Introducción
Atendiendo a los Nachgelassene
Fragmente más juveniles se puede observar el modo en que Nietzsche entendió, tempranamente,
que el conocimiento estaba en gran medida vinculado al lenguaje. Fue asumiendo paulatinamente
que, para entender el desarrollo histórico de la filosofía, el carácter propio de
la cultura y aún la posibilidad misma de conocer, era de vital importancia ocuparse
del lenguaje, de su origen, transformación, naturaleza y posibilidades
El siguiente trabajo se introduce en la genealogía de la concepción tropológica del
conocimiento, a partir de los Nachgelassene Fragmente de 1869-1873. De este modo, el desarrollo de dicha génesis se estructura en cuatro apartados: en
el primero (de 1869 a mediados de 1872), se recogen las primeras preocupaciones en
torno al lenguaje fuertemente influenciadas por pensadores enmarcados en el legado
del criticismo kantiano; en el segundo (correspondiente al verano de 1872), se observa
la búsqueda de un lenguaje propio, problematizando el lenguaje-conocimiento desde
su carácter artístico-antropomórfico-superficial; en el tercero (relativo al otoño
de 1872), se intenta mostrar la incorporación del paradigma lingüístico como estrategia
antimetafísica; en el cuarto (del invierno de 1872 a 1873), se explicita el escenario
a partir del cual Nietzsche asume el paradigma tropológico del conocimiento.
Origen de la preocupación en torno al lenguaje-conocimiento. Nachgelassene Fragmente de 1869 a mediados de 1872
Muy tempranamente, en los primeros Nachgelassene Fragmente,1 de 1869, encontramos -a partir de la preocupación del joven Nietzsche en torno a
la tragedia griega y su posibilidad de continuidad en el drama- una estructura de
abordaje al problema gnoseológico-lingüístico que remite directamente a pensadores
inscriptos en el espacio abierto en la filosofía por el criticismo kantiano,2 tales como Hartmann, Schopenhauer o Lange.3 Una incursión al problema de la función representativa del lenguaje, que en términos
generales Nietzsche esquematiza desde dos instancias o niveles: el nivel primario de carácter inconsciente, en el que se asienta el impulso creador y artístico (lo
dionisíaco), y el nivel secundario de la conciencia (lo apolíneo). Tal estructuración le permitirá establecer como principio
que el lenguaje no encuentra su origen en la conciencia, sino en un nivel oscuro y
profundo que la condiciona como lo más real.
Una de las primeras y principales preocupaciones de Nietzsche en la etapa denominada
por la crítica como de juventud o «período de Basilea», es que el lenguaje recupere
su fuerza vital. Su capacidad de comunicación de los aspectos más profundos de la
vida; una riqueza perdida que espera evidenciar desde el abordaje de su aspecto musical,
figurativo y gestual.4
Se puede observar cómo, desde los escritos más tempranos, Nietzsche comienza precisando,
ante quienes reducen el lenguaje a su dimensión meramente conceptual, que si bien
respecto a la lengua objetiva, escrita, “el lenguaje significa solo mediante concepto”,
existe una dimensión de la palabra que “pertenece al mismo tiempo a la música” (eKGWB/NF-1869,
2[10]).
Prestar atención al sonido, ritmo, tiempo e intensidad de las palabras en el lenguaje
hablado en el marco de la ópera trágica le permite observar que el lenguaje revela
en su faz simbólica el contenido de los sentidos. En la palabra-símbolo hay una traducción o representación de esa melodía originaria que tiene su raíz en
los propios afectos, una “transposición de una cosa a una esfera completamente distinta”
(eKGWB/NF-1869, 3[20]), una puerta de entrada a los contenidos de los sentimientos
(eKGWB/NF-1869, 2[10]). La palabra objetiva-conceptual como “superficie del mar agitado,
que es turbulento en las profundidades” se limita a sugerir, a explicitar, la música.
A presentarse como un deficiente signo que necesita de la música para expresar el
alma de la acción. Las palabras son el lenguaje de la razón, pero la música es el
lenguaje que expresa el pathos más íntimo de nuestro ser.
Así, problematizando la capacidad representativa del lenguaje, desde la relación entre
lo mimético gestual o lo imaginativo conceptual y el sustrato sonoro-musical de la
naturaleza, sostendrá que “la intuición es un producto del instinto” que hunde sus
raíces en la sensación (eKGWB/NF-1870, 7 [16]). El carácter figurativo del lenguaje,
el ámbito del concepto “es el residuo de la objetivación apolínea de lo dionisíaco”
(eKGWB/NF-1871, 9[13]).
El conocimiento se consigue a través de una fuerza inconsciente, de la capacidad artística
de constituir formas (eKGWB/NF-1871,16 [13]), de trasponer a partir de los estímulos,
no a partir de los conceptos (eKGWB/NF-1871, 16 [6]). El lenguaje se presenta como
una suma de conceptos que se revelan como un fenómeno artístico, como la simbolización
de exuberantes apariencias, como reflejos apolíneos de un fondo dionisíaco; por lo
tanto, siempre una imagen en lugar de la cosa:
Así comienza el hombre con estas proyecciones de imágenes y símbolos. Todas las imágenes artísticas no son más que símbolos, en la pintura, la superficie (eKGWB/NF-1870,8[41]).
