Decía León Bloy que cada vez que quería enterarse de las últimas noticias, abría el
libro del Apocalipsis. Si bien este asombroso texto bíblico es una narración sobre
los últimos tiempos, esto no solamente significa que describe cómo terminará la historia.
En su contexto, la idea de «último» se refiere no únicamente al final, sino al sentido
de plenitud que tienen las cosas y acontecimientos que hoy pueden resultar incomprensibles.
El Apocalipsis no solamente trata de lo «último» en tanto término, sino del «cumplimiento»
de sentido de todos los llamados que los hombres hemos escuchado a lo largo de nuestra
vida.
La filosofía tiene un papel importante y protagónico en todo esto, pues es ella una
preparación para la escucha del llamado que cada individudo tiene respecto de sí mismo,
del signifcado de su nombre, del destino de su vida. Más allá del modo como se lea
el Apocalipsis, si desde la mirada de la fe o desde la mirada de la antropología,
nos ayuda a advertir que hay acontecimientos que parecen no tener sentido a la primera
mirada humana y que hay que hacer un esfuerzo para descubrir hacia dónde apunta su
propio acontecer, pero que acaso demandan de nosotros un cierto temple. Esto no solamente
tiene que ver con las catástrofes y las experiencias en las que el sufrimiento es
el protagonista, sino también con las experiencias de sobreabundancia de sentido,
como el amor y la amistad. En ambos casos, sin embargo, la tarea de la razón es la
misma: descubrir hasta dónde llegan los bordes de su capacidad para comprender y hasta
dónde ya se vuelve incapaz de pronunciar una palabra sobre el acontecimiento en medio
del que se encuentra, sin renunciar a la búsqueda de la verdad ni arrogársela. Una
razón que no intente decir nada es una razón suicida, traidora, pero una razón que
intente decirlo todo será una razón arrogante, sumida en la hipertrofia. Es ahí en
donde el matiz de la filosofía hace más habitable nuestro lenguaje y nuestra relación
con el mundo.
La humanidad parece oscilar entre ciclos de concordia y violencia. Tras la última
Guerra Mundial, la afirmación de la primacía política de la fraternidad humana se
cubrió de discursos a favor de los derechos humanos y a favor de la defensa de la
dignidad humana. La poesía antibelicista, tan de reciente creación y asociada a las
últimas grandes guerras, ha rechazado el paradigma probélico que, no obstante, está
volviendo entre algunos actores internacionales de la política. Tres acontecimientos
de los últimos meses llaman la atención por la forma en la que los ciudadanos del
Reino Unido, Colombia y Estados Unidos han ejercido su derecho a participar en la
democracia, pero lo han hecho para promover discursos que abonan -por decir lo menos-
al chauvinismo, la violencia y el racismo. El «Brexit», el «no» y el inaudito respaldo
a Trump por parte de los estadounidenses nos recuerdan acontecimientos históricos
que hoy hallamos en la genealogía de las últimas dos guerras mundiales, como, en su
momento, la elección democrática de Hitler por parte del pueblo alemán, con un discurso,
por cierto, no muy desemejante de aquel de exclusión y odio que han comenzado a abanderar
las comunidades ricas de Occidente, cuya voracidad esta vez amenaza con un holocausto
árabe. La ideología de la arrogancia racial establece una situación excepcional que
ya ha sido llamado Tercera Guerra Mundial, caracterizada por la transmisión, en vivo
y a través de las redes sociales virtuales, de los testimonios de destrucción bélica
y terrorista.
Entretanto, la inseguridad, la impunidad y la corrupción siguen siendo moneda corriente
del país, presa del «narcoEstado» a distintos niveles, suscitando aquí y allá el surgimiento
de vengadores populares, aplastadas las autodefensas. La indignación demanda rememorar
que México ha cumplido ya 10 años de la Guerra Contra el Narco, y más de 180,000 muertes
se han relacionado, desde entonces, con este conflicto, cuyo final aún no se adivina
y cuyo fracaso ha desacreditado las instituciones, de por sí desgastadas, de la democracia.
