Susana Ramírez Vizcaya
Doctorado en Filosofía de la Ciencia, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México
Las ciencias cognitivas constituyen un campo de conocimiento transdisciplinario en el que interactúan y convergen, en torno a un objeto de estudio común (i.e., la cognición), disciplinas diversas como la filosofía, las neurociencias, la inteligencia artificial, la psicología cognitiva, la lingüística y la antropología cognitiva (King, González y González, 2014). De acuerdo con la perspectiva dominante dentro de las ciencias cognitivas –el computacionalismo o cognitivismo–, la cognición consiste en el procesamiento de información de acuerdo con reglas lógicas (Norman, 1987).
Una de las nociones centrales del computacionalismo es la de representación mental. Según esta tradición, para que un sistema cognitivo funcione apropiadamente, éste debe ser capaz de formar una representación precisa de los aspectos relevantes del mundo. De este modo, como señala Ezequiel Di Paolo en el prólogo de este libro, darle sentido al mundo desde el computacionalismo consiste en "lograr la coherencia suficiente entre las entradas sensoriales y una economía representacional que sostiene la visión del mundo, las metas, las normas, y las motivaciones para actuar del agente”.1
Por tanto, para esta tradición, el sinsentido constituye un mero desajuste entre nuestros modelos internos y el mundo, ante el cual es preciso realizar "las correcciones necesarias a una arquitectura representacional para lidiar con esta falta de coherencia" (xii).2
En este libro, Massimiliano Cappuccio (Departamento de Filosofía de la Universidad de los Emiratos Árabes Unidos) y Tom Froese (Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas de la Universidad Nacional Autónoma de México) parten de una aproximación distinta a la cognición. Se trata del enactivismo, propuesto por Varela, Thompson y Rosch (1991) como una alternativa al computacionalismo. El enactivismo se interesa principalmente en las bases biológicas de la cognición, así como en su dimensión fenomenológica y su carácter dinámico y complejo. De acuerdo con esta aproximación, un agente cognitivo no está simplemente situado en el mundo independiente, sino que contribuye significativamente a su «enacción», esto es, el agente hace emerger continuamente un mundo de valores y significados a través del "involucramiento activo y [la] exploración sensomotora"3 de su ambiente (Froese y Ziemke, 2009: 475). De este modo, el enactivismo considera a la cognición no como el cómputo de información neutral de un mundo independiente que tiene que ser representado y procesado por el cerebro para adquirir un significado, sino como un proceso activo y corporeizado de creación de sentido4 (Weber y Varela, 2002). Aquí es preciso enfatizar, como lo hace Di Paolo en el Prólogo, que al hablar de creación de sentido no se habla sólo de una interpretación que involucra procesos cognitivos superiores, sino de "actividades corporizadas y situadas de todo tipo, desde biológicas y prerreflexivas hasta conscientes y lingüísticas"(p. xii).5
La propuesta de este libro es bastante sugestiva e innovadora. En la Introducción, Cappuccio y Froese hacen una exposición clara y concisa de la perspectiva enactivista, así como de la fenomenología de algunas de las formas más características del sinsentido. De manera sugestiva y provocadora, proponen que el sinsentido está en la base de las formas simbólicas y abstractas de la cognición, pues un agente cognitivo que se enfrenta ante una experiencia sinsentido interrumpe su acoplamiento prerreflexivo y habitual con el mundo, lo cual le brinda la posibilidad de reflexionar sobre su relación intencional con él.
Sin embargo, estos autores señalan que la fenomenología del sinsentido plantea un serio dilema al enactivismo. Por un lado, nos dicen, si se acepta que la experiencia del sinsentido surge al darle sentido a un evento absurdo, entonces "perdemos la especificidad y la radicalidad" de la experiencia propiamente dicha del sinsentido. Por otro lado, si se afirma que la experiencia del sinsentido resulta de una falla en la capacidad de creación de sentido, "entonces debemos asumir que hay otras formas de cognición que no son reducibles a la creación de sentido" (22), lo que va en contra de la propuesta enactivista.