Y también:
Pero ¿qué es lo que simboliza la palabra? Pues, por cierto, nada más que representaciones,
sean éstas conscientes o, como sucede la mayoría de las veces, inconscientes: ¿cómo
podría corresponder una palabra-símbolo con esa esencia interior, de la que nosotros
mismos y el mundo somos imágenes? Ese núcleo solo lo conocemos en forma de representaciones,
y únicamente nos es familiar en sus expresiones simbólicas: fuera de esto no hay ningún
puente directo que nos conduzca hasta el mismo (eKGWB/NF-1871, 12[1]).
La palabra no traspasa la esfera de la apariencia, sino que, como eco, rebota en la
epidermis de dicha esfera: “Pensar y ser no son en absoluto lo mismo. El pensamiento
debe ser incapaz de aproximarse al ser y apropiarse de él” (eKGWB/NF-1870,5[92]).
Es decir, “Para el hombre no hay ningún camino que lleve a lo Uno primordial. Él es completamente apariencia” (eKGWB/NF-1870, 7 [170]). Pero en el hombre lo Uno
primordial vuelve a contemplarse a sí mismo a través de la apariencia. La apariencia
revela su esencia. ¿Qué carácter tiene entonces esta relación?
El lenguaje de los conceptos solo refiere al mundo de la apariencia y son ilusiones-símbolos
del impulso original que el Uno primordial, la vida, ejerce en los fenómenos, en la
naturaleza, para hacer más confortable la existencia.5 Esta es la forma originaria de la apariencia, un proceso histórico de la voluntad,
que desde su escala de sensaciones de placer y displacer aspira a describir la música
en imágenes; un proceso que va de los sentidos (sonido) al concepto (imagen) de carácter
histórico, que se encuentra prefigurado en el lenguaje.
Ubicando al hombre en el plano de la naturaleza, el de lo fenoménico-apariencial,
plano compartido con el resto de los animales y plantas, Nietzsche observa que tanto
“las flores de colores y la cola del pavo real se relacionan respecto a su origen
lo mismo que la armonía con ese punto de indiferencia, es decir, como la obra de arte
con su origen negativo” (eKGWB/NF-1870,7[117]).
La voluntad se expresa mediante la misma «fuerza artística», tanto en el hombre como
en la naturaleza en general. Así, como la voluntad genera la belleza en la naturaleza
para su conservación y reproducción, también crea en el hombre la belleza de la armonía,
de la determinación, de las formas.
La voluntad crea a través del genio artista. “Entonces, todo lo que existe es una
imagen de la voluntad, también en la fuerza artística” (eKGWB/NF-1870, 7[117]). En
este sentido la “voluntad única del mundo es al mismo tiempo autointuición” (eKGWB/NF-1870,7[168]).
Siguiendo muy de cerca a su maestro Schopenhauer en relación con la intuición artística
como creadora de las ilusiones necesarias para la vida, se desmarca de éste negándole
incluso al genio el acceso al reino primordial:6
El placer solo es posible en la apariencia y en la intuición. El sumergirse completamente
en la apariencia -es el fin supremo de la existencia: allí donde el dolor y la contradicción
no aparecen como existentes-. Nosotros reconocemos la voluntad primordial solo a través de la apariencia; es decir, nuestro conocimiento mismo
es un conocimiento representado, o sea, un espejo de un espejo. El genio es lo representado como ejerciendo una pura intuición: ¿qué es lo que intuye el genio? El muro de las apariencias, puramente como apariencias.
El hombre, el no-genio, intuye la apariencia como realidad o es representado así: la realidad representada -como el ente representado- ejerce una fuerza semejante
a la del ser absoluto: dolor y contradicción” (eKGWB/NF-1870, 7[172]).7
De este modo, los elementos que, subrayados de diversas maneras, se mantienen constantes
durante este período (del año 1869 a mediados de 1872) se pueden discriminar con claridad
desde la idea general de una crítica a la cultura y a la filosofía que, ejercitadas
desde la problemática lingüística-epistémica, nos descubren el interés del joven Nietzsche
por el arte, la música y el símbolo.
Las posibilidades y limitaciones del lenguaje son abordadas desde una línea romántica
que no pudiendo aún despedirse del todo de la «teoría de los dos mundos» conserva
aún ciertos parámetros y limitaciones de una perspectiva representacional-correspondentista.
Si bien, niega expresamente cualquier posibilidad de conocimiento conceptual de lo
«en sí», aún mantiene -con cierta ambigüedad y en sentido negativo- una instancia
supra-sensible en el terreno de la estética. La música como arte por excelencia es
el principio mismo de toda simbolización que nos habla de un modo generalizado del
fondo primordial de la existencia. La «doble naturaleza del lenguaje» suple la inaccesibilidad
de la «cosa en sí» por parte del lenguaje conceptual mediante la dimensión sonora
del mismo. La más alta posibilidad de significación del lenguaje la tiene el lenguaje
de los sonidos simbolizados bajo la figura de Dionisos, cuya expresión más inmediata
es la música.
