René Descartes
Olímpicas*
Revista de Filosofía Open Insight, vol. XII, núm. 26, 2021
Centro de Investigación Social Avanzada
René Descartes
Vie de M. Descartes
1.
Había otro tratado en forma de discurso intitulado Olímpicas [Olympica], de sólo doce páginas, y que contenía en el margen, con una tinta más reciente, pero de la propia mano de Descartes, una anotación que aún hoy ocupa a los más curiosos. Esta anotación al margen decía:
XI. Novembris 1620, cœpi intelligere fundamentum Inventi mirabilis… 1
De tal anotación, ni Clerselier 2 ni los otros cartesianos nos pudieron dar explicación. Esta observación se encuentra delante de un texto que nos persuade que este escrito es posterior a los demás que se encuentran en el registro y que no se empezó sino hasta el mes de noviembre de 1619. Este texto dice en latín:
X. Novembris 1619, cum plenus forem Enthousiasmo, et mirabilis scientiæ fundamenta reperirem… 3
2.
En el nuevo ardor de sus descubrimientos, Descartes se comprometió a ejecutar la primera parte de sus proyectos, que sólo consistía en destruir. Ciertamente, ésta fue la más fácil de las dos partes. Pero pronto se dio cuenta que deshacerse de los prejuicios no es tan fácil para un hombre como quemar la propia casa. Ya se había preparado para esta renuncia desde que dejó el colegio 4 y había realizado algunos intentos: primero durante su retiro en el suburbio de Saint Germain de París, 5 y después durante su estancia en Breda. 6 Con todas estas disposiciones, no podía sufrir menos que si tuviera que despojarse de sí mismo. Sin embargo, pensó que con todo aquello ya había culminado su empresa. Y, a decir verdad, para hacerle creer que había llegado a tal estado, era suficiente que su imaginación le presentara su ingenio completamente desnudo. Descartes sólo tenía amor por la Verdad, cuya búsqueda sería, de ahora en adelante, la ocupación de su vida. Esta fue la razón de los tormentos que hicieron sufrir a su ingenio por aquellos días. Pero los medios para alcanzar esta feliz conquista no le causaron menos perplejidad que el fin mismo. La investigación que quería hacer con esos medios sumergió su ingenio en violentas agitaciones, que aumentaron cada vez más por la continua tensión en que lo tenían, sin sufrir que los paseos y las compañías fueran una diversión. Descartes se fatigó tanto que se le inflamó el cerebro, lo que le hizo caer en una suerte de entusiasmo que se apoderó de él, lo que dejó su ingenio abatido. El abatimiento de su ingenio lo colocó en un estado en el que pudo recibir las impresiones de sus sueños y de sus visiones.
Cuenta Descartes que el 10 de noviembre de 1619 se fue a dormir lleno de entusiasmo y con la idea de haber descubierto ese día los fundamentos de una ciencia admirable. Aquella noche tuvo tres sueños consecutivos, que se figuró que sólo podían haber venido del cielo.
❖ [Primer sueño]
Después de haberse dormido, su imaginación fue afectada por la representación de algunos fantasmas que se le aparecieron y lo asustaron con tal fuerza que, creyendo caminar por las calles, 7 se vio obligado a apoyarse sobre su lado izquierdo para poder avanzar hasta donde quería ir, porque sentía una gran debilidad en el costado derecho que no le permitía sostenerse de pie. Avergonzado por caminar de esa manera, hizo el esfuerzo de enderezarse, pero sintió un viento impetuoso que, llevándolo en una especie de torbellino, le hizo dar tres o cuatro vueltas sobre su pie izquierdo. 8 Sin embargo, no fue esto lo que más lo asustó. Su mayor horror fue la dificultad que tuvo para arrastrarse, que le hizo pensar que caería a cada paso, hasta que, viendo un colegio abierto en su camino, entró en éste para hallar refugio, así como un remedio para su mal.