Por tanto, Cappuccio y Froese señalan que el problema principal que el sinsentido plantea al enactivismo radica en que éste "frecuentemente parece asumir implícitamente que cada forma dirigida de involucramiento práctico con el mundo no sólo «puede», sino –hasta cierto punto– debe ser inherentemente productora de sentido" (4).6 Si esto es así, ¿cómo es posible para el enactivismo dar cuenta del sinsentido? Si la cognición es esencialmente creación de sentido, ¿cómo podemos tener experiencias sinsentido? ¿Cuáles son los procesos cognitivos que posibilitan la transición del sentido al sinsentido y viceversa? ¿Puede el sinsentido contribuir a la creación de sentido? Estas son algunas de las preguntas que motivan el libro que ahora nos ocupa.
Las doce contribuciones que integran esta publicación ofrecen reflexiones que contribuyen a esbozar una respuesta al dilema que plantea el sinsentido al enactivismo. Además de la relevancia de la propuesta, este libro destaca –siguiendo el espíritu transdisciplinario de las Ciencias Cognitivas– por la amplia variedad de puntos de vista y disciplinas desde las que se abordan las cuestiones planteadas, como la teoría de sistemas complejos, la física cuántica, la psicología ecológica, la cognición comparada, la inmunología, la psicopatología, la lingüística, la literatura, el estudio de los estados alterados de conciencia y la teoría de género. Sin embargo, en todos los capítulos es central y explícito el papel de la filosofía, ya sea de la fenomenología, la filosofía de la mente, la epistemología, la filosofía de la ciencia o la filosofía del lenguaje.
El libro está organizado en tres secciones. La primera de ellas (Theory and Methods), aborda los fundamentos del enactivismo y los retos que el sinsentido plantea a esta aproximación a la cognición. Esta sección cuenta con las colaboraciones de Dobromir Dotov, Anthony Chemero, Michel Bitbol, David A. Leavens y John Stewart.
La segunda (Experience and Psychopathology) profundiza en la fenomenología del sinsentido, tanto en la experiencia cotidiana como en la patológica. En ella colaboran Natalie Depraz, Michael Beaton y Daria Dibitonto.
Finalmente, la tercera sección (Language and Culture), incluye las colaboraciones de Elena Clare Cuffari, William Michael Short, Wilson Shearin, Alistair Welchman, Juan C. González y Michele Merritt. En ella se exploran algunas de las consecuencias que las experiencias sinsentido pueden tener en la producción de significados dentro de nuestras prácticas culturales. Con la finalidad de brindar un panorama de cada una de estas secciones, en lo que sigue, reseñaré brevemente un capítulo de cada una de ellas.7
En la primera contribución a este volumen, titulada “Breaking the Perception-Action Cycle: Experimental Phenomenology of Non-sense and its Implications for Theories of Perception and Movement Science”, Dotov y Chemero buscan unir tres de las tradiciones que constituyen el fundamento del enactivismo: el enfoque ecológico a la percepción de Gibson, la fenomenología de Merleau-Ponty y Heidegger y la teoría de sistemas dinámicos. Partiendo de ellas, los autores presentan una serie de experimentos a manera de pruebas de concepto para defender dos ideas fundamentales. En primer lugar, la idea propuesta por Merleau-Ponty (1945/2012) y Gibson (1979/2015) de que la cognición surge a partir del ciclo percepción-acción y no a la inversa, como durante mucho tiempo se sostuvo dentro de la tradición dominante en las ciencias cognitivas. En segundo lugar, la idea de que la cognición surge a partir de la frustración que se genera cuando fallan las actividades típicamente utilizadas para dar sentido al mundo, es decir, como una manera de lidiar con el sinsentido. Finalmente, se discuten algunas implicaciones de la fenomenología de Merleau-Ponty para las ciencias del movimiento.