El carácter artístico-antropomórfico del conocimiento. Nachgelassene Fragmente del verano de 1872. Fragmentos 1-173
Nietzsche comprende que, para entender la cultura, el conocimiento y sus posibilidades
era necesario enmarcar la problemática en el pathos del hombre teórico (vernünftige Mensch) y su impulso ilimitado de conocimiento; penetrar en las fuentes de un impulso (trieb) que, en su querer saber a toda costa, termina aniquilando la vida. Busca, pues,
evidenciar el carácter propio del hombre de ciencias que, continuando los lineamientos
de la denominada por Kant «filosofía dogmática», aplica indebidamente las categorías del pensamiento al terreno de lo nouménico, transgrediendo
los límites del saber e incursionando indebidamente en el ámbito de la creencia, de
la fe.
El interés de este impulso por determinar más allá del campo fenoménico un objeto
de culto, de erigir en el vacío cualquier determinación rectora, se presenta como
el signo de una vida envejecida, caduca y mezquina (eKGWB/NF-1872, 19[21]) que ha
escindido, a partir de Sócrates, la vida en dos mundos.8
Sócrates rompe con la experiencia mítica del mundo, en la que reina lo inmediato;
en lenguaje de Schopenhauer, la «voluntad», reino en el que el hombre se encuentra
inmerso en una «única realidad» sin la mediación de una reflexión o crítica. A partir
de Sócrates, el mundo se escinde, se crean criterios suprasensibles e inteligibles
que conducen la vida y se los ontologiza en un no-lugar. El mundo pierde su carácter
inmediato y el hombre empieza a regirse por mediaciones reflexivas ideales.
La razón socrática, que se impone como negación de la vida es responsable del olvido
y de la degeneración de los impulsos vitales y de la pérdida de la realidad por parte
del lenguaje. Esta crisis muestra cómo el lenguaje es un producto de la metafísica
y el lugar en el cual mayormente se manifiesta y estratifican los efectos de la razón
como oposición a la vida.
El filósofo del conocimiento trágico como instrumento de la cultura deberá domar el
impulso de conocimiento desenfrenado de saber. No mediante una nueva metafísica, ni
estableciendo ninguna nueva fe, sino restableciendo los derechos del arte; (eKGWB/NF-1872,19[35])
la capacidad de la «fuerza artística» del «último filósofo» (eKGWB/NF-1872,19[24,27,28,34,35,36])
para dirigir el arte contra el saber: para volver a la vida (eKGWB/NF-1872, 19.[38,
52, 38, 39, 62, 64, 76, 73]).
Contra el pesimismo del saber absoluto del hombre teórico, el filósofo -tal como posteriormente
definirá a modo de médico de la cultura- emplea el antídoto del arte (eKGWB/NF-1872,19[52]).
Destacando especialmente la superficialidad y el antropomorfismo como características
constitutivas de nuestro entendimiento, a la vez que su incapacidad de rebasar el
orden de lo cuantitativo, el joven Nietzsche empieza a experimentar con distintas
formas, buscando precisar y describir las diferentes instancias del proceso del conocimiento.
A partir de la dirección marcada por su maestro Schopenhauer en el ámbito del conocimiento:
de los sentidos a los conceptos, Nietzsche retrotrae todo el mundo intelectual hasta
el estímulo y la sensación. Tratará de explicar el surgimiento de los procesos conscientes
de conocimiento desde la instancia elemental de los sentidos.
Nietzsche retrotrae todo el mundo intelectual hasta el estímulo y la sensación a partir
de la dirección marcada por su maestro Schopenhauer en el ámbito del conocimiento:
de los sentidos a los conceptos. Tratará de explicar el surgimiento de los procesos
conscientes de conocimiento desde la instancia elemental de los sentidos.
El entendimiento como «fuerza artística» superficial, produce las formas mediante
la clasificación, el etiquetado y cálculo; midiendo y comparando el material de los
sentidos. Componiendo desde “las superficies de las cosas resumidas en el espejo del
ojo”9 permanece ajeno al reino de las cualidades, a cualquier instancia formal, «pura»
o esencial (eKGWB/NF-1872, 19[140]). La conciencia, lejos de adentrarse en el ámbito
de las cualidades, se limita al campo de las ilusiones, a rozar la superficie.10 “Las formas del intelecto se originan a partir de la materia muy lentamente” (eKGWB/NF-1872,19[153]),
gracias al operar de una «fuerza artística» que crea la secuencia inferencial, eslabón
a eslabón, de la compleja cadena que va del evento más inmediato y elemental de la
sensación a las formas abstractas del concepto.
