Filosofía y Apocalipsis
Diego I. Rosales Meana, Juan Manuel Escamilla
Filosofía y Apocalipsis
Revista de Filosofía Open Insight, vol. VIII, núm. 13, 2017
Centro de Investigación Social Avanzada
Diego I. Rosales Meana
Centro de Investigación Social Avanzada, México
Juan Manuel Escamilla
Centro de Investigación Social Avanzada, México
Decía León Bloy que cada vez que quería enterarse de las últimas noticias, abría el libro del Apocalipsis. Si bien este asombroso texto bíblico es una narración sobre los últimos tiempos, esto no solamente significa que describe cómo terminará la historia. En su contexto, la idea de «último» se refiere no únicamente al final, sino al sentido de plenitud que tienen las cosas y acontecimientos que hoy pueden resultar incomprensibles. El Apocalipsis no solamente trata de lo «último» en tanto término, sino del «cumplimiento» de sentido de todos los llamados que los hombres hemos escuchado a lo largo de nuestra vida.
La filosofía tiene un papel importante y protagónico en todo esto, pues es ella una preparación para la escucha del llamado que cada individuo tiene respecto de sí mismo, del significado de su nombre, del destino de su vida. Más allá del modo como se lea el Apocalipsis, si desde la mirada de la fe o desde la mirada de la antropología, nos ayuda a advertir que hay acontecimientos que parecen no tener sentido a la primera mirada humana y que hay que hacer un esfuerzo para descubrir hacia dónde apunta su propio acontecer, pero que acaso demandan de nosotros un cierto temple. Esto no solamente tiene que ver con las catástrofes y las experiencias en las que el sufrimiento es el protagonista, sino también con las experiencias de sobreabundancia de sentido, como el amor y la amistad. En ambos casos, sin embargo, la tarea de la razón es la misma: descubrir hasta dónde llegan los bordes de su capacidad para comprender y hasta dónde ya se vuelve incapaz de pronunciar una palabra sobre el acontecimiento en medio del que se encuentra, sin renunciar a la búsqueda de la verdad ni arrogársela. Una razón que no intente decir nada es una razón suicida, traidora, pero una razón que intente decirlo todo será una razón arrogante, sumida en la hipertrofia. Es ahí en donde el matiz de la filosofía hace más habitable nuestro lenguaje y nuestra relación con el mundo.
La humanidad parece oscilar entre ciclos de concordia y violencia. Tras la última Guerra Mundial, la afirmación de la primacía política de la fraternidad humana se cubrió de discursos a favor de los derechos humanos y a favor de la defensa de la dignidad humana. La poesía antibelicista, tan de reciente creación y asociada a las últimas grandes guerras, ha rechazado el paradigma probélico que, no obstante, está volviendo entre algunos actores internacionales de la política. Tres acontecimientos de los últimos meses llaman la atención por la forma en la que los ciudadanos del Reino Unido, Colombia y Estados Unidos han ejercido su derecho a participar en la democracia, pero lo han hecho para promover discursos que abonan -por decir lo menos- al chauvinismo, la violencia y el racismo. El «Brexit», el «no» y el inaudito respaldo a Trump por parte de los estadounidenses nos recuerdan acontecimientos históricos que hoy hallamos en la genealogía de las últimas dos guerras mundiales, como, en su momento, la elección democrática de Hitler por parte del pueblo alemán, con un discurso, por cierto, no muy desemejante de aquel de exclusión y odio que han comenzado a abanderar las comunidades ricas de Occidente, cuya voracidad esta vez amenaza con un holocausto árabe. La ideología de la arrogancia racial establece una situación excepcional que ya ha sido llamado Tercera Guerra Mundial, caracterizada por la transmisión, en vivo y a través de las redes sociales virtuales, de los testimonios de destrucción bélica y terrorista.