Uno de los aspectos relevantes y novedosos de los experimentos presentados es que éstos fueron realizados utilizando el enfoque metodológico denominado fenomenología front-loaded (Gallagher, 2003),8 que consiste en integrar desde la etapa del diseño experimental ideas desarrolladas previamente a partir de análisis fenomenológicos. Junto con la neurofenomenología de Varela (1996), la fenomenología front-loaded constituye uno de los esfuerzos contemporáneos más relevantes por naturalizar la fenomenología. Por tanto, esta parte del capítulo hace una doble contribución a las ciencias cognitivas, pues, por un lado, permite apreciar la importancia de la fenomenología para las ciencias cognitivas y, por otro, permite confirmar, mediante los resultados de los experimentos, las ideas fenomenológicas originales.
En este caso, los experimentos aplican métodos matemáticos de la teoría de sistemas dinámicos para expresar cuantitativamente la distinción fenomenológica propuesta por Heidegger (1927/1962) entre tres modos de experimentar la interacción con herramientas. El primero, que Heidegger denomina ready-to-hand, es el modo en el que usualmente se experimenta el mundo al estar inmersos en una actividad desempeñada con destreza. En este caso, la atención se enfoca en la tarea y no en las propiedades de la herramienta, las cuales son transparentes al usuario. El segundo es el modo un-ready-to-hand, que se produce al presentarse una ruptura temporal en el ciclo percepción-acción, en cuyo caso la atención pasa de la tarea a las características de la herramienta que imposibilitan el logro de ella. Finalmente, cuando la herramienta se ha vuelto inservible, el usuario la experimenta como present-at-hand. En este modo de la experiencia, la herramienta se convierte en un objeto con propiedades analizables. Los autores señalan que esta distinción fenomenológica ha inspirado la hipótesis de la cognición extendida, la cual afirma que un sistema cognitivo puede "extenderse más allá del cuerpo biológico e incorporar piezas más o menos arbitrarias del ambiente siempre que éstas puedan ser funcionalmente integradas dadas las demandas de la tarea" (Dotov y Chemero, 2014: p. 48).9
Los experimentos de Dotov y Chemero brindan evidencia empírica de esta hipótesis y de la distinción propuesta por Heidegger. En ellos se observa que cuando el acoplamiento con el ratón de la computadora en un juego de video (i.e., la herramienta) es fluido, éste se experimenta como ready-to-hand y se integra funcionalmente al agente como parte de un sistema extendido autoensamblado mediante dinámicas dominantes de interacción. Por otro lado, cuando se produce una perturbación, la herramienta deja de formar parte de dicho sistema y se experimenta como un-ready-to-hand. Finalmente, cuando la perturbación aumenta hasta el punto de interrumpir la tarea, la herramienta se percibe como present-at-hand y se convierte en el objeto de atención del agente.
Los autores sugieren que la perturbación introduce el sinsentido y los agentes, al encontrar sus actividades de búsqueda de sentido inadecuadas para la situación, adoptan “una actitud más cognitiva hacia la tarea” (37).10 Es importante señalar que la noción de cognición a la que se refieren los autores es la que típicamente está asociada con las funciones superiores. No obstante, si consideramos la noción enactiva de cognición (p. ej., Di Paolo, 2015), entendida como acción corporeizada que hace surgir un mundo significativo a partir del acoplamiento sensomotor y preconceptual entre el sujeto cognoscente y su ambiente, podría decirse que la cognición, en un sentido enactivista, se produce también en el modo ready-to-hand.
Finalmente, otra contribución importante de este capítulo es la propuesta de utilizar la fenomenología para abordar una cuestión crucial para la ciencia del movimiento, esto es, la cuestión de cómo emerge un comportamiento coordinado entre un enorme número de unidades de movimiento corporal (p. ej., los músculos, las neuronas, las extremidades con sus múltiples grados de libertad y los objetos manipulados).
En particular, los autores retoman algunas ideas de la fenomenología de Merleau-Ponty en torno a la intencionalidad motriz, así como la idea de búsqueda de sentido del enactivismo, para argumentar a favor del uso de la teoría de sistemas dinámicos no-lineales y de la teoría de la complejidad para entender el control y la coordinación del movimiento en el mundo real. Aunque los autores no desarrollan esta cuestión a profundidad, la vía de abordaje a la que apuntan tiene implicaciones potenciales importantes para ampliar las perspectivas en el estudio del movimiento.