Reproduce una configuración que deja adivinar el modelo schopenhaueriano de los conceptos
como «representaciones de representaciones», en el que las últimas -las representaciones
intuitivas, es decir: por representaciones abstractas o conceptos- son ya una instancia
diferenciada, diferida y radicalmente diversa de la cosa en sí. Nietzsche afirma:
El pensamiento consciente no es más que una selección de representaciones. Hay un
largo camino hasta la abstracción. 1) La fuerza que produce la profusión de imágenes, 2) La fuerza que elige y acentúa las imágenes semejantes (eKGWB/NF-1872,19[78]).
De este modo, se dan dos tipos de potencia artísticas: la que produce imágenes y la
que las elige. Este tránsito de una imagen a otra, la transición de las fases inconscientes
(intuiciones) al plano de las reflexiones conscientes (conceptos) no es caótico ni
arbitrario, sino que está absolutamente determinado y es necesario desde el punto
de vista fisiológico.11 Nietzsche, siguiendo a la estela compuesta por Lange y negando por lo tanto el recurso
kantiano a formas apriori como principios no sensibles de coordinación entre las sensaciones, hablará de mecanismos
inherentes a nuestra organización psicofísica, a la propia fisiología de nuestro aparato
perceptivo.12
El carácter arbitrario del conocimiento, del pensamiento consciente, se reduce al
ámbito de las operaciones de la segunda fuerza artística, al terreno de las designaciones;
a la actividad del cerebro que, en relación a la memoria y al material de los sentidos:
valora, realza, elige y acentúa las imágenes semejantes. Pero esto es solo la superficie
de una actividad nerviosa infinita que se agita en su base. El proceso de génesis
de dichas imágenes-conceptos discurre necesariamente desde una especie de «raciocinios
inconscientes» que, desde el plano de las intuiciones, de las sensaciones básicas
de placer y displacer, extrapolan, concatenan, imágenes, desde un plano fisiológico
común y necesario.13
Esta fuerza artística-creativa de determinación fisiológica es atribuida por Nietzsche
a la naturaleza en general (eKGWB/NF-1872,19.[56, 156,158]). Incluso se plantea su
posibilidad en la materia inorgánica (eKGWB/NF-1872,19. [54]), reservando la instancia
de la segunda fuerza artística para la actividad de lo propiamente humano, para el
juego artístico entre las sensaciones, la memoria y el cerebro:
El verdadero material de todo conocimiento está constituido por las más delicadas
sensaciones de placer y displacer: el verdadero secreto se encuentra en aquella superficie
en la que la actividad nerviosa, consistente en placer y en dolor, señala formas:
aquello que es una sensación proyecta al mismo tiempo formas, que luego vuelven a
producir nuevas sensaciones.
La esencia de la sensación de placer y displacer se ha de expresar en movimientos
adecuados: debido a que estos movimientos adecuados estimulan a otros nervios para
la sensación, surge la sensación de la «imagen» (eKGWB/NF-1872,19[84]).
El extraordinario consenso de los hombres sobre las cosas, lejos de comprobar el acceso
a cualquier cualidad o la aplicación de un marco categorial puro de la razón,14 demuestra “la perfecta homogeneidad del aparato receptor” (eKGWB/NF-1872,19[157]).
Lo artístico comienza en lo orgánico: “la verdad y la mentira son de orden fisiológico”
(“Wahrheit und Lüge physiologisch”) (eKGWB/ NF-1872,19[102]).
El elemento antropomórfico en todo conocimiento hace ahora su aparición. “Nuestra
salvación no está en el conocer, sino en el crear” (eKGWB/NF-1872, 19[125]). Nuestras representaciones, más allá de las cuales no podemos
ir con nuestro intelecto, acentúan lo relativo y antropomórfico, así como la fuerza
universalmente dominante de la ilusión (eKGWB/NF-1872,19[37]).15 No es solo la vida o la cultura, la que descansa sobre ilusiones, sino también el
conocimiento las necesita. La naturaleza de superficie de nuestro intelecto nos revela
que “toda figura es algo que pertenece al sujeto” (eKGWB/ NF-1872,19[140]), que “todas
las construcciones del mundo son antropomórficas” (eKGWB/NF-1872,19[125]) que “el
filósofo es la prolongación del impulso, con el que nosotros, mediante ilusiones antropomórficas,
nos relacionamos constantemente con la naturaleza (eKGWB/NF-1872,19[134]).
Al prestar atención a todos estos fragmentos, se advierte que la preocupación de Nietzsche
se concentra en el problema de determinar en sus detalles los complejos mecanismos
de la génesis de nuestras representaciones, sin encontrar, al parecer, una fórmula
satisfactoria y definitiva. Cabe, no obstante, discriminar con claridad tres elementos
que, subrayados de diversas maneras, permanecen constantes: i) la inaccesibilidad de la cosa en sí; ii) el carácter artístico y arbitrario de los procesos de nuestro conocimiento consciente
se asienta sobre un suelo fisiológico común y necesario; y iii) la ilusoriedad, superficialidad, antropomorfismo de la realidad que conocemos.