Trató de llegar a la capilla del colegio, donde su primer pensamiento fue ir a hacer una oración; pero al darse cuenta de que se había cruzado con un conocido suyo sin saludarlo, quiso volver sobre sus pasos para hacerlo con cortesía, pero fue rechazado con violencia por el viento que soplaba contra la capilla. Al mismo tiempo, a la mitad del patio del colegio vio a otra persona que le llamó por su nombre en términos corteses y gentiles y que le dijo que, si quería, buscara al señor N. porque éste tenía algo que darle. Descartes imaginó que el señor N. le daría un melón que había traído de algún país extranjero. 9 Pero lo que más le sorprendió fue ver que quienes se reunían alrededor de esta persona para conversar estaban erguidos y firmes sobre sus pies, mientras que él estaba todavía inclinado y tambaleante sobre el suelo, además de que el viento —que pensó que lo derribaría varias veces— había disminuido mucho.
Despertó de este sueño y de inmediato sintió un dolor real, que le hizo temer que fuese obra de un genio maligno que había intentado seducirlo. 10 De inmediato se volvió sobre su lado derecho, porque estaba acostado del lado izquierdo cuando se quedó dormido y tuvo el sueño. Hizo una plegaria a Dios para que lo guardara del efecto malvado de su sueño y para que lo protegiera de todas las desgracias que pudieran amenazarlo como castigo a sus pecados, pues reconocía que sus pecados eran suficientes para atraer la ira del cielo sobre su cabeza, aunque hasta ese momento había llevado una vida bastante irreprochable a los ojos de los hombres.
❖ [Segundo sueño]
En esta situación, volvió a dormirse, después de un intervalo de casi dos horas en el que estuvo metido en pensamientos diversos sobre los bienes y lo males de este mundo. Inmediatamente le vino un nuevo sueño, en el que creyó escuchar un ruido estridente y retumbante, que tomó por un trueno. 11 El susto que le dio ese estruendo lo despertó de golpe; y abriendo los ojos, vio muchas chispas de fuego regadas por toda la habitación. Esto ya le había sucedido en otras ocasiones, y no le era extraño el despertar a medianoche y tener los ojos tan destellados para entrever los objetos más próximos a él. Pero en esta última ocasión, quiso acudir a razones tomadas de la filosofía, obteniendo razones favorables para su espíritu después de observar —abriendo y cerrando los ojos alternadamente— la cualidad de las especies que se le presentaron. De modo que su miedo se disipó y se volvió a dormir con gran calma.
❖ [Tercer sueño]
Un momento después, Descartes tuvo un tercer sueño, que no tenía nada de terrible como los dos primeros. 12 En ese último sueño, encontró un libro sobre su mesa, sin saber quién lo había puesto ahí. Lo abrió y al notar que era un Diccionario, estaba contento con la esperanza de que pudiera serle de gran utilidad. En ese mismo instante, se encontró otro libro bajo su mano, que no le era nuevo, aunque no sabía de dónde había venido. Encontró que tal libro era una recopilación de poesías de diferentes autores, intitulado Corpus poetarum. 13 Tuvo la curiosidad de leer ahí alguna cosa, y, al abrir libro, dio con el verso «Quod vitae sectabor iter?». 14
En ese momento apareció un hombre que no conocía, pero que le presentó un fragmento de verso que comenzaba por «Est et non», 15 que presumía como una obra excelente. Descartes le dijo que sabía de qué se trataba y que esa pieza estaba entre las Églogas de Ausonio, que se encontraban en el Corpus poetarum que estaba sobre su mesa. Él mismo quiso mostrársela a tal hombre desconocido, y comenzó a hojear el libro, del cual se jactaba conocer perfectamente en orden y contenido. Mientras buscaba el pasaje, el hombre le preguntó de dónde había sacado ese libro y Descartes le respondió que no podía decirle cómo lo había conseguido; pero un momento atrás había tenido otro que acababa de desparecer, sin saber quién se lo había dado ni quién se lo había llevado. No había terminado de hablar cuando volvió a ver el libro en el otro extremo de la mesa. Pero se percató de que ese Diccionario no estaba tan completo como el que había visto la primera vez. Sin embargo, encontró las poesías de Ausonio en el Corpus poetarum que estaba hojeando, y al no poder encontrar la obra que comenzaba por «Est et non», le dijo a aquel hombre que conocía una poesía del mismo poeta aun más bella que la otra y que comenzaba con las palabras «Quod vitae sectabor iter?». 16 El hombre le rogó que se la mostrara, y Descartes comenzó a buscarla, cuando encontró varios pequeños retratos en huecograbado que le llevaron a decir que este libro era muy bello, pero que no tenía el mismo aspecto que el otro que conocía. Estaba en eso cuando, de pronto, los libros y el hombre desaparecieron y se desvanecieron de su imaginación, pero sin despertarlo. Lo singular a notar es que, dudando si lo que acababa de ver era un sueño o una visión, no sólo decidió —mientras dormía— que era un sueño, sino que también hizo su interpretación, antes de que el sueño lo abandonara. 17
