El libro del Génesis narra la caída de la primera pareja y sus consecuencias. Dios
creó el mundo armónico y, por la ambición de la primera pareja, entró el pecado al
Paraíso. La guerra se nos presenta como una constante de la libertad caída. El primer
homicidio lo cometió un hombre contra su hermano, y fue instalada la guerra entre
los hombres desde entonces.
En la Iliada, la musa de Homero le cantó a la guerra, las armas y las bellas acciones de los héroes.
Se trata de un relato sobre la utilidad y la gloria de la guerra; si bien, también
narra sus incomodidades y sus desventuras, la visión integral parece corresponderse
con la del género épico y, finalmente, valora positivamente la guerra. No es el único
monumento a la violencia que nos legó la Antigüedad ni el que más se ensaña en el
triunfo de los vencedores, pues aunque más queda, otra voz que expresa anhelos de
paz también se deja oír en la Ilíada: una voz frecuentemente femenina hace contrapunto a la de los héroes.
No es extraño que la filosofía, desde sus albores, se haya ocupado de la reflexión
sobre la violencia y la paz. La teoría política moderna no corre el riesgo del pacifismo,
ya sea ingenuo o pactado a vil coste. Cuando ha querido contener los afanes belicosos
ha pensado en los términos de la guerra digna de ser llamada justa, si no la ha exaltado
de plano como privilegio de los fuertes o como razón de Estado. Sin embargo, el antiguo
entusiasmo por la guerra se encuentra en franca tensión con la convicción, hoy tan
extendida, de que es preferible la paz. En el mundo moderno, aparejada a la amenaza
de la aniquilación humana, ha venido ganando terreno la máxima: "No debe haber guerra
entre los hombres", pues la guerra, hoy, sería total y no cabría llamarla ni justa
ni proporcionada. Como al inicio, flota la pregunta: ¿Acaso soy yo el guardián de
mi hermano?
Después de los terribles ataques en París, Beirut y otras ciudades, que dejaron más
de cien víctimas, parece que nuevas formas de la guerra nos acechan, guerras inasibles,
inmanejables, posmodernas, no declaradas, guerras instaladas en aparatos económicos
y políticos que siguen generando miles de víctimas invisibilizadas, personas que pareciera
no merecen ser lloradas. No sabemos ya si habrá una tercera guerra mundial o más bien
es que ella se ha colado ya como de incógnito y sin previo aviso. Nuevas coordenadas
geopolíticas se están trazando y es imposible ya comprender al mundo como un partido
de dos bandos. América Latina, en particular, se cuela como por la puerta de atrás
-para utilizar la expresión de Paz-, en el escenario sobre las nuevas formas de la
guerra, manteniendo regímenes violentos institucionalizados y aceptando como normalidad
innumerables muertos en las calles y en los diarios. Múltiples villas, pueblos y ciudades
pueden vivir gracias al status quo que la violencia y la guerra entre sus pares les otorga. ¿Es la guerra, hoy, contra
la ley? ¿Se combate a un solo enemigo? ¿Quiénes son los malos y quiénes son los buenos?
En las sesiones más recientes del Seminario de Filosofía Social del CISAV, de donde
se alimenta nuestra sección Dialógica, hemos querido abordar la grave amenaza que
representa la violencia intestina para México y América Latina, así como pensar en
posibles sendas de paz. Con tales miras, hemos invitando a Teresa Santiago y a Marilú
Martínez Fisher a pensar estas cosas. Dialógica reproduce su conversación en torno
a la filosofía de Kant sobre la paz perpetua. Parece más pertinente que nunca.
No lejos de estas coordenadas, en otra tensión entre lo ético y lo político, la sección
Estudios comienza replanteando los conceptos de inmigrante y frontera. Siguiendo a Alfred Schutz, Canela y Rincón critican las convenciones alrededor de
estas nociones, recordando que, antes que una masa estadística anónima, los inmigrantes
son personas.
A continuación, Rocío Cázares expone la recreación que hace Quinn de las concepciones
neo-humeanas de la racionalidad práctica y rechaza el argumento con el cual él cree
oponérseles. Según él, los neo-humeanos afirman que ésta puede ser descrita como racionalidad
instrumental y de ello se seguiría que el uso eficiente de la racionalidad práctica
sería consecuente con la elección de fines viles. Por un lado, Cázares discute el
carácter solamente instrumental de la racionalidad práctica. Por otro, llama la atención
sobre las cuestiones, más amplias, de los fines y de cuál sea el bien del agente moral.
