviamente también entendida fenomenológicamente, en tanto Wesen de aquello que se da con evidencia ante nuestra conciencia.
La fenomenología, sin duda alguna, es, como otras en el siglo XX, una forma de pensamiento
que se basa en lo que podemos llamar «relacionalidad ontológica» de los seres humanos
y la concomitante coexistencia entre ellos como condición básica y originaria de lo
humano.
La filosofía fenomenológica y, en particular, la de Husserl, su fundador, se constituye
como una propuesta de fundamento de los derechos del hombre porque en su pensamiento,
como se desprende de la hermosa conclusión del artículo objeto de esta réplica, emerge
una contestación directa a la cultura de la muerte que domina en el panorama actual,
no solo en México, como hemos constatado en los últimos años muy duramente, sino en
casi todo el orbe. Precisamente, es la fenomenología una posibilidad de pensar en
el redescubrimiento del sustrato de una vida auténtica en que los seres humanos se
constituyan como libres y, concomitantemente, responsables; y es que solo relacionalmente,
los DDHH podrían hallar un fundamento como el que estamos invocando, que vaya más
allá de las aporías que genera la perspectiva individualista y relativista en que
se vieron surgir y desarrollar.
Ya el propio Edmund Husserl critica, como sabemos, la perspectiva racionalista de
las ciencias para arribar a una manera distinta de inquirir sobre la realidad, ya
que el que guía al filosofar es justamente el ser humano concreto. La lógica y las
ciencias positivas son producto del espíritu, instancia evidenciada por los fenomenólogos
a través de la reducción aplicada a la persona humana, correspondiente al ámbito del
sentido, de tal modo que lógica y ciencias son justamente entendidas como «unidades
de sentido», y no el resultado de un procedimiento psicológico mecánico; de acuerdo
con la fenomenología, el pensamiento mismo posee sentido, esto es, piensa algo que
es correlato de su pensar y la exterioridad de este correlato está constituida por
la interioridad del sentido. Se trata de una nueva concepción de esta dimensión que
hemos llamado «relacional» abierta por la conocida distinción husserliana entre «actitud
natural», ingenuamente vivenciada, y la «actitud fenomenológica», fruto de la reflexión
llevada a cabo a través de la reducción, la puesta entre paréntesis de todo supuesto.
De lo anterior se desprende, como sabemos, que el conocimiento no tenga su razón de
ser en el establecimiento de un principio general del que él mismo extraiga un principio
que lo pueda explicar, como ocurre en algunas filosofías decimonónicas objetos de
la crítica husserliana. Se trata, en cambio, de un conocer que se caracteriza por
el hecho de aclarar su propio sentido y describir la vida anímica que lo impulsa y
que lo guía. La intencionalidad no es otra cosa que el acto de otorgar sentido, y
por ello la fenomenología no parte de la realidad objetiva, sino de la noción misma
del sentido. La célebre afirmación husserliana por la que “toda conciencia es conciencia
de algo” no significa otra cosa que la realidad, cosas, pensamientos, tienen sentido
únicamente en la conciencia, que es, en tanto constituida por el flujo de las vivencias,
la modalidad misma de la existencia del sentido.
Aplicado a la problemática de los DDHH, nos damos cuenta cómo la intuición de base
de Luis Niel es perfectamente aplicable. Los valores como el respeto por la vida,
la libertad, el respeto por el otro, etcétera, no son formas de a priori formal, sino un a priori material. Esta es la interpretación que damos a lo que Niel concibe cuando dice:
“más allá de cualquier discurso teórico, en la raíz misma de nuestra facticidad concreta,
somos humanos y en tanto tales tenemos derechos fundamentales anteriores al derecho
mismo, subjetivo u objetivo” (Neil, 2016:30). Esa anterioridad al derecho mismo, creemos,
es equivalente al a priori material que está presente no solo, pero sí principalmente, en las consideraciones
de Adolf Reinach en su principal obra sobre los principios a priori del derecho civil,2 que, nos parece, son perfectamente aplicables a la cuestión de los DDHH. Esto es:
una anterioridad que escapa a la clasificación clásica del Derecho en natural y positivo.
El derecho a priori no puede ser, sin más, asimilado al derecho natural, aunque comparte con éste su
carácter universal e independientemente de las formas empíricas que tomen los principios
jurídicos; pero tampoco es posible adscribirlo claramente al derecho positivo, aunque
está dotado, como éste, de contenido material. De esta manera, la noción misma de
responsabilidad se constituye, como bien lo enfatiza Niel al final, en ese a priori, completamente indisoluble, del carácter de «derechos» que poseen los DDHH; invocar
los derechos de cualquier ser humano presupone la obligación como a priori en dos niveles: la obligación de reconocer ese o esos derechos y la obligación de
ser responsables de ellos, reconociendo el derecho de los otros diferentes del sujeto
que invoca para sí el reconocimiento del suyo propio.