Consideró que el Diccionario significaba todas las ciencias compiladas en un mismo lugar, y que la antología de poesías, intitulada Corpus poetarum, representaba en particular, y de una manera muy distinta, a la filosofía y la sabiduría juntas. Porque no creyó que nos debiéramos de sorprender mucho al percatarnos de que los poetas, inclusive aquellos que sólo dicen tonterías, están llenos de sentencias más importantes, más sensatas, y mejor expresadas que aquellas que se encuentran en los escritos de los filósofos. 18 Y atribuyó tal maravilla a la naturaleza divina del entusiasmo y a la fuerza de la imaginación, que hacía brotar las semillas de la sabiduría (que se encuentran en el ingenio de todos los hombres, como las chispas del fuego en las piedras) con mucha más facilidad, y con el mismo o con mucho más brillo que el que puede hacer la razón en los filósofos. 19 Descartes, continuando la interpretación de su sueño mientras dormía, consideró que la obra en verso sobre el discernimiento del tipo de vida que debemos escoger —y que comienza por «Quod vitae sectabor iter?»— significaría el buen consejo de un hombre sabio o inclusive la teología moral.
En esto, dudando si soñaba o si meditaba, Descartes despertó sin emoción y continuó, con los ojos abiertos, la interpretación de su sueño siguiendo la misma idea. Consideró que los poetas reunidos en el Corpus poetarum significaban la revelación y el entusiasmo, del que no desesperaba de verse favorecido. Por el fragmento «Est et non», que es el «Sí y no» de Pitágoras, 20 consideró la verdad y la falsedad en los conocimientos humanos y en las ciencias profanas. 21 Al ver que la interpretación de todos esos elementos la lograba tan bien a su voluntad, osó persuadirse de que era el Espíritu de Verdad quien había querido abrirle, por ese sueño, los tesoros de todas las ciencias. Y como lo único que le quedaba por explicar eran los pequeños retratos en huecograbado, que había encontrado en el segundo libro, ya no buscó la explicación tras la visita que le hizo un pintor italiano al día siguiente.
Ese último sueño, que sólo tenía cosas dulces y agradables, señalaba, a su parecer, su porvenir; significaba lo que le sucedería por el resto de su vida. Pero tomó los dos sueños precedentes como advertencias amenazadoras relacionadas con su vida pasada, en la que podría ser inocente ante los ojos de los hombres, pero no ante los de Dios. Consideró que tal era la razón del terror y del pavor del que sus dos sueños anteriores estuvieron acompañados. El melón, que le querían dar como regalo en el primer sueño, representaba los encantos de la soledad, pero buscados solamente para las ocupaciones netamente humanas. 22 El viento que lo arrojaba contra la capilla del colegio, cuando sintió un dolor en el costado derecho, no era otra cosa sino el genio maligno que trataba de arrojarlo con fuerza lejos de un lugar al que él deseaba ir voluntariamente. 23
Por eso Dios no le permitió que avanzara más lejos y se dejó llevar, incluso a un lugar santo, por un espíritu que no había enviado. Como sea, Descartes estaba muy convencido de que había sido el Espíritu de Dios el que le había hecho dar los primeros pasos hacia la capilla. El terror que lo estremeció en el segundo sueño representaba, a su parecer, su sindéresis, es decir, los remordimientos de su conciencia relacionados con los pecados que pudiera haber cometido durante el curso de su vida hasta entonces. El trueno, del cual escuchó su estruendo, era la señal del Espíritu de la Verdad que descendía sobre él para poseerlo. 24
Ese último sueño tenía ciertamente algo de entusiasmo, y nos podría conducir, gustosamente, a considerar que Descartes había bebido esa noche antes de irse a dormir. En efecto, era la víspera de san Martín y, en aquella noche, se tenía la costumbre de entregarse al libertinaje, tanto en el lugar donde él se encontraba 25 como en toda Francia. Pero Descartes aseguró que había pasado toda la noche y todo el día en una gran sobriedad, y que hacía tres meses enteros en los que no había bebido vino. Agregó que el genio, que excitaba en él el entusiasmo que inflamó su cerebro durante algunos días, había inspirado estos sueños antes de irse a la cama y que el espíritu humano no tenía parte en ello.