Al cierre del año más violento del conflicto, aún seguimos «hasta la madre» y bregando
por una paz justa y digna, sin que se hayan esclarecido ni la desaparición de los
43 de Ayotzinapa, ni el destino de tantos anónimos cadáveres de que están sembradas
las tierras mexicanas.
En circunstancias como las que atravesamos, el ejercicio de la filosofía y la memoria
de la Historia se vuelven urgentes para llevar a cabo la crítica de nuestras decisiones
colectivas y para reconocer los derroteros por los que la unanimidad fanática de los
nacionalismos nos ha conducido en otros tiempos. En este sentido, la conversación
que sostienen en la sección Dialógica Luis Niel y Eduardo González Di Pierro abona
a la comprensión filosófica de los derechos humanos y a la argumentación de su fundamento,
sobre el que intentan dialogar más allá de dogmatismos violentos o autoevidencias
sospechosas. Si bien no buscan dar una fundamentación fenomenológica exhaustiva al
problema de los derechos humanos, sí buscan dejarse interpelar por esta ciencia filosófica
para ajustar algunos términos que suelen ser ambiguos y dar con el sentido primigeniamente
fenomenológico de algunas nociones que en las discusiones de filosofía política suelen
obviarse.
El resto de los trabajos que presentamos en este número responden a una especie de
«peregrinación a las fuentes», para decirlo con Lanza del Vasto, en la que se va hacia
los sedimentos de la historia de la filosofía para buscar claves de sentido de algunos
fenómenos humanos, que tanto necesitamos hoy y que los clásicos suelen darnos con
relativa frecuencia cuando se les mira bien y con la actitud correcta. La sección
de Estudios abre, así, con un trabajo de Héctor Sevilla sobre el Elogio de la locura, explorando la «vacuidad» en la obra de Erasmo como un cierto arrojo al nihilismo
místico o cínico. Ezequiel Téllez, a continuación, intenta rastrear la influencia
estoica del tratamiento que san Agustín da a las pasiones y a las emociones en la
vida moral. Ángeles Cerón presenta la alternativa cartesiana: una ética de la provisión,
fundada en la confianza propia de la vida de la fe, luego de discutir diversas interpretaciones
sobre la espiritualidad de Cartesio. El profesor Alejandro Vigo, de la Universidad
Navarra, escribe sobre el Kant menos leído, pero el más alto, también, el de la segunda
parte de la Crítica del juicio, donde al hablar sobre la naturaleza como un sistema de fines, recupera elementos
importantes tanto de la teleología como de la teología, en estrecha relación con la
tradición metafísica. Fernando Fava vuelve sobre las elaboraciones póstumas de la
célebre afirmación nietzschiana de coextensión entre lenguaje y mundo. Claudio César
Calabrese, por su parte, encuentra las deudas de Heidegger con el mismo Agustín, deudas
que, según argumenta, lo conducen de la fenomenología a la hermenéutica, nada menos.
Finalmente, Estudios cierra con un trabajo de Francisco Galán acerca de la influencia
del «sentido ilativo» de Newman sobre el «insight» de Lonergan.
Entregamos, por último, reseñas de libros de Giorgio Agamben, Olga Belmonte -miembro
de nuestro Comité de Dirección- y de Alejandro Ordieres. Si Agamben en Stasis nos habla de la guerra civil como paradigma político y de la crisis profunda del
Estado, Olga Belmonte reúne a destacados filósofos para pensar la indignación, el
fenómeno político que recorrió el mundo y lo sigue haciendo de unos años para acá.
Por último, Ordieres, para no perder el rumbo ético y político de las reseñas, reflexiona
sobre el juicio y la acción moral en David Hume.
Recorremos, así, un arco de la historia de la filosofía que va de Agustín a Lonergan,
y a los nuevos avances de la filosofía en nuestra lengua, no con el fin de abarcarlo
todo, sino con el de apuntar a que todo ello existe y que una vuelta a la razón, una
recuperación de la confianza en ella, tal como la han ejercido los maestros que nos
hablan en este número, puede ayudar a recobrar el sentido, apocalíptico a veces, de
nuestra frágil humanidad en la historia.
Diego I. Rosales Meana y Juan Manuel Escamilla. Centro de Investigación Social Avanzada.
Santiago de Querétaro, México Enero de 2017