Incorporación del paradigma lingüístico. Nachgelassene Fragmente de Otoño de 1872: Fragmentos 174-330
Es notable cómo a partir del fragmento 174, el influjo de la lectura de Die Sprache als Kunst de Gustav Gerber, reorienta la reflexión nietzscheana;16 la determinación de las distintas fases de la génesis del conocimiento, su posibilidad
y determinaciones, son ahora, abordadas, desde una creciente atención al lenguaje
y sus formas. Poco a poco, empezará a apropiarse del paradigma retórico-lingüístico
como modelo heurístico de su estrategia antimetafísica.17
De este modo, retomando la problemática desde los mismos parámetros de análisis que
le ocuparan anteriormente, vuelve, otra vez, a ocuparse del escenario que propició
el impulso de conocimiento y a abordar el proceso de formación de las representaciones
pero desde las fórmulas del lenguaje; del lenguaje entendido como proceso retórico-artístico.
La caracterización del impulso de conocimiento como pathos del hombre teórico es ahora matizada desde el esclarecimiento de su fuente moral
(eKGWB/NF-1872,19[175, 218,219]).
Por naturaleza, el hombre no existe para conocer, “el hombre se ha convertido casualmente en un ser que conoce” (eKGWB/NF-1872,19[179]).
Dos propiedades necesarias para fines distintos -la «veracidad» y la «metáfora»- han
producido la tendencia por la verdad. Por tanto, un fenómeno moral, universalizado
estéticamente, produce el impulso intelectual. (eKGWB/NF-1872, 19[178]).
La creencia en la verdad se funda en una necesidad de orden social, y en un proceso
de construcción de orden estético-fisiológico y de inferencia por analogía, cuyo carácter
principal consiste en que lo semejante evoque a lo semejante.
El olvido de que todo conocimiento surge de un endurecimiento y consolidación de un
modo de actuar y de pensar surgido de la obligación de ser veraz y universalizado
estéticamente desde la metáfora, le ha llevado al hombre a creerse señor del universo.
El impulso de conocimiento surge de la necesidad que impone la sociedad de ser veraces,
su origen es casual, no tiene fines universales últimos (eKGWB/NF-1872,19[180, 181]):
El «impulso de verdad» comienza con la observación intensa de cómo se contrapone el
mundo verdadero y el de la mentira, y cómo toda vida humana es insegura, cuando la
verdad-convención no tiene validez en absoluto: es una convicción moral de la necesidad
de una convención fija para que pueda existir una sociedad humana. Si el «estado de
guerra» debe cesar en cualquier parte, entonces debe comenzar con la fijación de la
verdad, es decir, con una designación válida y vinculante de las cosas.
El mentiroso usa las palabras para hacer que lo irreal aparezca como real, es decir,
hace un uso impropio del fundamento sólido (eKGWB/NF-1872,19 [230]).
En este sentido, lenguaje y arte tendrían la misma función vital, es decir, servir
y estimular la vida. La verdad, el concepto, nace del acuerdo, del tratado de paz
entre los hombres que hace posible la existencia. Por lo tanto, los criterios que
rigen el lenguaje y la realidad no son criterios metafísicos, sino más bien antropomórficos
y pragmáticos. El hombre no quiere la verdad, sino la fe, la confianza en algo (eKGWB/NF-1872,
19 [244]), la verdad sin consecuencia le es indiferente,18 le importa más la certeza. “La verdad es fría, la fe en la verdad es poderosa”.19
El antropomorfismo inherente a todo conocimiento, su superficialidad, y la fuerza
o el carácter de traslación implícito en todo conocimiento, es abordado ahora, desde
las fórmulas del lenguaje, desde las figuras de los tropos, principalmente desde la «metáfora» y la «sinécdoque».
El modelo representacional del conocimiento, como el camino seguro de la abstracción
lógica-necesaria, comienza a ser desplazado por el modelo lingüístico-retórico: artístico
y arbitrario.