En cualquier caso, la impresión que le quedó de sus agitaciones le hizo reflexionar al día siguiente sobre la parte que él debía tomar. La vergüenza en la que se encontraba le hizo acudir a Dios para pedirle que le hiciera conocer su voluntad y para que lo iluminara y lo condujera en la búsqueda de la verdad. Después se dirigió a la santa Virgen para encomendarle la búsqueda que consideraba que era lo más importante de su vida. Y para tratar de interesar, de manera más apremiante, a esta santísima Madre de Dios, aprovechó la ocasión del viaje que esperaba realizar a Italia días después para hacer el voto de un peregrinaje a Nuestra Señora de Loreto. 26 Su celo iba aún más lejos, y por ello le prometió a la Virgen que, a partir de Venecia, haría el peregrinaje a pie hasta Loreto; y que, si sus fuerzas fueran inferiores a sus fatigas, tomaría al menos la exterioridad más devota y humillada que le fuera posible, para así cumplir con su voto. Descartes pretendía emprender su viaje antes de que concluyera el mes de noviembre. Pero Dios dispuso de él de manera distinta a lo que había deseado. Descartes tuvo que posponer el cumplimiento de su voto para otra ocasión, hallándose obligado de diferir su viaje de Italia por razones que no hemos podido saber, y no lo realizó sino casi cuatro años después de tal resolución. 27
El entusiasmo lo dejó pocos días después, y si bien su ingenio reanudó su actitud ordinaria y volvió a su calma original, Descartes no se volvió más resuelto sobre las decisiones que había tomado. El tiempo en su cuartel de invierno lo transcurrió poco a poco en la soledad de su estufa y, para hacerlo menos fastidioso, comenzó a escribir un tratado, que esperaba terminar antes de las Pascuas de 1620. 28 A partir del mes de febrero pensaba buscar editores para tratar con ellos la publicación de tal obra. Como sea, hay mucha evidencia que muestra que ese tratado fue interrumpido y que desde entonces permaneció incompleto. Ignoramos aquello de lo que podría haber tratado ese texto, y es posible que jamás haya tenido título. Sin duda las Olímpicas fueron escritas entre finales de 1619 e inicios de 1620, por lo que tendrían algo en común con el tratado anunciado por Descartes que no fue terminado. Sin embargo, hay muy poco orden y relación entre el contenido de las Olímpicas y el resto de los manuscritos de este tiempo, por lo que es fácil concluir que Descartes, seguramente, jamás consideró hacer de las Olímpicas un tratado formal y cuidado, menos aún publicarlo.
Cogitationes privatae 29
1.
Fue en el año 1620 que he comenzado a comprender el fundamento de un descubrimiento admirable. 30
En noviembre de 1619, tuve un sueño, en el cual recitaba el poema 7 de Ausonio, que comienza así: «Quod viae sectabor iter?…». 31
2.
Ser reprendido por los amigos es tan útil como ser alabado por los enemigos; y deseamos la alabanza por parte de los enemigos y la verdad por parte de los amigos.
3.
