El maquinista y el guardagujas
Diego Ignacio Rosales Meana
El maquinista y el guardagujas
Revista de Filosofía Open Insight, vol. VI, núm. 10, 2015
Centro de Investigación Social Avanzada
Diego Ignacio Rosales Meana
Centro de Investigación Social Avanzada, México
Publicado: 01 Julio 2015
El trabajo de un editor y, específicamente, el del editor de una publicación académica, puede comprenderse al menos de dos maneras distintas. Puede en primer lugar ser concebido como un agente pasivo que trabaja sobre todo para los autores y para el gremio. En ese caso el editor está al servicio de la ciencia y deberá fungir como un mero guardagujas que da paso a que los trabajos calificados por los pares tengan un escaparate que les permita ser conocidos, comprendidos, juzgados, criticados y, en el mejor de los casos, comentados. El editor, además, modula las ideas y trabajos que no resultaron dignos a ojos del gremio para que puedan ser mejorados por el autor y alcancen un nivel superior según lo que los pares han dicho. La revista es, así, el punto de encuentro, lo más neutro posible, entre integrantes de una comunidad científica que busca la mayor calidad en su tarea.
El editor, sin embargo, puede también entenderse como un agente activo, que motiva y propone una discusión. Es una idea de Gabriel Zaid (Dinero para la cultura, México: Debate, 2013) la de que el editor organiza y dispone una conversación sobre la mesa. Desde ese punto de vista el editor no es solamente el guardagujas, sino el maquinista que lleva contenidos y los reparte a las zonas a las que estos contenidos quieren llegar, y será ya asunto del receptor si quiere hacerse o no cargo de los contenidos, es decir, será el lector quien juzgue si la conversación que se le propuso fue una conversación pertinente o interesante.
El editor académico, desde este segundo punto de vista, tiene menos campo de acción que el editor que trabaja para una revista cultural sin fines científicos, pues el criterio del editor académicos no tiene por qué ser el más confiable, y ha de ceder una buena parte de su juicio al gremio de expertos para garantizar que, en la medida de lo posible, la publicación sea una publicación seria y digna de confianza.
Bajo este último principio, el de la cesión del juicio, se han institucionalizado los mecanismos de revisión ciega por pares y se han establecido consejos editoriales y académicos que tienen una pretensión más científica que literaria. Cabe preguntarse, empero, ¿qué juicio es el que cede el editor al gremio académico en cuestión, en el caso de las revistas de investigación? Respuesta: el juicio sobre la pertinencia de una publicación.
Desde hace algunos años la ciencia y con ella la revistas académicas, han sido tomadas como rehenes por algunas empresas (baste mencionar a Thomson Reuters o editoriales como Springer) que administran el conocimiento científico. Algunas prácticas y criterios de algunos gremios académicos, que sin duda pueden ser saludables para esos gremios y para esas disciplinas, se han impuesto al mundo entero y a todas las disciplinas como la norma y criterio único de calidad y cientificidad. Esta normativización ha terminado por traicionar en muchos casos los fines para los cuales fue concebida, exhibiendo una gran tontería mundial, "porque es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto; evidentemente, tan absurdo sería aceptar que un matemático empleara la persuasión como exigir de un retórico demostraciones" (Aristóteles, EN: 1094b20). Haciendo caso omiso de Aristóteles, quien por cierto fue filósofo y biólogo, se pide a los filósofos y a los antropólogos que escriban y que publiquen bajo los mismos criterios que los zootecnistas, los botánicos y los astrónomos.
La filosofía, como disciplina académica e institucionalizada, puede ser considerada como una de las más perjudicadas por estas tendencias globales, pues ellas han provocado que surjan al interior de la filosofía prácticas que poco tienen que ver con lo filosófico, terminando incluso en publicaciones cuyo interés es meramente el de aumentar los puntos para el ascenso en el escalafón burocrático de la carrera del susodicho.
Por su propia naturaleza y si quiere ser genuina, la filosofía ha de renunciar a todo boato y pompa, y ha de asirse y aferrarse a actitudes como el silencio, la paciencia y la humildad durante mucho tiempo. Sólo entonces y sólo si la gracia cede, puede acontecer el insight propio de la filosofía, que además deberá ser nuevamente trabajado y asimilado con la misma humildad y paciencia para que rinda fruto. Pero también es verdad que como disciplina científica y como conformadora de cuerpos académicos y facultades universitarias, ella tiene de hecho algo importante que decir, aunque sea desde el fondo de un barril.