Nietzsche observa que el proceso de formación de las representaciones puede entenderse
a la luz del procedimiento retórico de la traslación de sentido. Desde una transposición
de rasgos de nuestra esfera a la esfera de las cosas del mundo:20
El único modo de vencer la multiplicidad es que nosotros establezcamos géneros, por
ejemplo, clasificar de «audaces» a toda una cantidad de formas de actuar. Nosotros
nos las explicamos al ponerlas bajo el título de «audaz». Todo explicar y conocer
no son propiamente más que clasificar. -Después de un salto audaz: se protege la pluralidad
de las cosas, cuando las consideramos al mismo tiempo como acciones innumerables de
una cualidad, por ejemplo, como acciones del agua de Tales. Aquí tenemos nosotros una transposición: una abstracción abarca innumerables
acciones y vale como causa. ¿Cuál es la abstracción (propiedad), que abarca la pluralidad
de todas las cosas? La cualidad “acuoso”, “húmedo”. El mundo entero es húmedo, luego el mundo entero es
húmedo. ¡Metonimia! Una falsa inferencia. Se cambia un predicado con una suma de predicados
(definición)
(…) Todas las figuras retóricas (es decir, la esencia del lenguaje) son raciocinios lógicos falsos. ¡Con ellos comienza la razón! (eKGWB/NF-1872,19[215])
Toda nuestra conceptualización sobre el mundo y la vida, lejos de corresponder a un
mundo esencial, es una creación no conducida por leyes lógicas. “Nuestras percepciones
sensoriales no se basan en raciocinios inconscientes, sino en tropos” (eKGWB/NF-1872,19[217]),
en una traslación de sentido a través de lo análogo, de la metáfora.21 El proceso del conocimiento consiste en identificar lo semejante con lo semejante
desde el fenómeno original de la «confusión». Los sentidos, a través de la metáfora, suscitan la representación de un nexo, una
«visión de formas», una analogía (eKGWB/NF-1872,19 [226, 227, 228]). Una imitación (comparación) que
presupone una recepción y, luego, una transposición continuada de la imagen recibida
en mil metáforas. El inicio de un proceso de abstracción que, como la sinécdoque,
reduce la pluralidad a la unidad conceptual:
Hacer caso omiso de lo individual nos proporciona el concepto y con ello comienza nuestro conocimiento:
con la clasificación, con la formación de «géneros». Sin embargo, no hay una correspondencia
con la esencia de las cosas, se trata de un proceso cognoscitivo que no afecta a la
esencia de las cosas. Muchos rasgos particulares nos definen una cosa, pero no todos:
la igualdad de estos rasgos nos induce a unir muchas cosas bajo un concepto.
Como «portadores de cualidades» producimos esencias y como causas de esas cualidades
producimos abstracciones.
El hecho de que una unidad, un árbol, por ejemplo, se nos presente como una multiplicidad
de cualidades, de relaciones, es antropomórfico en un doble sentido: en primer lugar,
no existe esta unidad delimitada “árbol”, es algo arbitrario delimitar así una cosa
(según el ojo, según la forma), toda relación no es la relación verdaderamente absoluta,
sino que una vez más está teñida de antropomorfismos (eKGWB/NF-1872,19 [236]).
Todo conocimiento es una producción, una interpretación del mundo a partir de nuestras funciones sensitivas (eKGWB/NF-1872,19
[209]). La sensación más generalizada es ya una metáfora (eKGWB/NF-1872,19 [210]),
el establecimiento de una relación, de una analogía. Que luego bajo el efecto de lo
ilógico, el no saber y el saber erróneo, es extrapolada al reino de las cualidades
(eKGWB/ NF-1872,19 [242]) mediante el establecimiento de conceptos generales, los
cuales se obtienen mediante la identificación de cosa que son disímiles, mediante
el subrayado o realce, selección y clasificación de elementos, o de alguna característica
común. Mediante una identificación de lo no-idéntico.
La incorporación del paradigma retórico-lingüístico le permite al joven Nietzsche,
no solo exponer de un modo más eficaz la determinación lingüística del pensamiento,
sino también realzar el carácter superficial, arbitrario y antropomórfico de todo
conocimiento. Mostrando su origen inconsciente, su faz artística-creativa, comienza
la restructuración retórica del pensamiento lógico, el modelo representacional del
lenguaje es desplazado por un modelo retórico del mismo y las cuestiones filosóficas
se convierten en cuestiones retóricas.
La génesis tropológica del conocimiento. Nachgelassene Fragmente, semestre de invierno de 1873: Darstellung der antiken Rhetorik, Über Wahrheit und Lüge im aussermoralischen Sinne
La toma de contacto con la obra de G. Gerber: Die Sprache als Kunst, a la que acude, en septiembre de 1872 para preparar sus cursos universitarios; le
supondrá el encuentro de nuevos argumentos con los que profundizar el quiebre con
la impronta metafísica de su pensamiento a la sombra de Schopenhauer. Le proporcionará
los medios para expresar sus reflexiones gnoseológicas, en términos que hacen del
lenguaje un escenario privilegiado para la verificación de los procesos que llevan
a la constitución del mundo como representación.
La tesis central sostenida por Gerber consistente en evidenciar desde el modelo tropológico
del arte retórico, el origen sensible del lenguaje y su «esencialidad» metafórica,
se le presenta al joven Nietzsche como un valioso instrumento crítico para desenmascarar
la ilusión propia del conocimiento, a la vez que le permite una síntesis superadora
de las diversas intuiciones y lecturas realizadas hasta el momento.