Hay en todo ingenio algunas partes que, al ser ligeramente afectadas, excitan fuertes pasiones. Así, un niño de alma fuerte, si lo regañamos, no llorará, sino se enfadará; otro, llorará. Si nos dicen que sucedieron muchas y grandes desgracias, nos entristecemos; si agregamos que alguien malo estuvo involucrado, nos enojaremos. El paso de una pasión a otra se hace por las pasiones vecinas; a veces, sin embargo, hay pasos violentos a través de los opuestos: como cuando en una alegre reunión se nos anuncia de improviso un hecho triste.
4.
Así como la imaginación se vale de figuras para concebir los cuerpos, también el entendimiento se vale de ciertos cuerpos sensibles para figurarse las cosas espirituales, como el viento o la luz. De donde se sigue que, al filosofar en la forma más elevada, por el conocimiento, podemos conducir a la mente por las alturas.
Puede asombrar encontrar sentencias profundas en los escritos de los poetas, más que en los de los filósofos. La razón es que los poetas escriben más por entusiasmo y por la fuerza de la imaginación. Hay en nosotros semillas de ciencia, como en la sílice hay semillas de fuego; éstas son extraídas por los filósofos a través de la razón, pero los poetas las arrancan través de la imaginación y brillan más. 32
5.
Las máximas de los sabios pueden ser reducidas a un pequeño número de reglas generales. 33
6.
Antes de que termine noviembre, arribaré a Loreto, y eso será a pie desde Venecia, si puedo convenientemente, y si tal es la costumbre. Si eso no es posible, daré al menos a ese peregrinaje toda la devoción que ordinariamente nadie puede dar.
Pero, de cualquier manera, terminaré mi tratado antes de la Pascua. Si es que los libros no me faltan, y si me parece digno, lo publicaré como lo he prometido hoy, 23 de febrero de 1620. 34
7.
Hay en las cosas una fuerza activa única: el amor, la caridad, la armonía.
Las cosas sensibles nos permiten concebir las olímpicas: 35 el viento significa el ingenio; el movimiento con la temporalidad significa la vida; la luz significa el conocimiento; el calor significa el amor; la actividad instantánea significa la creación. Toda forma corporal actúa conforme a la armonía. Hay más cosas húmedas que secas, y más frías que calientes: de lo contrario, las fuerzas activas habrían obtenido la victoria demasiado rápido, 36 y el mundo no habría durado tanto tiempo.
8.
Diciendo que Dios separó la luz de las tinieblas, el Génesis quiere decir que Dios ha separado a los ángeles buenos de los malos. No podemos, en efecto, separar una privación de una cualidad positiva, y esto así porque el texto no puede ser comprendido literalmente. Dios es pura inteligencia.
9.
El Señor ha hecho tres maravillas: las cosas desde la nada, el libre arbitrio y el Hombre-Dios. 37
10.
El hombre no conoce las cosas naturales más que por similitud de lo que cae en sus sentidos. El mejor filósofo y el más profundo es el que asimila con mayor facilidad las cosas buscadas en los objetos de la experiencia sensible. 38
11.
La perfección absoluta que notamos en ciertas actividades de los animales nos hace sospechar que ellos no poseen el libre arbitrio. 39
Referencias
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Verbeek, T. (2005). “Baillet, Adrien (1649–1706)”. En L. Nolan (Ed.), The Cambridge Descartes Lexicon. Cambridge: Cambridge University Press; pp. 49-51.
Notas
*
Fuente: Descartes, R., Œuvres de Descartes, vol. X, Ch. Adam y P. Tannery (Eds.), Léopold Cerf, Paris, 1908; pp. 179-188 (para Olympica) y pp. 213-248 (para Cogitationes privatae). El primer texto fue tomado por Adam y Tannery de A. Baillet, La Vie de M. Descartes, vol. I, Daniel Horthemels, Paris, 1691, pp. 50-51, 80-86 y 120 (las notas de Ch. Adam y P. Tannery no se han traducido, si bien se han tomado en cuenta en la elaboración de esta versión); el segundo texto, en cambio, fue tomado de una selección de textos de la versión bilingüe latino-francesa de R. Descartes, Œuvres Inédites de Descartes, L.-A. Foucher de Careil (Ed.), Auguste Durand, Paris, 1859; pp. 1-57. La selección de textos sigue los presentados en la edición francesa de Ferdinand Alquié (Descartes, 2010: 61-63). Traducción, apartados y notas de José Miguel Ángeles de León.
