Editorial

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Revista de Filosofía Open Insight, vol. 10, núm. 20, 2019

Centro de Investigación Social Avanzada

En estos tiempos de gran incertidumbre en los diversos ámbitos de la actividad humana (familia, educación, trabajo, política), se hace necesaria una visión del mundo cuyo eje sea la dignidad humana y la convicción de que es posible establecer vínculos de comunión entre los seres humanos. Las paradojas y las contradicciones que nos presentan los graves problemas del globo y de las regiones (tráfico de estupefacientes y de armas, trata de personas, fundamentalismos religiosos y políticos, deterioro del planeta, creciente violencia derivada de lo anterior, colapso económico, etcétera) no deberían hacernos perder de vista que estamos llamados a vivir en y a colaborar para un mundo más habitable en términos de dignidad de las personas humanas y su ejercicio efectivo.

La historia de la humanidad nos ha mostrado grandes hitos que podríamos resumir, grosso modo, en cuatro grandes visiones hasta este momento y la visión que, a nuestro modo de ver, estamos llamados a realizar en un futuro cada vez más inmediato. Cada época ha tenido sus avances y sus retrocesos, sus progresos contrarios, sus paradojas, pero al final ha prevalecido una idea madre, o una visión general que ha animado, en su momento, toda actividad humana. De esa suerte, la Antigüedad, la tradición judeo-cristiana y su prolongación medieval, la Modernidad y la llamada posmodernidad (quizá caracterizada por un gran nihilismo) han mostrado sus premisas y sus propuestas para entender la existencia humana y llevarla a cabo.

A riesgo de simplificar demasiado —no podría ser de otro modo para un espacio editorial— podemos señalar algunos rasgos fundamentales de cada una de estas grandes visiones, sólo con el propósito de considerar cuáles podrían ser los de la época que ya se está formando y que, sin duda, caracterizará no sólo este siglo sino también los próximos venideros.

La Antigüedad nos ha mostrado su sentido de lo sagrado y su sentimiento para vivir bajo su cobijo. El mundo, por tanto, aparece para el ser humano de la conciencia antigua como un escenario de fuerzas fastas o nefastas, propicias o amenazantes, que dirigen la existencia humana bajos sus designios y, muchas veces, fatales destinos. Bajo tal perspectiva, todo el mundo y toda la existencia humana están llenos de estas fuerzas y son ellas las que conducen todo y lo mantienen en un misterioso y arcano equilibrio. La libertad humana poco o precariamente tiene cabida en ese concierto. La respuesta última para el ser humano de conciencia antigua es «destino».

La tradición judeo-cristiana, y luego específicamente el cristianismo, llevó a cabo un giro que introdujo la noción de Providencia divina que, también en un misterioso equilibrio con la libertad humana, conduce no sólo los destinos del cosmos sino de la historia y de cada persona en particular. La respuesta última para la existencia humana está trazada por el amor a Dios y el servicio al prójimo en esta vida, y la alegría que ello implica, y luego el gozo eterno en la otra. La respuesta última para el ser humano de conciencia cristiana es «Providencia», presencia constante y efectiva de Dios en la vida cotidiana.

La conciencia moderna dio otro giro. Ya no serían las fuerzas fastas o nefastas las que regirían las cosas, ni la Providencia divina. El descubrimiento moderno en gran medida por eso fascinó a muchos: todo está lleno de «leyes». La ciencia sería el conocimiento de esas leyes y desentrañar el misterio del cosmos y de la existencia humana, incluida la historia, no sería sino cosa de tiempo, porque, iniciado el camino, no quedaba más que desarrollo y progreso: un mejor ser humano, una mejor sociedad, un mejor mundo. El siglo XX nos ha mostrado que no fue así. Y esta primera parte del siglo XXI nos lo siguen gritando.

Quizá por ello, luego de la gran decepción de la Modernidad, no sólo advinieron la sospecha y el escepticismo, sino el desplome completo. El «nihilismo» se alzó con una certeza que parecía incuestionable: estamos solos en medio de un universo mudo. Las grandes historias, las grandes visiones, todas, han caído, eran fábulas como cualquiera otra. Y ante tal situación, el de la más completa soledad, no quedaba sino la afirmación rotunda: para fábulas, bastan y sobran las propias. La vida, en ese horizonte, no sería más que esa capacidad —para quienes puedan hacerlo— de crear mundos, historias, perspectivas, interpretaciones. Ante tal soledad, para el sujeto humano no quedaría sino su prerrogativa más noble: inventarse sus valores y sus verdades.