Para Gerber, la representación conceptual se manifiesta como una producción marcada
por la libertad propia de la creación artística. El conocimiento, los conceptos con
que opera el lenguaje, son originariamente «tropos», es decir: figuras retóricas,
que en su nacimiento configuran una imagen (inapropiada, ilógica y artística), que
luego será introducida y estabilizada en el lenguaje. Incluso los conceptos más abstractos
se forman siguiendo este proceso que, partiendo de la «cosa en sí» (Ding an sich) alude al «impulso nervioso» (Nervenreiz) el cual provoca la «sensación» (Empfindung) que a su vez se trasforma (como imagen externa) en «sonido» (Laut) y (como imagen interna) en «representación» (Vorstellung) mediante la agrupación de las distintas observaciones de la «cosa en sí». Así, ni
aún en el origen del lenguaje, se nos mostraría una esencia de lo «en sí» (an
sich) (1885: 333).22
Muy apegado a estos postulados, Nietzsche ensaya desde los Darstellung der antiken Rhetorik tal preocupación por la génesis del lenguaje:
la retórica tiene una relación mínima con lo verdadero, con la esencia de las cosas; el lenguaje no quiere instruir sino transmitir (übertragen) a otro una emoción y una aprehensión subjetivas. El hombre que configura el lenguaje
no percibe cosas o eventos, sino «impulsos» (Reize): él no trasmite sensaciones, sino sólo copias de sensaciones. La sensación, suscitada
a través de una excitación nerviosa, no capta la cosa misma: esta sensación es representada
externamente a través de una imagen. Pero hay que preguntarse, sin embargo, cómo un
acto del alma puede ser representado a través de una imagen sonora (Tonbild). Para que tenga lugar una reproducción completamente exacta, ¿no debería ante todo
ser lo mismo el material en el que debe ser reproducido que aquel en el que el alma
trabaja? Sin embargo, puesto que es algo extraño -el sonido- ¿cómo puede entonces
producirse algo más adecuado que una «imagen»? (De Santiago Guervós, 2013: 91-92).
Estas mismas cuestiones, fuertemente presentes en los Darstellung der antiken Rhetorik, aparecen más sintetizadas y plenamente asimiladas en el contexto de Über Wahrheit und Lüge im aussermoralischen Sinne:
[el creador del lenguaje] se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto
a los hombres y para expresarlas acude a las más audaces metáforas. ¡En primer término,
un estímulo nervioso traspuesto en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada
a su vez en un sonido! Segunda metáfora. Y, en cada caso, un salto total de una esfera
a otra completamente distinta (eKGWB/WL-1).
Siguiendo los lineamentos básicos de la teoría de las afecciones: el sujeto es estimulado
sensitivamente, y mediante analogías, establece una «imagen» inadecuada de la cosa,
una primera metáfora fruto de la experiencia particular y concreta, desde la cual
se opera una segunda traducción a otro tipo de instancia, ya no de los sentidos sino
del pensamiento abstracto-conceptual, el cual tiene por objeto la experiencia general.
Este segundo universo metafórico sigue siendo una manera inadecuada (que no se presenta
como la dogmática adaequatio), una transposición arbitraria, que progresivamente se aleja del canon de certeza,
“la enigmática x de la cosa en sí se presenta, en principio como impulso nervioso, después como figura,
finalmente como sonido” (eKGWB/WL1).
Comparando la esquematización del marco tropológico propuesto por Gerber y su recepción
nietzschena observamos:
En el caso expuesto por Gerber, el proceso es el siguiente:
Cosa en sí (Ding an sich) → estímulo nervioso (Nervenreiz) → sensación (Empfindung) → sonido (Laut) [primera metáfora] → representación (Vorstellung) → raíz o radical [segunda metáfora] → palabra (Wort) → concepto (Begriff)
El proceso expuesto por Nietzsche:
Cosa en sí (Ding an sich) → estimulo nervioso (Nervenreiz) [primer metáfora] → sonido o palabra (Laut o Wort) [segunda metáfora] → concepto (Begriff).
Siguiendo la interpretación realizada por Sergio Sánchez, desde la línea hermenéutica
de Meijers y Stingelin, destacamos una diferencia crucial entre las respectivas maneras
de concebir y presentar las fases del proceso de génesis del lenguaje en la obra de
Gerber y en Über Wahrheit und Lüge im aussermoralischen:
No es solo que Nietzsche presenta una serie más reducida o menos detallada de secuencias,
sino que mientras Gerber sitúa la primera metáfora del proceso de génesis del lenguaje
entre la sensación y el sonido, Nietzsche la retrotrae un paso más y la sitúa en el
primer momento de la percepción, entre la «cosa en sí» y el estímulo nervioso. Esto
tiene al menos dos implicancias importantes en punto a apreciar la «originalidad»
del texto de Nietzsche
1) Para Nietzsche la totalidad del proceso de génesis del lenguaje y no sólo sus fases
más avanzadas, es de naturaleza metafórica
2) Lo que para Nietzsche pasa a ocupar el centro de la atención es el problema de la
correspondencia o no correspondencia entre nuestro pensamiento y el mundo, esto es,
precisamente, el problema de la verdad en sentido extramoral (Sánchez, 1999: 51).
De este modo, “nunca se capta la esencia de las cosas”, ni son las cosas las que penetran
en la conciencia, sino que somos nosotros los que, estando frente a ellas, captamos
mediante la sensación solo una señal (no las cosas mismas) que extrapolamos artísticamente,
retóricamente, hacia la expresión lingüística. Así, la representación (como resultado
de un proceso artístico-ilógico y arbitrario) está lejos de corresponder fielmente
a la percepción originaria, pues constituye una imagen de una imagen de la misma.