1
“11 de noviembre de 1620, he comenzado a comprender el fundamento de un descubrimiento admirable…”.
2
Claude Clerselier fue el editor, albacea literario y custodio de la obra de Descartes, además de cuñado de Pierre Chanut. También fue quien facilitó los manuscritos cartesianos a Leibniz, en 1676. Baillet no conoció a Clerselier; el material con el que este último escribió La Vie de M. Descartes entre 1690 y 1691 le fue ofrecido por el abad Jean-Baptiste Le Grand, quien sí fue aprovisionado por Clerselier (Verbeek, 2005: 49-15).
3
“10 de noviembre de 1619, me encontraba lleno de entusiasmo y descubrí los fundamentos de una ciencia admirable…”. Según Rodis-Lewis (1996: 58), Leibniz no habría transcrito este texto por considerarlo “un episodio tan irracional en el origen de una búsqueda racional”.
4
Baillet se refiere aquí al Colegio Henri IV de La Flèche, a cargo de los jesuitas, en el que Descartes estudió entre 1604 y 1615 (Rodis-Lewis, 1996: 25).
5
Según Baillet (1691: 31), Descartes estuvo retirado en Saint-Germain de París entre noviembre o diciembre de 1614 y diciembre de 1616. Adam (1919: 40) y Rodis-Lewis (1996: 39), en cambio, no mencionan tal retiro y ubican a Descartes entre 1615 y 1616 estudiando Derecho en la Universidad de Poitiers, donde vivía en la casa de un sastre.
6
Descartes estuvo en Breda quince meses, entre enero o febrero de 1618 y abril de 1619, con el ejército de Mauricio de Nassau, quien precisamente en febrero de 1618 se convertiría en el príncipe de Orange, lo que Descartes también menciona en el Discurso del método (AT/VI: 13-14).
7
“Al margen: Descartes, Olympica” [Nota de Baillet].
8
Según Rodis-Lewis (1997: 98), el torbellino que lo envolvió significaría la tensión entre una voluntad recta, tornada a Dios en la derecha, y los embates del maligno a la izquierda.
9
Alan Gabbey y Robert E. Hall (1998: 651-668) han hecho un estudio muy erudito tanto de los posibles significados del melón como del Diccionario que aparecerá más adelante en la narración del segundo sueño. Según su hipótesis principal (1998: 660), en la que siguen a John Cole (1992: 143), el melón vendría siendo un símbolo de amistad, en contraste con los «encantos de la soledad» que mencionan las Olímpicas (AT/X, 185).
10
Baillet utiliza la expresión «mauvais génie», la misma expresión célebre utilizada por Louis Charles d’Albert de Luynes en su traducción francesa de las Meditaciones Metafísicas (AT/IX: 17). Descartes, en el original latino dice «genium malignum» (AT/VII: 22). Es imposible saber si Descartes utilizó la misma expresión en el manuscrito de las Olímpicas, pero es probable que «mauvais génie» sea una transcripción literal hecha por Baillet del original cartesiano. En el margen de las Olímpicas, cuenta Baillet, estaba escrita la expresión «A malo Spiritu ad Templum propellebar» (AT/X, 186), lo que podría sugerir también una relación con el «mal espíritu» de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
11
Según Kennington (1961: 179), ese «ruido estridente y retumbante» sería la conexión con el sueño anterior porque ambos signos transmiten horror.
12
Según Kennington (1961: 182), los sueños presentados en las Olímpicas tendrían un «orden ascendente». Los dos primeros sueños (o más bien pesadillas) serían una suerte de purificación que concluiría con una consolación. También podrían considerarse desde un punto de vista ignaciano: los dos primeros sueños serían desolaciones; el tercer sueño, una consolación venida de Dios. En este sentido, el título Olympica, refiriéndose al monte Olimpo, sería una metonimia para nombrar tal ascenso de las desolaciones a la consolación venida del espíritu de Dios, espíritu consolador. La consolación, identificada con la cima del monte, sería el sitio donde habitarían los dioses (identificados con el bien), una suerte de «Contemplación para alcanzar amor» (Loyola, 2014: 92-93).