Otra perspectiva original sobre el sinsentido, pero ahora aplicada al área de la psicopatología, es la que presenta Dibitonto en su capítulo “No non-sense without imagination: Schizophrenic delusion as reified imaginings unchallengeable by perception”. Este capítulo brinda una contribución relevante tanto a la psicopatología de la esquizofrenia como a la teoría inactiva al mostrar que ambas se enriquecen mutuamente cuando esta última tiene que lidiar con el sinsentido. Esto se debe, por un lado, a que el enactivismo brinda el marco explicativo adecuado para entender las experiencias de esquizofrenia, considerada aquí como "una forma patológica de la experiencia del sinsentido"11 (182) y, por otro lado, a que el estudio fenomenológico de la esquizofrenia proporciona una evidencia de la propuesta enactiva de que los humanos "son sistemas vivientes que dan sentido a su experiencia gracias a la acción corporeizada compartida en una dimensión social” (185).12
Dibitonto propone que la transición de la fase prodrómica a los síntomas esquizofrénicos agudos que marcan un episodio psicótico (p. ej., alucinaciones y delirios), sólo puede explicarse mediante una psicología fenomenológica de la imaginación. Así, este capítulo pone de manifiesto la relevancia de una aproximación fenomenológica y enactiva a la psicopatología de la esquizofrenia.
Este trabajo retoma la concepción fenomenológica de la esquizofrenia como un desorden básico del «yo» (Sass y Parnas, 2003), que considera que la alteración central de esta patología radica en la descorporeización, es decir, en "la falta, o debilitamiento, de la autoconciencia sensomotora" (Dibitonto, 2014: 184) 13 o, en otros términos, de la autoconciencia prerreflexiva, tácita e inmediata de que soy yo el que está percibiendo, pensando o moviéndose, la cual constituye la dimensión central de lo que Gallagher (2000) y Zahavi (2005) llaman «yo mínimo».
Dibitonto señala que este desorden del «yo mínimo» consiste en dos distorsiones de la autoconciencia que se complementan mutuamente. La primera radica en una autoafección disminuida, es decir, un debilitamiento del sentido de que uno es la fuente de conciencia y acción. La segunda consiste en una hiperreflexividad, es decir, en una autoconciencia exagerada en la que los propios pensamientos o acciones se experimentan como si fueran objetos externos. Ambas distorsiones, nos dice, implican una "transformación estructural de la personalidad" (189),14, que se manifiesta, en última instancia, en una pérdida del vínculo perceptual y conceptual con la realidad. Sin embargo, una cuestión que continúa siendo objeto de debate es cómo ocurre la transición de la descorporeización de la fase prodrómica a los síntomas agudos de la esquizofrenia, como las alucinaciones y los delirios. Es en este punto donde radica la mayor contribución de Dibitonto, al argumentar que dicha transición sólo puede explicarse mediante una psicología fenomenológica de la imaginación. a
Partiendo de la fenomenología de Jaspers, Dibitonto cuestiona la visión tradicional de los delirios como creencias falsas que se basan en una inferencia errónea sobre el mundo externo (según el DSM IV) o como creencias fijas (según el DSM V), las cuales persisten a pesar de la evidencia en contra. De acuerdo con la perspectiva que la autora adopta, los delirios de la esquizofrenia se conciben como imaginaciones reificadas que no son susceptibles de modificarse ante la experiencia perceptual y que tienen su origen en la descorporeización descrita anteriormente.
Señala que aunque los recuentos de primera persona han evidenciado desde los inicios de la psicopatología la incapacidad de los pacientes con esquizofrenia para discernir entre imaginación y realidad, todavía no existe una teoría consistente que clarifique cómo los desórdenes del «yo» conducen a una asimilación entre ambas formas de conciencia. Este capítulo hace una contribución valiosa al retomar conceptos centrales de la psicología fenomenológica de la imaginación de Sartre y aplicarlos dentro del marco de la esquizofrenia arriba presentado.