Pero semejante naturaleza del lenguaje permanece oculta en los usos conscientes-convencionales
que hacemos de las palabras y los conceptos; de ahí que sea necesaria una consideración
de las dimensiones inconscientes y vivas del lenguaje.
De este modo Nietzsche retrotrae el desarrollo del lenguaje hasta el plano más elemental
de la sensación, la cual como resultado de un estímulo nervioso no representa la percepción
original, sino que es solo una imagen suya.
Enfrentándose a la teoría correspondentista del conocimiento, del significado de las
palabras, Nietzsche plantea el surgimiento de la imagen conceptual desde un doble
quiebre o desplazamiento que interrumpen la supuesta continuidad lineal planteada
por la tradición. Para Nietzsche, el conocimiento, ya desde la palabra, es representación
en el sentido de que no es una imagen-copia, un espejo o calco de la realidad, sino
una nueva presentación, o producción del original.
Ambos pensadores tratarán de evidenciar a partir de dichos planteamientos el carácter
artístico del lenguaje, su origen inconsciente y su naturaleza esencialmente metafórico-transpositiva.
El lenguaje, las palabras, en su origen, son tropos, es decir, imágenes inapropiadas originadas artísticamente, a partir de un proceso no regido por leyes lógicas, sino,
por el contrario, por saltos ilógicos, así como por extrapolaciones y equiparaciones
esencialmente arbitrarias.23
Es imposible, por lo tanto, llegar mediante el lenguaje a describir la realidad. El
lenguaje no transmite más que un contenido subjetivo, la impronta del hombre que como
«artífice del lenguaje», lejos de adentrarse a un mundo esencial, se maneja con sensaciones
y copias de sensaciones.
El lenguaje es una obra de arte construida por «tropos» y figuras que establece el
individuo y que luego mediante el uso común se estabilizan en figuras gramaticales,
en conceptos abstractos:
Hablando con propiedad, todo lo que normalmente se llama discurso es figuración. El
lenguaje es la creación de artistas individuales del lenguaje, pero lo que lo fija
es la elección operada por el gusto de la mayoría (Darstellung der antiken Rhetorik: §427. En De Santiago Guervós, 2013).
Esquemas figurativos que no tienen por fin adentrarse en una verdad eterna, sino relacionar,
estructurar, «dar sentido» a lo real. En definitiva, el lenguaje no transmite más
que un contenido subjetivo; el hombre como «artífice del lenguaje», lejos de adentrarse
a un mundo esencial, se maneja con sensaciones y copias de sensaciones. La verdad
nace en la impresión subjetiva nerviosa siendo luego catapultada mediante la estructura
del lenguaje a verdades lógicas conceptuales, a figuras gramaticales, que posteriormente
avaladas por el consenso social, se constituirán en «verdad».
A modo de síntesis
Como hemos podido observar, las reflexiones de Nietzsche respecto al lenguaje se retrotraen
o están presentes en el origen mismo de sus más tempranas meditaciones. De un modo
muy intuitivo, con fórmulas heredadas, Nietzsche va combinando su bagaje cultural
con lecturas de pensadores de cuño crítico como Lange o Hartmann; ensayando su propio
pensamiento desde bocetos no exentos de vaguedades y contradicciones, como también
repleto de intuiciones geniales. A partir del verano del 72, los Nachgelassene Fragmente exponen de una manera clara no solo cómo poco a poco se va difuminando el legado
romántico, sino también el empleo de un lenguaje diferente. Incluso los temas, como
el modo de radicalizar los problemas, denotan un cambio, un giro en sus consideraciones.
El arte y la estética adquieren una nueva dimensión, la explicación del lenguaje desde
el «símbolo», prácticamente, desaparece. Las oposiciones categoriales que, hasta ahora,
habían contribuido a mantener el armazón central de sus ideas: Apolo/Dionisos, música/lenguaje,
Verdad/apariencia, son mencionadas ya solo ocasionalmente, hasta desaparecer por completo.
El problema del lenguaje, mientras tanto, adquiere un protagonismo especial, remarcando
su dimensión fisiológica, ilusoria y artística, su «carácter de superficie», su antropomorfismo.
Nietzsche comienza a esbozar los lineamientos generales de lo que luego se convertiría
en método de análisis, indagación y auscultación de la cultura; se retrotrae genealógicamente
al surgimiento de los elementos básicos de la conformación del conocimiento. Consecuentemente,
sus notas se orientan hacia el esclarecimiento de los «procesos» de formación de las
representaciones.
En el otoño del mismo año, profundiza dicha crítica desde la asunción del paradigma
retórico-lingüístico como estrategia antimetafísica que remite la verdad a su dimensión
pragmática-social, asumiendo definitivamente, a partir del invierno 1872-1873, el
paradigma tropológico del conocimiento a partir de la recepción de Gerber. De este
modo, los fragmentos póstumos comprendidos entre el verano de 1872 y 1873, se nos
presentan como la antesala inmediata, el punto de inflexión, que nos conduce a lo
que podríamos considerar una visión propiamente nietzscheana.