13
“Al margen: Dividido en cinco libros, impreso en Lyon y en Génova…” [nota de Baillet]. Al parecer de Gabbey y Hall (1998: 654), el Corpus poetarum significaría la filosofía y la sabiduría en unidad, a través de la poesía. Gilbert Boss (1993: 209) considera que en las Olímpicas Descartes pretende mostrar que no existe oposición entre la poesía, la filosofía y la ciencia.
14
“¿Qué camino debo seguir en la vida?”. Según Leibniz (1880: 331), Descartes habría estudiado y meditado profundamente la obra de Ausonio durante su estancia con los jesuitas en el colegio de La Flèche.
15
“Sí y no”.
16
“¿Qué camino debo seguir en la vida?”.
17
Por esta afirmación, tanto Kennington (1961: 183) como Gouhier (1956: 205-208 y 1958: 32-41) consideran que las Olímpicas podrían no responder a una memoria de los sueños del «Descartes histórico», sino a una aproximación poética a la retórica, siguiendo la antigua tradición de la fabulación, de la cual El sueño de Escipión de Cicerón es el ejemplo más famoso. Kennington (1961: 184) también recuerda que en la obra cartesiana hay varios ejemplos de fabulación, por ejemplo, en las Reglas para la dirección del ingenio (AT/X: 366-367 y 373-74), aunque el más célebre es la introducción del Discurso del Método: “ Pero como yo propongo este escrito tan sólo a modo de historia o, si se prefiere, de fábula, en la que entre algunos ejemplos que se pueden imitar quizá se hallen otros muchos que sería razonable no seguir…” (AT/VI: 4).
18
En este pasaje se encuentra un paralelismo con el texto 4 (según nuestra nomenclatura) de las Cogitationes privatæ.
19
Aquí también hay un paralelismo con el texto 4 (de acuerdo con esta traducción) de las Cogitationes privatæ. La razón por la cuál Descartes podría considerar que los poetas son más sabios que los filósofos es que los primeros estarían «entusiasmados». Si atendemos a la etimología de la palabra «entusiasmo» (ἐνθουσιασμóς, esto es, «soplo interior de Dios»), el entusiasmo siempre tiene origen divino. Por lo tanto, sería el poeta y no el filósofo quien aspira a la sabiduría divina por revelación.
20
“Al margen: ναὶ καὶ οὒ” [nota de Baillet].
21
Según Gabbey y Hall (1998: 654), el «sí y no» de Pitágoras —que significa la verdad y la falsedad en el conocimiento y en las ciencias profanas— permitió a Descartes discernir que provenía del Espíritu de la verdad, que le permitió conocer los tesoros de la ciencia.
22
Gabbey y Hall (1998: 658) consideran que el melón podría ser un eco a la palabra griega «μέλλω» que significa «ser probable», de donde vienen «τὸ μὲλλον» y «τα μὲλλοντα», «el futuro», «las cosas por venir».
23
“Al margen: A malo Spiritu ad Templum propellebar” [nota de Baillet].
24
Gilbert Boss (2016: 211) interpreta que el rayo es el signo del entusiasmo, que viene de Dios, que a su vez se relaciona con la poesía. No olvidemos que el poeta sería quien posee el favor divino. El destello del rayo significaría la luz (la sabiduría) que ilumina al poeta. Nosotros vemos también aquí, siguiendo a Rodis-Lewis (1995: 62), un posible origen del título Olympica, a partir de la figura de Zeus, quien intimida y domina con sus rayos. El entusiasmo, en clave pagana, podría corresponder a la irrupción de lo divino en la vida de los hombres.
25
Ver nota 3.
26
“Al margen: Descartes, Olympica, ut supra” [nota de Baillet]. Según Rodis-Lewis (1996: 38-39), en La Flèche, Descartes habría leído El peregrino de Loreto del jesuita Louis Richeome, que lo habría inspirado a realizar tal peregrinación.