Más adelante, Dobre puntualiza la recepción, en la obra de Kierkegaard, tanto del
Romanticismo como de la obra de Schleiermacher. Dobre argumenta que la filosofía de
la subjetividad, tan característica del danés, le debe más a Schleiermacher que, como
defienden los comentadores, a Hegel. A continuación, Jerade expone la ontología de
la vulnerabilidad, concebida por Judith Butler en diálogo con Lévinas y ante los atentados
del 11S o los crímenes de Estado, como los cometidos en Guantanamo o los que aún permanecen
sin esclarecer, de los 43 de Ayotzinapa. Butler se mide con la cuestión de Antígona
al hablar sobre las políticas del duelo y su tensión con la ética: considera las vidas
incómodas, rechazadas, ¿mas acaso no dignas de duelo? Finalmente, Sánchez Soberano
argumenta el mundo de la vida natural como principio de la reflexión filosófica en
la fenomenología de Husserl.
Nuestro amigo Jean Robert, marcando el rumbo de la conversión ecológica, se adelantó
algunas décadas a la Cumbre de París que se reunió en 2015 para pactar la transición
a energías alternativas como medida de urgencia para detener el calentamiento global.
En la sección Coloquio, reproducimos una conversación con Jean Robert. En ella, nos
cuenta sobre su encuentro con Iván Illich, de quien sería gran amigo y muy cercano
colaborador, y de las inquietudes que compartió con él. Primero, nos habla sobre la
proporción y sobre su rompimiento, en el concurso de los sentidos para la percepción
del mundo. A continuación, pasa revista de la desmesura de los sueños industriales
del progreso infinito y de cómo rompen con los dominios convivenciales.
A su juicio, es importante contener las ambiciones fáusticas de la ciencia, la tecnología
y las instituciones contemporáneas y repensar el mundo. Nos invita a hacerlo parados
sobre nuestro propios pies y mirándonos a los ojos. Nos invita a imaginar las ciudades
como atmósferas propicias de las relaciones solidarias entre los hijos de una misma
matriz, a los ciudadanos como correponsables los unos de los otros. Acaso construyéramos
otras ciudades si consideráramos que somos guardianes de nuestros hermanos. En ese
sentido, rastrea la peculiar hybris moderna en la desencarnación de la caridad y discute el mysterium inquitatis, haciendo un repaso de la obra de Illich.
En las reseñas, José Alfonso Villa Sánchez nos habla de la tarea metafísica en la
construcción del cosmopolitismo. Es la invitación a un estudio monográfico de la obra de Bernard Lonergan en el que
se señalan los límites y los alcances de la Modernidad, vistos desde la particularización
de la razón y la realidad que representa el abandono de la metafísica. Eduardo González
Di Pierro reseña una compilación de textos, fruto de un homenaje a la obra y el pensamiento
de Luis Villoro. Queda manifiesto el influjo de la obra del filósofo mexicano en las
investigaciones de la Universidad Michoacana de san Nicolás de Hidalgo. Finalmente,
Cintia Luján sostiene que leer la obra de Ortega y Gasset en clave fenomenológica,
tal como se hace en el texto del filósofo español Javier San Martín que reseña, es
indispensable para comprender el pensamiento del filósofo de la generación del 98,
pues esto permite lanzar luz sobre la recepción de las ideas del filósofo en la filosofía
española de la segunda mitad del siglo XX.
En un mundo colmado de amenazas, armas y violencia en la vida privada como en la pública,
es fácil caer en la tentación de pensar que la mejor manera de enfrentar la violencia
es con una violencia mayor. El peligro de caer como en un tobogán en la espiral de
la violencia es, entonces, inquietante; en esta lógica es inevitable la guerra y,
al final, una paz impuesta por el argumento disuasivo de una amenaza mayor, que sería
sólo un breve paréntesis antes de otro episodio de guerra.
Desde antiguo sabemos que la paz es fruto de la justicia (opus iustitiae pax), y que la sola justicia no se sostiene sin perdón y misericordia (summum ius summa iniuria). La paz es difícil y exige magnanimidad, generosidad, es decir: amor. La razón abstracta
sólo exige que se pague el daño, que se restituya la igualdad, es decir: que el otro
pague lo que debe. Pero, para lograr la paz, no basta que el otro pague. Se requiere
el perdón. Pagar por el otro lo que él ya no puede resarcir. Tal vez porque su deuda
sea impagable. El perdón supera al don inicial, destruido por la violencia. Sin caer
en sentimentalismos ingenuos, es más razonable reconstruir la paz con la lógica del
corazón que con la pura lógica de la razón. ¿O hay otra vía?