De acuerdo con Sartre (1940/2004), la imaginación permite tomar posesión de algún objeto ausente o no existente generando un sustituto analógico o analogon del mismo, lo cual requiere suspender temporalmente la actitud perceptual. Dibitonto intenta argumentar de manera poco afortunada que, para Sartre, el analogon no es una representación, sino un acto intuitivo. Además, su explicación de cómo se constituye dicho analogon, aparte de resultar poco clara, parece irrelevante en el desarrollo de sus argumentos.
Sin embargo, partiendo de las ideas de Sartre sobre las patologías de la imaginación, la autora define acertadamente la idea de que, a diferencia de lo que ocurre en el caso de la imaginación ordinaria –en donde la actitud perceptual de la conciencia es puesta de lado temporalmente para dejar que emerja una imagen mental o analogon–, en el caso de la esquizofrenia, la pérdida o el debilitamiento de la autoconciencia sensomotriz provoca no una suspensión, sino una ruptura con la experiencia corporal, "de manera que las imágenes mentales emergen en un mundo perceptual descorporeizado, que se vuelve estructuralmente similar al imaginativo", lo que ocasiona que "los objetos corporeizados y descorporeizados pierdan su diferencia substancial" (Dibitonto, 2014: 197).15
De este modo, la autora propone que las alucinaciones y los delirios de la esquizofrenia no constituyen creencias falsas o fijas, sino imaginaciones que son reificadas como un mecanismo compensatorio que permite al paciente crear sentido ante el sinsentido que genera la ausencia o el debilitamiento de la experiencia corporeizada. Sin embargo, también señala que esta creación de sentido ocurre a costa del aislamiento ante la imposibilidad del paciente no sólo de cuestionar la realidad de sus fantasías reificadas, sino, sobre todo, de compartir socialmente sus experiencias.
La explicación de Dibitonto puede tener implicaciones clínicas importantes pues, como señala la autora, si el delirio es visto como una creencia falsa o fija, los cuidadores de un paciente con esquizofrenia tratarán de hacerle reconocer su error y modificar sus creencias, aislándolo de manera más profunda. Pero si el delirio se considera como una imaginación reificada, éstos pueden llegar a entender el mundo imaginario del paciente e incluso ayudar a darle sentido a su experiencia del sinsentido.
Finalmente, este capítulo va más allá de la experiencia patológica y sugiere que la imaginación es necesaria para que exista una experiencia radical del sinsentido en una experiencia normalmente corporeizada, pues la conciencia imaginativa permite "suspender la búsqueda de sentido guiada perceptualmente para crear y jugar con el sinsentido" (200),16 liberando momentáneamente a la conciencia de su corporeidad y de su ambiente inmediato, lo que para Sartre constituye una posibilidad de libertad.
La última parte de esta reseña aborda otro trabajo relacionado con el sinsentido y el «yo», pero ahora desde la perspectiva de la cultura y el género. En el capítulo titulado “Making (non)sense of gender”, Merritt explora el fenómeno del «género sinsentido»,17 el cual implica “una falla para adoptar, adaptarse a, reconocer o enactuar las normas típicas asociadas con el propio género” (286).18 Aunque dicho tema ha sido profusamente abordado por la teoría de género y la filosofía feminista, la principal aportación de este capítulo reside en que, en esta ocasión, el tema es tratado desde la perspectiva de las ciencias cognitivas, área en la que hasta ahora había sido prácticamente ignorado.
En este trabajo, Merritt considera al género como “una institución dinámica y performativa que moldea, aumenta e incluso constituye nuestra cognición, especialmente nuestra cognición social e intersubjetiva” (287).19 Dicha concepción se basa tanto en aproximaciones enactivas y extendidas a la cognición como en teorías performativas de género. En primer término, la autora se inspira en la propuesta de Gallagher (2013) quien afirma que las prácticas y políticas de las instituciones sociales en la cognición humana, cuyas prácticas y políticas pueden facilitar o incluso ser constitutivas de los procesos cognitivos que se llevan a cabo en el marco de dichas instituciones, conformando lo que Merritt llama un sistema socialmente extendido. En este sentido, la autora propone que el género constituye “una red distribuida de personas, herramientas, convenciones y reglas”20 (Merritt, 2014: 287) que configura la forma en la que sus participantes crean sentido de su propia identidad de género y de la de los demás.