El decir de la filosofía, entonces, no es igual que el decir del biólogo, del psicólogo o del físico. El decir de la filosofía es un decir que requiere otro tipo de criterios y de cánones para ser considerado valioso, criterios que además no tienen nada que ver con el número de citas, ni con la lengua utilizada, ni con bases de datos, ni con cuartiles, ni con la actualidad de las referencias bibliográficas utilizadas. El decir de la filosofía es un decir cuyo valor se califica exclusivamente por su proximidad con la verdad, y si bien nadie puede asegurar ser dueño de ella, es cierto que la comunidad y la historia pueden más o menos garantizar, o al menos guiar a quien habla, para que lo que se diga salga de la categoría de la sandez.
Desde este punto de vista, el trabajo de un editor de filosofía no ha de ser solamente el de un simple guardagujas que recibe los trenes ya cargados y que obedece las órdenes de una estación central -en este caso el gremio-, para dar luz o arrojar a la oscuridad el trabajo de un investigador. Sin negar esta autoridad que el gremio tiene, el editor de filosofía tiene también la misión de ser, además, como ha querido recordar Zaid, un conversador que propone una conversación y que ofrece un espacio y una luz a voces que pueden tener algo interesante que decir; es el cargador y el maquinista, que llena y conduce los trenes para llevar los bienes a quienes puedan querer beneficiarse de ellos.
El mundo de las publicaciones es, en ese sentido, el foro común, el ágora de la comunidad, el punto de encuentro en el que mirarnos las caras, en el que ver y escuchar lo que hacemos y lo que pensamos, en última instancia, lo que somos. No se trata únicamente de publicar a quien ha aportado luces nuevas sobre un problema antiquísimo y que pasará por ello a la posteridad, sino de ofrecer al mundo lo que hacen quienes habitan en él, y me refiero tanto al pequeño mundo que constituye la comunidad de filósofos como al mundo en general, que en muchos casos puede nutrirse saludablemente de lo que la filosofía pueda decir.
La Revista de filosofía Open Insight ha intentado, desde sus inicios, cumplir con ambas tareas. Por un lado, ha querido contribuir con el avance de la filosofía a través de la publicación de trabajos que cumplan con los requisitos más o menos universales de la investigación científica en nuestra área. Por ello ha apostado desde el principio por la evaluación por pares y por los estándares que se esperan de una revista académica, pues con ellos se gana, efectivamente, objetividad y realismo. Fruto de este trabajo, la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, CONACYT ha incluido a nuestra revista desde marzo pasado en su Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica. Pero, al mismo tiempo, Open Insight ha buscado también proponer desde sí misma y desde la institución que la anima, el Centro de Investigación Social Avanzada, CISAV, para no cercenar su tarea de conversadora, textos, entrevistas y traducciones que puedan contribuir al fomento y difusión de la cultura filosófica, sobre todo cuando se tiene en mente que es precisamente a la filosofía a quien toca ser el acicate para que pensemos las preguntas verdaderamente importantes sobre la vida, la libertad, el bien y el mal, la muerte y el tiempo.
En este número, que es el décimo -y desde Pitágoras el número 10 simboliza el cumplimiento de un ciclo y de una proporción-, hemos incluido algunos textos que intentan contribuir en el cumplimiento de la tarea líneas arriba delineada. En la sección Dialógica hemos incluido un diálogo alrededor de un texto de Octavio Paz que se pregunta por la dimensión filosófica del lenguaje y de la poesía así como por el quehacer del poeta en el mundo moderno, un mundo fracturado y a la vez prometedor. La sección de Estudios está compuesta por trabajos de diversísima índole, que van desde la aplicación del principio moral del mal menor a un problema concretísimo de la realidad mexicana que es el problema del narcotráfico, hasta trabajos que se ocupan de la filosofía judía, de la neurofenomenología y de la pregunta filosófica por el carácter animal del ser humano. Hapax legómena está en esta ocasión nutrida por dos bellísimos textos. El primero, escrito en latín -con lo que queremos reverenciar y rendir un pequeñito homenaje a una tradición filosófica bastante olvidada, la del Medioevo-, es un análisis lógico del argumento de Jean Paul Sartre en contra de la existencia de Dios. El segundo es un ensayo breve del filósofo canadiense Charles Taylor, hasta ahora inédito en español, sobre el carácter paradójico de la idea de "razón" en la Ilustración europea moderna. Las Reseñas, por su parte, nos retratan cuatro libros cuyos temas son heterogéneos: Borges lector de Whitman y de Nietzsche, el problema del mal en Leibniz, la epojé en la fenomenología de Husserl y la cuestión bioética sobre el estatuto ontológico del embrión humano.
Dejamos, ahora, que sea el lector quien juzgue si las tareas aquí enunciadas son cumplidas y si la filosofía que proponemos como tema es verdaderamente digna de una conversación.