Entretanto, la inseguridad, la impunidad y la corrupción siguen siendo moneda corriente del país, presa del «narcoEstado» a distintos niveles, suscitando aquí y allá el surgimiento de vengadores populares, aplastadas las autodefensas. La indignación demanda rememorar que México ha cumplido ya 10 años de la Guerra Contra el Narco, y más de 180,000 muertes se han relacionado, desde entonces, con este conflicto, cuyo final aún no se adivina y cuyo fracaso ha desacreditado las instituciones, de por sí desgastadas, de la democracia. Al cierre del año más violento del conflicto, aún seguimos «hasta la madre» y bregando por una paz justa y digna, sin que se hayan esclarecido ni la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, ni el destino de tantos anónimos cadáveres de que están sembradas las tierras mexicanas.
En circunstancias como las que atravesamos, el ejercicio de la filosofía y la memoria de la Historia se vuelven urgentes para llevar a cabo la crítica de nuestras decisiones colectivas y para reconocer los derroteros por los que la unanimidad fanática de los nacionalismos nos ha conducido en otros tiempos. En este sentido, la conversación que sostienen en la sección Dialógica Luis Niel y Eduardo González Di Pierro abona a la comprensión filosófica de los derechos humanos y a la argumentación de su fundamento, sobre el que intentan dialogar más allá de dogmatismos violentos o autoevidencias sospechosas. Si bien no buscan dar una fundamentación fenomenológica exhaustiva al problema de los derechos humanos, sí buscan dejarse interpelar por esta ciencia filosófica para ajustar algunos términos que suelen ser ambiguos y dar con el sentido primigeniamente fenomenológico de algunas nociones que en las discusiones de filosofía política suelen obviarse.
El resto de los trabajos que presentamos en este número responden a una especie de «peregrinación a las fuentes», para decirlo con Lanza del Vasto, en la que se va hacia los sedimentos de la historia de la filosofía para buscar claves de sentido de algunos fenómenos humanos, que tanto necesitamos hoy y que los clásicos suelen darnos con relativa frecuencia cuando se les mira bien y con la actitud correcta. La sección de Estudios abre, así, con un trabajo de Héctor Sevilla sobre el Elogio de la locura, explorando la «vacuidad» en la obra de Erasmo como un cierto arrojo al nihilismo místico o cínico. Ezequiel Téllez, a continuación, intenta rastrear la influencia estoica del tratamiento que san Agustín da a las pasiones y a las emociones en la vida moral. Ángeles Cerón presenta la alternativa cartesiana: una ética de la provisión, fundada en la confianza propia de la vida de la fe, luego de discutir diversas interpretaciones sobre la espiritualidad de Cartesio. El profesor Alejandro Vigo, de la Universidad Navarra, escribe sobre el Kant menos leído, pero el más alto, también, el de la segunda parte de la Crítica del juicio, donde al hablar sobre la naturaleza como un sistema de fines, recupera elementos importantes tanto de la teleología como de la teología, en estrecha relación con la tradición metafísica. Fernando Fava vuelve sobre las elaboraciones póstumas de la célebre afirmación nietzschiana de coextensión entre lenguaje y mundo. Claudio César Calabrese, por su parte, encuentra las deudas de Heidegger con el mismo Agustín, deudas que, según argumenta, lo conducen de la fenomenología a la hermenéutica, nada menos. Finalmente, Estudios cierra con un trabajo de Francisco Galán acerca de la influencia del «sentido ilativo» de Newman sobre el «insight» de Lonergan.
Entregamos, por último, reseñas de libros de Giorgio Agamben, Olga Belmonte -miembro de nuestro Comité de Dirección- y de Alejandro Ordieres. Si Agamben en Stasis nos habla de la guerra civil como paradigma político y de la crisis profunda del Estado, Olga Belmonte reúne a destacados filósofos para pensar la indignación, el fenómeno político que recorrió el mundo y lo sigue haciendo de unos años para acá. Por último, Ordieres, para no perder el rumbo ético y político de las reseñas, reflexiona sobre el juicio y la acción moral en David Hume.
Recorremos, así, un arco de la historia de la filosofía que va de Agustín a Lonergan, y a los nuevos avances de la filosofía en nuestra lengua, no con el fin de abarcarlo todo, sino con el de apuntar a que todo ello existe y que una vuelta a la razón, una recuperación de la confianza en ella, tal como la han ejercido los maestros que nos hablan en este número, puede ayudar a recobrar el sentido, apocalíptico a veces, de nuestra frágil humanidad en la historia.