27
Es decir, en 1624. Dice Baillet (1691: 120): “Estando en Venecia, Descartes pensó en desprenderse ante Dios de la obligación que se había impuesto en Alemania en el mes de noviembre del año 1619 [“Al margen: Olympica., mss. Cartesii”] por un voto que había hecho de ir a Loreto y que no había podido cumplir en aquel tiempo”.
28
“Al margen: Ibídem, Día 23 de febrero” [nota de Baillet].
29
Las Cogitationes privatæ son las transcripciones que Leibniz hizo del «Cuaderno C» de los papeles de Descartes en 1676. La numeración continua del 1 al 11 es nuestra, para distinguir la unidad de cada fragmento. Según Rodis-Lewis (1996: 78), Los fragmentos de las Olímpicas que Leibniz recoge en las Cogitationes privatae están centrados, sobre todo, en las reflexiones que Descartes hizo después de los sueños de esa noche. A su parecer, lo central de estas reflexiones es la posibilidad de la figuración sensible de las realidades espirituales, mismas que Leibniz no transcribe.
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“Al margen: Olympica, «x nov. cœpi intelligere fundamentum inventi mirabilis…»”.
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“¿Qué camino debo seguir en la vida?”.
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Gouhier y Kennington (1956: 205-208) y (1961: 63) sostienen que las Olímpicas no fueron soñadas por Descartes, sino compuestas poéticamente por él. Según estos autores, Descartes estaría tratando de alcanzar la sabiduría por la vía poética, deudora del entusiasmo, pues ésta es más fructífera que la de los filósofos.
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Esta afirmación parece ser una anticipación de la hipótesis de la mathesis universalis que aparece en las Reglas para dirigir el ingenio, obra inconclusa que posiblemente se escribió entre 1623 y 1628 (AT/X, 378-379). La idea de la mathesis universalis le vendría a Descartes de Cornelio Agrippa y Ramón Llull, quienes pretendían un conocimiento deductivo universal. Según Rodis-Lewis (1996: 59) esta también podría ser la «ciencia admirable».
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Baillet (1691: 120) sostiene que Descartes cumplió su voto en 1624, tras asistir a la fiesta de la Sensa en Venecia, el día de la Ascensión (16 de mayo). Sin embargo, según el propio Baillet (1691: 120), no habría llegado al destino de su peregrinaje a pie, sino en barco. Hay un error en la transcripción de Foucher de Careil, pues Baillet dice «23 de febrero» (AT/X: 187), en la transcripción de Adam y Tannery se corrige el error (AT/X: 218).
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Este aforismo nos indicaría por qué Descartes intituló a este texto “Olympica”, que, como ya vimos, según Henri Gouhier (1958: 18) no corresponde al título de una obra, sino a la rúbrica de un cuaderno de notas. Por lo pronto, sólo podemos considerar que por “Olympica” se refiere a las cosas propias del Olimpo. Ver notas 13 y 27.
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Según Alquié (2010: 62), la fuerza activa es el amor.
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Dice Rodis-Lewis (1996: 79) con relación a este fragmento: “Se vislumbra la expresión de lo infinito en lo finito con la oposición del Dios, totalmente positivo y de la nada (ex nihilo), de donde hacer surgir la Creación; después el misterio del libre arbitrio; […] y por último el Hombre-Dios, centro de este cristianismo al que Descartes se adhiere profundamente, sin especular sobre los oscuros datos de la teología”.
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Ferdinand Alquié (2010: 63) apunta que aquí hay una tesis contradictoria con la metafísica que posteriormente desarrollará Descartes. Es decir, que las cosas espirituales sólo se concebirán tras una «ascesis epistemológica» que nos habrá liberado de cualquier tipo de representación sensible. Comenta Rodis-Lewis (1996: 80) que, en este pasaje, Descartes está aún muy lejos de concebir un «pensamiento sin imágenes»; lo que será central tanto en su Discurso del Método como en sus Meditaciones Metafísicas.
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Rodis-Lewis (1996: 80), sobre la base de este fragmento, dice: “Descartes no es un sabio como los demás, sino un pensador que quiere situar al hombre entre Dios y los animales”.