Esta última perspectiva, si bien ha influido en las sociedades contemporáneas, no ha dejado de mostrar un rostro desencarnado, solitario y falto de comunión entre los seres humanos; en buena medida ha orillado a los desencantos de todo tipo y a las sospechas de toda propuesta que quiera formularse para salir del marasmo en que nos encontramos.

Para resolver los grandes problemas que nos aquejan es importante establecer una visión de la vida (de las cosas y de la existencia humana) que reconozca —como decíamos más arriba— la dignidad humana en todas sus expresiones, en su significado y en la comunión que implica para todos los seres humanos. Tal comunión nos permitirá una renovación tanto interior como exterior que armonice los distintos ámbitos de la actividad humana, a fin de que todos nos reconozcamos como miembros de la misma familia humana y no haya ningún tipo de exclusión, sobre todo considerando a las personas más vulnerables y, de hecho, más frágiles. La Weltanschauung que nos hace falta es la de la dignidad y la comunión humanas. Sin duda, ello beneficiará a las personas en la familia, la educación, el trabajo, la política y en todo ámbito de la actividad humana.

¿Cómo traducir el reconocimiento de la dignidad humana y la comunión entre los seres humanos? Por la inclusión, la tolerancia y la pluralidad. Sobre todo, la aceptación del otro, del distinto y, antes que nada, del vulnerable (del otro que necesita de mi presencia y de mi ayuda), podría dar un giro para que en los ámbitos del quehacer humano se vuelva realidad la hermandad y la piedad por lo humano, desde la familia hasta la política. Se trata de reconstruir el tejido social que, en todas partes, se encuentra deteriorado. Estamos convencidos que, de este modo, podrá surgir una renovación que nos abrirá un nuevo horizonte de lo humano y de la intersubjetividad, necesarios para toda forma de convivencia. En el fondo, sólo en el rostro del otro descubrimos y descubriremos nuestro propio rostro.

Deteniéndonos, ahora, en el contenido de la revista de este número, en la sección Coloquio presentamos una interesante entrevista que el equipo editorial de Open Insight realizó al teólogo y filósofo Juan Carlos Scannone, uno de los principales referentes para comprender el pensamiento del actual romano pontífice, Francisco. En ella, con gran detalle y una memoria prodigiosa, el pensador argentino da cuenta de su formación académica, sus encuentros intelectuales, sus contribuciones científicas pero, sobre todo, su honda preocupación por la situación de Latinoamérica en lo tocante a su identidad, su unidad, sus necesidades políticas, económicas, sociales, así como a sus enormes desafíos respecto a la igualdad y a la justicia.

En la sección Estudios, por su parte, presentamos en esta ocasión seis contribuciones de nuevos colaboradores.

En el primero, Oliva Mendoza considera al libro —junto con el reloj, el calendario, la brújula y el mapa— como parte del capital impreso que constituye la identidad de las naciones, además de la moneda en sentido estricto. Detrás de los movimientos sociales del capital —cada vez más virtuales— que caracterizan al mundo contemporáneo, el libro sostiene, regula y actúa las redes mercantiles que lo animan como su capital impreso. En opinión del autor, el libro es el primer producto industrial y el primer producto de masas que brota del capitalismo.

En el segundo, Charpenel Elorduy se introduce en el debate que hay al interior de la ética normativa entre ética del deber (Kant) y ética de la virtud (Aristóteles). De la mano de Hegel, intenta mostrar que este debate no requiere plantearse necesariamente en términos de contraposición y exclusión, sino que puede llegarse a una concepción superadora de estas diferencias, siempre y cuando se repare que entre estas categorías no hay una superioridad jerárquica de una respecto a la otra, pues en la trama de prácticas e instituciones a través de las cuales los hombres se comprenden a sí mismos como actores éticos —lo que se llama «eticidad»— hay por igual tanto componentes deónticos como componentes aretaicos.