En segundo término, la autora recurre a una concepción atribuida principalmente a Judith Butler, de acuerdo con la cual el género es un acto performativo de imitación cuyo modelo original es contingente del contexto social, político e histórico y, muy frecuentemente, "de las dinámicas de poder inherentes en la sociedad" (290).21 Dicho acto de imitación representa lo se considera como genuinamente masculino o femenino, es decir, las formas de vestir, los manierismos, las prácticas y los comportamientos que son adecuados para el rol de hombre y de mujer según el sistema social en el que este acto performativo se lleva a cabo. De este modo, de acuerdo con la perspectiva que defiende Merritt, el género no constituye una esencia inscrita en el cuerpo o el cerebro, sino un acto en el que se interpreta una identidad socialmente determinada.
Merritt analiza algunos casos de ruptura (breakdown) dentro de la institución del género, como los de identidad neutra de los bebés Storm y Sasha, cuyos padres decidieron criarlos fuera del "sistema de género binario" (291),22 provocando críticas y preocupaciones relacionadas con la inminente posibilidad de que, al crecer, los niños fueran rechazados y avergonzados por sus compañeros; o el diálogo entre Amy André y Sandy Chang con respecto a la manera de dar sentido a la identidad femme dentro de la comunidad genderqueer.
A través de un interesante y revelador análisis, la autora plantea que incluso cuando explícitamente se busca salir de las normas y prácticas que guían la institución del género, éstas están tan arraigadas en nuestra arquitectura cognitiva que puede ser difícil dar sentido a los casos que no se ajustan a lo establecido dentro de dicha institución.
Además, nos dice Merritt, los casos de género sin sentido resultan frustrantes para la mayoría de la población al no "poder colocarlos fácilmente dentro de un marco preestablecido de significado (294),"23 por lo que generalmente se intenta hacerlos encajar en él de manera forzada y, algunas veces, violenta.
La autora hace una contribución importante al ubicar la ruptura, no en la persona que va en contra de la institución de género, ni tampoco en aquella que no logra encontrar sentido del género sinsentido, sino en la interacción de dichas personas con un sistema social más amplio que impacta, muchas veces de forma implícita y no consciente, en los pensamientos y en la manera de crear sentido.
Finalmente, es relevante la comparación que realiza Merritt entre la ruptura dentro de la institución del género y la ruptura cognitiva, estudiada dentro de las ciencias cognitivas y la filosofía. En particular, la autora se refiere a la distinción heideggeriana, descrita anteriormente, entre los modos ready-to-hand y present-at-hand y al concepto de «microidentidades» de Varela (1995). A partir de esta comparación, la autora enfatiza el papel esencial de las rupturas generadas por la experiencia del sinsentido en la creación de sentido, ya que es a través de ellas que se transita de "un flujo de actividad no-reflexivo a una actitud teórica y desapegada hacia los objetos que pueblan nuestro mundo" (297).24 Merritt señala que la interacción con la institución del género se da comúnmente de manera relativamente automática y no problemática, por lo que rara vez se reflexiona sobre las «microidentidades» que lo conforman. Sin embargo, cuando los esquemas de interpretación desarrollados dentro de dicha institución son insuficientes para darle sentido a los casos de género sinsentido, se crea una ruptura que abre un espacio de posibilidad para la reflexión crítica y, en su caso, para la creación, modificación, ampliación o rearticulación del conjunto de reglas mediante las cuales se da sentido a la identidad de género.
Aunque las rupturas cognitivas comparten una estructura similar con los casos de género sinsentido, Merritt llama la atención sobre la necesidad de considerar la dimensión intersubjetiva inherente a la creación de sentido, la cual no está presente en los casos de ruptura cognitiva. Tomando como punto de partida el concepto enactivista de «búsqueda participativa de sentido» (De Jaegher y Di Paolo, 2007), Merritt propone que la interacción entre los individuos y el «macromundo» de la institución de género al cual están acoplados hace emerger un conjunto de significados que depende enteramente de dicha interacción y que, al convertirse en parte del propio "repertorio conceptual”,25 posibilita la categorización rápida de la identidad de género de los otros.
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