En el tercero, Monjaraz Fuentes realiza una crítica ponderada, pero no exenta de agudeza, del «ideal de hombre autónomo» vigente en el mundo contemporáneo, caracterizado por una aversión a ciertas dimensiones de la carnalidad y por un creciente aislamiento y exclusión del trato cotidiano con los semejantes, cuyas consecuencias son, por un lado, la incomprensión de sí mismo y la intolerancia hacia lo distinto de sí mismo. En contraparte, la autora propone rescatar la comunionalidad de las personas como fuente de sociedad, tomando como punto de partida la fenomenología del «acto empático» realizada por Edith Stein, pues ésta permite rescatar la corporalidad como constitutivo de la identidad personal, como paso primero para reconstruir la relación con los demás (alteridad).

En el cuarto, Canizales Higuera muestra que, si bien el pensamiento de Levinas puede considerarse como un alejamiento progresivo de la filosofía de Husserl, no implica sin embargo una total ruptura con el mundo de ideas generado por éste. Tal es el caso, por ejemplo, del concepto Urimpression o «proto-impresión» que descuella en los análisis fenomenológicos de la conciencia temporal del filósofo moravo. El análisis crítico de este concepto permitirá al pensador lituano formular su concepción del tiempo diacrónico, que permite el espacio a la alteridad y a la emergencia del ser.

En el quinto, Pardo Olaguez trata de profundizar en la extraña relación entre la economía y lo sagrado que establece en sus obras el ingeniero y filósofo francés Jean-Pierre Dupuy. Para ello, analiza ante todo la ambigüedad de la palabra «economía» para poner de relieve después el carácter religioso que hay detrás de ella. Este carácter religioso de la economía es presentado bajo la interpretación filosófica de René Girard, que se aproxima más a las concepciones de las sociedades arcaicas que a las elaboraciones teológicas del cristianismo.

En el sexto, Junco busca evidenciar el carácter «sagrado» que subyace en los relatos de los hermanos Grimm a través de un minucioso análisis de los elementos más destacados de estos relatos, como la dimensión itinerante de sus personajes (viaje del héroe), el ensanchamiento espiritual de estos personajes (purificación del alma) y la transfiguración cósmica con el regreso de los personajes (esperanza escatológica). Para conseguirlo, debe mostrar primero que estos relatos poseen la específica estructura de «cuentos maravillosos» y que, más allá de su inmediata naturaleza estética y su intención pedagógica, son portadores de indiscutibles problemas filosóficos y teológicos expresados en un lenguaje simbólico, rico y profundo.

Por otro lado, en la sección Hápax Legómena hemos querido rescatar un antiguo ensayo del pensador italiano Rocco Buttiglione sobre la principal obra filosófica de Karol Wojtyla: Persona y acto. En su momento, este ensayo fungió como introducción a la tercera edición polaca —y, podemos decir ahora, definitiva— de esta obra wojtyliana. En él, además de una suscita exposición de las aportaciones fundamentales de Persona y acto en el terreno de la antropología, la ética y la filosofía social, se indica con brevedad la asimilación de algunas de estas aportaciones en el Magisterio postconciliar, en especial, en el del Papa Juan Pablo II. Particular relieve cobra el análisis comparativo que se hace de Persona y acto con el pensamiento moderno no católico o, dicho en categorías teóricas, entre la «filosofía de la conciencia» que caracteriza el pensamiento moderno y la «filosofía del ser» que distingue el pensamiento católico de impronta tomista (aunque también fenomenológica).

Finalmente, en la sección Reseñas presentamos tres aportaciones sobre pensadores muy disímbolos del pasado siglo. En la primera, Zaragoza Bernal nos aproxima a la figura de Bruno Latour según la semblanza que hace de él Gerard de Vries. En la segunda, Aquino Rápalo expone las líneas centrales del libro de Jorge Medina Delgadillo sobre las lecturas talmúdicas de Emmanuel Levinas. En la tercera, Carranza Navarrete sintetiza en forma crítica el librito de Dietrich von Hildebrand sobre la espiritualidad de los afectos y su papel específico en la moralidad.

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Revista de Filosofía Open Insight
ISSN: 2007-2406
Vol. 10
Num. 20
Año. 2019

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